Capítulo 38
26 de abril, 2021.
—Félix, debes calmarte...
—¡¿Cómo mierda quieres que me calme?! —gritó con la respiración agitada, golpeando repetidas veces su mano contra la pared. —¡maldita sea!
—Félix... Mírame. —Bridgette tomó sus hombros con delicadeza. —respira conmigo, inhala lento... —él cayó al piso con sus rodillas y se soltó a llorar arrugando su camisa con sus manos en su pecho. —recuerda que no es un dolor real.
—No puedo respirar... Brid... N-no puedo... Duele.
—Si no te tranquilizas por tu cuenta tendré que sedarte.
—Adrien... ¿Dónde está Adrien? —preguntó con la voz agónica, casi inaudible. —¿quién se lo llevó? Bridgette, ¿Dónde está mi hermano?
—Necesito que me mires. —él negó con la cabeza tirando de sus mechones rubios con fuerza, sintiendo como cada segundo que pasaba sus pulmones colpasaban igual que cuando era adolescente. —Félix, ¿recuerdas lo que me regalaste en mi último cumpleaños? —asintió.
—Era una mascada de seda...
—¿Recuerdas su color? —él volvió a asentir, y Bridgette tomó sus manos para que lentamente las quitara de su pecho o seguiría lastimandose con sus dedos. —¿de qué color era?
—Era... Azul como tus ojos...
—Exactamente. —acarició sus dedos y logró que se soltara; con una de sus manos dirigió su rostro en su dirección e hizo que la enfocara por completo. —recuerda que tus pulmones están bien, así que el dolor es sólo un espejismo de tu mente. Si no te concentras no serás capaz de controlar tu crisis.
—Adrien...
—Respira. —lo miró fijamente y él como pudo intentó respirar, apretando su mano con más fuerza de la medida. —¿Estás mejor?
—S-sigue doliendo...
—¿Quieres un calmante? —negó con la cabeza y tomó aire por la boca desesperadamente. —Félix...
—Quiero a Adrien. —Bridgette cambio su expresión a una completamente afligida. —llámalo, quiero oírlo. —las lágrimas volvieron a acumularse en sus ojos grises y se derramaron en descontrol. —¡Llama a Adrien!
—No puedo, no sé dónde está... —Félix cerró sus ojos, frunciendo el ceño, como si el dolor se intensificara con esas simples palabras. —Se fue por la madrugada del hospital, y sólo dejó una nota que no logro entender. —sacó de su bolsillo un pequeño papel y él casi se lo arrebató de las manos.
"Cría cuervos y te sacarán los ojos."
—¡Maldia sea, Adrien! —arrugó el papel en sus manos y lo lanzó al suelo con rabia.
—¿Qué significa? ¿A dónde fue? —Félix caminó rápidamente hacía la salida y la chica siguió sus pasos evitando que saliera. —¡para ya! ¿Dónde crees que vas?
—¡Al hospital! ¡Se supone que yo debo estar ahí!
—¡No! —empujó su torso haciendo que retrocediera dos pasos. —tú no te moverás de aquí hasta que te calmes y me expliques qué demonios quiso decir con eso. —apuntó a sus espaldas en algún lugar donde estaba la nota en el piso hecha una bola.
—Brid... —ella se cruzó de brazos viéndolo sin titubear, así que no le quedó más remedio que hacerle caso. Tomó una gran bocanada de aire, posó una mano en su pecho sintiendo como la ansiedad se lo comía por detro y retrocedió hacia el sillón dejándose caer con peso muerto. —Él... Quiso decir que hará todo por su cuenta.
—Adrien está convaleciente aún, en unas horas más se le irá el efecto de los medicamentos y no podrá soportar el dolor. Si va a un hospital lo sabré enseguida, así que no te preocupes. —Félix negó con la cabeza y cerró sus ojos echando la cabeza hacia atrás, mientras ella se acercaba con cautela.
—Adrien no dejará que lo encuentre... Él no irá a un hospital y menos a un hotel. Adrien se fue porque sintió que nos involucró demasiado en esto. Es probable que Marinette también tenga que ver en su decisión o de plano descubrió algo más en toda esta porquería.
—Pero todo se había solucionado...
—No... Nada se estaba solucionando, sólo complicando más. —se enderezó en el sofá y miró a la nada, como si estuviera perdido en sus pensamientos. —Si mi hermano quiere hacer las cosas por su cuenta, yo no me quedaré atrás. Estamos juntos en esto, quiera o no.
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Ambos cruzaron una mirada incómoda cuando el pelirrojo entró a la pequeña sala de espera en recepción; no estaban seguros si debían entablar una conversación o si era justo y necesario quedarse con un asentimiento de cabeza. Luego de un minuto, Nathaniel decidió abrir la boca, algo dentro suyo no quería seguir con esa espina atragantada.
—¿Vienes por algo en especial a Gabriel's?
Kagami alzó una ceja sin dejar de lado la seriedad en su rostro, soltó el aire que contenía y bajó una de sus piernas que estaba cruzada sobre la otra, viendo sin el mayor interés como el joven tomaba asiento en uno de los pequeños sillones.
—La empresa está temporalmente sin presidente, prefiero estar al pendiente en caso de que haya alguna emergencia.
—Estoy seguro que podrían manejarlo.
—Cuando la reputación de mi familia está en juego, prefiero hacerme cargo personalmente.
—Entiendo... Sólo pienso...
—No me interesa lo que pienses. —Lo interrumpió. Nathaniel formó una mueca de desagrado y la miró fijamente por primera vez, ella bajó su mirada.
—¿Siempre eres así? —cuestionó.
—¿Así cómo?
—Déspota y amargada. —Kagami iba a protestar pero no le dio tiempo. —sólo intento hacer conversación como socios que somos; si no sabes relacionarte con tus aliados, nunca podrás manejar el negocio de tu familia.
—No necesito...
—Conozco a tu madre, sé como se relaciona con sus socios y créeme que estás muy lejos en ser como ella si sigues con esa actitud infantil.
—Tú no sabes nada de mi, Kurtzberg. Así que si intentas...
—En los negocios las apariencias son importantes, te lo digo por experiencia. Puedes tomar o dejar mi consejo, eso ya no es problema mío. —arregló las mangas de su camisa. —pongamos un ejemplo; tenemos a un importante posible inversionista, ¿él problema? Es un idiota en todo el sentido de la palabra, pero tiene lo que necesitas para tu negocio. Yo lo trato con amabilidad y hospitalidad aunque no lo soporte; tu lo tratas con la mayor sinceridad que al parecer representas, ¿con quién crees que invertirá? ¿Con la persona que le dijo que era un idiota en su cara o con quien supo medir sus palabras? —Kagami guardó silencio. —la sinceridad es buena hasta que hace daño, señorita Tsurugi... Al menos cuando de negocios se trata. —lo último fue un arma de doble filo para ambos.
—Puede que te sirva mostrar quien no eres, pero yo no necesito de una careta para que sepan lo que puedo hacer.
—La vida en general es más agradable cuando no te amargas por pequeñeces. No debes cambiar quién eres, sólo adaptarte a las situaciones que emergen en tu camino. Al fin y al cabo, nuestra escencia siempre está dentro de nosotros.
—Buenos días. —una tercera voz se unió a la conversación. Tanto Nathaniel como Kagami se pusieron de pie, recibiendo con una sorpresa evidente en sus ojos a Félix, quién con una cara imperturbable acomodó su corbata. —¿ocurre algo? No recuerdo haber visto una reunión de accionistas en mi agenda.
—¿Cómo es que se encuentra aquí? —cuestionó la chica, con un tono bastante extrañado.
—A decir verdad, señorita Tsurugi...
—¡Tú! —se oyó con fuerza la voz de una mujer, así que los tres se voltearon a espaldas del rubio. —¡no puedes simplemente desaparecer sin decirle nada a nadie! —Marinette caminó hecha una furia hacia su cuñado, sus tacones resonaron con intensidad, casi podía oírse una batucada por lo mismo. —¡¿Dónde demonios te habías metido?!
—Marinette... —él parpadeó varias veces y contuvo el aire en sus pulmones cuando ella apuntó su pecho con su dedo índice, viéndolo amenazante hacia arriba.
—¡Marinette nada! ¡Fui al hospital esta mañana y dijeron que te habían dado el alta!
—Es precisamente lo que pasó. —respondió en un tono neutral. —¿qué hay con eso?
—¡¿Que qué hay con eso?! ¡¿Estás de broma cierto?! ¡No dijiste nada! ¡Te largaste como si no estuvieras convaleciente aún!
—Marinette, estás gritando...
—¡No me importa! ¡¿Tienes idea de lo preocupada que estaba?! ¡Incluso llamé a Nathalie por si sabía algo de ti! ¡Y ni siquiera fuiste capaz de decirle!
—¿Podrías calmarte? —Félix tomó el puente de su nariz algo abrumado. —si me dieron el alta es porque estoy bien, no tienes que...
El rubio detuvo sus palabras cuando notó sus ojos azules llenos de lágrimas y bajo los mismos unas ojeras bastante evidentes; se sintió anonadado. ¿Ella estaba realmente tan preocupada?
—Eres un... —Marinette respiró profundo y limpió lo más disimuladamente su mejilla. —olvídalo. Me voy a trabajar.
—Marinette... ¡Marinette espera! —Nathaniel fue tras ella cuando pasó del rubio, perdiéndose en el ascensor rápidamente.
Félix estaba estático, ni siquiera se había volteado a ver como se iba, simplemente verla así de preocupada por él lo inquietó lo suficiente como para perderse en la nada misma. Marinette pasó esos días cuidando de Adrien realmente y aunque no lo supiera, es posible que lo sintiera o que de plano una parte de ella se aferrara a su imagen, esa imagen que compartían desde antes de nacer.
—Parece que estaba al borde de una crisis. —habló Kagami más para si misma que nada. Félix despertó de su pequeño trance con su voz y aclaró su garganta.
—Discúlpeme, señorita Tsurugi. Como bien sabrá tenemos asuntos familiares demasiado delicados; Marinette ha sido una de las que más carga se ha llevado de eso.
—Realmente no me corresponde hacer algún comentario al respecto. Sólo aprovechar de decir que... Deseo muy profundamente que Adrien vuelva pronto. —asintió en breve y miró sus grises algo curiosa; sonrió, no eran esos verdes que recordaba, pero si tenían una escencia similar a pesar de mostrarse fríos con la expresión de su rostro.
—Tienes sus ojos... —susurró el rubio, sintiendo una presión nuevamente en su pecho, casi tan intensa como la de esa mañana.
—¿Cómo? —Kagami alzó una ceja sin comprender que quería decir.
—Que gracias por sus buenos deseos, señorita Tsurugi. Créame que lo que más deseo es que mi hermano aparezca lo antes posible. —cerró uno de sus puños con fuerza y caminó dos pasos hacia el ascensor. —si me disculpa, debo retomar mi trabajo. Si necesita algo, no dude en acudir a mí.
—Gracias por su hospitalidad.
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—Marinette, détente. —Nathaniel sostuvo su brazo con fuerza y ella cerró sus ojos agachando la cabeza para que no la viera. —Marinette.
—Quiero ir a mi oficina, ¿podrías dejarme sola?
—¿Cómo me pides eso? Mira como estás.
—Nathaniel... —intentó soltarse de su agarre, pero no se lo permitió.
—Entiendo que no soy tu persona favorita, pero al menos déjame preocuparme por ti y asegurarme que estarás bien. —ella dejó de forcejear y respiró profundamente para calmarse. Nathaniel al notar que perdía fuerza la sostuvo de sus hombros y caminó junto a ella hasta llegar a su oficina. —siéntate... —se quedó a su lado dándole algo de confort y mientras más minutos pasaban más le preocupaba su estado ausente.
—Yo... Creo que me estoy volviendo loca, Nath. —murmuró para después sorber su nariz. —estoy con los nerviosa de punta todo el tiempo, moviéndome de un lado a otro sin parar, sólo para no pensar en lo peor. Adrien desapareció esa noche antes de su cumpleaños... Lo esperé y nunca llegó, aunque muy en el fondo sentía que algo malo había pasado, seguí esperando, —rió sin gracia alguna, casi como un quejido. —lo sigo haciendo. Se ha tardado mucho... Y sé que soy poco realista, sé que todos me ven como una desquiciada que no acepta que su esposo posiblemente no aparezca, lo tengo muy claro. Pero nadie se ha puesto a pensar en... ¿Cómo mierda haces para dejar ir a la persona con quien prometiste pasar tu vida? ¿Cómo dejas ir todos tus sueños con esa persona? ¿Cómo sigues viviendo con los recuerdos? ¿Cómo dejas ir a tu mejor amigo de esa manera? —ya no había llanto, sólo lágrimas derramandose silenciosamente. —Cuando no encontré a Félix en el hospital esta mañana, sentí que el mundo se caía otra vez sobre mí. Adrien siempre me habló de lo sagrado que era su hermano para él, ¿y yo no sería siquiera capaz de mantenerlo a salvo en un hospital? —volvió a limpiar su rostro con fuerza. —todos me acusaron sobre la desaparición de Adrien en un inicio y no fui capaz de asimilarlo hasta incluso pasados los meses, porque yo sólo pensaba en dónde estaba.
—Marinette, sé cuánto lo amas. Sería absurdo siquiera imaginar que podrías hacerle un daño.
—Yo le hice un daño... Una daño enorme... Pero aún no lo sabe y quizás nunca lo sepa.
—¿De qué estás hablando?
—Él me dio un regalo y yo no pude cuidarlo.
—Estoy seguro que no es nada que él no comprenda. —frotó sus brazos para hacer que reaccionara y así fue; Marinette recargó su cabeza en su pecho y se mantuvo viendo el vacío. —por favor, no te atormentes con eso. Me da miedo no poder ayudarte, nunca te había visto mal hasta este extremo.
—Resulta que estás consolandome igual que hace años atrás.
—No pienses en eso ahora. Creo que deberías ir a tu casa, no estás en condiciones de trabajar. Pediré que me comuniquen con Luka si así lo deseas, estoy seguro que no tendrá problema alguno en venir por ti.
Marinette se levantó lentamente del sofá y en el mismo ritmo se acercó a su escritorio, enfocando de a poco sus ojos sobre la mesa, más específicamente a una pequeña tarjeta.
—¿Marinette?
Tomó con ambas manos el pequeño trozo de papel color rosa pastel, el cual tenía una corona y una huella de gato dibujadas con plumón negro en una de sus caras. Sus dedos temblaban cada segundo con más intensidad, y con los nervios casi apoderándose de sus piernas, giró la tarjeta encontrando unos números y letras detrás, unos que su mente conectó rápidamente.
—Tienes razón, iré a casa.
—¿Llamo a Couffaine?
—N-no es necesario, puedo ir sola.
—Pero...
—Gracias por escucharme, Nath. —tomó su bolso del sofá y salió rápidamente de su oficina, sin siquiera darle oportunidad de decir otra palabra.
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—¿Está completamente segura que no había nada más en el casillero cierto?
—Absolutamente, señora Agreste. Sólo había este paquete y nada más. Si gusta puede revisar...
—No es necesario, gracias.
—De nada, que tenga un buen día.
—Igualmente.
Marinette abrazó el paquete con fuerza y caminó disimuladamente a una velocidad exigente hacia su auto aparcado fuera del correo, condujo hacia un parque cercano. Unas gigantescas ganas de vomitar la abordaron, miró el paquete en el asiento del copiloto y lo tomó para examinarlo por fuera detalladamente, tenía el mismo símbolo dibujado que la tarjeta. Cuando por fin se decidió abrirlo, dejó al descubierto un cuaderno bastante viejo a primera vista, su portada era de cuero con una mariposa estampada en el centro; abrió la tapa y leyó en una esquina las iniciales "E. V." tachadas con lápiz grafito y más abajo reescritas como "E. A." en tinta.
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