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Capítulo 37

13 de mayo, 2012.

—Todo surgió de último minuto. Lo siento, no puedo faltar. Es muy importante que esté ahí.

—Lo entiendo, Adrien. No te preocupes, yo... terminaré algunos trabajos de la universidad.

—Marinette...

—Hablamos luego.

—Está bien, te am...

La llamada de colgó. Adrien se levantó de la cama y miró la pantalla de su celular por una eternidad, acabando por dejarlo sobre el lecho; con un sentimiento extraño en su pecho se miró al espejo intentando acomodar la corbata alrededor de su cuello, no logrando su cometido. Realmente estaba ansioso por pasar el día con su novia, pero le salió un evento que no podía rechazar, sobretodo si a Kagami también la habían invitado en reemplazo de su madre, no podía dejarla tirada sin más.

—¿Necesitas ayuda? —la voz de su compañera lo exaltó un poco; giró su cabeza hacia la puerta donde la bella joven se encontraba terminando de arreglar su cabello. Su esbelta figura era cubierta por un elegante y recatado vestido rojo, uno que bien recordaba haber visto en algún boceto de su padre. —déjame ver. —se acercó a él con una sonrisa ligera, tomando con ambas manos la corbata para atar de manera ágil un nudo. —no sabía que tenías problema con atar nudos. —bromeó.

—Créeme que tengo experiencia en el ámbito de la moda, sólo quería dejarte llevar el crédito.

—Ya está. —dio una suave palmada en su pecho y sacudió sus hombros con cuidado. — Perfecto. ¿Todo bien? —Adrien asintió no del todo convencido, tomando más distancia para alcanzar su teléfono de la cama.

—Vamos, se nos hará tarde. —le cedió el paso y ambos salieron de la habitación hacia el vestíbulo. Kagami lo observó en silencio, sentía que algo andaba mal, pero tampoco quería hacer énfasis en eso si él no quería compartirlo.

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—Marinette. —llamó Nathaniel por milésima vez y la chica seguía escribiendo sin parar en su ordenador. —Marinette. —repitió, hasta que se cansó y cerró la computadora ante sus ojos.

—¡Oye!

—Te estoy hablando hace como media hora, ¿podrías dejar eso ya? —Marinette guardó silencio al oír el tono demandante que usó su amigo, y lo quedó mirando fijamente. —hemos estado toda la tarde haciendo tarea.

—P-pero...

—¿Podrías decirme qué pasa realmente?

—¿Pasar de qué? ¡No pasa nada! —agudizó su voz levantándose de su asiento. —sólo quería adelantar trabajos para estar más libre, además tengo una materia que me complica...

—Ya para, no me trates como si fuera estúpido. Cuando me llamaste te oí extraña, pero no quise preguntar nada. —ella se sentó lentamente, bajando su vista hacia sus manos sobre la mesa. —¿ocurrió algo con tus padres? —negó con la cabeza.

—Lo siento, Nath. Perdón por llamarte como si nada, la verdad es que no quería pensar y no quería estar sola, pero tampoco quería hablar, así que me puse a escribir como loca. —él hizo una mueca, rodeando la mesa para sentarse a su lado en el comedor. —perdón por ignorarte.

—¿Tiene que ver con tu novio?

—¿Cómo lo sabes? —Nathaniel sonrió de lado y se encogió de hombros.

—Es domingo, el único día que tiene cien por ciento libre y se ven, pero tu me llamaste para que viniera, así que asumí que algo pasó. —ambos vieron a la nada frente a ellos, esperando en completo silencio que las palabras surgieran por su cuenta.

—No quiero sonar intensa y tampoco es como que quiera abrumarte con mis dramas mentales.

—Oye, somos amigos. Puedes decirme lo que quieras. —ella suspiró.

—Íbamos a vernos, pero le surgió un evento de último minuto nuevamente. Yo de verdad que lo entiendo, es su trabajo y sé lo cansado que es para él cargar con tantas cosas, pero no puedo evitar... Evitar sentirme sola. —cerró sus ojos con fuerza. —yo no creo encajar en lo que hace, pero ¿por qué nunca me ha dicho que vaya con él? ¡Claro, se me olvidaba que su padre no me soporta! —rió sin gracia. —pero... ¿Por qué no puede decir por una vez que no puede asistir? Me siento egoísta al querer que me ponga primero una vez. Estoy loca... Él es muy bueno conmigo, siempre lo ha sido y yo sólo estoy quejándome.

—Que sea bueno contigo, no quiere decir que deba dejar de darte la atención que mereces.

—Pero...

—No, Marinette. Si te sientes como te sientes es por algo. No intentes quitarle la importancia a esto, porque... ¿Esperas estar todo el tiempo aguantando las cosas? ¿Cambiará algo no decirle tu inseguridad sobre su interés por ti?

—Adrien... Él... Yo sé que me ama, pero...

—Si algo sé sobre el amor es que se cultiva todos los días; lamentablemente él no lo está haciendo y tú también estás cometiendo un error al quedarte callada. Marinette, también puedes enojarte, también puedes sentirte mal... Se supone que él también debe ser tu apoyo, no sólo tú.

—T-tengo miedo, Nath. —su labio tembló y un nudo le impidió hablar con claridad. —si digo algo y realmente él se aburrió de mi... S-si... ¿Si me pide un tiempo? Las últimas semanas nos hemos alejado mucho. —Nathaniel la rodeó con su brazo, atrayendo su cabeza a su pecho para que llorara en completa libertad. —n-no sé que hacer...

—Marinette, yo lo único que quiero que entiendas es que mereces mucho más de lo que estás recibiendo.

—M-me duele mucho el pecho... —lloró con más intensidad, aferrándose a su camiseta desesperadamente. Sus lágrimas no dejaban de salir por más que intentase reprimirlas y el dolor insoportable en su corazón no se iba. —Me siento tan mal.

—Tranquila... Puedes sentirte todo lo mal que quieras, pero no estás sola.

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—Te encontré. —Kagami sonrió ampliamente y le entregó una copa de champagne, chocandola ligeramente después de eso.

—Gracias, Kag. Aunque no suelo beber. —sonrió algo decaído y dejó la bebida sobre el espacio del balcón.

—Las reuniones o eventos de este tipo no es que sean de mi agrado, pero son más agradables sin mi madre a mis espaldas todo el tiempo. —comentó posicionándose a su lado, mientras veían hacia la ciudad.

—¿Te sientes bien aquí?

—La verdad es que... Desde que llegué a París todo ha sido genial. —sus mejillas se pintaron ligeramente de rojo. —la universidad, la cultura... Tú. Sin ti nada de esto habría sido posible.

—Estás algo ebria. —comentó con una breve risa y ella hizo lo mismo.

—Lo digo en serio, o sea no te niego que puede que esté un poquito ebria. —hizo un gesto con sus dedos, girando su cuerpo para verlo de frente y rió. —pero hablo muy en serio, todo es gracias a ti.

—Me alegro entonces. —Adrien se volteó hacia el balcón nuevamente, dejándo un largo silencio entre ambos. —y también me alegra mucho que vinieras, la casa se siente menos solitaria contigo ahí. Además, creo que me volvió el amor por el esgrim... Kagami, ¿qué haces? —él se alejó un poco cuando notó que se había acercado más de lo normal a su rostro.

—¿Crees que podamos quedarnos así? —cuestionó por lo bajo. —¿crees que pueda quedarme en París para siempre?

—Bueno... Tu madre...

—A eso me refiero, no quiero volver a Japón. No quiero volver con mi madre, y-yo... Ahora entiendo porque mi hermano se fue, y creo que ahora entiendo lo que quiso decirme el otro día.

—¿Y qué quiso decirte?

—Dijo que mi madre no podía decidir por mi y que en algún momento alguien haría que mi mundo se pusiera de cabeza. —ladeó el rostro escudriñando todas sus facciones.

—Supongo que coincido con su ideología. Tu madre y mi padre parece que fueron cortados con la misma tijera, pero está bien mientras pongamos los límites.

—Adrien, seremos muy felices. —tomó su brazo con fuerza y apoyó su mejilla en su hombro, cerrando sus ojos por completo. —te prometo que así será.

—Tsurugi, estás ebria. —se soltó a reír, quitándole la copa de sus manos. —creo que fue suficiente alcohol para ti. —miró ligeramente hacia sus espaldas. —Parece que el evento terminó, vamos por un café para que despiertes un poco.

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—Tu padre nos va a matar si no llegamos a tiempo.

—Qué importa, él fue quien me dijo que debía ir al evento en su lugar, ahora se aguanta. ¿O es que prefieres que te vea algo bebida? —Kagami aguantó una carcajada y se tambaleó mientras caminaban hacia la cafetería.

—Estoy bien, sólo algo ligera. —Adrien puso su saco sobre sus hombros y siguieron caminando por la acera. —gracias, tenía algo de frío.

—Me di cuenta.

Cuando llegaron al pequeño local, pidieron dos cafés para llevar y un par de bocadillos, no querían llamar mucho la atención, así que preferían consumir todo en el auto. Unos cuantos comentarios sobre el ligero estado de ebriedad de la chica fueron suficientes para que se soltaran a reír mientras salian del lugar, seguidos por unas cuantas miradas de los clientes en el interior.

Kagami bebió un gran sorbo de café y dejó escapar el aire, causando un ligero vapor salir de su boca. Fue gratificante la sensación de la amargura del líquido en sus labios, sonrió y volteó a ver a Adrien, pero este no estaba a su lado, así que se giró buscándolo con la mirada; estaba detrás aún parado en la puerta, viendo a una pareja compartiendo algunas carcajadas en la terraza del local.

—¿Adrien? —preguntó extrañada. El rostro del joven se veía algo confuso y afligido; notó como sostenía su celular en una de sus manos, pero rápidamente lo guardó en su bolsillo. —¿pasa algo?

—N-no... No pasa nada. —aclaró su garganta y enfocó sus verdes en ella, forzandose a sonreír. —vamos a casa. —se acercó rápidamente a Kagami y tomó su muñeca jalando de ella con más fuerza de la necesaria.

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—Hola... —Marinette se quitó el abrigo, dejándolo en el perchero, mientras sujetaba el teléfono contra su hombro.

—Hola, ¿cómo estás?

—Bien... —respondió algo extrañada. —¿y tú? ¿Cómo te fue en el evento?

—Oh, eh... Bien, fue algo aburrido. ¿Y a ti con tus trabajos?

—Adelanté varias cosas que tenía pendientes, así que todo en orden. —miró a Nathaniel con una media sonrisa y le indicó que dejara la bolsa sobre la mesa.

—¿Estás en el departamento?

—Obviamente, de hecho acabo de llegar. No, si lo abres así se te va a caer el azúcar. —rió un poco cuando Nathaniel acabó con la ropa toda blanca. —¿qué decías, Adrien?

—Que quería ir a verte, ¿no hay problema cierto?

Marinette se quedó en silencio, no supo qué decir; en otra ocasión hubiera estado completamente feliz con una visita de su novio, pero ahora se sentía extrañamente abrumada con la idea. Había pasado gran parte de la tarde haciendo los deberes de la universidad y la otra gran parte llorando en los brazos de su amigo por la inseguridad que sentía respecto a su relación, y cuando por fin pudo calmarse, Nathaniel fue tan gentil al invitarla a despejar su mente a una cafetería no muy lejos de ahí.

No se sentía lista para ver a Adrien y mucho menos para hablarle todo lo que tenía guardado en su corazón; definitivamente no era el momento y prefería irse a dormir con una sensación de paz para al día siguiente ir a sus clases con la mejor energía posible.

—No creo que sea buena idea. Digo, de seguro estás cansado y mañana tenemos clases, así que...

—Marinette, quiero verte.

—Debo acabar un trabajo, así que no creo que sea conveniente. Dejémoslo para otro día. Buenas noches...

—Amor...

Marinette no esperó otra palabra más y cortó la llamada; sus manos temblaban y su corazón no dejaba de latir con fuerza contra su pecho.

—Acabo de...

—Oye, ¿todo bien? —Nathaniel sacudió su pecho y se acercó a ella algo preocupado.

—Adrien quería venir y yo le dije que no.

—¿Y te sientes bien con eso?

—¿Bien? Me siento con un peso menos encima. ¿Eso es malo?

—No, sólo estás muy abrumada. Date un poco de espacio, así que tranquila.

—Gracias, Nath. —Marinette lo abrazó sin previo aviso. —gracias por todo.

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—Adrien, ¿Dónde estás?

—En ningún lado, ya voy para la casa.

—Tu padre se dará cuenta en cualquier momento que no llegaste conmigo.

—No te preocupes, Kag. Sólo tenía algo que hacer, voy en camino.

—Está bien.

—Nos vemos allá.

Adrien colgó la llamada y observó por última vez la luz encendida en el departamento de su novia. Subió a su auto y dio un portazo que más de algún vecino oyó desde su respectivo hogar. Tomó el volante con fuerza y encendió el vehículo con ideas muy confusas en su mente. No entendía qué pasaba, pero algo en su interior le gritaba que no era nada bueno; eso y los celos recorriendo por sus venas al ver a su novia riendo amenamente con aquel pelirrojo en aquella cafetería. No recordaba la última vez que la había visto tan feliz y era un golpe demasiado crudo en su pecho.

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