Capítulo 35
26 de noviembre, 1987.
Gabriel no podía evitarlo, sus ojos simplemente no dejaban de ver las verdes esmeraldas de Emilie al otro lado de la gran mesa. Inconscientemente no le importaba mucho que su prometida estuviera a su lado y que mismamente sus padres también compartieran con ellos la comida esa tarde en la casa de las Vanily.
Emilie intentaba ignorar por completo su constante e insistente mirada sobre ella, rogaba porque se detuviera de una vez por todas, concentrándose nada más que en su plato o en los cubiertos, pero ya estaba llegando al límite de la presión, y es que por más indiferencia que le mostraba al muchacho, este no se detenía.
—Así que viajará pronto a Londres, querida Amelie. —comentó el Agreste mayor, captando toda la atención de su futura nuera.
—Efectivamente. Debo marcar presencia en los negocios de la familia, aunque sea joven aún, prefiero hacerme cargo personalmente.
—Espero tenga un buen viaje y claramente que su ausencia no interfiera con los preparativos para la boda. —la rubia casi se atragantó con un trozo de carne, comenzó a toser y Gabriel enseguida le extendió un vaso de agua.
—¿Estás bien? —preguntó preocupado, pasando su mano suavemente por su espalda; ella sólo asintió tomando aire.
—L-la boda... Creí que por el momento sólo celebraríamos nuestro compromiso. —comentó con una sonrisa con un toque de preocupación.
—¿Por qué esperar? —Armand soltó una carcajada abriendo sus brazos con una enorme sonrisa plasmada en su rostro; miró a Gabriel como sólo él sabía hacerlo, provocando un escalofrío recorrer toda su espina. —¡son jóvenes y se adoran! No te preocupes, querida. Si necesitas ayuda con los preparativos, Audrey y mi mujer te ayudarán, además, estoy seguro que tu hermana no te dejará con esto sola, ¿o me equivoco? —Gabriel apretó sus puños con fuerza bajo la mesa, viendo a su padre con total rabia y enojo.
—Mi hermana es lo más sagrado para mí, definitivamente yo la apoyaré en todo lo que ella necesite. —respondió Emilie seriamente, para luego sonreírle a su hermana frente a ella, pasando fugazmente por aquellos grises que ahora la veían con tristeza.
—Excelente, para eso es la familia.
—Lamento interrumpir. —habló el mayordomo, llamando la atención de todos en la mesa. —señorita Emilie, el joven Carsten Kurtzberg vino a verla nuevamente. —comentó parpadeando unas cuantas veces.
—Enseguida voy. —Emilie se levantó, quitando la servilleta de sus piernas para dejarla sobre la mesa. —discúlpenme, debo...
—Hermana, hazlo pasar. Que coma con nosotros. —Amelie volteó a ver a Armand un instante. —no hay problema con que nos acompañe el amigo de mi hermana, ¿cierto?
—Claro que no, usted es dueña de casa. —respondió el hombre sin borrar su sonrisa, una que cada vez lograba que Gabriel sintiera su estómago revolverse.
Emilie sintió sus piernas fallar un momento; la llegada del joven pelirrojo por un instante fue su salvación, pero ahora resultaba ser nada más que su perdición. Su idea fugaz era despachar al recién llegado y luego huir de aquella incómoda comida eficazmente; pero tal parece que su hermana no captaba lo mal que se sentía rodeada de esas personas o de plano ella se sentía igual y no quería que la dejara sola.
—Por favor hazlo pasar. —pidió la mayor y el hombre de bigote asintió, desapareciendo de la habitación para volver al cabo de unos segundos junto a un muchacho de cabello pelirrojo y ojos turquesas.
—Buenas tardes. —saludó el joven. En una de sus manos cargaba un gran ramo de rosas rojas, las cuales eran bien adornadas con un listón blanco. —tal aparece que están en una reunión, siento importunar. —sonrió en breve, captando al instante a Emilie, quien permanecía aún de pie en su lugar.
—¡Claro que no muchacho! —Armand abrió sus brazos y le señaló un puesto en la mesa al lado de Emilie. —por favor come con nosotros; estamos hablando sobre los preparativos de la boda de mi hijo y la señorita Vanily. Tal parece que vienes para algo importante también. —agitó sus cejas con pillería.
—¿Soy muy obvio? —comentó con simpatía, acercándose a la rubia menor, extendiendole el ramo de rosas. —son para ti, Emilie. —la chica no pudo más que recibir el obsequio y formar una fina línea en sus labios.
—Gracias, Carsten. No debiste molestarte.
—No es molestia, ya te lo había dicho; cada vez que venga a verte te traeré un regalo.
—Tal parece que la pequeña hermana de mi nuera tiene un pretendiente. —el pelirrojo rió un poco y le abrió la silla para que tomara asiento antes que él.
—Se podría decir que estoy haciendo el intento, pero Emilie aún no quiere aceptarme como tal.
Gabriel sintió una presión horrible en su pecho, lo suficiente para quitarle el aire un instante; inconscientemente apretó el tenedor que sujetaba, dejando a la vista sus nudillos volverse blancos por la fuerza ejercida. Ver el rostro de Emilie casi oculto tras aquellas rosas, hizo que le hirviera la sangre. Un enorme deseo de levantarse de ahí, tomarla de la mano y salir corriendo a quien sabe donde comenzó a comerle por dentro cada vez que ese chico la observaba embelesado a una escasa distancia.
══════◄••8••►══════
—Todo estuvo fantástico. —Armand tomó las manos de Amelie y les dio un ligero apretón. —gracias, querida.
—No tienen nada que agradecer, saben que son bienvenidos en nuestra casa.
—Me pondré en contacto contigo pronto para ver los preparativos. —habló la señora Agreste. —Gabriel, ¿te vas con nosotros o quieres quedarte un poco más?
—Me quedaré; acabo de recordar que Emilie me pidió ayuda con su invernadero hoy.
—No llegues muy tarde a casa.
—No te preocupes mamá.
—Joven Kurtzberg, ¿quiere que lo llevemos? —cuestionó Armand; aunque claramente su intención no era ser amable del todo, reconoció al instante quien era y a que familia pertenecía.
—Se lo agradecería mucho, señor Agreste. —el pelirrojo miró a Amelie un instante. —¿Tu hermana no vendrá a despedirme? —la muchacha sonrió algo apenada.
—Disculpala, ya sabes como es. De seguro se distrajo con sus cosas.
—Ya veo, vendré en otra ocasión. —se despidió con cortesía, dando una pequeña mirada a los grises del Agreste menor.
Todos se fueron, menos Gabriel, quien aclaró su garganta cuando el silencio reinó junto a su prometida en la sala.
—Siento las imprudencias de mi padre, te aseguro que no es necesario adelantarnos tanto a la boda. Soy consciente que tienes asuntos que atender antes que nada. —Amelie miró sus pies un momento, tratando de organizar sus ideas.
—Gabriel, me he estado preguntando esto desde que tu padre apareció con ese anillo. —murmuró mordiendo su labio inferior. —por favor, espero que seas sincero conmigo. —hizo una breve pausa. —¿realmente quieres que nos casemos?
—¿Por qué me preguntas eso? —cuestionó algo desconcertado y ella tomó su mano en silencio. —¿Amelie?
—Porque nunca lo preguntaste. Aquel día tenías una expresión muy triste y de sorpresa. No sé si soy yo quién está pensando esto demás, pero... Siento que si realmente quisieras esto, me lo hubieras dicho directamente, independiente de que fuera tu padre quien acabó por darme este anillo. —observó su mano y aquel objeto que adornada su dedo.
—Amelie, yo... —Gabriel apretó su mano con fuerza y miró sus ojos fijamente. —no sé qué decirte... Realmente lamento que no fuera la propuesta que esperabas, lamento que mi padre tuviera que entrometerse entre nosotros y sobretodo que sientas esta presión.
—Creo muy en el fondo de mi corazón que podemos ser felices, pero hay muchas cosas que no sabes... Cosas sobre mi familia, cosas sobre mi hermana y cosas sobre mi. Gabriel, no quiero mentirte, pero tengo miedo de que todo lo que sueño se desmorone en un abrir y cerrar de ojos al contarte todo.
Tal aflicción en sus profundos ojos verdes no hacía más que nacer la duda en Gabriel, ¿cómo podía mostrarse sincero con lo que realmente sentía si ella estaba tan asustada? ¿Qué era lo que la atormentaba? ¿Cómo podía evitarle sufrimiento con sus palabras?
Si hay algo que detestaba desde el fondo de su ser era la posibilidad de lastimar a Amelie; ella se había vuelto alguien muy especial en su vida, más de lo que pudo imaginar y sólo quería verla bien, pero... ¿Cómo podía mantener su sonrisa si su corazón estaba en otro lado?
Al sostener su mano temblorosa, viendo sus ojos confusos y tristes, fue capaz de darse cuenta de lo difícil y doloso que puede resultar decir la verdad. Las palabras tienen un peso muy grande, él lo sabía por experiencia propia y no estaba seguro de cuales escoger para amortiguar el impacto.
—Puedes confiar en mí. —tomó su mano con ambas y la subió depositando un pequeño beso en sus nudillos, uno que le resultó muy dulce a ella. —antes que nada soy tu amigo; y lo que sea que te atormente lo oiré sin juzgarte.
—¿Podemos ir al despacho? —Gabriel asintió y se dejó guiar por ella sin soltar su mano en ningún momento. Amelie se aseguró que no hubiera nadie cerca y con total cautela cerró la puerta de la habitación. —por favor, toma asiento.
—¿Puedo preguntar con qué tiene que ver? —la rubia respiró profundamente, dándole la espalda. Se acercó a la botella de whisky que estaba sobre el escritorio y se sirvió en un vaso, bebiendo todo su contenido de un viaje. —Amelie...
—Lo siento. —carraspeó un poco por lo fuerte que resultó el licor en su garganta y volvió a servirse otro poco. —esto no es fácil para mi, pero necesito decírselo a alguien.
Gabriel sólo se mantuvo en silencio, sentía que en cualquier momento ella explotaría y prefería no darle más presión con preguntas; esperó paciente que bebiera la tercera copa, pero terminó por quitarle la botella sin decir media palabra, logrando ver que sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Estoy aquí para ti, y nada de lo que me digas saldrá jamás de mi boca.
—Gabriel... —soltó el aire que contenía, sintiendo como si miles de agujas le impidiera hablar con claridad. —Yo en realidad tengo las manos manchadas... —sollozó evitando ver sus ojos, arrugó la camisa en su pecho y apoyó su frente dejando caer las lágrimas con total libertad. —yo lo maté... Maté a mi p-padre. Y-yo lo hice... No fue un accidente. —él no pudo más que abrazarla con fuerza; arrugó sus cejas sin comprender del todo sus palabras, pero la contuvo lo más que podía, muy a pesar de sentir una electricidad recorrer su columna. —no fue un accidente.
—Amelie, ¿qué estás diciendo?
—Lo siento tanto... Esto me atormenta todas las noches, no puedo dejar de verlo cada vez que cierro los ojos y revivir aquel momento. —peinó su cabello lentamente, sintiendo como su pecho cada vez se humedecía más. —desde que nos hicimos novios me he cuestionado decírtelo, porque... ¿Cómo podrías casarte con una mujer como yo? Entiendo que puedas odiarme, entiendo que te de asco, entiendo que ahora me desprecies o que me tengas miedo, pero ya no soporto guardarme esto y eres la única persona en quien puedo confiar.
—¿Por qué? —su voz de pronto se volvió seria y la separó de sus hombros para que viera sus ojos. —Amelie, mírame. Lo siento si soy insensible con tu dolor, pero te conozco lo suficiente como para saber que nunca harías algo así sin un motivo muy fuerte, eres alguien incapaz de dañar a cualquier persona.
Amelie sonrió de una manera tan dolorosa, intentando encontrar las palabras más adecuadas para sacar de una vez aquella trágica historia que guardaba en lo más profundo de su ser.
—Era nuestro cumpleaños número quince... Mi padre nos llevó a la finca de mi madre a las afueras de la ciudad. Desde que tengo memoria mi padre fue un borracho, era violento y constantemente se ensañaba conmigo por llevarle la contra, las pocas veces que se mostraba pacífico era cuando estaba sobrio; pero ese día en específico se bebió una botella completa, y él... —se ahogó con su propia saliva y cubrió su boca con ambas manos, moviendo de una lado a otro la cabeza, sin dejar de derramar lágrimas por sus mejillas. —intentó... Abusar de mi hermana y de mí. Emilie estaba tan asustada, no puedo dejar de oír sus gritos pidiéndole que se detuviera, suplicandole que entrara en razón, repitiendo una y otra vez que eramos sus hijas. Cuando tuve oportunidad lo golpeé en la cabeza con la misma botella que se había bebido y terminó en el suelo lleno de sangre.
—¿Cómo es posible? —murmuró sin lograr asimilarlo del todo. Fue demasiada información en poco tiempo.
—Soy un monstruo, ¿verdad? —Gabriel la acercó sin dudarlo y la envolvió por completo con sus brazos, dejando que su calidez le diera algo de confort.
—No... Escúchame, nada de esto es tu culpa. Nada de lo que pasó es culpa de Emilie, ni tuya, ¿oíste? Tú lo único que hiciste fue defenderte a ti y a tu hermana, no importa de la manera en que lo veas, sólo actuaste para sobrevivir. Es una carga demasiado grande para una sola persona, y no puedo imaginar el dolor que has sentido todo este tiempo.
—Lo siento tanto... Perdón... No quería hacerlo... No quería... —negó con la cabeza desenfrenada, ahogando sus palabras en su garganta.
—Lo sé, Amelie.
—Gabriel, p-por favor no te vayas hoy... Quédate conmigo, te lo suplico.
—No me iré, tranquila.
La vida es como una montaña rusa, a veces vas en un plano, otras veces vas subiendo lentamente admirando el paisaje, hasta que de repente te toca caer en picada; pero siempre resulta ser una sorpresa, a pesar de saber lo que se viene más adelante en algunas ocasiones, no deja de sorprender.
—Todos tenemos culpas y secretos desde el corazón, y por la misma razón soy capaz de ofrecerte mi hombro para apoyarte cuando lo necesites. Aunque el futuro sea incierto, te prometo que siempre estaré para ti.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro