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Capítulo 23

3 de noviembre, 1987.

—¿Se encuentra Amelie? —preguntó Gabriel al hombre con un muy bien cuidado bigote, sus ojos azules como el mar lo inspeccionaron en silencio, hasta que lo reconoció.

—Disculpe, joven Gabriel. No lo había reconocido. —el muchacho sólo sonrió como respuesta. —la señorita Amelie no se encuentra, salió hace algunos minutos.

—¿En serio? Pareciera que nunca puedo encontrarla cada vez que vengo.

—La señorita Amelie se está esforzando mucho en sus estudios, así que pasa muy poco tiempo en la casa.

—¡Padre! ¡Ya estoy lista! —una tercera voz los interrumpió y con rapidez una joven de cabello azabache hizo aparición, recuperó su compostura cuando vio a Gabriel al lado de su padre y camufló su expresión a una seria. —disculpe, buenos días. —inclinó un poco su cabeza y el mayordomo puso sus manos sobre sus hombros con una sonrisa alegre.

—Disculpe la intromisión, ella es mi hija Nathalie. —presentó. —está un poco emocionada porque la inscribí en unas clases de idiomas. Le gusta aprender de todo lo que le pongan enfrente.

—Padre... —murmuró la joven, casi como si se quejara de que hablase de ella así.

—No sé qué opina sobre que las mujeres estudien. Disculpe mi confianza, es la costumbre con las señoritas Vanily. —el muchacho negó con la cabeza y apoyó sus manos tras su espalda.

—Me parece completamente necesario. Una mujer con cultura puede defenderse por sí sola en el mundo, no necesita de un esposo para ser feliz y mucho menos para ser alguien en la vida. —Nathalie abrió sus ojos con sorpresa, sonrió por lo bajo y esa misma sonrisa no pasó desapercibida por Gabriel. —Si ella cree que puede hacer algo, que nadie le diga lo contrario.

El mayordomo sintió una extraña emoción por sus palabras, ese joven le agradaba bastante. Palmeó dos veces los hombros de su hija y la movió en dirección a la puerta.

—Bueno, muchas gracias por sus palabras. Lamento dejarlo así, pero si no nos apresuramos llegaremos tarde.

—No hay problema, —sus grises se conectaron con los azules de la chica un momento. —que te vaya bien, y esfuérzate al máximo. —ella no pudo decir nada, se había quedado muda, nunca antes alguien le había dicho eso y mucho menos un joven de casi su misma edad.

—Por cierto, ¿es amigo de la señorita Emilie? —Gabriel casi se ahoga con su pregunta, una ola de nervios nació desde la punta de sus pies hasta la punta de sus manos, dudó en responder a decir verdad.

—S-se podría decir que si. —aclaró su garganta cuando sintió que sus cuerdas vocales se tensaban con la sola idea de verla.

—Quizás pueda ayudarle si tiene tiempo. Está en el jardín construyendo un invernadero, pero no quiere la ayuda de ninguno de nosotros, es probable que acepte su ayuda si son amigos. —se explicó con una pizca de preocupación.

—Entiendo... Veré que puedo hacer. —sin decir otra cosa, el respetable hombre hizo una pequeña reverencia y salió de la casa.

Nathalie se quedó atrás y con sus puños cerrados se atrevió a girar su cuerpo hacia Gabriel, lo miró a los ojos, esta vez con seriedad pura. El muchacho no entendía qué pasaba por su cabeza en ese instante, quizás quería pedirle algo o quizás le molestó las cosas que le dijo anteriormente, lo que sea que quisiera, lo estaba poniendo nervioso.

—Cuida de Emilie. —habló entre dientes. —y cuidado con esas manos. —entrecerró sus ojos de manera acusadora. Gabriel las alzó por inercia y se quedó quieto, observando en silencio como esa amenazante chica salía del lugar detrás de su padre.

—¿Qué fue eso? —cuestionó al aire, arregló su sombrero y dirigió sus pasos hacia el jardín de la propiedad.

Cuando volvió hacia el exterior, una brisa fría golpeó su rostro, se detuvo y observó el enorme jardín desde donde estaba, buscó a la joven con sus ojos inquietos, logrando localizarla al final del jardín en su mano izquierda.

Las nubes cubrían el cielo, de vez en cuando salía el sol, pero no el suficiente tiempo como para dar calor. Se acercó con sigilo hacia la chica, admirando en cada paso dado todo lo que era ella, su sonrisa, su cabello un poco desaliñado por la fuerza que seguramente hizo al mover los materiales por su cuenta, sus manos llenas de tierra al tomar las masetas; admiró como secaba el sudor de su frente con su brazo y como su blusa blanca estaba manchada en sus puños bajo esa jardinera que portaba.

—¿Necesitas ayuda? —susurró cerca de su oído, logrando que ella saltara asustada en su lugar, con toda la fuerza Emilie se giró y le lanzó agua encima de la regadera que sujetaba en su mano.

—¡Santo cielo! ¡Gabriel! —exclamó, dejando a un lado el agua y preocupada lo observó todo empapado de la cabeza a los pies. Él cerró sus ojos dejando escurrir las gotas de agua por su cabello, hasta perderse en la punta de su nariz. —L-lo siento, perdóname, eso te pasa por asustarme.

—¿Resulta que es mi culpa? —cuestionó con falsa indignación, y la joven no pudo aguantar la risa al verlo todo mojado. —dejame decirte que nunca ha sido mi intención convertirme en un hominido semiacuatico. No te rías. —alegó contegiandose su sonrisa. —Emilie, comportate.

—Pareces... —volvió a reír. —estás igual que el gato del vecino cuando cayó a la piscina. —Gabriel también soltó una carcajada junto a ella.

—Creo que soy mucho más apuesto que el gato del vecino. —habló con un tono sofisticadamente fingido. Emilie sacó un pañuelo de su bolsillo y se acercó a él.

—Si, si, señor apuesto. Ven aquí. —sonrió de lado y pasó con delicadeza el pañuelo por su mejilla, secando de a poco el rastro de agua. —tendrás que cambiarte esa ropa, creo que en la casa hay cambio. Por cierto, ¿por qué estás vestido así?

—¿Así cómo? —se agachó un poco para quedar a la misma altura de su rostro y sonrió.

—Me refiero a sin traje, siempre andas vestido formal. —Gabriel levantó el sombrero que había caído anteriormente de su cabeza y lo sacudió un par de veces.

—Digamos que me escapé de casa y no quería que me reconocieran en la calle, ya sabes, cosas de agente secreto. —le guiñó un ojo y ella negó con la cabeza.

—¿Y qué te trae por aquí? —preguntó dándole la espalda para continuar con su labor. —además de tomar un baño, claro está.

—Buscaba a tu hermana. —Emilie se detuvo un momento al oír su respuesta, y no pudo evitar que su sonrisa se borrara, pero rápidamente siguió en lo suyo.

—Ya veo. Amelie está tomando varios cursos, así que pasa la mayoría del tiempo fuera de casa estudiando. Pero si quieres, puedo pedirle su horario para que estés al tanto de cuando encontrarla. —su voz bajó cada vez más de intensidad, no pasando desapercibido para Gabriel, quien cruzó sus brazos y sonrió emocionado viendo cada movimiento brusco que ella hacía con las masetas.

—¿Estás celosa? —cuestionó, logrando que se detuviera en seco.

—¿Yo celosa? ¿Por qué habría de estar celosa?

—No lo sé, te ves algo molesta. —se contuvo de reír cuando ella se giró nuevamente en su dirección.

—No tendría porqué estar celosa, ni mucho menos molesta. Bueno, como no está mi hermana lo mejor es que te vayas, yo debo seguir trabajando en esto. —palmeó dos veces la mesa de madera donde se apoyaba, sin atreverse a verlo a los ojos. —cambiate esa ropa mojada o te resfriarás.

—¿Me ayudas a cambiarme? —preguntó como si nada, observando con claridad como las mejillas de la rubia de teñian completamente de rojo y sus verdosos ojos se ampliaban con sorpresa.

—¡¿Qué estás diciendo?! —golpeó su brazo frunciendo el ceño. —¡eres u-un...! —Gabriel detuvo su mano y se acercó a su rostro, casi rozando su nariz, invediendo completamente su espacio personal.

—Si, definitivamente estás celosa. —murmuró sonriendo con sorna, tentado a darle un beso, pero ella lo alejó con fuerza contra su pecho.

—Ya fue suficiente, Gabriel. Debo seguir con esto y sólo estás molestando, por favor vete. —Él se recompuso y la vio seguir trabajando en lo suyo.

—¿Por qué quieres hacer un invernadero?

—Se viene el invierno y todas mis flores se marchitaran por el frío, ya murieron varias por el otoño.

—Aunque podías pedir perfectamente que te construyeran uno.

—Mis flores, mis plantas, mi invernadero, yo lo construiré por mi cuenta. Encontré los planos de uno en la biblioteca de la casa, no está tan difícil.

—¿Sabes leer planos? —ella dio medio giro para verlo, alzando una ceja al mismo tiempo.

—¿Crees que una mujer no puede leer planos?

—Yo nunca dije eso, al contrario. Es fascinante, si yo puedo diseñar vestuarios, tu puedes leer planos y construir una casa si quieres.

—No hagas eso. —murmuró, oprimiendo sus labios.

—¿Hacer qué? —él la miró desconcertado, sonriendo de lado, incluso inclinó un poco su cabeza buscando la respuesta en su expresión.

—Eso que haces con los ojos, verme de esa forma, ya no lo hagas. Eres el novio de mi hermana, Gabriel. La última vez fui clara en que olvidaras lo que pasó, y aún me cuesta ver a mi hermana a la cara, así que ya detente.

—Vine precisamente a hablar con Amelie del tema, vine a decirle que yo te quiero a ti, Emilie. Tú hermana es realmente maravillosa, es carismática y alegre, sería un buen partido para cualquiera, pero no es de quien estoy enamorado. —se atrevió a levantar su mano y limpiar un poco de tierra que estaba en su mejilla. —eres a quien quiero y estoy dispuesto a decirlo al mundo.

—Amelie se ve feliz contigo, dice que eres lo mejor que le ha pasado en mucho tiempo. —La sonrisa que tenía Gabriel se esfumó. —Si no correspondías sus sentimientos, ¿por qué le pediste que fuera tu novia?

—Porque nos llevábamos bien y mi padre me estaba cargando muchas cosas encima, de alguna forma utilicé a tu hermana para que él me dejara en paz por un tiempo, lo siento.

—Aunque termines tu relación con Amelie, yo no podría simplemente comenzar algo contigo en sus narices, Gabriel. —Él sujetó sus brazos y limitó más la distancia entre los dos.

—Se sincera conmigo, ¿Sientes lo mismo que yo por ti?

—Gabriel...

—Por favor, dime la verdad. Si me dices ahora mismo que no, dejaré de insistir, no volverás a verme aquí y tampoco tu hermana, aunque me rompa el corazón ya no verte más, lo haré si me lo pides.

—Amelie...

—No te excuses, quiero saber lo que tú sientes, ¿puedes pensar un poco en ti en este momento? ¿Puedes pensar en nosotros? ¿Puedes simplemente imaginar que sólo existimos los dos en este lugar y nadie más? —dejó caer su frente en la de ella, cerrando sus ojos para poder sentir plenamente su calidez; envolvió su cintura con sus manos y respiró el leve aroma de su perfume mezclado con el olor a tierra mojada. —¿Qué me dirías?

—Que te quiero, que aceleras mi corazón cada vez que sonríes, que me encanta tu convicción cuando hablas de tus diseños, que eres el único que me ha hecho sentir tan frágil y fuerte al mismo tiempo, que jamás te perdonaré por robar mi primer beso sin permiso esa vez. —Gabriel logró respirar otra vez y lamentablemente su corazón no tenía por donde escapar, sólo pudo acariciar su mejilla con su pulgar y acercarse a sus labios con cautela.

—Te lo puedo devolver, sólo si quieres.

—Por ahora si lo quiero de regre... —no logró terminar su frase, Gabriel unió sus labios en un cálido y sofocante beso, apegando su cuerpo al suyo con necesidad, sonriendo por la inmensa felicidad que le causaba poder tenerla así y que sus sentimientos fueran correspondidos.

Emilie deslizó sus manos por su camiseta mojada hasta su rostro, sonriendo al mismo tiempo sobre sus labios, intentando respirar en un lapso corto en el que le permitía separarse.

—Haré las cosas bien, nos daré el tiempo que quieras también, todo. Lo prometo.

—Yo también. Hablaré en algún momento con Amelie, seré sincera con lo que siento y espero que con el tiempo pueda perdonarme.

—Todo saldrá bien. —la abrazó y dejó un beso en su cabeza, pero rápidamente la alejó de sus hombros. —lo siento, sigo mojado. —los dos rieron por lo bajo y se vieron a los ojos unos minutos.

—No te preocupes, un poco de agua no le hará nada a mi ropa llena de tierra.

Continuaron con la construcción del invernadero, Gabriel le ayudó en todo lo que le pedía y juntos avanzaron hasta tener el esqueleto armado, ordenaron las plantas a un costado mientras tanto y continuarían después de almuerzo, al menos en eso quedaron.

Entre risas y cosquillas caminaron hasta la casa nuevamente, como si no existiera nadie más que ellos, pero esa felicidad pronto se disolvió cuando se encontraron de frente con el rostro de Armand Agreste.

—Padre. —pronunció Gabriel recomponiendose al instante, Emilie hizo lo mismo tomando una distancia prudente del joven y le entregó su sombrero agachando su cabeza un poco avergonzada.

—Señor Agreste, gusto en saludarlo.

—Lo mismo digo, señorita Vanily. —respondió el hombre con una sonrisa radiante. —Gabriel, ¿qué son esas pintas? —preguntó con un tono amable. —no es posible que te presentes así con la señorita.

—Es que Gabriel me estaba ayudando con algo en el jardín, ocurrió un pequeño accidente, le pido lo disculpe. —Emilie lo miró a los ojos sin titubear, sabía que sólo se mostraba cortés con Gabriel porque ella estaba presente.

—Ya veo, no hay problema. De hecho me encontré con tu novia Amilie cuando salía de una reunión, como no te animabas a pedírselo de una vez, le entregué el anillo que compraste para ella el otro día. —Gabriel no entendía qué demonios estaba hablando su padre, él no había comprado ningún anillo; miró a Emilie y de manera muda negó con la cabeza casi imperceptible. —estaba sorprendida y feliz, de hecho la traje a casa, está afuera hablando con su madre y tu hermana.

—Padre... Yo no...

—¡Gabriel! —apareció la muchacha y rápidamente lo abrazó del cuello. —¿por qué no me dijiste antes? —preguntó con una enorme sonrisa. —no tenías que sentir pena conmigo. —ella se alejó un poco para verlo. —¿por qué estás tan sucio? —cuestionó con una pequeña risa emergiendo de sus labios.

—Amelie, yo realmente no...

—Felicidades, hermana. —Habló Emilie interrumpiendo sus palabras. Gabriel abrió sus ojos y la miró preguntandole qué es lo que hacía, pero ella esquivó cada una de sus preguntas mudas. —Me alegro mucho por ti y Gabriel.

—Gracias, eres la mejor del universo. —Amelie la abrazó con fuerza, y ella sólo pudo corresponder viendo el suelo en completo silencio. —necesitaré tu ayuda para organizar todo.

—Cuenta conmigo. —volvieron a separarse. —bueno, yo iré a cambiarme esta ropa. —se señaló a si misma y se despidió de los demás con una mirada.

—Emilie... No... —Gabriel aún perdido en todo lo que pasaba, la siguió por inercia y tomó su mano antes de que subiera los primeros escalones —Emilie, nosotros... —ella se soltó de su agarre con brusquedad y sonrió con falsedad.

—No, tu padre nos está mirando. Por favor, desde un principio supe que esto no funcionaría. —sin decir otra cosa, Emilie aceleró el paso por las escaleras y Gabriel sólo pudo verla desaparecer en una de las tantas habitaciones, con el corazón paralizado y casi desgarrandose en su mano.

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