Capítulo 19
12 de octubre, 1987.
La mesa estaba en completo silencio, sólo se podía percibir los cubiertos siendo removidos en cada bocado. Gabriel a penas y tocaba su comida; su padre limpió su boca con una servilleta y la arrojó sobre el mantel con fuerza.
—¿Se puede saber qué te pasa que no comes? ¿Te comió la lengua el gato? ¿No es lo que el señorito desea? —El muchacho bajó su mirada al plato sin responder. —¡no sirves para nada! ¡Mira a tu hermana! —gritó lo suficiente como para que las venas en su frente se marcaran, apuntando a la joven sentada al lado de Gabriel. —dos años menor que tú y ya tiene a un Bourgeois comiendo de la palma de su mano.
—Armand, por favor. —pidió su mujer con un poco de temor.
—Silencio mujer, estoy hablando con el malcriado de tu hijo.
—Media hermana. —respondió sin previo aviso, ganándose la mirada llena de veneno de su padre.
—¿Qué fue lo que dijiste, mocoso? —cuestionó apretando sus dientes. Su madre no pudo hacer más que empujar su pie bajo la mesa para que guardara silencio.
—Dije que Audrey es mi media hermana. —repitió levantando sus grises del plato para ver los fríos ojos del Agreste mayor sin titubear. —después de todo es producto de una de tus tantas aventuras, ¿no?
—¡Insolente! —Armand se puso de pie casi al mismo tiempo que Gabriel, caminó en su dirección con rapidez y lo tomó del cuello de la camisa. —¿cómo te atreves a hablarme en ese tono?
—Cariño... Por favor... —suplicó la señora Agreste, levantándose también de su sitio. —Gabriel, pídele disculpas a tu padre.
—¿Por qué habría de hacerlo? Sólo dije la verdad. —el hombre cerró su puño y le dio un golpe directo en la boca. —la verdad duele, ¿no es cierto? —viéndolo en el suelo pateó su vientre con la misma intensidad de su rabia, al igual que sus costillas.
Gabriel perdió el aire unos segundos, tosió la sangre que se había acumulado en su boca, viendo como manchaba el piso; sus manos comenzaron a temblar involuntariamente, y aún así volvió a mirar a los ojos a su padre.
Audrey saltó en su sitio al oír el impacto, no quiso voltearse un poco; parecía que su hermano no aprendía nunca, él conocía bien a su padre como para saber las cosas que lo hacían perder la cabeza; quizás lo hacía apropósito, ¿con cuál motivo? No tenía la mínima idea, pero luego le preguntaría la razón esta vez.
—¡Eres un bueno para nada! ¡¿Crees que sirven de algo tus dibujitos?! ¡Más te vale que corrijas esa actitud de maricón que tienes!
—Ignorante. —musitó, sintiendo el sabor de la sangre mezclarse con su saliva.
—¿Por qué no haces algo bueno de una vez y te comprometes con tu novia Amelie? —tomó su brazo y lo levantó sin medir la fuerza. —Las Vanily son la mejor opción para nuestro negocio y lo sabes muy bien. Amelie es la mayor y se hará cargo de todo cuando sea mayor de edad.
—No pienso casarme con ella para que te adueñes de su herencia. —apretó sus manos desafiante. —no te daré en el gusto, padre.
—Que estúpido resultaste ser. Cuanto desperdicio veo ante mis ojos; eres una vergüenza. —alzó una de sus manos y lo apunto volviendo sus ojos a los de su esposa. —tu hijo no es más que una decepción y todo es tú culpa por como lo criaste. Tiene todo el cerebro para hacerse cargo del negocio familiar, pero prefiere vivir en un mundo de fantasía y de maricones que disfrazan a la gente.
—¡Audrey también quiere diseñar y tu no le dices nada!
—Audrey es mujer, y ella tendrá un marido que se hará cargo de los negocios. De lo único que debe preocuparse tu hermana es de criar a sus hijos cuando los tenga. A diferencia tuya que debes proveer para un hogar y mantener el apellido de los Agreste como corresponde.
—Padre... Si me dejaras ir...
—¡Dije que no!
—¡Sería el mejor! ¡Podría comerme al mundo! —llevó una mano a su pecho y respiró profundo. —¡estarías orgulloso de mí!
—¡Entiende de una vez Gabriel! ¡Mientras yo viva nunca serás un diseñador! —Esas palabras lograron que sus ojos se nublaran un momento, pero simplemente sonrió con sus dientes rojos por la sangre; aunque lo intentara mil veces, su padre jamás lo aceptaría y jamás lo apoyaría en lo que él realmente quería para su vida.
—¿Sabes qué? Aunque sobrepase tus expectativas, nunca será suficiente para ti. —rió de manera amarga y débil.
—Padre, estuve hablando con André y está muy interesado en poner capital en nuestra empresa. —habló Audrey por primera vez, viendo sobre su hombro a su hermano con una sonrisa arrogante. —¿Quieres que hablemos de eso? Creo que es mucho más importante.
—Claro, cielo. —respondió el hombre con un tono más calmado, volviendo a su lugar en la cabecera de la mesa.
Gabriel se quedó ahí parado un minuto, como si no existiera, como si fuera otro mueble del lugar, hasta que no pudo soportarlo más y salió a toda prisa de su casa como alma que lleva el diablo.
—¡Gabriel! —oyó a su madre llamarlo, pero la ignoró por completo.
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—¡Santo cielo! ¡¿Qué te pasó?! —Emilie abrió sus ojos por completo y se acercó examinandolo de cerca.
—Nada en realidad, un pequeño accidente... ¿Se encuentra tu hermana? —la chica negó con la cabeza. —ya veo... Es que necesitaba hablar con ella.
—Hoy saldría con sus amigas de compras, así que lo más probable es que llegue más tarde o en la noche. —Gabriel asintió algo resignado y cuando se iba a dar media vuelta ella lo detuvo del brazo. —¿T-tienes hambre? —se atrevió a preguntar soltandolo cuando captó su atención. —es que hoy hice algunos pasteles y me preguntaba si quisieras comer uno.
—Gracias por tu ofrecimiento, Emilie. Pero iba a ir al parque a dibujar un rato, necesito despejar mi mente. —ella miró el piso con tristeza y sacudió su cabeza.
—Está bien, entiendo. —se adentró a la mansión y ya detrás de la puerta la juntó lentamente viendo sus ojos algo perdidos a la distancia, como si se estuviera debatiendo en si quedarse o irse.
—Quizás algo dulce no me venga nada mal. —comentó justo antes de que ella cerrara por completo. Se vieron unos segundos a los ojos y se sonrieron.
Emilie le dio el pase libre hacia su casa, quien con recato miró el lugar vacío y silencioso. Sus pisadas hicieron eco en el suelo de mármol, estaba seguro que si un alfiler caía ahí podría oírse desde el otro extremo del jardín.
—¿No hay nadie? —ella no se volteó y caminó en dirección a la cocina, seguida de él.
—No. Como Amelie saldría, les dije que podían irse a descansar y que yo me haría cargo sola de mis cosas.
—Ya veo... ¿Y no te da miedo? —la joven se detuvo un momento al escuchar su pregunta, pero siguió caminando hasta dar con una puerta blanca; la empujó y dejó ver la cocina en todo su esplendor, se podría decir que había un poco de desastre en ella.
—Perdón el desorden, digamos que me emociono un poco practicando. —Gabriel se contuvo de soltar una risa al ver el mesón casi tapado en harina. —justo iba a limpiar cuando tocaste el timbre, pero mira... —tomó una bandeja con algunos pastelitos ya decorados. —creo que no quedaron tan mal esta vez, al menos tengo la seguridad de que puedes probarlos sin enfermar.
—Eso me da mucha confianza. —bromeó extendiendo su mano para tomar uno, pero ella los alejó de su alcance desconcertandolo al instante. —hey. —se quejó.
—Primero voy a revisar tu herida. —habló con seriedad y corrió uno de los taburetes logrando hacer que tomara asiento. —eso es. —le dio la espalda y se agachó sacando un pequeño botiquín de uno de los tantos cajones. —veamos. —sacó una gasa, la empapó con un poco de agua oxigenada y se acercó a él nuevamente, tomando sus mejillas para acomodar su rostro. —es un golpe bastante feo.
—Torpeza mía. —hizo una mueca. —acomodaba unas cosas en mi habitación y acabó golpeandome por accidente. —los ojos de ella lo vieron poco convencida. Limpió su labio con cuidado, sobretodo cuando se quejó brevemente.
—Pues, tiene la mano bastante pesada esa cosa de tu habitación, incluso me atrevería a decir que tiene un anillo muy grande también. —los grises de Gabriel no sabían dónde ocultarse. Emilie no tenía un pelo de tonta y ya debería saberlo de sobra. —tranquilo, si no quieres decirme quién te hizo esto lo entiendo. Sólo no me trates como si fuera estúpida.
—Fue mi padre. —Emilie se detuvo unos segundos antes de volver a su acción, acomodando su mentón con su otra mano. —dije algunas cosas que sabía que le molestarían.
—¿Por qué hiciste eso? —se concentró en su labio, esperando que hablara. —digo, si sabías que lo molestaría...
—Porque es la única forma en la que me prestaría atención. Si estuviera "normal" simplemente me ignoraría como acostumbra cuando intento hablarle de... —no terminó su oración.
—¿De...? —Gabriel quitó su mano con una mueca y ella se apoyó en el mesón sin perderle de vista.
—De mi sueño. —el pecho del joven se apretó casi tanto como su estómago. Emilie ya sabía lo que él quería hacer con su vida, pero de todos modos sentía miedo de que lo juzgara como su familia lo hacía. —de ser un diseñador, de querer ir a la escuela de modas. Siento muy dentro de mi que es lo mío, que es para lo que nací y creo que puedo ser alguien importante de verdad.
—Gabriel, pienso que nadie puede decirte lo que debes hacer con tu vida, es tuya y te pertenece sólo a ti. —él dejó ir el aire que contenía y se sintió tan pequeño de repente, con las ganas más grandes nacientes en su pecho de soltarse a llorar como un niño indefenso. —no necesitas la autorización de tu padre para seguir tu sueño. Sólo debes intentarlo.
—¿Y qué pasa si fracaso? ¿Qué pasa si resulta que él tiene razón al final?
—Un fracaso no le hace mal a nadie, es parte del aprendizaje, pero... ¿Le darás el gusto de tener la razón al rendirte?
—No, pocas veces le doy la razón a alguien. —ella sonrió y botó a la basura la gasa manchada con un poco de sangre.
—Entonces ya tienes tu respuesta, no necesitabas más que un pequeño empujón. —hizo la acción contra su abdomen y su rostro se desfiguró por el dolor. —¿te lastimé? —preguntó alarmada, pero Gabriel negó con la cabeza cubriendose con sus manos.
—No, no es nada.
—Levanta. —ordenó frunciendo el ceño, pero al ver que no le hacía caso quitó sus manos y lo hizo ella. —tu padre es un completo salvaje, ¿cómo se atrevió a hacerte esto? —tocó con sus dedos su abdomen y sus costillas que estaban tomando un color violáceo. —quítate la camisa, te pondré un poco de hielo.
—Emilie, no es necesario... —ella volvió a verlo completamente seria, así que no tuvo más opción que obedecer. Desabotonó su camisa frustrado, ya brumado porque ella parecía tener más control sobre su persona que él mismo. —en serio no necesito nada. —la rubia sacó de la nevera una bolsa de hielo y la empujó contra él, aguantando una carcajada cuando se sacudió por el frío. —¡Está helado!
—Obvio, es hielo. —sus hombros temblaron por la pequeña risa que no logró contener. —Que tonto.
—Te divierte mi sufrimiento. —acusó entrecerrando sus ojos, viéndola detenidamente aunque ella mantuviera su mirada en la bolsa de hielo que aún sostenía con su mano contra su cuerpo. —cuanta crueldad, señorita Vanily.
—¿Cómo te atreves a acusarme de semejante blasfemia? —cuestionó en un tono poco convincente. —yo que lo único que he hecho es curar tus heridas. —dramatizó.
—Ni tu te la crees. —los dos se soltaron a reír a carcajadas. —ay... No hagas que ría así, es doloroso. —quitó la bolsa dejándola sobre el mesón.
—Lo siento, lo siento. —tomó aire para calmarse. —Bien, iré por una pomada para aplicarte un poco. Espérame. —se giró, pero él sujetó su muñeca levantándose en el acto. —¿ocurre algo?
Gabriel avanzó dos pasos en su dirección, haciendo que chocara contra el mesón; su nariz rozó la suya en una suave caricia, y completamente tentado por lo que su corazón le gritaba con locura, se acercó a sus labios hasta sentir su cálido aliento chocarle.
Emilie estaba completamente inmóvil, perdida en su cercanía y en los nervios que se apoderaban de sus piernas, las cuales comenzaron a temblar desde sus rodillas. Su pecho subía y bajaba errático por el latir desenfrenado de su corazón, ¿esto era real o era otra de sus tantas fantasías?
—Emilie... —torpemente ella alzó su otra mano para marcar distancia, tocando su pecho descubierto y derritiendose con el contacto de su piel desnuda. —dime que no soy sólo yo quién siente esto. —susurró, provocando que sus miradas se encadenaran infinitamente. Al no recibir una respuesta clara extinguió más la distancia de sus bocas.
—N-no... —se negó, pero ya era demasiado tarde.
Gabriel unió sus labios, el deseo fue más fuerte; soltó su muñeca apegando su cuerpo desde su cintura, deslizó una de sus manos por su mejilla e hizo el beso más profundo e intenso. Emilie correspondió con torpeza, sintiendo sus mejillas enrojecer cuando su lengua acarició con suavidad la suya, lo quería y lo anhelaba tanto, pero no estaban haciendo lo correcto.
—No. —se apartó cubriendo su boca con el dorso de su mano. —eres el novio de mi hermana, esto está mal.
—Pero...
—¡No! ¡No debiste hacerlo! —Gabriel sostuvo sus hombros sin dejar de ver sus gemas verdes lagrimear.
—Emilie, yo te q...
—No lo digas, por favor. Esto fue un error de los dos, olvidemos que esto pasó. Tú te sentías mal por lo de tu padre y yo estaba un poco abrumada... Fue sólo un momento de debilidad, fue mero consuelo por parte de ambos.
—Emilie, ¿qué dices? —la vio con tristeza. —no eres un premio de consolación, no fue un error para mí. Quería besarte, deseaba besarte hace mucho... No tienes idea cuánto me he contenido de hacerlo.
—¡Emilie! ¡Ya llegué!
Se oyó la voz de Amelie hacer eco en el salón, junto al ruido de unas bolsas que dejaba en el piso.
—Escúchame, olvídate de esto. Esto jamás debió pasar, Gabriel. ¿Me oíste? —se alejó de él conteniendo las lágrimas en sus ojos.
—Terminaré mi relación con tu hermana, después vendré por ti y te explicaré todo. —ella negó con la cabeza y cubrió su rostro. —vendré por ti, porque estoy enamorado de ti.
—Gabriel... —él le siseó posando sus dedos sobre sus labios.
—Oh, con que aquí estás. —habló la otra rubia con una sonrisa enorme que se amplió aún más al ver a su novio en su casa. —Gabriel, ¿qué haces aquí? —preguntó acercándose, notando qué su camisa estaba abierta y tenía un gran hematoma. —¿qué fue lo que te pasó? —su expresión se volvió a una cargada de preocupación.
—Tuvo un pequeño accidente, lo golpeó un auto y lo trajeron aquí como no era nada de gravedad. —mintió Emilie, evitando la mirada de su hermana a toda cosa. —bueno, ya que estás aquí sigue atendiendo a tu novio. —le dio una mirada apagada al joven y caminó hacia la salida. —iré a recostarme un rato, estoy algo cansada.
—Gracias hermanita. ¿Quieres que te prepare un té? —ella no respondió y sólo desapareció de la cocina en silencio. —¿qué le pasó? —preguntó a Gabriel extrañada, y este sólo se encogió se hombros.
—No lo sé... —susurró viendo repetidas veces por donde se había marchado. —estaba algo decaída nada más.
—Ya veo... ¿Te duele mucho? ¿Quién fue el tonto que se atrevió a atropellarte? —él sólo se limitó a sonreír. —te traeré una pomada y luego limpiaré este desastre que dejó Emilie, de seguro estuvo toda la mañana practicando. —rió con gracia. —últimamente le ha interesado mucho la repostería. Es raro porque no suele comer muchas cosas dulces.
—¿No? —cuestionó y su novia asintió, dando medio giro para ir por el ungüento. —y a mi me me encantan las cosas dulces. —sonrió por lo bajo recordando el toque de sus labios de hace unos minutos atrás.
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