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Capítulo 18

18 de Agosto, 1987.

La noche acompañaba la ciudad, una brisa cálida se hacía presente de vez en cuando y la emoción en el rostro de los invitados era notoria.

—Ya sabes lo que debes hacer Gabriel, comportate y saluda a las cumpleañeras como es debido, son casi de tu misma edad, no debería ser un problema. —el muchacho rodó sus ojos grises, bebiendo un pequeño sorbo de su copa de champagne.

—Lo tengo más que claro, padre. —respondió por lo bajo con un tono serio.

—Y no hagas tonterías. Estás más que advertido, jovencito. Que tu cabeza me sirva no quiere decir que puedas hacer lo que se te da la gana. —el hombre apuntó su pecho con brusquedad, cosa que no pasó desapercibida por su mujer.

—Cariño, dejemos al niño divertirse un poco. Además, acaba de llegar el embajador. —tomó su brazo con una sonrisa dulce fingida, viendo a su hijo un momento para darle la señal de tener la libertad de irse. —Gabriel te estuvo ayudando con los negocios toda la semana, ¿verdad? Si habla con los demás invitados quizás haga nuevos amigos... Y con amigos ya sabes a que me refiero. —susurró en su oído.

—Bien, retírate. —accedió cambiando su expresión a una sonrisa amable cuando se acercaron elegantes personas a ellos.

Gabriel suspiró y rodó los ojos con cansancio; se alejó lo más que pudo de sus padres y se quedó en una orilla del salón, admiró una que otra pintura y luego los arreglos florares, los cuales no estaban tan mal para su gusto. Sin duda, odiaba ese tipo de eventos, prefería mil veces estar en el jardín de su casa garabateando un poco en sus cuadernos o yendo al parque para encontrar algo de inspiración al ver los últimos diseños de temporada que portaban los más afortunados.

Se permitió observar a cada invitado en el gran salón, miró desde sus costuras mal hechas, hasta sus sonrisas fingidas, incluso se acercó disimuladamente al grupo de mujeres que no hacían más que chismear, sólo para estar al tanto de ciertas cosas. Un hombre informado vale por mil, al menos es lo que su padre siempre le decía.

—Que escándalo. —murmuró una mujer con una risa bastante siniestra. —dicen que una de las hermanas se ha metido con medio París, yo ni soñando traería a mi hijo a esto, por mucho dinero que tengan.

—Las malas lenguas dicen que incluso una de estas niñitas ya estaba embarazada, que escándalo, y sin casarse.

—Lamentable el accidente de sus padres, de lo contrario no tendrían esa educación tan denigrante.

—Denigrante ha de ser hablar tanta estupidez junta, señora Lefevre. —Habló Gabriel sin pelos en la lengua. —ahora entiendo la educación de su hijo Albert, quien se la pasa borracho en los bares de dudosa procedencia hasta el amanecer. La última vez que lo vi se había hecho en los pantalones y estaba durmiendo en el parque. —rió con gracia ante los desorbitados ojos que puso la mujer, y con esa misma postura elegante y sofisticada se alejó como llegó a la conversación, dejándolas con la naciente vergüenza en sus enrojecidos rostros.

Un hombre alto, de ojos azules y un bigote bien cuidado, se paró al inicio de las grandes escaleras; portaba un traje elegante y unos guantes blancos a juego, sacó el reloj de su bolsillo y aclaró su garganta llamando la atención de todos.

—Buenas noches a todos nuestros queridos invitados. Estamos aquí reunidos para la celebración del cumpleaños número diecisiete de Amelie y Emilie de Vanily. Esperamos estén pasando un buen rato, y sin más que mencionar pido un aplauso para las anfitrionas esta noche. —hizo una pequeña reverencia y los ojos de todos se posaron en las dos mujeres que bajaban por las escaleras.

Gabriel dio dos pasos hacia atrás, observando detenidamente a las gemelas, que si bien oyó en más de una ocasión que eran tan bellas como su madre, ahora lo confirmaba. Pero eran opuestas en todo sentido, se notaba a leguas la personalidad marcada de cada una, mas como un imán inevitablemente atrayente, una de ellas hizo contacto visual con sus ojos, atrapandolo en seguida y logrando que un impulso naciera desde su pecho.

Todos aplaudieron durante el pequeño recorrido de ambas hasta el salón, se mezclaron con la gente, saludaron a algunos conocidos, hablaron entre risas con otros y se mostraron con respeto con los de más avanzada edad.

Gabriel podía reconocer que se desenvolvían bien en la sociedad, mostrarse simpáticas con los jóvenes de su edad y con la suficiente sofisticación para quienes podrían ser futuros socios en la empresa de su familia.

Se había animado a entablar una conversación con una mujer solitaria, quien no hacía más que hablarle de uno de sus perros que tuvo que dejar en Londres para poder ir a esa fiesta en nombre de su esposo. La mujer no paraba de hablar, pero él la oía con gracia a pesar de que ya se estuviera aburriendo, pero la razón de permanecer ahí es que una de las gemelas conectaba miradas con él de vez en cuando, y no era tonto como para no percatarse de que había llamado el interés de una.

—Buenas noches. —una voz femenina llegó a sus oídos, era un tono dulce y travieso, que no dejaba en nada a la imaginación de cómo era ella. —¿Quieres que te salve de este tormento? —susurró cerca de su oído, alejándose al instante para saludar a la mujer de avanzada edad. —Que hermoso vestido eligió para esta noche señora Johnson, le queda de maravilla.

—Muchas gracias mi niña, espero que este sea un muy feliz cumpleaños para ti y tu hermana, mi marido no pudo venir lamentablemente. —la muchacha asintió con una sonrisa de oreja a oreja. —pero yo estoy aquí en su nombre, además, no podíamos dejar de acompañar a las hijas de nuestro querido amigo.

—Mi padre de seguro estaría muy contento. —tomó su mano y la apretó un momento. —por cierto, creo que la buscaba la señora Williams, es posible que quiera beber un trago con usted.

—¿De verdad? Iré a saludarla entonces, no hay que  dejar esperando a nadie. —la mujer palmeó dos veces la mano de la joven y se despidió de Gabriel con un gesto amable para después darse media vuelta y buscar a la mencionada señora Williams.

—¿Eres consciente que la señora Williams falleció el año pasado? —cuestionó el varón alzando una ceja en su dirección. La chica soltó una carcajada despreocupada y cubrió su boca.

—¿De verdad? Lo había olvidado, sólo quería sacarte del aprieto. Además, de seguro encontrará a otra señora Williams, no es como que aquí no estuviera lleno de gente similar. —le guiñó un ojo, tomando de sus manos la copa de champagne que aún sostenía. —¿qué bebes? —cuestionó ingiriendo  un poco.

—No es de mi gusto, pero te hace ver elegante sostenerla. —bromeó, logrado que ella soltara una carcajada.

—Las apariencias lo son todo en esta sociedad. —ella optó por una postura con más soltura, viendo detenidamente el rostro del joven. —Amelie de Vanily, un placer. —se presentó extendiendo su mano, y él la sostuvo dejando un beso en el dorso.

—El placer es todo mío. —miró sus hermosos ojos verdes, tan profundos y oscuros como el verde de una piedra preciosa, naciente en la montaña más recóndita de algún exótico paraíso. —Gabriel Agreste.

—Gabriel... —sonrió de lado y mordió su labio inferior un momento. —creo que mi noche acaba de mejorar.

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Poco a poco el salón se había vaciado, en su mayoría sólo quedaban algunos jóvenes que sus padres autorizaron a quedarse más tiempo y disfrutar de la noche. Gabriel buscaba disimuladamente a la deslumbrante chica con la que pasó casi toda la celebración entre bromas y acercamientos sugerentes, caricias discretas e invitaciones insospechadas. Amelie de Vanily tenía un no sé qué, que lo atraía inmensamente; podía perderse con facilidad bajo su vestido si se lo pidiera, aunque no fuera de esos que sólo buscan una noche y nada más, pero por esta ocasión era tanto el deseo que había provocado que se sentía abrumado de no encontrarla por ninguna parte, al menos quería admirarla un poco más y pasar lo que quedaba de la fiesta juntos.

Buscó en varias habitaciones hasta que la encontró, estaba sentada en una pequeña banca mirando el jardín por uno de los balcones. Su espalda tersa y descubierta por el vestido brillaba con la luz de la luna y su largo cabello rubio acompañaba a la perfección su silueta.

—Por fin te encuentro. —habló en un tono suave, recuperando el aliento perdido. La joven dio un pequeño salto y se giró limpiando su mejilla rápidamente. Gabriel se detuvo frente a ella y la miró con preocupación. —¿estás llorando? —ella negó y sorbió su nariz. —¿estás bien? —tomó su mano, sin quitar su expresión afligida al verla tan decaída, ni se acercaba a verse como hace unas horas atrás, toda esa energía radiante se había esfumado quién sabe a dónde. —Amelie...

—Yo no soy Amelie. —ella frunció ligeramente el ceño y se soltó de su agarre con brusquedad. —soy Emilie. —y entonces Gabriel se percató con más claridad de su vestido, no era el mismo que portaba su hermana y para que hablar de sus ojos, los de esa chica eran tan intensos como dos esmeraldas, incluso se atrevería a decir que con un amarillo en el centro, dándole un aire felino a su mirada. —Si buscas a mi hermana es probable que esté en la cocina buscando más alcohol.

Gabriel se desparramó mentalmente, claro, había olvidado completamente que las cumpleañeras eran dos y que para más remate eran gemelas, por un instante sólo se había concentrado en la más extrovertida de las dos.

—Discúlpame, no quise ser descortés. —pidió arrepentido, no ganando más que una mirada seria de parte de la rubia.

—Yo tampoco quiero ser descortés, pero prefiero estar sola. —cruzó sus brazos y se puso de pie hasta alcanzar la baranda del balcón.

Él la observó en silencio y por muy extraño que le pareciera se quedó ahí, algo le impedía moverse, quizás fue el hecho de haber logrado ver una que otra lágrima cuando recién entró, o quizás era su lado travieso que quería molestarla al verse tan seria, no lo tenía claro, pero estaba intrigado. Amelie y Emilie eran dos gotas de agua por fuera, pero por dentro ni se acercaban en tener alguna similitud.

—No deberías estar tan triste, es una fiesta después de todo. —comentó, avanzando pausado hasta quedar a su lado, viendo el jardín en su misma dirección. —a menos que no te gusten las fiestas.

—No es que no me gusten las fiestas, no me gusta esta en específico. —no lo miró, ¿qué quería ese joven? Fue muy clara cuando dijo que prefería estar sola.

—Ya somos dos. —él rió por lo bajo. —me refiero a que en general a mi no me gustan las fiestas.

Se sentía bien hablar con ella, muy a pesar de mostrarse inexpresiva con su presencia, había un aire que facilitaba entablar una conversación. La voz de Emilie era tan calmada y suave, pero también tosca si se lo proponía.

—¿Me dirás por qué llorabas?

—En el hipotético caso de que si estuviera llorando, ¿por qué te lo diría? Eres un completo extraño, quién además buscaba a mi hermana. ¿No deberías ir por ella? —volteó a verlo con indiferencia.

—Hasta que por fin me miras. —sonrió conectando sus ojos al instante. —soy Gabriel. —le extendió su mano. Ella sólo la miró y luego a él, volviendo a girar su cabeza hacia el jardín.

—No te pregunté. —desconcertado por su respuesta, admiró su perfil en silencio. ¿Dijo algo malo? ¿Por qué esa chica era tan... Rara?

Emilie ojeó a su acompañante con disimulo, sus cejas formaban una expresión de desconcierto, se veía muy bien vestido y peinado, era obvio que pertenecía a una buena familia, como casi todos los que habían ido a la celebración. Suspiró y se abrazó a sí misma, a los pocos segundos sintió como él ponía su saco sobre sus hombros, la calidez que aún conversaba la prenda la envolvió casi por completo al igual que su suave perfume; inevitablemente lo miró a su costado.

—Eres muy raro. —comentó haciéndolo reír.

—Me gusta entablar conversaciones con personas interesantes, aunque esas conversaciones a veces sea sólo admirar la belleza de un jardín. Los silencios de las personas proyectan diversos colores en mi cabeza. —los verdes de ella se abrieron un poco al oírlo, no recordaba haber oído antes algo similar con ninguno de los jóvenes esa noche.

—¿Y qué haces con todos esos colores? —preguntó en un susurro, ganándose aún más su atención.

—Dibujar, aunque no es que mi padre esté muy de acuerdo con eso. Creo que el viejo no es muy abierto respecto al arte.

—Suena más a que quieres poner en las personas colores según su proyección.

—Astuta. —él miró hacia al frente nuevamente. —hago diseños, intento poner lo impensable en personas que veo en el parque o por la calle. En su mayoría son tan carentes de originalidad e imaginación.

—Para un artista a veces el mundo puede verse algo aburrido. —su voz bajó de intensidad. —es horrible sentirte atrapado en una jaula invisible y que impidan que puedas ver el mundo con tus propios ojos.

—¿Te sientes atrapada?

—No exactamente. Quizás si, no lo sé... Es posible que yo misma sea quien tiene una jaula en su corazón, pero puede ser mejor si quieres guardar secretos.

—Aunque... Hay secretos que pueden ser compartidos. Claro, si encuentras a la persona adecuada para contárselos. —él tocó dos veces su hombro llamando su atención, peinó su cabello tras su oreja y luego abrió sus manos frente a sus ojos; una mariposa blanca agitó sus alas posada en uno de sus dedos.

—¿C-cómo hiciste eso? —preguntó asombrada, sujetando sus muñecas para admirar más de cerca la mariposa que no osaba ponerse a volar. —increíble. —sonrió por primera vez con sinceridad, mostrando un brillo de emoción en sus ojos.

Gabriel sintió su corazón acelerarse al ver su rostro desbordando alegría y sorpresa, sus cálidas manos aún sujetando las suyas fueron su perdición, casi tanto como sus gemas verdes perdidas en el insecto. Sintió su rostro arder un poco, una extraña sensación emergió por su estómago y una electricidad se extendió hasta la punta de sus pies.

—Haces magia. —susurró elevando sus ojos en su dirección. La cercanía era escasa, casi tanto que poco les faltaba para sentir sus respiraciones y oír el latido de sus corazones.

—Sólo es un pasatiempo, pero es un completo secreto. —le sonrió de lado. —bueno, ahora es un secreto tuyo y mío. —la mariposa de repente voló hacia el jardín y ambos la siguieron con la mirada, sin soltar sus manos. —Por cierto... —murmuró y voltearon al mismo tiempo. —Feliz cumpleaños, Emilie.

—Gra-gracias. —respondió percatandose de su cercanía y se separó con algo de torpeza, aclarando su garganta, viendo hacia otro lado para que no notara que su rostro se había sonrojado hasta sus orejas.

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