Misión en Alejandría (Parte 3 - Leo)
LEONARDO
"Te protegeré. Todo va a estar bien, no permitiré que nada malo te pase."
Esa era la frase que siempre me decía mi hermano Steph ya fuera cuando el matón de la escuela me hacía bulling o cuando un mafioso me secuestró por ser el hijo de unos senadores. Y según iba creciendo, más rabia me daba y era yo el que deseaba ser lo suficientemente fuerte para poder ser el que se la decía a otras personas.
Así que una vez superado el trauma de transformarme en un mutante con súperpoderes, la oferta de Sergey de que me uniera a su organización secreta fue como si el deseo que todos los años pedía al soplar las velas, al fin se hacía realidad.
En un mundo cada vez más dominado por las tecnologías, mis poderes probablemente me volvían la persona más poderosa del mundo. Podía haberlos usado para convertirme en un súperhacker y hacerme ridículamente rico... o volverme un terrorista cibernético. Pero lo cierto es que yo ya venía de una familia rica y convertirme en un criminal como que no me atraía... ni siquiera para ser una especie de Robin Hood del siglo XXI. En S.E.X. vivía aventuras increíbles y mis compañeras eran las mujeres más valientes, inteligentes y hermosas del mundo.
El único inconveniente era que mi contrato me exigía llevar esta vida en absoluto secreto y eso implicaba mentirle a toda mi familia y amigos. Implicaba mentirle a Steph. Y eso me dolía, pero me decía una y otra vez que ahora era yo el que estaba devolviéndole el favor protegiéndole. Así que me sentí un poco mal cuando tuve que decirle que me iba a Alejandría con gente de la universidad a estudiar el arte antiguo. Últimamente me había mostrado muy interesado con todo lo relacionado con el Antiguo Egipto, así que no le extrañó. Ser el mejor amigo de Cleopatra VII es lo que tenía; te cambiaba la vida.
Una nueva aventura estaba empezando; la fuerte brisa marina me despeinaba el pelo, aunque toda la basura del mar estropeaba el romanticismo y me hacía sentirme mal por el mundo en el que vivíamos, aunque me habían contado que el gobierno por fin estaba tomando medidas.
JD estaba serio, como siempre durante una misión. Supongo que en su interior era más que consciente de que dejar a Cam atrás no era buena idea y ahora le estaba dando vueltas, por eso se obligaba a poner ese rostro de dios griego inmisericorde.
El yo de unos meses atrás habría protestado, pero había aprendido por las malas las graves consecuencias de rebelarme contra mis superiores públicamente y aprendí que no debía de hacerlo nunca más. Así que me despedí de Cam y me dispuse a colocarme el equipo para nadar.
JD y yo nos zambullimos en el agua. En ese agua que no era del color más apetitoso. Por suerte, en alta mar todavía se veía más azul que marrón. Decidí concentrarme mejor en el hecho de que estaba nadando sobre las ruinas de una antigua civilización. Debí de concentrarme mucho, porque empecé a sentir un hormigueo por todo el cuerpo y el agua se puso helada de repente. Yo que estaba acostumbrado al Mediterráneo, sentí que de pronto había cruzado un portal hacia el Polo Sur, pero no. Lo que había pasado es que me había atrapado una concentración de energía fantasmagórica que me arrastró a las profundidades.
El tiempo empezó a transcurrir a cámara lenta. Sacudí los brazos; obligándome a subir a la superficie, pero una decena de brazos fantasmales me rodeaba y tiraban de mí hacia el fondo. Los oídos empezaron a dolerme agudamente; sentía que el corazón se me iba a reventar. Y una luz blanca y brillante salió del fondo y pude ver a las almas en pena, cubiertas en túnicas de algas y crustáceos, desfilando por los restos de su ciudad fantasma.
La luz se expandió aún más, envolviéndome. Me entró mucho sueño... y me dormí.
Me despertó JD, gritando mi nombre bruscamente ya en la orilla. Era la primera vez que le oía hablar en italiano y eso me hizo gracia, aunque no debería haberme sorprendido sabiendo que él era el hijo de un capo italiano.
—¿De qué te ríes? —me regañó—. ¡Me has dado un susto de muerte!
—Lo siento. Unos fantasmas me atraparon y...
Cualquier persona se habría burlado de mí o se habría pensado que tragué demasiada agua salada, sin embargo JD ya estaba acostumbrado a tratar con fantasmas y demás criaturas sobrenaturales. Al igual que yo, él también era un mutante, aunque en su caso corría sangre angelical por sus venas y su transformación había sido voluntaria, no como la mía.
Me empecé a incorporar, todavía me daba vueltas un poco todo. Pero se notaba que ya estaba volviendo en mí porque entonces reparé en lo que acababa de suceder y maldije en mi interior como nunca lo haría verbalmente.
—Por favor, no pongas esto en el informe —le pedí. Él alzó las cejas—. Ya sabes cómo es Sergey; se pondrá paranoico y no me dejará volver a salir de misión. —Odiaba con todas mis fuerzas que se preocuparan por mí. Que me sobreprotegieran. Me gustaba ser agente de campo, no quería que me condenaran a trabajar en un sótano oscuro rodeado de ordenadores.
—Ya veremos. Sergey odia que le ocultemos cosas.
—Pero esto no es importante —insistí.
—Si Cam hubiese venido con nosotros, no me habría dado tiempo a dejarla a ella a salvo e ir a por ti.
Claro, ¡como si JD diese por hecho que iba a ser atrapado por una horda fantasmal! Me le quedé observándole fijamente. Seguía con su cara seria, solo que ahora el pelo mojado se le pegaba a la nuca.
—Quién sabe; eres Superman, quizás si te habría dado tiempo.
—¿Qué es lo que viste?
Traté de hacer memoria y le conté lo poco que podía. Entonces salieron a recibirnos los investigadores. Al ver que nuestra excepcional egiptóloga no venía con nosotros, la cara se les cambió para mal. Goddio no estaba entre ellos porque nos explicaron que estaba ocupado buscando la Flota Perdida de Napoleón y yo se suponía que tenía que hackear su ordenador, pero podía intentarlo a través de los ordenadores de sus investigadores.
Me ofrecieron un chocolate caliente para recuperarme y lo acepté agradecido, pero JD seguía discutiendo con ellos. ¿Cómo le estaría yendo a Cam? ¿Y al jefe? Sabía que esta misión era algo más personal de lo que nos había querido explicar.
Un tipo insultó a J.D. y este se enfadó y le agarró bruscamente de la camisa. Corrí a separarles, pero ya era tarde; J.D. le había soltado pero el imbécil se tropezó con una piedra, se cayó al suelo de una forma muy surrealista y hasta cómica y toda la mala suerte acumulada hizo que fuera a caer su frente contra otra piedra semienterrada en la arena. Se hizo una brecha y empezó a decir que era JD el que se la había hecho cuando todos habíamos visto cómo había sucedido. Luego descubrí que el desafortunado no era otro que Armand, el ligue de Cam. Que tipos como él consiguieran a mujeres como Cam me causaba algo así como incredulidad.
La situación estaba tensa. Nos salvó el que uno de los barcos empezara a gritar y a pedir ayuda. Habían encontrado algo muy importante en el fondo, pero pesaba mucho y estaban teniendo problemas para extraerlo. JD y yo intercambiamos miradas. Bueno... El ejército estaba aquí y ellos sí tenían constancia de la existencia de nefilim, mutantes y demás. Y no dejaban grabar ni sacar fotografías. El problema eran los del Discovery Channel, pero yo me encargaría de arruinar sus aparatos para que no quedaran pruebas de lo que JD iba a hacer.
Se dirigió corriendo a la orilla, volvió a ponerse las aletas y se sumergió de cabeza en el picado oleaje. Fuimos testigos de un acto sorprendente. Como un héroe de las epopeyas legendarias, JD emergió del agua sosteniendo una estela de granito rojo de al menos tres metros, las algas colgaban como una mortaja. Escuché a la gente quejándose de que no funcionaban las cámaras de vídeo y sonreí para mis adentros.
—¿Qué es ese hombre? —me preguntó una chica con gafas.
—Es... Superman.
Un rato después JD había traído la estela a la orilla y todos la contemplábamos, fascinados. Era un milagro; la piedra estaba prácticamente intacta, como si no hubiera estado hundida en las profundidades todos estos siglos. Incluso intenté leer algún jeroglífico como Cam me había enseñado, pero me fue imposible entender nada. Probablemente solo hablaba de cosas económicas, pero todos albergaban la esperanza de que contuviese información sobre la tumba de Cleopatra. Mi imaginación voló a través de los jeroglíficos, intentando teletransportarme a esa época, como si la estela fuese de roca viva y esta pudiera hablarme. JD había rescatado mil quinientos años de historia.
—Necesitamos a vuestra egiptóloga.
—Hagamos un molde de la estela y se lo llevaremos —propuso JD.
Si de verdad venía el lugar de la tumba de Cleopatra, dudaba de que Cam se lo fuera a decir, de hecho no necesitaba la estela para decirlo si quisiera. Pero los muy ilusos se pusieron manos a la obra y entonces empezaron a molestar a JD. Todos querían que trabajara para ellos. Él se negó, pero cuando Sergey se enterara de las cantidades de dinero que le estaban ofreciendo, le obligaría. Lo gracioso era que le tenían miedo, más después de lo sucedido con Armand, así que tampoco se atrevían a insistirle, aunque no me gustaba cómo los militares cuchicheaban entre sí y le lanzaban miradas oblicuas llenas de tensión.
—Ten cuidado —le advertí.
—Lo sé.
—No soy el único con el don de meterme en líos.
Y los mutantes éramos débiles al iridio. Si lo descubrían, podríamos estar en problemas.
—No me atraparán. Nadie puede.
Mi móvil empezó a sonar. Era Steph.
—Perdona... —Y me aparté un poco para hablar con mi hermano.
En Alejandría eran las once de la mañana, por lo que en Boston, que era donde estudiábamos, serían las cinco. ¿Qué diantres hacía llamándome a estas horas?—. ¿Steph?
—¿Dóooonde fe haf metido? —inquirió con la voz afectada por los excesos del alcohol.
—Estoy en Alejandría, como ya te expliqué —le respondí en italiano. Cuanta menos gente nos pudiese entender, mejor.
—Ah. Cierto, cierto... —Hipó—. Oye, Leo... No puedo. No puedo haceerlo...
—¿Hacer qué?
—Estoy con Jenny... Al final acepté su propuesta de salir...
—¡Qué bien! Te deseo mucha suerte.
—¡Pero no puedo! —La frustración por lo menos le hacía hablar mejor.
—¿El qué no puedes? Jenny es una tía genial, tienes suerte.
—¡No! Es demasiado parecida a Agostina...
Oh, no. Aquí íbamos de nuevo.
—Pero si Jenny es rubia —traté de razonar.
—En la oscuridad, ya sabes... todos somos pardos... ¿O eran los gaaaa... gaatos?
—Sí, eran los gatos.
—En fin... No puedo, me inclino a besarla y veo sus largas pestañas onduladas, las ondas de su melena que caen por sus hombros... ¡No puedo, Leo! —insistió, rompiendo a llorar.
—Deberías irte a dormir. En toda la semana no has dormido ni seis horas —le aconsejé tratando de sonar razonable y cariñoso.
—Me ha preguntado por ti, ¿sabes?
—Bueno, soy tu hermano. Es de buena educación que te pregunten por mí...
—Tú siempre has sido muy popular con las chicas.
—Steph, ¿estás con alguien que te pueda llevar a casa?
Se hizo el silencio. Podía escuchar la música del pub. Era el tema de Addicted to you, de Shakira.
—¿Con Jenny?
—Mira, pídele disculpas, agradécela por tan buena noche y explícale que necesitas dormir.
—...Me va a odiar, ¡¿verdad?!
—Seguro que se lo ha pasado genial a pesar de todo. —Siempre y cuando no la hubiese llamado Agostina por error—. No le des tantas vueltas.
—Gracias, hermano, eres el mejor.
—No, tú eres el mejor hermano del mundo. Descansa.
Cuando me aseguró que se acostaría, colgué. Siempre le pasaba igual. Habían pasado ya años desde que rompió con Agostina y aún no había logrado superarla. Agos era nuestra vecina de toda la vida. De pequeños era una chica súper dulce que nos hacía galletas de limón. Luego... cambió. Y se convirtió en la adolescente más popular de toda Italia del Norte. La verdad es que no entendía cómo todas las chicas le recordaban a ella, si Agos era un caso a parte. Nadie era como Agostina. Lo que Steph tenía que hacer era superar sus inseguridades, quizás le vendría bien acudir a un psicólogo.
No entendía por qué había hecho ese comentario sobre mí. Él era amable, simpático y súper inteligente, y físicamente éramos gemelos; la gente solía confundirnos, así que no sabía por qué se pensaba que a mí me iba mejor que a él. De hecho... yo en mi vida había tenido novia formal. Más que nada porque no era lo mío. Tenía muchas amigas y me llevaba bien con muchísima gente y me sentía a gusto así. Nunca había necesitado formalizar nada y siempre fui claro en ese sentido. A veces incluso me habían tachado de frío y calculador sólo por tratar de explicar esto, lo cuál no podía estar más lejos de la realidad. Quizás era arromántico, es decir, de estas personas que no se pueden enamorar; no como trastorno sino simplemente como orientación romántica igual que existían las personas asexuales.
JD me miraba entre intrigado y divertido. Le habían dado una toalla para que se secara que ahora llevaba sobre los hombros.
—Solo era mi hermano, que anda pedo.
—Él era ingeniero, ¿no?
—Está estudiando Ingienería Electrónica en la MIT, así que imagínate —dije con orgullo—. Es irónico que el que haya acabado con poderes de súper hacker haya sido yo.
Yo siempre había sido de letras. Me gustaba charlar con la gente, no andarme volviendo loco con miles de fórmulas matemáticas que intentaban simplificar la realidad. Me parecía más práctico entender el mundo de esta forma. Así que Steph se moriría si supiera todo lo que podía hacer sin tener que haber tocado un solo libro de física o programación.
—Sobre tus habilidades de hacker...
—Ya, ya sé. Ahora me pongo manos a la obra.
Extraje de un bolsillo oculto la bolsita con pastillas que Sergey me había dado y me tomé un par. Eran para las jaquecas. Siempre que usaba mis poderes, acababa con unos dolores de cabeza terribles, así que era mejor prevenir.
Pedí un ordenador para mandarle a Cam las fotografías de la estela y me puse manos a la obra.
Cerré los ojos y me concentré en las manchas de luz que la pantalla de plasma seguía irradiando, quemando mis párpados. Dejé que una de esas manchas de luz me tragara, buscando sincronizarme con la conciencia dormida de todos los datos que se guardaban dentro del portátil que me habían prestado. Necesitaba darles sentido, eso era lo que siempre me llevaba más tiempo. Entrar era fácil; burlar los cortafuegos y encriptaciones también. Pero tal era la sobrecogedora cantidad de información almacenada que siempre me quedaba abrumado tratando de decidir por dónde empezaba a buscar. Era como estar perdido a media noche en la biblioteca más grande del mundo. No, como estar perdido en una sola biblioteca que contenía todos los libros escritos hasta este momento.
Estaba en un laberinto. Inmenso. Infinito. Intrincado. Enigmático.
Cuanto más avanzaba, más iba perdiendo la memoria.
—Hola, ¿quién eres?
¿Quién soy?
—Soy R3Y D3 L4 S3LV4
—¿Y qué eres?
—Soy un ser humano.
—¿Qué es un ser humano?
—Alguien que... puede interactuar con la materia.
—¿Qué es la materia?
—Estoy buscando a Frank Goddio.
—¿Para qué?
—Necesito acceder a sus archivos.
—¿Por qué?
—Para saber cuánto ha descubierto sobre los nefilim.
—¿Qué es un nefilim?
—Como los seres humanos, solo que también tienen sangre de ángel...
—¿Qué es la sangre y qué es un ángel?
—Necesito esos archivos.
—Te está saliendo algo rojo de la nariz
—Eso es sangre.
¡Maldición! Tenía que darme prisa.
—Quiero saber. Explícame, por favor, ¿qué es diferente entre tú, yo, los nefilim o los ángeles?
—No te hagas la inocente. Sé que has buscado ya la respuesta en todos los archivos y has obtenido tus propias conclusiones. Necesito los correos electrónicos que envió Frank Goddio.
—Uuuu el humano se enfada.
Pero, a pesar de todo, unos focos de luz violeta se encendieron, mostrándome el camino hacia la sección donde se encontraban almacenados los correos electrónicos y esa misma luz resaltaba los que estaba buscando. A partir de aquí, podría saltar al propio ordenador de Goddio, pero hacerlo me haría perder un poco más de mí. No me daba miedo, mi ŕecord estaba en alcanzar de esta forma hasta 957 equipos diferentes. Aún tenía mucho que mejorar. Pero había ido dejando una parte de mí en todos estos equipos y a la vez yo había absorbido parte de ellos. Esa era la parte fascinante y aterradora de mis poderes que nadie comprendía.
—¡Leo!
Era la voz de JD que resonó como un eco, lejana, distorsionada...
—¡Leo, vuelve en ti!
Esta vez sonó más fuerte y más nítida. Le ignoré, ya casi tenía lo que necesitábamos, aún era pronto para regresar.
—Necesito enviarle un mensaje.
El ordenador se encendió y ante los ojos de JD, empezaron a aparecer las siguientes palabras como ríos de tinta digital sobre un lienzo de luz:
Estoy bien. No te preocupes. Ya casi lo tengo.
Y cumplí con lo que dije. Volví al mundo material con la información que queríamos. JD estaba junto a mí, me había limpiado el hilo de sangre de la nariz.
—Lo tengo —le informé, todavía algo aturdido.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, sí...
—¿Te duele la cabeza?
—No. Al menos por el momento.
—Bien, menos mal. —Respiró aliviado. JD tenía que dejar de preocuparse por mí, se notaba que Sergey le había insistido al respecto—. Entonces llamemos a Cam.
Cam nos ignoró todas las llamadas, tanto las de JD como las mías y eso levantó nuestras alarmas, así que decidimos llamar al jefe. A estas alturas la conferencia de la UNESCO ya debía haber acabado hace tiempo.
Tuvimos que medio robar un barco y convencer a la chica con gafas para que nos llevara de vuelta a Alejandría, pero al fin encontramos el restaurante que Sergey nos había indicado. Era inconfundible: en el paseo marítimo, por fuera parecía el castillo del decorado de una película de baja producción y los carteles de luces de neón estaban apagadas, pero imagino que por la noche ese lugar tenía mucho ambiente.
Por el camino nos cruzamos con unos tipos muy peculiares. Eran muy altos —debían de medir dos metros— y como muy perfectos. Uno de tez más blanca que la leche y el otro, todo lo contrario, su piel era oscura como la madera de granadillo. Iban hablando entre ellos en un idioma que no entendí, pero sonaba intenso y gutural. JD entornó los ojos. Pasaron por nuestro lado, ignorándonos, pero entonces, el negro se giró y se me quedó mirando fijamente. De pronto hacía mucho más calor y sentía cada gota de sudor de mi cuerpo, pero no pasó nada más. Los hombres siguieron a lo suyo, solo que a uno se le cayó algo al suelo. Me esperé para asegurarme de que no se darían la vuelta y lo recogí.
—Eran ángeles, hablaban en enoquiano —me regañó JD—. Y eso también es enoquiano —me dijo señalando a la foto que había recogido.
Era la fotografía de una chica como de veintitantos años muy hermosa. Tenía los ojos más azules que había visto jamás. El cabello castaño, y la tez, muy fina y blanca también. Su rostro transmitía inocencia, pero en esos azulísimos ojos asomaba un destello de fiera determinación. En ella había unas inscripciones; runas enoquianas.
—¿Puede ser alguna nefilim que estén persiguiendo?
—Es posible, enseñémoselo a Sergey.
Encontramos al jefe y a Cam en su forma masculina en una de las mesas del fondo. La mesa estaba llena de botellas vacías de vodka y junto a ellos estaban sentadas una mujer pelirroja con pintas de eslava y un tipo que parecía un jeque árabe. Al vernos llegar, se levantaron.
—Ha sido un placer charlar con vosotros. Pero ahora nos tenemos que ir, estaremos por aquí trabajando en lo que ya os hemos explicado —dijo la pelirroja muy airadamente. Al pasar por nuestro lado, nos observó de arriba a bajo sin ningún pudor y después de eso, se marcharon.
—¿Quién era esa? —inquirió JD.
Cam desvió la mirada hacia una ventana. Sergey siguió bebiendo en una tacita de té inalteradamente.
—La jefa de MAT —respondió finalmente—. ¿Queréis té?
JD fue a servirse, pero puso cara horrorizada al ver lo que era en realidad.
—Eso no es té, ¡es vodka! —le reprochó.
Sergey seguía bebiendo como si nada. No sabía si admiraba su resistencia al alcohol o si me preocupaba.
—¿MAT está aquí? —pregunté, alarmado.
—Pero no nos molestarán. Están aquí por otros asuntos.
—¿Y les crees? —cuestionó JD mirando el cenicero lleno de cenizas todavía calientes lo mismo que yo estaba pensando.
—Sentaros, anda, y pedir lo que queráis. Imagino que aún no habéis comido.
La verdad era que me moría de hambre, por lo que lo agradecía, pero también me intrigaba saber qué diantres estaba pasando aquí porque Cam definitivamente estaba extraño. Y Sergey también.
JD ordenó algo vegano y yo hice caso de Sergey y pedí la carne a la parrilla. Parecía todo muy mediterráneo, así que me daba nostalgia de la comida de casa.
—¿Y bien? —inquirió nuestro jefe—. ¿Qué tal por Heracleion?
«Que JD no cuente lo de los fantasmas. Que JD no cuen...»
—Ya os hemos contado lo de la estela de granito. De hecho hasta os enviamos fotografías.
—Sí. Cam ya las ha echado un vistazo.
—¿Y qué pone?
Todos dirigimos la vista hacia Cameron muy expectantes, intrigados y ansiosos.
—¿Seguro que queréis saberlo? —nos preguntó.
—Claro que sí —dijo JD.
—Sabes que soy de las personas más curiosas del mundo —agregué.
—Me muero de expectación, Rosalinda.
—En la estela pone... Pone... Pone que Isis-Duma cogerá el pene de Osiris-Urian y se fecundará y dará a luz a una hija que dominará el mundo. La metáfora de Isis reconstruyendo el pene de Osiris se refiere al hecho de que dos ángeles no pueden tener descendencia entre sí, de ahí que Isis-Duma necesitara usar la magia.
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