Capítulo 7
No pudo dejar de pensar en su pregunta. Su estúpida y desconcertante pregunta. Buscó sin parar el motivo oculto detrás de sus palabras (porque estaba segura de que lo tenía), pero no pudo encontrarlo.
Intentó que esa inquietud sin aparente solución no trastocara demasiado su vida. Sus esfuerzos fueron en vano pues siempre, en algún momento del día, su cabeza la conducía a la misma cuestión y los engranajes de su mente empezaban a girar sin descanso. Y entonces se sentía tan abrumada, tan asfixiada e irritada en su propia casa, que se veía obligada a salir en busca de aire fresco.
Esa mañana Beth había tenido nuevamente la enorme necesidad de despejar su mente.
Y ahora, tras montarse en su bicicleta y pedalera sin rumbo por Winchester, se encontraba volviendo a su casa a pie porque en el velocípedo era inviable. Las punzadas que sufría su cuerpo se lo impedían.
Con paso lento pero constante, Beth caminó por Wharf Hill hasta que llegó a la altura del puente, donde decidió detenerse a descansar. Y, mientras lo hacía, la joven se dedicó a pasear los ojos por la solitaria zona.
Fue ahí cuando la vio.
Se encontraba envuelta en sí misma y amparada por las sombras del viejo molino. Desde su posición veía perfectamente cómo su cuerpo se agitaba con violencia. No había duda de que estaba llorando.
Se removió inquieta en su lugar sin saber muy bien qué hacer. Una voz en su cabeza le dio una respuesta:
«Acercate».
Bien podía no hacerle caso, dar media vuelta y marcharse. Pero sabía que su conciencia no la dejaría en paz si lo hacía. Su madre tampoco si se enteraba.
De modo que, tras soltar un largo suspiro se encaminó hacia ella.
-¿Renée?
La rubia levantó la cabeza.
-¿L-ili...? -tartamudeó, sorprendida-. ¿Qué... qué haces aquí?
-Lo mismo podría preguntarte -respondió-. Tu casa no es que esté cerca, precisamente.
-La tuya tampoco.
-Touché -A lo lejos, un perro ladró un par de veces-. ¿Estás bien?
-¿Eh...? -Beth señaló su rostro y los ojos de la francesa se abrieron con comprensión-. ¡Oh! Sí, sí... -dijo mientras se limpiaba el rastro de lágrimas-. Estoy bien, sí.
Beth enarcó una ceja.
-¿Estás intentando convencerme?
-¿Ha funcionado?
-No -Renée asintió y comenzó a juguetear con la pulsera de plata que rodeaba su muñeca-. ¿Quieres hablar?
Sus palabras salieron de forma inconsciente. Internamente, se reprendió por ello.
-¿Hablar? -le preguntó Renée extrañada.
-Seguramente no soy la mejor opción, pero... -Renée se quedó mirándola en silencio-. Entiendo -murmuró aliviada-. Pues..., hasta luego -Después, dio media vuelta, lista para irse.
Entonces, una mano blanca asió su antebrazo, deteniéndola, y Beth sintió un escalofrío recorrerla de pies a cabeza.
-Tal vez no lo seas... -habló la francesa-. Pero, hora mismo, no puede importarme menos.
Quiso maldecir su mala suerte, pero tras mirar sus ojos enrojecidos, su mente enmudeció. Soltó un suspiro y dejando a un lado la bicicleta, se sentó a su lado.
-Cuando quieras -la animó.
Renée compuso una leve sonrisa antes de hablar.
-He discutido con mi padre. Parece que ahora es lo único que sabemos hacer...
-¿Por qué? -quiso saber Beth.
-Él no... no me comprende -respondió.
-¿A qué te refieres?
-Supongo que sabrás que hace unos meses viajamos a Francia...
-Sí, por tu abuela -dijo Beth-. Me lo contaron los chicos.
-Estaba muy mal...
-¿Qué le ocurría? -le preguntó-. Si se puede saber, claro.
-Un tumor en el pecho -contestó-. Se lo diagnosticaron hace un año y se lo había callado. Cuando me enteré casi me da un ataque...
-¿Estabais muy unidas?
-Mucho -afirmó la rubia-. Sé que es raro teniendo en cuenta la distancia que había entre las dos, pero... Nos mandábamos cartas cada dos por tres. Le contaba todo: las cosas que hacía, los problemas que tenía, como iba con mis estudios... Era mi confidente -Beth la miró con los ojos brillantes-. Cuando llegamos a su casa en Lyon y la vi... -Renée agachó la cabeza.
-Tranquila... -le susurró la morena intentando calmarla.
-No era ella -sollozó Renée y el corazón de Beth se encogió-. Me senté a su lado, pidiéndole que no se fuera, que no me dejara. ¿Sabes lo que hizo?
-No.
-Cogió mis manos y con una sonrisa me dijo que siguiera adelante, que luchara por mi felicidad, que fuera yo misma... -Renée se abrazó a sí misma-. Después murió.
Beth parpadeó sin saber muy bien que decir.
-Lo siento. Debió ser muy... doloroso.
-Oh, lo fue... Pero lo peor vino después.
-¿Lo peor?
Renée asintió.
-Dos días después de su entierro mi padre me dijo que teníamos que volver a Winchester.
-¿Así sin más?
-Según él no podía permitirse el lujo de seguir faltando al trabajo -Beth la miró, ojiplática-. Yo estaba que no podía ni dormir y a él solo le importaban sus estúpidas clases y ganar dinero -escupió la rubia con odio-. Me sentía tan mal, tan sola... Me enfadé muchísimo. Le grité, le insulté... -su voz se quebró.
-Renée... -Beth apoyó una mano en su hombro.
-Siempre ha antepuesto su trabajo a mí, siempre. Solo me notaba cuando tenía que regañarme o limpiar algo... -se lamentó Renée-. Mi abuela era la única que me escuchaba, la única que estaba a mi lado. Y ahora...
Entonces, en un movimiento inesperado, la chica se lanzó a sus brazos rompiendo en llanto y la morena solo atinó a envolverla en sus brazos.
En ese instante, Beth se vio transportada en el tiempo, a la fecha en la que su abuela recién fallecida aún descansaba sobre su cama y ella le gritaba desconsolada porque regresara.
Volvió a sentir el miedo, la angustia, el dolor y la soledad. Y, haciendo de tripas corazón para no romperse, comenzó a acariciar la espalda de la rubia con suavidad.
-Shhh... Ya está... Shhh... -le decía una y otra vez.
-L-lo s-siento... -gimoteaba Renée en su hombro-. S-siento que t-tengas que a-aguantarme...
-No pasa nada. Tú desahogate gusto.
-P-pero me... me o-odias...
Beth arrugó la nariz ante esa afirmación. ¿De dónde se había sacado aquello?
-Yo no te odio, Renée.
La rubia levantó la cabeza lentamente y la miró.
-¿De verdad?
-Sí. ¿Por qué piensas eso?
-P-por nu-nuestras d-discusiones... P-por los ge-gestos que ha-hacías cada v-vez que me ve-veías...
-Es cierto que, muchas veces, me han dado ganas de arrancarte la lengua y estrangularte por lo pesada e irritante que eras -argumentó Beth-. Pero, sinceramente, nunca he pensado que te odiara.
Y era verdad, nunca lo había hecho (aunque se hubiera dado cuenta en ese momento).
-Es... es lo más b-bonito que me han di-dicho en mucho ti-tiempo... -le dijo la joven entre pequeños hipidos.
-Y eso que no era un cumplido.
Las dos rieron. Después, Renée la soltó y volvió a sentarse en su lugar.
-Si alguien me hubiera dicho que después de todo lo que hemos pasado estaríamos aquí como si nada... -comentó ella tras calmarse-. Eres demasiado buena.
-No se trata de ser buena o mala, sino de ser persona -dijo Beth-. El que tengamos un pasado complejo no quiere decir que no pueda sentir empatía hacia ti. Yo también tengo mi corazoncito.
-Y te doy las gracias por ello.
Las dos miraron como un grupo de jóvenes cruzaban el puente hacia la otra orilla entre gritos.
-Ahora comprendo el porqué actúas así con tu padre pero, ¿y el resto? -habló repentinamente Beth-. No hablas con nadie, apenas se te ve...
Renée se tomó su tiempo en contestar.
-Cuando empezaron los problemas con mi padre comencé a pasarme las horas muertas reflexionando sobre lo que me dijo mi abuela -dijo Renée-. Y eso me llevó a pensar en la vida que estaba teniendo, en las cosas que hice en el pasado, en si era feliz...
-Son muchas cosas -apuntó Beth.
-Sí -Renée carraspeó antes de continuar-. El caso es que llegué a la conclusión de que no estaba contenta conmigo misma. Necesitaba un cambio, ser alguien nuevo... Pero, para ello, primero tenía que dejar el pasado atrás...
-Limpiar tu conciencia.
-Algo así -concedió la otra-. Sé que durante mucho tiempo he sido una tonta que buscaba llamar la atención de la gente sacándola de quicio. Y todo a causa de una soledad que ni siquiera sabía que existía -Renée tomó aire y la miró-. Nunca quise discutir contigo, ni ahora ni antes. De verdad que no. Pero te veía siempre tan alegre, tan risueña, rodeada de amigos... Y yo me sentía mal y... -calló.
Una bombilla se encendió dentro de la cabeza de la morena.
-¡¿Estabas celosa?! -clamó Beth. La rubia asintió, sonrojada-. ¡Dios, tantos años pensando sobre porque actuabas así y en realidad...!
-Ya te he dicho era una tonta.
-¿Por qué no me lo dijiste antes? -le preguntó Beth-. ¿Crees que no lo hubiera entendido?
-Lo intenté. Cuando me enteré de que habías vuelto pensé: "¿Qué mejor forma de empezar de cero que ir y hablar con la chica a la que le has fastidiado la vida durante años?".
-Por eso apareciste en mi casa...
-Sabía que no sería una tarea sencilla, pero estaba decidida a llevarla a cabo -dijo Renée-. El plan se truncó cuando vi a "Los Tres Mosqueteros" en tu puerta. Me puse muy nerviosa y ya pues...
-¿Por eso me abordaste cuando estaba con Sally?
-Lo que ocurrió esa tarde fue espontáneo, en realidad -reconoció Renée-. Os vi y me lancé sin pensarlo.
-¿Y la pregunta?
-Era para tantear el terreno. Quería que me perdonaras, pero temía que, al ser demasiado directa, en vez de eso consiguiera una patada o algo peor.
-¿Y fue lo único que se te ocurrió? -inquirió Beth incrédula.
-Ya te he dicho que fue improvisado -se defendió la francesa.
Beth agachó la cabeza y se cubrió los ojos con una mano. Muchas piezas del rompecabezas comenzaron a encajar entre sí. Ahora todo tenía tanto sentido...
-Madre mía... -murmuró.
-¿Qué pasa?
-¡¿Que qué pasa?! -gritó Beth enfadada-. ¡Que llevo días dándole vueltas al porqué de tu actitud...! -y añadió después-: ¡y a tu estúpida pregunta, también!
-¡¿Por qué?!
-¡No lo sé! ¡Pensaba que podía ser un plan perverso o una broma retorcida...! ¡Y al final...! -Beth perdió fuerza en su voz y negó, incrédula-. ¡Ay!, la de dolores de cabeza que me hubiera ahorrado... -Silencio.
Se escuchó un bufido. Beth levantó la cabeza y las dos chicas se miraron durante largos segundos. Renée compuso una sonrisa ladeada, Beth dejó escapar una risa involuntaria y ambas estallaron en carcajadas.
-¡Señor!... ¡Ja, ja!...
-¡Ja, ja!... ¡Pero mira que somos imbéciles las dos!... ¡Ja, ja!...
-¡Pues sí!...
-¡Y eso... ja, ja... y eso que tenemos diecisiete!... ¡Ja, ja!...
-¡Ja, ja!... ¡Parecemos niñas!...
-¡¿Por qué reímos!... ¡Ja, ja!...
-¡No... ja, ja... no lo sé!... ¡Ja, ja!...
Y así estuvieran un buen rato hasta que sus mandíbulas y sus costados comenzaron a doler.
-¿Y qué... qué hacemos ahora? -preguntó la rubia con la respiración acelerada.
-No tengo ni idea -contestó con simpleza Beth. Se sentía muy relajada-. ¿Seguir adelante? ¿Empezar de cero?
Volvieron a mirarse y Beth extendió un brazo entre ambas.
-Lilibeth Franklin.
-Renée Dubois -La rubia estrechó su mano. Después, se lanzó sobre Beth arrancándole un chillido de sorpresa.
Y, mientras reían como niñas pequeñas, un nuevo camino se abrió a sus pies.
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