Capítulo 5
El silencio que cayó sobre sus cabezas era tan rotundo que dolía.
Alguien dijo su nombre, pero Beth no se inmutó. Su atención estaba volcada por completo en la joven de cabellos dorados.
«¿Por qué estás aquí? —le preguntó con la mirada».
«¿Tú que crees? —respondió una vocecilla burlona en su cabeza».
Inconscientemente, su rictus flaqueó y su ceño se frunció sutilmente.
Renée, a quien para su desgracia no le había pasado inadvertido el gesto, amplió su sonrisa.
Aquello causó que su vello se erizara.
—Francesita... —saludó Thomas rompiendo la tensión del ambiente. Dos voces más se le unieron con escuetos "Hola" carentes de emoción.
—Vaya... —la joven comenzó a ascender los escalones lentamente bajo la atenta mirada de la morena—. Gracias por el saludo, chicos. A tí también, Lili.
Beth apretó con fuerza la mandíbula.
«Contrólate —se dijo—. Solo quiere sacarte de tus casillas».
Y seguramente así fuera pues Renée Dubois, la chica de ojos grandes y rostro de porcelana, era una provocadora nata disfrazada de niña buena cuyo pasatiempo favorito consistía en causarle quebraderos de cabeza a quién se le antojara. Y en ese instante, y desde hacía nueve primaveras ya, se había encaprichado en convertir a Beth en el principal objetivo de sus trastadas.
El porqué lo hizo era un misterio.
Pero si había algo que Beth sabía (aunque acabara de darse cuenta) era que, tras muchos años de prácticas obligatorias y una larga ausencia, de pie en las escaleras de su casa y con sus amigos al rededor, no estaba dispuesta a darle ese lujo. Ya no.
—Perdona mi falta de modales —le respondió Beth con una calma impostada—, pero es que el verte aquí me ha dejado sin poder decir ni mu —con un movimiento fluido, extendió su brazo, retándola en silencio con la mirada.
Renée no dudó un instante en estrecharle la mano aceptando su desafío.
—Descuida —le respondió Renée—. No tendría sentido ofenderme por una minucia como esa. Pero debo confesar que, por un instante, me había dado la impresión de que no estabas muy feliz con mi presencia.
Beth abrió los ojos, fingiendo sorpresa.
—¿De dónde sacas esa idea tan absurda?
—De tu cara.
Beth se mordió la lengua, batallando por no dejar salir algún improperio.
—Pues ya te digo yo que no es así.
—¿Segura? Mira que no quiero molestar.
Beth ejerció presión sobre su mano, comenzando a apretarla cada vez más y más hasta que la sonrisa de Renée decayó.
—Muy segura... —y, con eso, soltó su mano.
—¿Hija?
Las cinco cabezas se giraron hacia la puerta. Allí, la señora Franklin descansaba su figura contra la gran hoja de madera.
—Señora Franklin —Thomas, como si fuera un noble caballero, tomó una de sus manos y la besó—. Siempre es una bendición volver a verla.
La señora Franklin no pudo evitar soltar una risilla, gustosa.
—Mira que eres zalamero, Thomas... —sus ojos oscuros miraron alrededor—. Por el amor de Dios... ¡Si estáis todos aquí! —dijo con sorpresa—. ¡Chicos, habéis crecido tanto...! —señaló con entusiasmos.
—Madre...
—Sally, mira lo guapa que estás...
—G-gracias, señora Franklin —tartamudeó la chica con vergüenza.
—¡Madre!
—Y tú también, Renée... —la aludida se removió inquieta mientras susurraba un minúsculo merci—. No he visto niñas más hermosas que vosotras. A excepción de mi hija, claro —finalizó la mujer mientras tomaba a su primogénita del brazo con afecto.
Las mejillas de Beth se tiñeron de rojo y todos se echaron a reír.
Todos menos Renée quién tenía las manos dentro de los bolsillos de su abrigo y la cabeza baja.
—Madre, ¿por qué has salido? —le preguntó Beth con tono molesto e infantil.
—Como he visto que tardabas he venido a ver qué ocurría —le respondió Vivian con inocencia—. Estaba preocupada.
—¿Insinúas que no soy capaz de cuidarme sola?
—Creía que alguien podía haberte hecho algo —se excusó la mayor—. No sabía que eran tus amigos los que estaban en la puerta.
El grupo rio nuevamente.
—Creame, señora Franklin —dijo Ralph—. Solo un loco intentaría hacerle algo malo a su hija.
—Lo sé —Beth bufó—. Por cierto..., ¿qué hacéis aquí fuera?
La repentina pregunta puso en tensión a los jóvenes.
—Estábamos hablando —respondió rápidamente Beth.
—¿A la intemperie? —siguió preguntando Vivian.
—Sí.
—¿Por qué?
La mente de la chica estaba en blanco. Miró a sus amigos en busca de apoyo, pero ellos se quedaron estáticos en sus lugares, mudos.
«Gracias por la ayuda...».
—P-pues porque... emmm —titubeó su hija, nerviosa—. Porque...
—Ha sido culpa mía —Beth torció la cabeza tan bruscamente que fue un milagro que su cuello no se hubiera partido—: Me he alegrado tanto de ver a su hija que he empezado a preguntarle cosas sin parar y no le ha dado tiempo ni a abrir la boca —finalizó la francesa.
La señora Franklin asintió, conforme.
—Bueno... Habiendo aclarado el asunto y, dado que empieza a refrescar, sugiero que trasladéis la charla al interior. Si es que aún os queda algo que hablar, claro... La biblioteca tiene unos asientos muy cómodos. —Beth apenas prestó atención a las palabras de madre. Sus ojos seguían fijos en el perfil de la rubia.
—¡Es usted muy amable, señora Franklin! —exclamó Thomas alegre.
—Gracias, señora Franklin —se sumó Sally.
—Gracias —dijo Ralph.
Dicho esto, los tres amigos entraron con energía a la casa.
Cuando sus pasos se perdieron por el pasillo, la señora Franklin se giró encarando a la joven de ojos claros que permanecía inmóvil tras su espalda.
—¿Renée? —llamó.
La nombrada, que inspeccionaba minuciosamente la punta de sus botas, levantó la cabeza. Parecía sorprendida.
—¿S-sí...?
—¿Vas a entrar, hija?
Renée desvió su mirada brevemente hacia la joven que esperaba de pie junto a la mujer. Después, negó con una sonrisa forzada.
—Me encantaría..., pero debo declinar la oferta.
—¿Y eso?
—Acabo de recordar que mi padre me había pedido que comprara varias cosas para la cena —explicó Renée—. Si no me doy prisa, seguramente cerrarán la tienda y...
—Qué lástima... —se lamentó Vivian.
—Sí... —Renée carraspeó mientras retrocedía—. Bueno, pues... hasta otro día.
Dicho esto, la francesa dio media vuelta y descendió los escalones de dos en dos alejándose de la casa.
—¿Todo bien?
La pregunta fue repentina.
—¿Eh...? —Beth parpadeó, saliendo de su nube de pensamientos—. ¡Oh, sí! Tranquilo.
—¿Estás segura? —insistió Ralph con preocupación.
Beth cogió uno de los cojines y lo abrazó.
—Es solo que... hay algo que me inquieta —suspiró.
—Te refieres a lo que ha pasado con Renée —habló Sally desde el sillón que había frente a ella.
Beth asintió.
—¿No os ha resultado extraño?
—Es verdad que la visita ha sido de lo más inesperada —dijo Thomas mientras se chupaba los restos de bizcocho de sus dedos ganándose una reprimenda por parte de Sally.
—Tienes razón, pero... Yo me refería más a cómo ha actuado, a sus palabras —especificó Beth—. Ha sido todo tan... raro.
—Sí... Raro... —repitió Ralph en tono bajo.
Silencio.
Beth contempló los rostros serios de sus amigos. Cada uno tenía los ojos fijos en algún lugar de la estancia.
—¿Por qué no pareceis sorprendidos? —cuestionó extrañada.
Sally se mordió el labio, pensativa, antes de responder:
—Porque no es la primera vez que la vemos actuar así, Beth —confesó.
—¡¿Cómo?!
Tras un breve intercambio de miradas entre los tres amigos, Ralph suspiró y comenzó a hablar:
—Verás... A principios de año, Renée recibió la noticia de que su abuela materna había enfermado gravemente —explicó.
—Estaba en las últimas —apuntó Thomas mientras se sacudía las migas de la camisa.
Ralph lo fulminó con la mirada.
—El caso es que su padre y ella se marcharon a Francia prácticamente con lo puesto. Y estuvieron allí hasta que falleció —siguió diciendo el chico.
—Regresaron hace unos dos meses, más o menos —dijo Sally—. Los tres nos cruzamos con ella mientras paseábamos. Fue una sorpresa verla, ¿sabes? Nadie sabía que había vuelto.
—No parecía la misma —señaló Ralph—. Y sigue sin hacerlo.
—Apenas sale de casa —dijo Thomas—. Y, las pocas veces que lo hace, siempre va con la cabeza baja y la cara seria.
—No habla con casi nadie —añadió el otro joven—. A veces gasta alguna que otra broma, pero...
—Tal vez tenga depresión —se aventuró Beth—. Yo la sufrí cuando falleció Mamá Franklin.
Los tres se encogieron de hombros
—El caso es que ya no tiene la misma energía, y la poca que le queda la gasta riñendo con su padre —dijo Sally. Sus dedos jugueteaban con el lazo de una de sus trenzas.
—¡No es posible! —exclamó Beth—. ¡Lo adora!
—Pues parece que ya no —repuso Thomas—. No es la primera vez que se les ha visto de esa guisa en público.
—Una vez comenzaron a pelearse en la pastelería —recordó Ralph—. Estaba yo solo, en la trastienda, y, cuando escuché los gritos, salí para ver qué pasaba. Al verme, los dos guardaron silencio y se fueron sin comprar nada —Tras una pausa, añadió—: esa misma tarde, Renée volvió y me pidió perdón por lo ocurrido.
Beth estaba ojiplática.
—¿Renée Dubois pidiendo disculpas? —la joven se llevó las manos a la cabeza—. Madre mía, ¡es el fin del mundo...! —Después, se dejó caer dramáticamente contra los cojines.
Sus amigos rieron.
—Increíble, ¿verdad? —dijo Sally.
—Sí, sí que lo es... —Beth parpadeó hacia el techo mientras rememoraba su reencuentro con Renée—. Hay una cosa que sigo sin comprender.
—¿El qué? —preguntó Ralph.
—Si supuestamente Renée ha cambiado..., ¿por qué parecía la misma de siempre ahí afuera? —Beth se irguió sobre sus codos—. Es verdad que después se ha suavizado, pero...
—A lo mejor es por la relación que tenéis —Ralph se encogió de hombros—. Puede que, nada más verte, recuerde todas vuestras peleas y su cuerpo actúe por instinto.
—Tal vez sea porque eres tú —dijo Sally.
—¿A qué te refieres?
—Pues a que tal vez, si tu hipótesis es correcta, necesite a alguien que la motive, que la haga seguir adelante, y por eso ha venido...—respondió la chica con simpleza—. Suena algo deprimente, pero no se puede negar que, nada más verte, parecía ser la misma de siempre.
Sus palabras dejaron sin habla a Beth.
—¡Venga! Hablemos de otra cosa, que de tanto hablar de la francesa me estoy aburriendo —dijo Thomas ajeno a su estado.
—¿De qué?
—No sé, pero que sea interesante.
—¿Qué te parece si charlamos sobre Molly Wilkins? —propuso Ralph con una sonrisa traviesa—. Según tengo entendido, es tu nueva novia.
Thomas jadeó.
—¡¿Tienes otra novia?! —gritó Sally con la cara roja.
Y, así, entre risas e insultos, los tres se enzarzaron en una discusión dejando que una silenciosa Beth se sumergiera poco a poco nuevamente en sus pensamientos.
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