Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 16

Desde esa tarde, ambas comenzaron una relación clandestina. Cuando Beth salía con Anna, Renée siempre conseguía encontrarla y pasar tiempo con ella, aunque no fuera haciendo lo que ambas deseaban (besarse y abrazarse principalmente).

En las reuniones de grupo siempre se sentaban juntas y, mientras los demás conversaban o discutían sobre algún tema que aparentaba ser emocionante y estar de actualidad, las dos amantes se miraban con pasión y se cogían de las manos amparadas siempre por la amplitud de sus ropas.

Pero llegó un punto en el que eso ya no era suficiente. Necesitaban mayor contacto entre ambas, sentir el roce de sus pieles tal y como tanto anhelaban.

La oportunidad se presentó cuando el doctor decretó que su recuperación había sido más que exitosa y que la vigilancia constante ya no era necesaria.
Ambas quedaban en verse en la casa de la francesa sin pretexto aparente, pues la escusa de las clases de francés dejó de tener sentido cuando el señor Franklin le realizó a su hija un examen exhaustivo para verificar que aún recordaba sus lecciones pasadas y que no había estado perdiendo el tiempo allí.

En cuanto Beth llegaba a la entrada de la vivienda de Renée, esta abría automáticamente la puerta sin necesidad de que nadie llamara y subían a su habitación (con prisas si no había nadie en casa y con moderación si se encontraba el padre de la rubia en el salón), cerraban la puerta y daban rienda suerte a sus deseos.

Se besaban, se palpaban, se acariciaban y se decían palabras peligrosas y con un tinte de inocencia al oído.
Era su pequeño mundo, su lugar seguro, su fortaleza de paredes de color pastel y suelo de madera. La cama era demasiado pequeña para acomodarlas a las dos, pues las forzaba a prácticamente estar la una sobre la otra. Y eso, claramente, no las desagradaba en absoluto.

Pero la privacidad que las chicas creían tener en aquel diminuto dormitorio se evaporó cuando, una tarde, Étienne Dubois entró agitado y sin tocar, interrumpiendo su sesión de besos de forma abrupta, alegando que tenía que ir con urgencia al hospital a visitar un amigo suyo que acababa de accidentarse. Podría haberlas atrapado sin mucha dificultad pero, ensimismado como estaba en sus cosas, le lanzó una escueta despedida a ambas, que tenían el cabello revuelto, los labios rojos e hinchados y los ojos como platos, y se marchó.

Al ver la facilidad con la que podían ser descubiertas, se propusieron buscar un punto de encuentro lo suficientemente secreto como para que nadie pudiera molestarlas.
Lo encontraron a las afueras de Winchester.
Un pequeño cobertizo de madera medio engullido por la maleza cerca de las vías del tren.
Era el escondite perfecto pues, tras casi diez años de desuso, ya nadie reparaba en él.

Aun así, los chismes acerca del más que evidente acercamiento entre las dos jovencitas que hasta hacía poco se habían llevado mal empezaron a rondar por todas partes llegando, inevitablemente, a los oídos de los padres de Beth.
La señora Franklin no le dio demasiada importancia, pero el señor Franklin, al contrario que su esposa, no pudo evitar sentir curiosidad por ello.

-¿Quién es la joven con la que se relaciona tanto nuestra hija? -preguntó una mañana Osbert Franklin.

La señora Franklin dio un pequeño sorbo a su tila antes de hablar:

-Su nombre es Renée. Su padre, el señor Étienne Dubois imparte clase en el Winchester College.

-Mmmm... -El hombre arrugó el ceño, pensativo.

-¿Qué sucede, querido? -le preguntó su esposa.

-He escuchado cierto rumor...

-¡Ah, sí! Ese rumor... -bufó Vivian con desgana.

-¿También lo has oído?

-Claro que sí -confirmó ella-. Y déjame decirte que es una completa bobería.

-Lo de que se la vea paseando cada dos por tres juntas no me parece una bobería precisamente, Vivian -dijo Osbert con seriedad.

-Pues lo es -insistió la señora Franklin con dureza-. Y antes de que digas nada, esposo mío, déjame aclararte que estoy al tanto de los acontecimientos que nos rodean: se sobre los altercados que han ocurrido en Londres a causa del malestar contra un Club de Caballeros, también sé sobre las brigadas inquisitoriales para hacer prevalecer el orden y la moral y los castigos que imponen. Aquí mismo hay una.

-¿Aquí? -exclamó sorprendido su esposo.

-Sí -afirmó Vivian-. Lo lidera un joven llamado Charles Robinson. Es primo por parte de madre de Ralph Wilson, uno de los amigos de nuestra hija.

-¿Ha hecho algo?

-Tengo entendido que él y su grupo golpearon a unos chicos hace un tiempo: Michael Robinson y Peter Wood, si no recuerdo mal. Y, hace un par de días, llegó a mis oídos que estuvo acosando junto a varios de sus secuaces a dos niñas.

-¿El motivo detrás de estas fechorías es el que sospecho que es?

-Me temo que sí -dijo la señora Franklin-. Pero no hay pruebas sólidas que fundamenten sus ataques -Osbert Franklin suspiró pesadamente-. Sé que estás preocupado, pero te garantizo que la cercanía de ambas no tiene nada que ver.

-¿Entonces? -quiso saber él-. Según dicen, la última vez que Lilibeth estuvo aquí, ella y la chica francesa no eran amigas, precisamente. Y ahora van a todas partes prácticamente de la mano...

-Yo no diría tanto -comentó Vivian-. Lo que ocurre es que las dos son casi adultas y, con la madurez que implica este hecho, han aprendido a dejar a un lado sus diferencias dándose de que tienen cosas en común -Y añadió después de una pequeña pausa-: las dos han ganado una nueva amiga y están disfrutando de ello.

-Por supuesto.

-Osbert... -comenzó a decir la señora Franklin.

-No quiero que Lilibeth sea un blanco también, Vivian -confesó su marido-. No quiero que le hagan daño como a esos chicos.

-Tranquilo, querido -la mujer posó su delicada mano sobre la suya y la apretó con afecto-. Estoy segura de que nada malo le sucederá.

Pese a las palabras de su esposa, Osbert Franklin no pudo evitar sentir una punzada de preocupación.
Pero decidió guardar silencio.

Los días fueron sucediéndose uno tras otro, con Beth y Renée amándose en secreto, el mundo hablando sobre ambas y los comentarios volando por todas partes.
Sus amigos se quejaban de que los dejaban a un lado y ellas, a sabiendas de la verdad y de que debían ocultarla, se dedicaban simplemente a sonreír y dar escusas.

Pero, para su mala suerte, la felicidad de ambas anunció su fecha de caducidad cuando, durante una cena, el señor Franklin anunció que su vuelta a Londres tendría lugar en dos semanas, justo cuando los primeros días de octubre comenzaban a asomarse en el horizonte. La fecha prevista había sido mucho más cercana, pero, debido a que los pulmones de su madre se habían debilitado leve y momentáneamente, el hombre había tenido que posponer la partida. Y Beth, egoístamente, agradeció que eso sucediera.

-No quiero que te vayas, Lili -le expuso con tristeza Renée una tarde mientras iban de regreso a casa de la morena.

-Yo tampoco quiero hacerlo, Renée -dijo Beth-. Pero no tengo otra opción.

Durante unos minutos, ninguna dijo nada.

-¿Nos escribiremos, cierto? -le preguntó la rubia.

-¡Pues claro que sí! ¿Sabes mi dirección de Londres? -Renée negó con la cabeza-. Tranquila, te la daré.

La francesa rio.

-Intentaré convencer a mi padre de que hagamos una visita a Londres. Así podré verte.

-¿Y qué pretexto le darás?

-Que deseo hacer turismo por la capital.

Beth soltó una carcajada.

-Pero mira que eres tonta.

Rápidamente, ambas llegaron a la parte trasera de la casa de Beth. La calle estaba prácticamente vacía, salvo por varios niños que correteaban aprovechando los últimos instantes de juego antes de que llegara la hora de cenar.

Renée, tras echar un rápido vistazo en ambas direcciones, metió la mano dentro del bolsillo de su falda.

-Toma -le dijo tendiéndole un pequeño rectángulo de papel.

-¿Qué es? -preguntó Beth dudosa.

-Es una fotografía mía -aclaró Renée-. Quiero que la tengas para que no te olvides de mí.

-Jamás podría hacerlo... -suspiró la morena mientras paseaba sus ojos por el retrato.

-Ponla bajo la almohada. Así soñarás conmigo.

-¿Si yo te diera una fotografía mía, tú lo harías también?

-Tal vez -respondió Renée. Después, añadió-: muy posiblemente.

Beth le lanzó una breve mirada a la casa.

-Debo entrar -Renée asintió antes de darle un breve beso en los labios-. ¡Renée! -exclamó la morena sorprendida.

-Lo siento -se disculpó Renée en un tono que indicaba que no lo sentía en absoluto-, no he podido resistirme.

-¡Alguien podría habernos visto!

-¿Quién?, si la calle está vacía -señaló la otra.

Beth negó divertida.

-Eres de lo que no hay...

Dicho esto, ambas, aprovechando la soledad del entorno, volvieron a fundirse en otro beso. Uno más tierno, largo y de despedida.

Y, mientras sus bocas se acariciaban por última vez en el día, unos ojos llenos de odio las observaba desde las sombras.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro