Capítulo 15
Su cuerpo colisionó con rudeza contra la pared de ladrillo. Unas manos en forma de garra envolvieron sus brazos, impidiéndole el escape.
Pese a que la mala iluminación del lugar creaba sombras sobre el rostro de su atacante, el dulce olor de la menta fresca que expedía delató su identidad.
—¡¿Se puede saber qué haces?! —espetó Beth intentando liberarse de su agarre.
—Me has estado evitando... Lili —Ante esas palabras, la joven bajó la cabeza, incapaz de mirar a sus ojos—. ¿No dirás nada?
—No hay nada que decir —le respondió con un vago intento de frialdad.
Una risilla seca atravesó sus oídos.
—Oh, por supuesto que no. Ya te encargaste de darles el recado a los chicos, ¿verdad? —escupió la francesa con enfado.
—¿Si ya lo sabes para qué preguntas?
La boca de Renée se tensó en una fina línea. Durante unos largos e interminables segundos, solo pudo escucharse el sonido de sus respiraciones aceleradas.
—¿Sabes... sabes lo asustada que estaba cuando te marchaste de casa? —dijo Renée con dolor—. ¿La preocupación que sentí cuando me enteré de que habías enfermado?
—Estoy bien... —musitó Beth.
—¡No, no lo estás! —refutó la rubia—. La gente habla, Lili. Dicen que pareces un fantasma vagando sin rumbo —Beth abrió la boca, pero Renée le impidió decir nada—: no te atreves a negarlo, yo misma lo he visto —los puños de la inglesa se apretaron con fuerza contra su falda—. Llevo tantos días sin comer, tantas noches sin dormir pensando en ti, en lo que ocurrió... En que yo pudiera haber sido quien causará tu mal... —Beth contuvo el aliento. Un gesto que no pasó desapercibido por la otra joven—. Es por eso, ¿cierto? —le preguntó con la voz rota—. Por eso actúas así conmigo, porque es mi culpa...
—N-no...
—¡Ni siquiera me miras! —le gritó Renée—. ¡Me odias! ¡Me odias por lo que te hice!
—¡No es verdad! —le dijo de igual modo Beth. Su cuerpo comenzando a temblar por los sentimientos contenidos.
—¡Entonces mírame a los ojos y dímelo! —le exigió con vehemencia Renée—.
¡Dime qué no soy culpable de nada! ¡Dime que no me odias por besarte! ¡Qué no te repugno!
—¡¡VASTA, VASTA...!! —estalló Beth. Con fuerza, comenzó a aporrear con sus pequeños puños el pecho de Renée—. ¡¡VASTA, VASTA...!! ¡¡POR FAVOR...!! —Ante su reacción, la francesa, lejos de alejarse, se estiró sobre su cuerpo y la envolvió en un fuerte abrazo. Con ello, Beth rompió en llanto—. ¡SU-SUÉLTAME, SUÉLT-AME...!
Pero la rubia no hizo caso alguno a sus demandas.
—Tranquila —le decía al oído acariciando su espalda—. Tranquila...
Ante su tacto reconfortante y sus palabras de calma, el arrebato de Beth se fue mitigando poco a poco hasta reducirlo a un débil lloriqueo.
—N-no sa-sabía qué ha-hacer, Renée... —confesó la morena entre gemidos—. Lo... lo q-qué hicimos, lo-lo que se-sentí... Era ta-tan mara-maravilloso, pe-pero esta-estaba tan m-mal... Es-es un pe-pecado...
—Sí, tal vez lo sea —susurró Renée con voz trémula—. Pero eso no va a cambiar la verdad.
—¿La verdad...? —Beth se sorbió la nariz ruidosamente—. ¿Cuál verdad?
—Te quiero.
Beth sintió como sus rodillas flaqueaban, amenazando con dejarla caer. Instintivamente, sus manos se aferraron con fuerza a la ropa de la rubia.
—¿Qué... qué has dicho?
Renée levantó la cabeza y la miró a los ojos con claridad.
—Te quiero —repitió con mayor ímpetu.
El corazón de la morena comenzó a bombear con rapidez, desbocado. Sus orbes se llenaron una vez más de lágrimas. Lágrimas de felicidad.
Su mundo volvía a teñirse de color.
—Oh, Renée... —suspiró Beth. Apenas podía articular palabra alguna por la conmoción.
—Y sé que tú sientes lo mismo. Aunque esté mal, aunque sea una locura y una aberración —dijo Renée sin apartar la mirada—. Esa es la única verdad, Lili. La que está escrita en nuestro corazón...
—¿Cómo estás tan segura de que eso es lo que dictan mis sentimientos? —le preguntó Beth.
—Porque toda tú me lo dice: el temblor de tu cuerpo, el brillo en tus ojos, tu pasión y... Hmmm —Renée se mordió el labio, titubeando—. Qué si no fuera así, me abrías dado una patada y hubieras salido corriendo hace mucho.
Ambas rieron por sus palabras.
—Lo siento —comenzó a decir Beth ya más tranquila, apretándose contra ella—. Lo siento por haberte hecho daño, Renée...
—Shhh...
—Pero es que tenía tanto miedo... Aún tengo miedo. Mucho. Si alguien se entera, si llega a oídos de mi padre...
—Lo sé.
Renée juntó sus frentes.
Un silencio reconfortante las envolvió.
—¿De verdad me quieres? —preguntó tímidamente Beth. Sus mejillas comenzaban a colorearse.
—Ajá.
—¿Qué vamos a hacer? —inquirió Beth en voz baja—. Nadie puede saberlo, no podemos actuar con libertad y...
—No importa, ya se nos ocurrirá algo —respondió la rubia—. Haré lo que sea, Lili, lo que sea con tan de seguir estando así contigo.
—Renée...
—No pienso renunciar a esto que tenemos, ma chérie.
Renée descendió su rostro una pulgada y comenzó a frotar su nariz contra la suya. Beth resopló con diversión.
A lo lejos, la risa estridente de unos niños que correteaban junto a la entrada del callejón las sorprendió, obligándolas a separarse, asustadas.
Mientras Beth se quedaba mirando fijamente la entrada del callejón a la espera de que se marcharan, Renée la contempló en silencio bebiendo cada curva de su perfil.
—Es demasiado peligroso estar aquí... —dijo entre dientes Beth.
—¿Lili?
—¿Sí?
—¿Crees...? —titubeó Renée—. ¿Crees que tú... emmm... Que yo...?
Beth frunció el ceño en su dirección antes su titubeo.
—¿Renée?
—¿Puedo besarte? —soltó. Beth dio un pequeño salto de sorpresa—. Es que llevo tantos días sin verte, y estás tan preciosa que...
—Es la segunda vez que alabas mi belleza.
—Y lo voy a seguir haciendo mientras pueda —dijo sincera la francesa.
—Tú también eres bella, Renée —le dijo devuelta Beth.
—Gracias.
—De nada.
Renée carraspeó.
—Bueno... emmm... volviendo a la pregunta...
—Sí.
La rubia parpadeó.
—¿Sí?
—Sí.
—¿De verdad?
—Sí.
—¡Oh, gracias al cielo...!
Y la joven se lanzó sobre sus labios con entusiasmo y desesperación, sacándole un gritito de sorpresa a Beth.
Este beso, al contrario que el primero, estuvo cargado de ternura y paciencia.
Las bocas se exploraban con tacto, saboreándose con deleite. Sus manos se perdieron, guiadas por la pasión, en sus cabellos y sus ropas no tardaron en desacomodarse. El alma de Beth bramaba de alegría.
—¡¿Señorita Lilibeth?! —gritó alguien—. ¡¿Señorita Lilibeth, dónde está?!
—Me están buscando —dijo Beth contra sus labios.
—Ojalá pudiéramos quedarnos aquí para siempre. Solas tú y yo...
—Yo preferiría una cabañita a los pies de una montaña.
Ambas volvieron a reír.
—¡Señorita Lilibeth! —gritó nuevamente Anna. Su voz se escuchaba más cerca.
Las dos jóvenes se miraron intensamente antes de que Renée soltara un sonoro suspiro.
—Ve —le dijo.
Beth asintió, le dio un rápido beso de despedida y se alejó.
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