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(9) Regalo de Navidad

No tenía caso negarlo.

Aleksandar se dio cuenta de que el vínculo sí tuvo un efecto en él.

La escasez de amabilidad que le demostró Venecia con sus palabras le dolió como si le clavaran miles de agujas diminutas a su corazón, sin embargo, lo lastimó más ver el estado en el que la encontró porque le recordó a sí mismo.

Durante su adolescencia, él era diferente. Tomaba muchísimas pastillas con tal de tener su mente tan sedada que no distinguiera a los vivos de los muertos. Aunque la rehabilitación realmente le había ayudado y esa etapa formara parte de su pasado, le tocó una fibra sensible.

Quería ayudarla. Se preguntó cómo consolar al ángel caído. Supuso que Jure sabría hacerlo mejor. Ahuyentó los pensamientos relacionados con ellos para concentrarse en conducir a la nueva escena del crimen. Turina lo había llamado minutos atrás advirtiéndole acerca del reciente asesinato cometido por el Asesino Descorazonado.

Con cuidado, estacionó frente a la pequeña pastelería ubicada en la Ciudad Alta, no tan casualmente a unas calles del museo. Una reducida multitud estaba amontonada alrededor de la cinta policial que delimitaba la evidencia física. Antes que nada, se colocó los elementos necesarios para proteger la integridad del lugar de los hechos y entró al interior de este.

Una chica de pelo violeta y ojos cafés ligeramente rasgados yacía tendida en el suelo con el cuello marcado y las sillas acomodadas a su alrededor en forma de corazón. Estaba vestida con una camisa blanca manchada de sangre y unos jeans azules salpicados con un líquido rojo. Además del cadáver, allí lo esperaban sus compañeros de trabajo.

―La época más ocupada del año ―soltó Mike, lanzándole un guiño al detective.

―¿Qué tenemos, oficial?

―Pese a que a esta altura no tiene caso repetir la causa del fallecimiento, diré que uso el mismo método de siempre. El predio está limpio. No hay pistas además del cuerpo ―informó Turina sin evitar soltar un bostezo―. Perdón. Todavía no me acostumbro a los turnos dobles. Bueno, el nombre de la víctima es Darka Zec. Tenía veintiuno. Trabaja aquí hace tres años. La dueña del local, Petra Hrdalo, la halló cuando vino a buscar un bolso de ropa que olvidó por accidente. Ella lo espera en la cocina. El resto de la investigación está en sus manos.

La presión de la advertencia del capitán aún le pesaba en la espalda, así que, fue de inmediato. Tafra acompañaba a quien sería la siguiente en ser interrogada. A él le habían levantado la suspensión el día anterior.

―Ya les dije todo lo que sé ―expuso Petra en un tono que reflejaba su molestia.

―Encontramos esta mochila con las pertenencias de la fallecida en el vestuario. Lo enviaré a analizar la estación ―señaló Tafra previo a marcharse.

Su actitud no mejoró desde la ocasión en que lo suspendió. No tardaría en meter la pata otra vez. Mas, el capitán le dio una oportunidad y tuvo que aceptarlo.

―Buenas noches, señora. Soy el detective Neven, estoy a cargo de la investigación. ¿Qué puede decirme acerca de Darka? ¿Qué tan bien la conocía? ¿Cómo describiría su personalidad? ¿Notó algún cambio en su comportamiento? ¿Sabe si estaba en pareja?

―Ella es huérfana. Su tía la crio y se alejaron en cuanto se convirtió en monja.

Esa palabra hizo que se le prendiera el foco. Geliel se había presentado con un hábito, por lo que cabía la mínima posibilidad de que ese fuera el método para elegir a sus presas.

―¿Sabe en qué convento está esa tía?

―No recuerdo el nombre, pero sí la dirección ―aseguró Petra. Aleksandar procedió a anotar la ubicación y resultó ser el anexo a la iglesia en que se dio el funeral de Biserka―. Mire, señor, Darka era una chica extrovertida, le encantaba pensar en voz alta y las bandas de chicos. No le hacía mal a nadie. Lo que sé es que estos días se mostraba consternada. Me dijo que rompió con su novio, Requiel.

Aquel apelativo no presagiaba nada bueno.

―Gracias por su ayuda y mis más profundas condolencias.

Regresó al salón principal. Frotaba las yemas de sus dedos contra su sien en el momento en que vio a alguien que no pertenecía a su equipo de trabajo en medio del escenario.

Estuvo a punto de decirle que se retirara de inmediato. La respiración se le cortó antes de que pudiera abrir la boca. La muchacha era Darka, es decir, su espíritu gris.

―Maldita sea. Debí ponerme la ropa interior nueva que compré ayer. Deberían avisarnos la fecha de su muerte, así uno puede ponerse su atuendo preferido ―gritó el fantasma―. Y lo peor del cuento es que no solo morí joven, sino también virgen. Eso es una doble injusticia. ¿Con quién me tengo que quejar?

Ella miró al cielo con molestia, luego a su alrededor y finalmente enfocó sus orbes grises en el único hombre que la pudo oír. Él maldijo internamente. En un nanosegundo, Darka se hallaba parada al lado de Aleksandar; este procedió a ladear la cabeza en la dirección opuesta y a simular ver la hora de su reloj. Para sobrevivir a un encuentro con un alma perdida tenías que usar dos armas poderosas: la negación y la evasión. Uno, negar percibir su presencia hasta en su mente. Dos, evadir cualquier contacto con ellos. Y si eso no funcionaba, corría o, bueno, moría luchando.

―¿Puedes verme? Sé que puedes También me escuchas. Vamos, háblame. Estoy aburrida. Sé que deseas conversar conmigo. Mira, soy inofensiva. No te dañaré. No soy el espectro de un genocida, sino el de una fanática ―rogó Darka, acaparando cada ángulo al que el detective observaba―. Tal vez me equivoqué. Tiendo a ilusionarme muy rápido.

Entonces, Aleksandar, aliviado, soltó un suspiro y dictó su propia sentencia.

Trémulo y con la cara reflejando el máximo terror posible, echó un vistazo a Darka

Ella le sonrió ampliamente como si fuera el Guasón y la persecución empezó.

***

El helado de menta granizada sabía a desintoxicación. Venecia comió un par de cucharadas y pudo sentir los efectos residuales de sus malos consumos desaparecer. Amaranta había hecho que Atliel le dejara un poco de su medicina angelical antes de ir a visitar las tumbas de más de un siglo de sus antiguos familiares humanos.

No cabía duda alguna de que ella estaba enojada, más bien, decepcionada de las acciones que cometió la rubia. Sin embargo, aún se preocupaba tanto como esta lo hacía. Estaba segura de que al amanecer arreglarían sus malentendidos. Amaranta era del tipo de fantasma que se expresaba con acciones y no con palabras.

Por ahora, Venecia permanecería sentada en el sofá con Jure, viendo el deprimente atardecer por el ventanal. Había decorado su casa el día anterior para llenarla de alegría navideña con las clásicas ornamentaciones de la fecha y un árbol con luces, mas la felicidad se había ido hacía tiempo. Si tan solo recordara que tan mierda se sentía después de consumir éxtasis, pensaría en no repetirlo.

―Lo siento ―se disculpó con él.

No se comunicaron oralmente en la media hora que llevaban juntos. Tampoco lo vio en los dos días anteriores. El príncipe se fue al Infierno y recién volvía para encontrarla en tal estado. Entendía que no quisiera dirigirle la palabra.

―No soy yo al que le debes pedir perdón, es a ti ―respondió Jure, cortante.

―Es que... ―se lamió los labios temblorosos, saboreando la mentira que eligió no contar―. Yo creí que podría manejarlo. Pero una cosa sucedió tras la otra a un ritmo tan acelerado que me desbordé.

Los demonios en su cabeza tuvieron un festín y la dejaron vacía.

―No es tu culpa lo que está pasando ―afirmó Jure, agarrando su mano con la intención de calmar el caos en su interior. Ayudó.

―¿No lo es? La gente está muriendo. Biserka lo hizo. Mientras tanto, yo estoy aquí sin hacer nada al respecto.

―Mientes. Has investigado con ese detective.

―Sí, y eso ha salido de maravilla. ―Su visión se empañó con las gotas nacientes provocadas por la angustia―. Me están cazando a mí y a aquellos cuyas vidas toqué por diversión. Luego de que te fuiste, me puse a buscar a quienes fueron asesinados. Cada una de sus parejas vino al museo y las atendí personalmente para quitarles el amor de sus corazones rotos. A Biserka la sacrificaron para demostrar su punto o porque había descubierto algo que no alcanzó a decirme.

―Sigues sin ser culpable.

Ella era el objetivo, no era inocente por completo.

―Una vez perdí todo y a todos los que tenía. No voy a sobrevivir a ello una segunda vez, lo sé ―confesó, rememorando sus recuerdos previos a caer de la Ciudad Dorada.

―No vas a perder a nadie ―prometió el demonio, secándole las lágrimas.

―¿Tienes alguna garantía?

―¿Necesitas que firme un contrato para que sepas que me encargaré de que no lo hagas?

―No ―rio ella, colocando su palma sobre la mano de Jure―. Háblame de otra cosa.

―Me reuní con Leviatán y Belfegor en sus respectivos dominios. Resulta que ambos están tras Geliel.

―No tiene sentido. ¿Por qué?

―Ella ha estado matando a mortales que hicieron tratos con demonios de sus filas. Al hacer eso, ellos no pueden cobrar el alma que les ofrecieron. Traducción: ambos quieren liquidarla lo antes posible. Por eso, estaban los sabuesos del perezoso en el motel ―reveló Jure―. No vinieron por nosotros, la perseguían a ella.

Venecia rodó los ojos, colérica.

―Fantástico.

―Sí, nada une más a las personas que las ganas de matar ―suspiró él con dramatismo.

―Así fue cómo terminamos juntos ―recordó ella.

Jure curvo sus labios en una sonrisa.

―Cuando conoces a alguien que quiere asesinar a la misma persona que tú, esa debe ser tu alma gemela, ¿no?

―Sin duda alguna ―concordó, llena de buenos recuerdos.

Procedió a alisarse la falda en un acto inconsciente. Había hallado un disfraz de Santa Claus femenino de camino a casa y se enamoró a primera vista. Al atuendo le añadió unas medias de red junto con las botas que usó durante el día. Su parte favorita era que podía juguetear con el gorrito. Por su lado, Jure se limitó a rentar un traje verde oscuro que combinaba con los colores de ella solo porque le había insistido para que se lo pusiera. Incluso diría que le quedaba sexy.

―¿Estás mejor?

Venecia asintió honestamente y dijo:

―Es Navidad. ¿Qué quieres hacer hoy?

―Follarte.

―Suena como un plan placentero.

―Dime lo que piensas cuando acabemos.

Él se inclinó con el deseo tatuado en sus facciones. Creyó que iba a besarla cuando se humedeció los labios y le dijo:

―Siéntate arriba de mí. Vamos a jugar.

Obedeciendo su pedido. Venecia procedió a acomodarse sobre el regazo del demonio. La posición y estar a milímetros su boca avivó algo en su epicentro.

―¿A qué? ―le preguntó, pegando la espalda contra el pecho de él.

Jure colocó una mano sobre las rodillas de ella y las acariciaba con una suavidad mortal. Le desplegó sus piernas cruzadas sin despegar la atención de su mirada.

―¿Cómo te has comportado este año?

Venecia sonrió previo a menear las caderas hacia adelante y atrás para sumergirse en la deliciosa fricción.

―Mucho peor que antes.

―Es una pena ―repuso Jure y con el otro brazo detuvo los movimientos de la rubia―. No recibirás ningún presente.

La necesidad ya había surgido tras sentir el bulto del pantalón del demonio contra su culo, no obstante, ellos siempre iban hasta el límite más jugoso.

―¿No puedes hacer una excepción? ―consultó el ángel, sufriendo de pequeñas corrientes eléctricas debido a que él empezó a subir los dedos al interior de sus muslos.

No contestó de inmediato. Condujo las manos a lo más profundo sobre la tela de las medias y las piernas le temblaban con antelación. Un jadeo se le escapó a Venecia en el instante en que comenzó a pellizcar un poco la cara interna de sus muslos. Se encontraba tan cerca del punto deseado que estaba mojándose. El juego la había encendido en más de un sentido.

―Depende, ¿qué pediste de regalo? ―musitó contra su oído previo a regalarle un mordisco en el lóbulo.

―Tu polla ―gimoteó ella―. Preferiblemente dentro de mí.

Fue entonces cuando lo hizo. Arrastró el dedo índice sobre las bragas de Venecia, presionando su vulva y provocándole un gemido. Aquel roce se había sentido muy bien. Necesitaba que continuara y de una manera más directa.

―¿Solo eso? ¿Segura?

―Te necesito. Todo de ti.

En cambio, Jure se apresuró a quitarle la ropa interior y meter dos dedos en su intimidad, uno para dedicarse a su sensible clítoris. Cerró los ojos para deleitarse con el contacto y percibió cómo su humedad creció al instante. Una satisfacción tremenda se generó en su interior en cuanto él los movió en círculos. Ella se aferró a los cojines, gozando de los torrentes de placer. En simples palabras, era demoníacamente celestial.

―Está bien, pero, no te la daré gratis ―demandó el demonio, enterrando los dedos todavía más para presionar más en aquel punto y acariciarlo con mayor fuerza. Tenía un don. En consecuencia, los gemidos de disfrute brotaron de la garganta de Venecia y el clímax se acercó de manera impetuosa―. ¿Qué harás para ganártela?

―Te daría tu regalo por adelantado ―formuló ella entre jadeos.

Entonces, Jure continuó masturbándola con la increíble y sobrenatural potencia de sus movimientos. El sonido de sus toques en su intimidad hizo que se corriera con ellos dentro. El orgasmo llegó y permaneció allí, derrumbando las paredes con el gigantesco placer que le entregaba.

―¿Y qué me darás? ―quiso averiguar él, sacando los dedos húmedos para luego pintar la comisura de la boca de Venecia.

Ella se lamió los labios, paladeando su propio sabor, y preguntó:

―¿Qué quieres?

―Quiero que metas mi erección a tu preciosa y sucia boca mientras tratas de rogarme que no solo te folle la boca.

Acto seguido, el ángel procedió a bajarse del regazo del demonio para sentarse a su lado, deshacerse de la cremallera de su pantalón y desenvolver su regalo, es decir, exponer su miembro duro. A medida que acomodaba sus piernas con tal de estar en una posición más cómoda, notó cómo su humedad embadurnaba toda su zona íntima. Primero lo primero.

Rápidamente, se inclinó e introdujo de una vez la verga por su cavidad bucal. Tras eso, Jure inhaló fuerte por la nariz y le sujetó el pelo rubio en un puñado para que no le molestara. Venecia siguió con su accionar, deslizando la lengua, chupando y subiendo y bajando, acelerando el ritmo cada vez más.

―Eso es ―masculló el príncipe infernal, jadeante, a la vez que Venecia proseguía y suplicaba que la follara a pesar de que sus palabras resultaban difusas―. Esfuérzate un poco más. Yo sé que puedes.

Acatando el pedido, ella procedió a meter el pene más profundo en su garganta e incrementar las idas y venidas. El sacudimiento causaba que los testículos chocaran de manera intermitente su mandíbula, mas no le molestaba en demasía. Saboreó con cada lamida lo que sabía que provocaba en él sin vergüenza alguna y no detuvo la mamada hasta que percibió que Jure se levantaba la mano para peinarse en simultáneo que disfrutaba de su orgasmo. Aquel gesto solo la humedeció más.

Venecia tragó sin demoras la descarga igual que si estuviera en una fiesta y bebiera de un champán recién descorchado. Finalmente, se enderezó, limpió la boca con el pulgar previo a imitar el gesto de Jure y pasarlo por sus labios finos.

―¿Te gustó tu obsequio? ―le preguntó con el deseo retorcido retornando.

―Sí ―aseguró el demonio, empleando su voz gutural―. Preciosa, mi regalo es poder complacerte y no dudes que lo haré mil veces más.

―¿Seguro?

―Soy el Tercer Pecado Capital por una razón.

Jure se lanzó para besarla, lamerle los labios y mordisquearlos un poco. Ella gimió, excitada por el hambre con la que la consumía. Aferró el puño a su saco cuando cambió el camino de los besos a su barbilla, el contorno mandibular y su garganta a modo de recordatorio de qué había estado ahí hacía unos minutos. Quiso deshacerse del disfraz, no obstante, él la detuvo.

―No te lo quites. Quédate así.

―¿Fetiche de Navidad? ―consultó Venecia contra su boca.

―No, tú lo eres ―confesó, mirándola a los ojos―. Tú, lo que haces, cómo te mueves, y lo que dices. Tú eres mi fetiche. Por completo.

Enseguida, su cuerpo se acopló al de ella y se recostaron sobre el sofá. El calor de su anatomía, que descansaba enteramente arriba de la suya, prendió cada centímetro de su piel. Con movimientos torpes, pero bastante astutos, Jure tomó su polla, la colocó en el centro lubricado de Venecia y la embistió hasta que no restara nada por llenar.

En vez de abrir todavía más sus piernas separadas, las cerró para sumarle presión en la verga y que el clítoris gozara de más roces, aumentando las sensaciones y estimulándolos a ambos equitativamente. A pesar de que las embestidas eran lentas y jugosas, el placer resultaba inigualable.

Jure recorría las curvas de ella con las palmas desde sus glúteos, el hueco de la cintura, el arco de la espalda y principalmente los pechos. Venecia intercambiaba lugares y se afianzaba a los antebrazos, los omoplatos y la pelvis de él. Era como estar parada entre la vida y la muerte y ser capaz de disfrutar de los placeres que brindaban ambas.

La conjunción de caricias, embestidas y besos impulsaron el clímax de una forma duradera y exquisita. Las respiraciones se agitaron y la electricidad que los corría acrecentaba el voltaje del gozo. Más tarde, el orgasmo los percutió al mismo tiempo en todo su esplendor. Fue un enérgico y placentero milagro de Navidad.

Permanecieron en la misma posición por unos segundos antes de que Jure se apartara. Él la contempló y ella le acunó el rostro con las manos. Participaban en los juegos olímpicos del sexo e iban ganando.

―Elegí bien ―suspiró Venecia, tranquilizando sus latidos.

Jure le dedicó una sonrisa cómplice.

―Yo también.

El demonio le regaló un beso y la rubia lo aceptó feliz.

De pronto, Venecia sufrió de un tirón en el corazón. Fue como si una soga se enroscara alrededor del mismo, lo comprimiera y jalara en una única dirección. Era una advertencia de peligro, de una irrupción maligna que durmió una conexión inédita. Algo estaba mal, no con la situación, sino con Aleksandar.

―Qué oportuno ―masculló de mal humor.

―¿Qué pasa? ¿Quieres parar? ―inquirió Jure, preocupado por su bienestar.

―No, no quiero ―se quejó ella, angustiada porque podría estar con él por siempre―. Pero debemos hacerlo.

Una vez que se separaron, se arreglaron con magia y volvieron a hablar.

―Es Super Sherlock. Creo que está en riesgo. No físicamente, sino como si su conciencia estuviera dormida y me pidiera que lo despierte. No sé cómo explicarlo.

―¿Como si estuviera poseído?

―Exacto.

―Vamos a buscarlo ―dijo Jure al instante sin una pizca de celos.

―¿Y lo que hacíamos? ―preguntó igual que una niña a la que le quitaron un dulce.

―Cualquiera pensaría que tú eres el Tercer Pecado Capital y no yo.

―El infierno colapsaría si fuera así. Yo sería demasiado atractivo para el mundo ―argumentó, alisándose la falda roja de su traje de Navidad.

—Ya lo eres para mí —alagó Jure, mordisqueando sus labios.

―Gracias. Ahora vamos a salvar a mi hombre.

―¿Y yo qué soy?

Ella sonrió, gustosa.

―Mi demonio, corazón.

No supo si agregó algo a sus dichos, pues Venecia hizo una aparición en la acera. El museo se alzaba detrás de ella y al minuto su acompañante también. Adaptando sus pensamientos a lo que señalaban sus instintos, caminó a la calle contigua, dobló a la derecha y a la distancia entrevió al atractivo detective conversando con un extraño.

Lo notó raro y se acercó sin vacilar. Su postura recta se encontraba ligeramente torcida, su ceño fruncido fue reemplazado por una sonrisa traviesa y realizaba un gesto similar al acomodarse un mechón suelto del pelo a pesar de que tenía el cabello corto. Lucía bien, no como un humano poseso.

―¡Tú te lo pierdes, imbécil! ―articuló Aleksandar, o quien lo robó, al individuo masculino que se iba―. Odio esto. Los malos son los más guapos.

―En realidad, los buenos son los peores. Con uno malo, predices que te dañara. No crees que uno bueno te romperá el corazón hasta que lo haga ―comunicó Venecia.

―No lo había pensado ―coincidió.

―¿Quién eres y qué hiciste con el recipiente?

―¿Qué? ¿Recipiente, qué es eso? ―respondió el usurpador en un tono agudo, como si no supiera que un recipiente era el cuerpo que tomaban los seres de los planos que no poseían uno, ya fuere un demonio, ángel o fantasma―. Soy Neven. ¿Quiénes son ustedes?

Gracias a los santos, no había nadie en la noche oscura. Quien poseía a Aleksandar intentó salir corriendo. Aquella acción hirvió la sangre de Venecia, en consecuencia, lo detuvo, empujándolo con su fuerza sobrenatural.

―Cuando reencarnes como una vaca, abriré una carnicería para asegurarme de que termines en un restaurante de mala muerte ―contestó esta, obnubilada por la influencia del hilo negro.

―Descuida, yo recurriré al veganismo.

El efecto del lazo se disolvió y la vergüenza la consumió a Venecia.

―Perdón, Aleksandar todavía está ahí. No me controlo.

―Basta de juegos, sabemos que no eres él ―indicó Jure con seriedad.

El usurpador o la usurpadora abrió la boca como si tuviera un ataque, señaló al príncipe infernal y comenzó a gritar eufóricamente.

―¿Qué está pasando? ―consultó Venecia con él.

―Creo que es una fanática. Para ella, mi apariencia está cambiando a cada segundo por un miembro distinto de BTS.

―Al menos tiene buen gusto.

―Oye, no soy ninguno. Solo luzco como ellos ―le explicó Jure a la usurpadora y esta tragó grueso, procesando la información―. En realidad, soy la personificación del deseo y en este caso, los sueños. Como el tuyo es conocerlos, me ves de este modo.

―Yo acepto lo que sea. Te diré quién soy, si me dices quién eres tú ―sugirió ella, guiñando un ojo.

―Me llamo Juriel.

―Ese es un nombre bonito ―bisbiseó, hechizada por el encanto de Jure literalmente―. Tú eres hermoso.

―Gracias, lo inventé ―expresó él, orgulloso.

―Omitamos las presentaciones ―se adelantó a decir Venecia, celosa―. Sal de ahí o te voy a sacar y no te va a gustar.

―No, por favor. No quiero morir otra vez. ―Retrocedió un paso.

―Así que, eres un fantasma ―dedujo la rubia.

―Supongo. Mi nombre es Darka. Oye, Jure, ¿irías a una cita conmigo?

Cielos, fue demasiado directa. Aunque algo valiente.

―Puedes concentrarte. ¿No te visitó un ángel de la muerte?

―Lo hizo. Dijo que mi asunto pendiente me molestaba mucho, que eso me impedía partir y que debía resolverlo pronto.

―¿Cuál es? ―indagó el príncipe infernal.

―Ni idea.

Venecia ahogó un grito de frustración.

―Aunque calculo está relacionado con que no tuve sexo.

―¿En serio? ¿Ese es tu gran rencor?

―El sexo es un acto natural muy importante para algunos. Desde hace un montón estoy esperando por algo de acción y todo está tan quieto como un desierto, ni siquiera pasa una brisa ―añadió Darka.

―Bien, comprendo tu punto. Te propongo un trato. Lo dejas a Aleksandar y me tomas a mí mañana. ¿Qué opinas? Es una oferta que expira en diez segundos.

―No sé, no parece que hagas mucho.

Resultaba irónico, considerando que hacía cinco minutos se encontraba follando con el Tercer Pecado Capital.

―Yo estoy en desacuerdo ―habló Jure sin ser explícito.

―¿Y cómo sé que no me engañan? ―objetó Darka, sospechando.

―¿Necesitas un seguro también?

―Soy una chica de negocios. Por supuesto que sí.

―¿Qué pides?

―Un beso.

―¿Estás loca? ¿Deseas morir otra vez? —farfulló la rubia con algo de molestia.

―¿Y qué sugieres?

Con un simple chasquido, Jure liberó al Darka en medio de la discusión para aproximarse a ella.

―No quiero ver ―farfulló Venecia, tapándose un ojo y espiando la escena con el otro.

―Ojalá no te enfades, Alek, lo hago para reforzar la amistad.

Pero Jure le tendió una trampa. Darka pidió un beso y no indicó dónde, por lo tanto, él se limitó a darle un beso improvisado en la frente. Todo iba de maravilla hasta que Darka intentó atraerlo más y eso no estaba en el arreglo. Venecia volteó los ojos, se aproximó hacia ellos y se interpuso con su cabeza. La cara de Darka yacía a pocos centímetros suyos. No iría más lejos.

―Nuestra parte está hecha.

Entonces y solo entonces, el espíritu emergió de mala gana.

―¿Qué ocurrió? ―preguntó Aleksandar, el real, mirando para todos lados.

El ángel y el demonio se alejaron de él para conversar con propiedad.

―Te poseyó un fantasma virgen. Hicimos un pacto para que salga voluntariamente y Jure te besó, por increíble que parezca. Mi resumen ha concluido.

―¿Qué? Lo último de lo que me acuerdo es de ir a revisar una escena del crimen y el resto está en blanco.

―¿Escena del crimen? ―repitió Jure.

―Hubo otra muerte causada por el Asesino Descorazonado.

―¿Quién murió?

―Ella.

―¿Quién diablos eres?

Darka sonrió, incómoda, y empezó a hablar. 

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