(4) Juriel
Una cosa había sido hablar sobre demonios, otra muy distinta fue tener uno frente a frente. A diferencia de lo que se había imaginado, Jure carecía de zarpas y enormes colmillos capaces de arrancarle la yugular de una mordida. En realidad, lucía como un hombre común y corriente que estaba enfundado en una camisa de lino y unos tejanos oscuros. Pero, para ser sincero, no era del todo normal.
Medía unos cinco centímetros más que él y su complexión física era mucho más musculosa y apolínea. Su cabello espeso centelleaba de un azabache sobrenatural y unos gruesos mechones caían sobre sus cejas gruesas. Tenía un rostro rudo y elegante, con la mandíbula firme y la nariz recta. El amigo de Venecia, que en opinión de Aleksandar parecía todo menos su amigo, le enseñó sus ojos rasgados completamente negros a modo de advertencia.
―Gusto en conocerte ―habló Jure, mostrando una amplia sonrisa. En el Infierno había buenos dentistas, pensó ya que sus dientes merecían aparecer en un comercial de alguna pasta dental.
―Igualmente.
El detective miró intranquilo a Venecia, en consecuencia, ella procedió a decir:
―Corazón...
―¿Sí? ―respondieron los dos en simultáneo.
Sorprendidos, ambos intercambiaron miradas, pues ella llamaba a los dos por igual. Cosa que no lo hizo sentirse menos especial, para nada.
Aleksandar se preguntó cómo funcionaba la mente de Venecia. Jugaba con su cabeza como una jugadora de fútbol con una pelota. Cinco minutos atrás le había dicho que le gustaba y ahora besaba a otro sujeto en sus narices.
Aburrida, Amaranta se marchó sin decir una palabra.
―Adorable ―suspiró la rubia―. Jure, sé que puedes estar cansado debido a tu estadía en Praga, aun así, nosotros estamos en una operación negra y te necesitamos con suma urgencia.
―No es una operación negra ―corrigió Aleksandar―, no hicimos nada en contra de la ley.
―Así que, me estás diciendo que compartir información de una investigación oficial está bien.
―Ese fue un golpe bajo.
―Créeme que fue uno muy arriba.
―¿Alguien quiere un poco de hachís? ―Jure sacó una pipa de su bolsillo y se las ofreció.
―¿Sabes que soy un policía?
―Sí, ¿y?
―Por Dios ―soltó, exasperado. Podía soportar a una persona que incumpliera las leyes por trabajo, pero, ¿dos? Eso sería demasiado para su sistema nervioso.
―Me sorprende de ti. Aquí le decimos no a ese tipo de cosas ―enunció Venecia con severidad, tomando el brazo del demonio―. Guárdame para más tarde.
A pesar de que lo bisbiseó con intenciones de que Aleksandar no la oyera, la escuchó fuerte y claro.
―Amaranta me puso al tanto de lo que sucedió con tu amiga. Es una pena que no la haya conocido ―expuso Jure en un tono que lo hacía sonar como si saboreara las palabras del mismo modo que una estrella del cine estadounidense en la década de los sesenta―, por eso haré todo lo que esté en mi poder demoníaco para colaborar en esta investigación de carácter legal, haciendo énfasis en legal.
―Sabía que no me decepcionarías.
Aleksandar comenzaba a sentir que formaba parte de un mal tercio al ir caminando detrás de ellos. Decidió hacer a un lado las diferencias y apresurar el paso.
―Entonces, ¿tú puedes reconocer a otro demonio?
―Sí. El azufre que Venecia percibió equivale a que detectaran sus huellas digitales. Son los restos de nuestra esencia, por eso ni los ángeles ni los humanos pueden identificarlos. Solo alguien como yo podría.
―La policía ya revisó y limpió la escena del crimen, ¿no hay otra forma de encontrarlo? ―interrogó Aleksandar, metiéndose en el ascensor junto con ellos.
―Necesitaría que mínimo estuviera en la misma habitación que yo.
―Eso no será sencillo de lograr.
―A menos que lo invitemos a venir ―planteó Venecia, curvando la esquina de su boca. En los pocos días que la había visto, él descubrió que esbozaba una sonrisa torcida cada vez que se le ocurría algo pecaminoso―. Mimin fue a la Oficina Paranormal, seguro creó una lista de los demonios que pasean en este plano. Les enviaré invitaciones, haré que se corra la voz y hasta los que se esconden saldrán de sus cuevas. Es como ponerle queso a una trampa. Si el asesino es un demonio, vendrá.
―¿Cómo estás tan segura?
―Si alguien sabe cómo divertirse, esa es Venecia. Sus fiestas son las mejores, al igual que su anfitriona ―garantizó Jure, confiando en la rubia.
―No lo negaré. Merezco el crédito.
―¿Cuánto tardarás en organizarla? ―agregó Aleksandar.
―Si me esfuerzo de verdad, estará lista para esta madrugada.
El ascensor se detuvo y le regaló una fugaz imagen del corredor del tercer piso. Tanto el ángel como el demonio salieron. Aleksandar permaneció en su posición.
―¿No vienes, Super Sherlock?
―Cuento con el esfuerzo que pondrán. Iré a rever la evidencia que guardamos. Quizá haya quedado algún rastro de azufre ―anunció Aleksandar previo a que las puertas automáticas se cerraran y lo dejaran con su íngrimo reflejo.
***
No aguantaba más. Apenas se fue Aleksandar, Venecia cerró la puerta abovedada del apartamento, bastó un instante para anticipar las intenciones del Jure. Había pasado demasiado tiempo sin él. Años. Al conocer a alguien de la manera en que ellos lo hacían, algunas palabras estaban de sobra.
Ya podía devorarlo con la mirada. Ella estiró las manos para alcanzar las facciones angulosas de él y depositó sus labios sobre los suyos sin vacilar. Procedió a acariciarle la mandíbula y la curvatura del cuello con las yemas de los dedos en un gesto íntimo. Por más que deseara arrancarle la ropa con su fuerza extraordinaria, los dos se tomaban cuando se reencontraban.
Por su lado, Jure le devolvió el beso en partes. Primero besó con calma su labio superior, repitió el proceso en el inferior y luego desató lo que tenía guardado y tomó posesión de su boca.
Besarlo era como un baile y con cada paso se acercaban más. Él la impulsaba con sus toques, hacía que su corazón diera vueltas gracias a la lujuria, y la acercaba para que colisionaran en el momento perfecto y más placentero. Así, ella podría bailar por siempre con el demonio.
―Dulce como siempre.
―No me dijiste qué extrañaste de mí ―masculló la rubia, inhalando y exhalando con celeridad y eso que se requería mucho para quitarle el aliento.
―Eché de menos tu sonrisa ―contestó Jure, acariciando con la lengua la comisura de su boca―. Cómo me miras. ―Besó cada párpado cuando ella los cerró y después se inclinó para alcanzar la zona sensible de su cuello―. El sonido de tu voz. ―Finalmente, le dio un pequeño mordisco a la clavícula, lo que le causó un delicioso escalofrío más fuerte que los anteriores―. Y la forma en que arqueas tu espalda como si contemplaras el cielo cada vez que te penetro hasta el alma.
Las manos ágiles de Jure se anclaron en la cintura de Venecia, la giraron e hicieron que su espalda colisionara contra su abdomen y su pecho estuviera a centímetros de la puerta. Un ruido que resultó ser la mezcla de un gemido y un jadeo rebotó dentro de la garganta de ella. El empuje fue sutil como un abrazo poderoso, pero lo tenía suficientemente cerca para hacerle sentir que la deseaba. Era una necesidad primitiva. La piel comenzó a arderle debido al calor natural que emanaba el cuerpo del demonio.
Como el hierro, anhelaba fundirse en él. A su vez, adoraba el modo en que sus dedos se metían debajo de su camisa y le acariciaban las líneas de las estrías como si fueran escritos sagrados. Nadie poseía un cuerpo perfecto, ni siquiera los ángeles.
Ella tiró la cabeza para atrás, depositándola en el hombro de Jure, y respiró profundamente. Se permitió unos segundos para percibir su perfume, el sonido de su respiración, el bulto del pantalón que se inmiscuía entre sus piernas y su mera cercanía.
La sangre se iba acumulando en la zona baja del vientre porque si bien sus mimos resultaban amorosos, cada toque de Jure era más fuerte que la detonación de dinamita y cuanto más la tocaba, más reforzaba su potencia. Eso no se debía únicamente a su atractivo natural, sino también a su encanto sobrenatural.
Él literalmente se lucía como la persona que más deseaba y destilaba lujuria por los poros. Su magia fluctuaba de una manera similar. Venecia tenía la capacidad de crear un encanto en el que se transformaba en quien el otro amaba y exudaba amor.
En consecuencia, ella veía a Jure y él a Venecia. Incluso si se deshacían de sus glamoures, serían los únicos capaces de ver al otro como realmente eran y eso era lo más íntimo que se podía encontrar.
―¿Crees que aguantaremos y llegaremos al cuarto?
―¿Después de todos estos años sin ti? No ―objetó Jure, mirándola con los labios gruesos y entreabiertos―. Apenas puedo respirar.
―Entonces, cállate y fóllame como solo tú sabes hacerlo ―demandó Venecia al límite.
La genuina acción empezó y la sacudió más que un terremoto. Todavía de espaldas, encaró a Jure para besarlo con las ansias de un adicto que consumía su droga favorita, mientras que una de las manos de él ascendía lentamente y le desabotonaba la camisa para alcanzar sus pechos.
Gimió con una sonrisa enmarcando su rostro en cuanto él pellizcó una de sus areolas. En simultáneo, le atarazó los labios con el mismo vigor. Gracias a que sus pezones eran un poquito grandes, desbordaban de sensibilidad y el pizco los endureció más de lo que estaban.
El magreo intenso y la presión de la polla tan cerca de su punto la arrastraron a un nivel insano de lascivia. Notó que la erección que aumentaba su tamaño con los roces. Jure le dio un golpecito a los pies con su zapato, pidiéndole que separara las piernas. La antelación le provocó un escalofrío delicioso. Venecia zarandeó las caderas en busca de saciar el apetito de su intimidad y su falda se enrolló en su cintura. Notaba la tela húmeda de su propia ropa interior. Estaba lista para lo que fuera.
―¿Y tú qué extrañaste de mí? ―le preguntó Jure a medida que liberaba su polla de su encierro.
―Todo ―jadeó sin la más pequeña vacilación.
Acto seguido, él le rompió las bragas para llenarla por completo con una embestida certera. Todo. Seguida por una corriente eléctrica, una increíble sensación de satisfacción la invadió de inmediato. Nada se compraba al momento en que deslizaba su miembro dentro de su vagina húmeda para colmar ese espacio vacío que rogaba por ser complacido. Entreabrió la boca, dejando escapar los suspiros involuntarios que provenían de lo más profundo de su ser. Sin duda, la primera ganaba el premio a la mejor de todas.
Las siguientes embestidas se consideraban incluso mejores. Jure avanzó hacia adelante sin parar de moverse y colocó las palmas en la puerta para profundizar sus arremetidas.
La anatomía de Venecia quedó contra pegada a la misma, sin embargo, el continuo roce de su centro expuesto con el material ampliaba de deleite junto con las impetuosas embestidas que recibía. El placer creció y creció con los movimientos. Entrelazaron los dedos a causa de la necesidad de agarrarse de algo. Sabía que, si no lo hacían, terminarían rompiendo la puerta.
Sus oídos se apagaron. No escuchaba nada más que los gemidos, la colisión de los cuerpos que no daban abasto y las respiraciones que se agotaban.
―¿Cómo es que follé millones de veces a lo largo de milenios, pero contigo se siente mejor que hacerlo todas esas veces juntas? —planteó él, jadeante.
—Es porque estás locamente enamorado de mí —sonrió ella.
—Tanto que no me queda ni una pizca de cordura.
Jure incrementó el ritmo con bestialidad y el clímax no tardó en visitarla. Faltaba poco, tan poco para el éxtasis que parecía que estaba en una carrera para alcanzarlo. En lugar de caminar, se retorcía por la fruición que ocasionaba las estocadas.
Finalmente, el orgasmo se hizo presente en ondas poderosas que controlaron a sus extremidades. Un grito de placer se quedó atorado en su garganta porque no podía ni hablar de lo vehemente que fue. Sus nervios vibraron, gozando de estar en la cima. Eso era vida.
El demonio desaceleró su accionar previo a soltar un clamor grueso. No había cosa más sexy que oírlo gemir. Pronto, la mezcla tibia de sus jugos y el semen comenzó a escurrirse por la entrepierna. Había sido una de esas veces. Permanecieron así por unos segundos, disfrutando de la conexión y las emociones.
―Conque a esto se refieren cuando dicen "recibir a la gente con las puertas abiertas" ―musitó el demonio, besándole el hombro.
―Si no, lo harán a partir de ahora ―rio el ángel, cosquillosa.
Dicho eso, él salió de su interior y ella limpió el desastre con un orden mental antes de materializar un nuevo par de bragas. La magia y el sexo: una combinación energizante. No desprendieron sus manos y se encaminaron al apartamento. No se necesitaba decir mucho más.
La sesión de placer acabó más tarde. Una vez instalados en el suelo de la sala, Venecia y Juriel empezaron a disfrutar de un poco del hachís. Unieron las puntas de los cigarrillos encendidos que sostenían en sus respectivas bocas por un segundo en una especie de beso íntimo antes de apartarse. El efecto que causó en ellos fue de total relajación.
Lo bueno de ser un ángel era que no importaba que tanto daño físico intentara causarse, se iba. Podía fumar, comer y nunca reventaría o moriría, como si le hubiera dado un pase libre para las adicciones sin contraindicaciones.
―Extrañaba esto ―confesó Jure, pasándole la pipa que compraron cuando visitaron Estados Unidos un par de decenios atrás.
Siempre compraban algo para conmemorar las épocas en que estaban juntos.
Ella lo conoció cuatro años antes de siquiera cruzarse con Amaranta mientras pasaba un mal rato en el Infierno. Primero fueron amigos, después pareja y finalmente, las dos. Tenían un pacto: se brindaban tanto como podían, no creían en la fidelidad de tipo sexual y se separaban unos años para no perder el encanto que veían en el otro.
No importaba si no se veían por milenios, su confianza los hacía tratarse como si se hubieran despedido ayer. Venecia afirmaba con toda certeza que, si las almas gemelas existieran, él sería la suya. Era su pareja eterna.
―¿Fumar? Te conozco lo suficiente como para saber que lo hiciste ayer —bromeó mientras se deshacían de los cigarrillos.
―No. A ti y a mí así.
Él se inclinó para besarla en la frente y ella se estremeció ante el contacto. Por consiguiente, retrocedió un centímetro, con su nariz rozando la suya, y repitió su acuerdo:
―Sin corazones rotos.
―Sin corazones rotos.
Jure fijó su vista en la ventana abierta. La luz del sol resplandeciente iluminaba el lugar y más aún su pelo, tornándolo de un tono más claro.
―¿Por qué me llamaste? ―agregó.
―Te lo dije por teléfono. Los asesinatos y el mensaje que representan.
―¿Crees que ella está detrás de eso?
―Lo sé ―afirmó con un nudo hecho de cuerdas de ira en la garganta.
―No, no lo sabes ―replicó él, poniéndose de pie.
―Vamos, no arruines el momento ―le pidió, tratando de evitar una conversación seria.
―No estoy arruinando nada. Estoy preocupado por ti.
―No hay nada de que preocuparse. Soy Venecia, no puedo estar mal ―manifestó, enseñándole su arma más letal: sus ojos dorados.
―¿A quién tratas de convencer? ¿A ti o a mí?
―A nadie. Es la verdad.
―La verdad es que estás obsesionada con ella y buscas pistas en el aire.
―No estoy obsesionada. Estás al tanto de lo que me hizo, solo quiero vengarme.
―Y en el proceso te lastimas más a ti de lo que la lastimarás a ella.
De un salto, Venecia se levantó y alisó su falda. No quería hablar de ello.
―Creo que debes irte. Tengo una fiesta que organizar. Nos vemos allí.
―No me eches. Esto es lo que haces. Tú creaste el trato y yo lo acepté porque es eso o nada. No lo entiendes, ¿no?
―No, no lo entiendo. Sabes que la gente como nosotros es incapaz.
―No me vengas con esa mierda. Podemos amar.
―No lo suficiente.
―¿Estás enamorada de mí? ―preguntó Jure con el corazón pendiendo de un hilo que ella no pretendía cortar.
―Sí ―afirmó Venecia con certeza―. Pero no puedo permitirme ser feliz hasta que ella se haya ido.
―Oye, no vine a pelear contigo. El asunto es que no quiero que vuelvas al lugar oscuro en el que te encontré ―argumentó, bajando la guardia al conocer su pasado.
―Caí una vez, no puedo hacerlo dos veces.
Jure rodó los ojos e inhaló hondo, como si rogara por paciencia. Pese a ser un simple demonio sexual, él la amaba como ella nunca podría amarlo con libertad. A menos que obtuviera su resarcimiento.
―Solo te pido que, si sientes que estás a punto de perder el control, llámame. Si es necesario, saldré del Infierno y me escabulliré al Paraíso para ayudarte.
―¿Cómo te mandaría un mensaje? Sé que la Ciudad Infernal no tiene buena recepción.
―Haré que mejoren la señal.
―Te llamaré.
El corazón se le saturó de dulzura. De verdad estaba condenadamente enamorada de él.
―Ahora que nos arreglamos, háblame del mortal apuesto con el que viniste.
El cambio de tema le resultó agridulce. Le gustó concluir la pelea y odió que los reflectores fueran robados por el detective.
―¿Aleksandar?
―Sí. Le pusiste un apodo, lo que significa que te interesa.
―Es el descubrimiento del siglo. ―Venecia asintió con histrionismo.
―¿Crees que le apetezca participar en un trío? ―bromeó Jure, encantador.
Tres no eran multitud ni un triángulo amoroso, obviamente son un trío, pensó Venecia.
―No sé. No es muy expresivo respecto a sus gustos, excepto por los crucigramas.
―Supongo que esta noche me encargaré de resolver ese misterio. Dicen que los tímidos son los más atrevidos.
Ellos carecían de problemas al conversar acerca de con quién se acostaban o con quién deseaban follar mientras fueran sinceros.
―Sí, lo averiguaremos. Para eso debo planificar la fiesta y no puedo distraerme.
―¿Soy una distracción?
―Una muy buena distracción.
―¿Te quito la concentración? ―indagó él a sabiendas de que sí.
―Absolutamente ―admitió ella sin inconvenientes, ¿para qué fingir que no?
―Nos vemos más tarde, mi preciosa pagana ―dijo Juriel previo a desaparecer.
Ella decidió que haría una fiesta temática y el problema era que carecía de un tema. Como solución, se dispuso a localizar a Amaranta. No estaba en la cocina, ni en los pasillos del museo. Se detuvo en la recepción al visualizar su abrigo. Había una nota adhesiva pegada a él en la que estaba escrito un simple "gracias". Se obligó a no sonreír y la tiró a la basura. Era del detective lento.
En la terraza halló a su amiga acomodada en la misma mesa de la cafetería en la que vio a Biserka antes de morir. No permitió que eso la afectara. Sentirse vengativo era mejor que estar adolorido.
―¿Te enteraste de algo?
―En la Oficina Paranormal no saben nada al respecto. El ángel de la muerte que guio a Biserka asegura que ella no recuerda su muerte ―informó Amaranta.
―Suele pasar con los asesinatos. Quedan traumatizados y bloquean sus recuerdos. ¿Algo más?
―Aunque Claudia se resistió un poco, logré sacarle información. No hubo reportes de ningún demonio que no conozcamos visitando este plano.
―Quizá porque este no lo hizo de manera lícita.
―¿Quién se atrevería a hacer eso a sabiendas de que los stromantes junto con sus sabuesos irán detrás de ellos?
Los stromantes o Guardianes de las Dos Ciudades eran seres mitad demonios, mitad ángeles sin forma física. Se los consideraba la policía de las otras ciudades. El trabajo que realizaban se basaba en cazar a quienes no cumplían con las normas. Su sede se ubicaba en la Oficina Paranormal y Claudia los representaba como su líder y vocera.
―Alguien desesperado o alguien con contactos.
―Por otro lado, hay algo que Claudia me pidió que te diga. La razón por la que incrementó la cantidad de veces que te llamaba es porque él está aquí.
―¿Quién está aquí?
―Adriel. Él cayó hace dos meses.
Un cosquilleo le recorrió la espalda justo en las cicatrices de sus alas perdidas.
―Es imposible. Ese hijo de puta está a cargo hace milenios. Nadie pudo hacerlo abandonar la Ciudad Dorada.
Adriel había sido el serafín supremo que lideraba a todos los seres celestiales desde que tenía memoria. A pesar de que, según la magia y la fuerza que disponían, los ángeles se dividían en jerarquías. La jerarquía suprema: serafines, querubines y tronos. La jerarquía media: dominaciones, virtudes y potestades. Y la jerarquía inferior: principados, arcángeles y ángeles. Ese era el orden inalterable, pero un ángel podía subir de escalafón, entrenando y obteniendo más habilidades en el proceso hasta alcanzar su poder absoluto. Una vez que caía, volvía a ser un ángel ordinario, sin importar si fue alguien poderoso como Venecia.
―Lo único que me dijo fue que el ángel que ocupa su puesto es quien recopiló pruebas de sus crímenes.
―¿Quién lo reemplazó?
―Mihael.
Ella.
Por supuesto que fue ella.
La razón principal por la que Venecia cayó y perdió todo.
Por más que la alegría la abandonó por completo, se dispuso a acelerar los preparativos para la fiesta.
***
Él ingresó con sigilo a la sala en donde se guardaban las evidencias.
Había postergado obtener el azufre hasta la hora del almuerzo. Goran, un policía de la estación, abandonó su puesto por menos de cinco minutos para salir en busca de su sándwich de atún. En su defensa, quería evitar las preguntas que su compañero le haría y también tranquilizar a sus pobres nervios de plástico. Pese a que sus intenciones contaban como buenas, él sabía que las intenciones no modificaban a las acciones.
Aleksandar estaba cometiendo un delito en las narices de la policía siendo detective. Trató de no pensar en la condena que tendría si lo atrapaban. Esquivó la mesa de la entrada y se dedicó a buscar en las bolsas que sellaron en la madrugada.
―¿Puedes explicarme de nuevo por qué soy yo el que vigila? ―objetó Pavel.
―Porque nadie puede verte, excepto yo ―respondió en simultáneo que hallaba un pedazo de tela perteneciente al uniforme de la fallecida Biserka. Inspeccionó el artículo. Distinguió una fina capa de azufre―. ¡Bingo!
―¿Bingo? Yo diría sangriento. Eso está bañado en sangre seca ―balbuceó a un ritmo inhumano.
―¿Puedes enfocarte en la misión? ―le pidió Aleksandar a medida que se ponía los guantes de látex que preparó.
―Deberías ser más agradecido por la ayuda gratis. Si te descubren, tú estarás en problemas. No es como si hubiera una cárcel para fantasmas.
―¿Ya olvidaste lo que dijo Venecia acerca de la Oficina Paranormal?
―Iré a vigilar. Buena suerte.
Pavel tragó saliva y pasó el umbral de la habitación. No se oyó más su voz.
El detective abrió el sello y cortó un trozo del chaleco con una tijera. Procurando no arruinar su cuidadoso trabajo, lo depositó en una segunda bolsa y devolvió todo a su lugar. Alcanzó a esconder sus pruebas en el interior de su saco justo antes de que su amigo volviera corriendo a máxima velocidad.
―Goran viene en camino ―advirtió, jadeante. No sabía que los muertos se cansaban.
No lo atraparon con las manos en la masa, pero sí con las tijeras.
―Detenlo.
―¿Cómo? No puedo ni hablarle al tipo. Además, ¿qué le diría?: "Oye, ¿me recuerdas? Soy el que se murió hace un par de años. ¿Quieres ir por un café para ponernos al día? Desde luego, ten en cuenta que yo no puedo beber ni comer nada".
―No sé, puedes intentar poseerlo.
―¿Posesión? ¿Esa es tu solución? Nunca he poseído a nadie.
―Piensa que es un buen momento para practicar.
―Bien. ―Pavel se esfumó en el aire.
Aleksandar verificó la escena una vez más previo a asomarse al pasillo y vislumbrar a Goran yendo directo hacia él mientras devoraba su bocadillo. Contuvo la respiración. El sudor bañaba su frente debido al ambiente avinagrado. El fantasma ocupó su posición en el campo, tronó sus dedos sin producir sonido alguno y trotó velozmente hacia el agente.
Su expresión, al igual que un vaso lleno de agua, rebalsaba de intentos fallidos. El detective eligió tener fe en su amigo; fue un acto fructífero. La figura de Pavel desapareció al ser absorbida por el cuerpo del poseído. En algo más que apariencia, se notaba que no procesaba su situación actual. Procedió a tocarse el rostro y el pelo oscuro, a realizar muecas extrañas y a decir los números uno, dos y tres con la voz aguda de Goran como quien deseaba despertar los miembros dormidos de su anatomía.
―¿Cómo estás? ―quiso averiguar Aleksandar, saliendo de su escondite.
―Vivo. Sin comentarios ―gritó con la sonrisa de un maniático y mordió el sándwich―. ¡Esto es genial! ¡Debería hacerlo más a menudo!
―Dudo que el resto de la población viva esté a favor de esa frase. En cuanto me vaya debes abandonar a Goran.
―¿No puedo conservarlo cinco minutos más?
―¿Recuerdas que no es un juguete?
―Vamos, ni siquiera sabrá que compartimos cuerpo.
―Y eso no lo hace mucho menos horroroso.
―De acuerdo. Es lo correcto ―se rindió Pavel―. Ahora dime cómo salgo de aquí.
Ninguno de los dos había pensado en eso.
―¿Tú no lo sabes? ―replicó Aleksandar, espantado―. Creí que venía en el manual de ser un fantasma.
―No sé si te has percatado de que carezco de experiencia en este rubro. Dios, es como perder la virginidad por segunda vez.
―¿Tienes alguna idea?
―Un exorcismo.
―¡Gracias por nada!
―Meditemos esto. Si entraste voluntariamente, debes poder salir de la misma manera.
―Es lógico, ¿no?
Tras varios segundos viendo a su amigo esbozar la cara de alguien constipado hasta la médula, se dio cuenta de que no funcionaría ese plan. Se distanció con prudencia y marcó el número telefónico de Venecia. Le ponía incómodo llamarla luego de haberla visto horas atrás y detestaba llamar a cualquiera, aun así, pegó el celular a su oreja por el bienestar de Pavel y Goran.
―Corazón, creí que no llamarías nunca ―respondió ella al tercer timbre.
También él.
―Empezaba a pensar que tu teléfono estaba descompuesto o algo por ese terrible estilo ―añadió. Su voz sonaba fría como el hielo y profunda como la de una locutora.
―Mira, tengo una pregunta para ti.
―Dime cuál de mis brillantes conocimientos son requeridos esta vez.
―¿Tienes idea de cómo expulsar un espíritu de un cuerpo sin matarlo?
―Una parte de mí desea preguntarte por qué quieres saber eso, la otra está muy ocupada para eso. ¿Intentó hacerlo por su voluntad?
―Sí, y parece que en cualquier segundo le saldrán hemorroides.
―Super Sherlock, no sabía que podías dar una imagen desagradable, siendo tan agradable a la vista ―elogió ella―. Trata con sal.
―Genial, ahora usamos condimentos.
―Es una cosa de espíritus. La sal genera una reacción que es muy aburrida para que te la explique, el punto es que funciona. O tienes la segunda opción que es la tierra de su propia tumba.
―Este fantasma fue cremado ―informó Aleksandar, recordando que había acompañado al padre de Pavel a liberar sus cenizas en el río.
―Estás al horno ―se rio la rubia―. Busca el salero más cercano y arrójaselo.
En el fondo de la llamada se escuchó una voz femenina gritar algo que Aleksandar tardó en deducir que era latín antiguo y ella le respondió con más potencia.
―Lo haré. Gracias.
―A este punto estoy considerando cobrarte este servicio especial como profesora particular. Deberías pagarme con una cita.
Él cortó la comunicación enseguida. Apenas oyó lo que Venecia dijo. Se desplazó para localizar el elemento de ayuda y nadie notó que se marchó.
Determinado a salvar el pellejo de su amigo, tuvo que comprar una ensalada barata en el restaurante de la avenida en que residía la estación para que le cedieran un sobrecito. En cuanto se aproximó a Pavel, quien lo esperó sentado en la silla donde solía descansar Goran, rasgó el papel y le tiró la sal sin más. Casi de inmediato, ambos volvieron a estar separados.
Como diría su abuela: a veces es sorprendente el poder de los condimentos.
Mientras que su compañero recuperaba la conciencia, tanto Aleksandar como Pavel se escabulleron con la intención de que ese no los descubriera.
―Sabes que podrías haberle dicho que necesitabas revisar algo para la investigación y listo, ¿no?
Le lanzó una mirada asesina al espíritu, sin embargo, tenía razón.
Alcanzó a ver unas gotas de una sustancia blanca y vaporosa emergiendo de la boca de Goran. Ectoplasma. Se dispuso a no meditarlo demasiado y fueron al estacionamiento del edificio. Estaba medianamente vacío, por lo que no dudaron en meterse al auto con total serenidad. Terminó de colocarse el cinturón de seguridad en el instante en que recibió un mensaje de Venecia que en realidad era una invitación oficial a la emboscada nocturna que prepararon.
―¿Irás a una fiesta en el museo? ―consultó Pavel, husmeando sin permiso―. ¿Sabes si estará Amaranta?
―Supongo. No pregunté. ¿Por qué?
―Quería estar al tanto de la lista de invitados para averiguar si estoy en ella ―se encogió de hombros.
―No sé si hay una, pero no creo que a Venecia le moleste si vienes. Además, no podría resolver este caso sin Watson.
―Ya hablábamos de esto y quedó claro que yo soy Sherlock.
―Nunca hablamos de esto.
―Lo hacemos en este momento.
―¿Por qué el repentino interés en Amaranta?
―Es que es el primer espíritu no demente que trata de matarme a pesar de que estoy muerto y ella luce... humana.
―Bueno, sería raro que no lo hiciera ―expuso el detective previo a poner el automóvil en marcha.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro