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(10) Muñeco de nieve

―Ya se los dije a los tres. Soy Darka, ¿quiénes son ustedes? ―dijo el fantasma.

Aleksandar apenas lo escuchó. Todavía se sentía extraño como si su cuerpo no le perteneciera en absoluto. Lo peor era que la sensación no le era totalmente desconocida, sino que le resultaba algo familiar. Tenía unos espacios en blanco en su mente que no llenaba con nada.

―Eso no te importa. Lo que importa es que hay una segunda opción para el trato que hicimos ―inició Venecia con la mirada de loca que ponía cuando ideaba un plan siniestro. Hacía muchas veces seguidas esa cara.

―¿Cuál?

―Asesinato.

―Tranquilicémonos ―solicitó Jure, quien dirigió su atención al detective―. ¿Sabes algo más sobre su muerte que nos pueda ayudar a hallar a Geliel?

Le contó acerca del convento sin dudarlo y ellos sacaron las mismas conclusiones.

―Esperen un segundo, ¿ustedes piensan que mi hermana está involucrada con todo esto?

―No creo que tu asunto pendiente sea tener sexo, debe estar relacionado con el hecho de que te liquidaron ―expuso la rubia libre de empatía.

No pareció intencionado. ¿Podría entender la empatía en primer lugar?

―Tiene más sentido ―agregó el príncipe infernal.

―¿De casualidad lograste ver quien lo hizo? ―consultó Aleksandar.

―Dame un momento ―respondió Darka, pensativa. Hundió el ceño, rogando que sus recuerdos regresaran a ella―. Recuerdo que estaba sola en la panadería y ya había cerrado con llave, por eso me asombré al ver una silueta. No sé quién es Geliel, lo que sé es que era la sombra de un hombre.

―¿Estás segura?

―Al cien por ciento.

―¿Geliel usa un nuevo recipiente? ―consultó Jure con Venecia.

―¿Tan rápido? Es posible. Raro, aun así, no imposible ―inquirió esta―. Quizá ha estado haciendo eso. Cambiando de recipiente para que sea difícil de atrapar.

―¿Ustedes pueden hacer eso? ―preguntó Aleksandar, azorado.

―Sí, somos esencias sin cuerpo, adquirimos uno al ingresar a la Ciudad Viviente. Varía bastante. Por ejemplo, los ángeles caídos toman la forma que tendrían si fueran humanos y los ángeles que no cayeron eligen su apariencia. Los demonios poderosos como Jure tienen su propio recipiente y los de más baja categoría como Kevin roban los de humanos, pecadores más que nada. Los espíritus suelen poseer a gente con una energía similar a la de ellos.

―¿Me estás diciendo que me parezco a una chica de veintiún años fanática de BTS?

―Es que estás muy tenso y elijo suponer que tienes buen gusto en música. Necesitas relajarte, hermano. Si vives preocupado por que todo salga perfecto, ¿cuándo tendrás tiempo de relajarte y disfrutar lo que haces?

―Cuando me jubile.

―O cuando te dé un infarto por ser tan aguafiestas ―murmuró Darka entre dientes.

―¿O sea que tenemos que ir a la iglesia? ―articuló Jure, cambiando de tema.

―Sí.

―Entonces, ¿qué esperamos?

―Vayan ustedes. Yo volveré con la policía. Quién sabe qué hizo en mi lugar.

―Una mujer cuyo nombre empezaba con T dijo que me podía ir y me marché sin hacer ningún escándalo. Estacioné tu auto en la esquina ―informó Darka.

―Es raro que Turina dijera eso. Tengo que irme de todos modos.

―¿A dónde? ―Venecia apareció delante de él.

―¿Acaso te interesa? ―Aleksandar la esquivó, molesto al tener presente lo que le dijo la ocasión en la que desapareció.

―Enfádate conmigo. No te diré qué hacer. Pero tendrás que soportarme a tu lado hasta resolver nuestra situación, corazón.

―¿Por qué aceptaría eso?

―Porque estás conectado a mí, una criatura de otro plano. Por ley, lo sobrenatural atrae a lo sobrenatural. En consecuencia, todo a lo que le temes o intentas evitar te seguirá. Como humano, eres vulnerable y eso me hace débil. Básicamente, para vivir tranquila, necesito que estés a salvo. ¿Cómo me aseguro de eso? Estando contigo.

―¿Qué tan acertada es esa teoría? El único fantasma con el que me he cruzado hoy es Darka.

―Hay un Poltergeist detrás de ti ―afirmó Venecia con la expresión neutra y llena de satisfacción a la vez.

El detective saltó del susto y volteó hacia atrás. Ahogó un grito a pesar de que no había nada.

―Ja, no hay nada.

―Mentí. Está en la vereda de enfrente, observándote hace cinco minutos.

Aquello no fue una mentira. Efectivamente, había un hombre gris con la piel toda quemada que no vestía nada y poseía los ojos tan abiertos como los demonios de las películas. Le causó escalofríos. Tal vez tener a un ángel caído a su lado no era tan mala idea, aunque esta no tuviera sentido común

―Bien. Acepto tu compañía.

―Por supuesto, detective lento.

Aleksandar comprendió algo. Ella le decía "Super Sherlock" si estaba contenta o le coqueteaba, pero lo llamaba "detective lento" cuando le molestaba hasta el hecho de que él respirara en su cercanía.

―De acuerdo, ¿quién conduce? ―habló Jure, alegre.

―¿Tú también vienes?

―Venimos en paquete. Claro que voy, Alek.

―Si él va, yo también. Es por el trato ―se sumó Darka.

―Niña, fuiste asesinada. Ya no hay trato ―aclaró Venecia.

―¿Qué? Porque una está muerta no puede divertirse, ¿es eso?

―¿Por qué los que dan más pistas son los más molestos?

―Bienvenida a mi mundo.

El detective se dirigió a su coche, rendido, ante la queja de la rubia. El resto del grupo lo siguió. En ese instante se percató de sus atuendos.

―¿Por qué están vestidos con eso?

―Yo llamo la atención, tiene sentido que me vista así.

―Exacto. ¿No lucimos adorables? ―apoyó Jure a Venecia.

―Me visto como soy: espectacular ―agregó la rubia―. Lo normal es para los mundanos.

―Bien. Hagan lo que quieran. No es mi asunto.

Dicho eso, Aleksandar se metió en el automóvil. Los demás ya estaban allí.

―Esta no es una noche buena.

―Y recién comienza.

***

A ella le enfadaba que él estuviera enfadado. Venecia era de la clase de persona que se molestaba y se le pasaba en una hora a menos de que fuera grave. Al parecer, no compartían esa característica.

La única que habló durante el trayecto hacia el antiguo hogar del detective fue Darka.

¿Qué sentido tenía pensar todo en voz alta?

La noche había caído en su totalidad para el instante en que llegaron a destino. Una casa de un solo piso estaba edificada frente a ellos. A diferencia de las otras que había en el vecindario, esta carecía de decoraciones festivas y sobresalía con un color gris aburrido.

Cruzaron por el reducido jardín que contaba con el césped más verde y prolijamente cortado que vio en su existencia, además de los arbustos a un lado del porche. Aleksandar tocó la puerta blanca y los demás aguardaron en silencio.

Un hombre de unos cincuenta años, estatura muy baja a comparación de los visitantes al alcanzar a duras penas el metro cincuenta y pelo negro los recibió. Sus ojos negros brillaban, afables.

―¡Viniste puntual, hijo! ―exclamó el padre de Aleksandar, lanzándose a darle un abrazo.

Este, tenso, tardó en devolverle el gesto con unas palmadas en la espalda. No se veía incómodo, de hecho, sonreía como pocas veces se mostró.

―¿Creen que sea adoptado y no lo sepa? ―soltó Darka en la mitad del momento. La ignoraron.

―¿Cómo has estado, papá?

―Excelente. Aunque estos días me han estado doliendo las rodillas. Quizá haya nieve hoy.

―¿No se supone que llueve si te duelen? ―volvió a hablar la chica fantasmal.

―Basta de mí. ¿Quiénes son tus amigos?

―Ellos son Venecia, Juriel y... ―Aleksandar se interrumpió a sí mismo en cuanto Darka abrió la boca―, eso todo.

―Gusto en conocerlos. Soy Andelko.

―Gracias por recibirnos ―saludó Jure, diplomático.

―Pasen, por favor.

Le hicieron caso. Una extrema claridad proveniente de una lámpara colgada en el centro de la pequeña sala, pisos de madera pulida, muebles cándidos como la mesa redonda donde la familia ponía los cubiertos, copas y otras nimiedades les dieron la bienvenida

―Nosotros casi no celebramos nada. Tomamos este día más como una cena familiar o una excusa para reunirnos y solo intercambiamos regalos por los niños. ¿A ustedes les gusta la Navidad?

Venecia asintió. Una fiesta era una fiesta.

―Lo noté.

―Las habilidades de detective deben venir en la sangre, ¿no?

Aleksandar tosió, falsamente, ante el comentario de Darka.

Una mujer alta a un nivel superior que portaba un largo vestido azul que resaltaba sus ojos de un tono similar se acercó a ellos. Su postura recta daba escalofríos y su cuerpo atlético gritaba que hacía ejercicio. Parecía salida de las Fuerzas Armadas.

―Cariño, ¿quiénes son tus invitados? ―consultó ella con actitud inexpresiva.

Que sea la madre, que sea la madre, que sea la madre, repitió la rubia en su mente.

―Mamá... ―Venecia no escuchó lo que dijo Aleksandar a continuación. La confirmación la llenó de felicidad.

―Él es una copia de ella ―murmuró Darka ante el parecido.

―Buenas noches, me llamo Slava y espero que pasen una maravillosa velada ―comunicó la madre, frunciendo el ceño.

―Conque de usted sacó el encanto y la firmeza, corazón ―concluyó Venecia. Además de la altura y la mirada.

―¿Corazón? ―repitió Slava.

Claramente, no le gustó el halago. Cielos, era igual a su hijo.

―Ella solo habla de esa forma ―explicó Aleksandar con una sonrisa nerviosa.

Estudió a sus acompañantes. Luego una niña de piel morena y pelo rizado se robó el foco del escenario, corriendo desde un corredor que conectaba el espacio con lo que supuso que era la cocina. Abrazó de un salto al detective. Esa vez él sí sonrió. Le agradaban los niños.

―Parecen celebridades, ¿me los presentas? ―le pidió la niña a Aleksandar.

―No somos celebridades, somos amigos. Eso es cien veces mejor ―le respondió Venecia con sinceridad.

―Mi primo está muy solo. ¿Quieres ser su novia? ―preguntó ella, yendo directo al grano.

―Por supuesto ―aseguró, siguiéndole el juego.

―¿Cuáles son tus intenciones con él?

Se le ocurrió algo no muy digno de decirle, así que prosiguió con lo siguiente:

―Amarlo, cuidarlo y respetarlo.

―Esos son los votos matrimoniales.

―Lo sé.

―¿Y cuál es el problema? Ella es un ángel.

―¿Les dijiste? ―le susurró a Aleksandar, quien entró en pánico.

―Tu mamá te está llamando ―se apresuró a interrumpir con gestos. La niña se alejó con un ademán―. Ella es Vesna.

―Parece que sabe lo que quiere a diferencia de otras personas.

―¿Quién desea probar unos bocadillos? ―habló Andelko, trayendo una bandeja de comida y culminando con la incomodidad.

***

La cena no marchaba tan mal como esperaba.

El padre de Aleksandar y Harriet, la esposa de su tío por parte de madre, llenaban los silencios que podían causar polémica, mientras que el resto comía el pescado tradicional que prepararon como plato principal. Por otro lado, Darka no dejaba de quejarse de que hasta el perro tenía una cama en la que recostarse y ella debía estar parada. Con sinceridad, no sabía por qué ella los siguió. Supuso que los fantasmas estaban solos en Navidad.

―Tienen una familia maravillosa ―comentó Jure.

―Sí, aunque faltan algunos ―agradeció Andelko, nostálgico.

―¡Por los abuelos! ―farfullaron previo a dar un brindis.

―Tuvimos la suerte de estar con la abuela hasta el año pasado, pero el abuelo murió unos días después de que naciera Alek ―explicó su padre.

―Al menos pudo ver a su nieto ―masculló Venecia.

Después la tensión se dispersó.

―¿A qué se dedican? ―quiso saber Slava.

Jure y Venecia intercambiaron miradas.

¿Qué dirían?

―Soy el Príncipe... ―Aleksandar miró a Juriel igual que el Poltergeist hacía un rato―. De los saunas. Tengo un spa.

Aleksandar aguantó la risa. Darka explotó por la ironía porque nadie la oía.

―Siempre quise ir a uno, pero no tengo mucho con el trabajo y cuidar a mi preciosa Vesna ―comentó Harriet, un poco embelesada con el demonio.

No la culpaba. Todos los miembros de su familia lo miraban así, excepto por Vesna, a quien sorpresivamente le gustó Venecia. Ella no solía conversar con personas nuevas. Tal vez se debía a que era un ángel. Pero Aleksandar se empezó a preguntar a quién veían cuando miraban el encanto demoníaco de Jure.

―¿En qué trabajas? ―interrogó él.

―Trabajo en un instituto de depilación.

―¿Ese era tu sueño soñado? ¿Qué te apasiona de ello? ―indagó aún más Venecia, fascinada.

―Que me da dinero.

―Estupendo.

―Eres graciosa ―señaló Vesna.

―Gracias ―enunció, dudosa porque en su cabeza no dijo ningún chiste―. Respondiendo a tu pregunta, Slava, yo soy la dueña de un museo.

―¿Cuál?

―El Museo de los Corazones Rotos.

―Suena romántico ―articuló Andelko.

―Pienso que es más para gente que necesita ir a terapia.

―Entonces, ¿cómo se conocieron? Mi sobrino nunca dice nada ―interrogó su tío, Taylor.

―Ya les conté que estoy investigando un caso. Ellos me están ayudando ―se adelantó a contestar Aleksandar.

―¿Un par de civiles? ―planteó Slava.

―Y un fantasma ―agregó Darka desde la esquina opuesta a Niqui, el chihuahua de Neven, padre. Con la experiencia, Aleksandar se percató de que algunos animales eran capaces de ver a los fantasmas y el perro miraba con desprecio a la muchacha.

―En realidad, me considero a mí misma como una detective privada.

Más tarde, la charla varió entre la historia de la receta de Andelko, el viaje que planeaban los tíos, y los incontables sitios que visitó la pareja paranormal. Pasada la medianoche, los visitantes empezaron a irse.

―Te juro que Juriel es muy parecido a una chica con la que salí en la secundaria ―le oyó murmurar a Harriet a medida que se iba.

―¿Erika? ―preguntó Taylor en un susurro―. Si, yo también lo pensé.

Los tíos de Aleksandar tendrían una larga conversación.

―¿Quieres ver un último truco?

Vesna asintió ante la propuesta de Venecia en el final del jardín. El ángel se inclinó en su dirección, le corrió un mechón de pelo y le mostró una paleta de helado de frutilla. La niña sonrió de oreja a oreja antes de meterse en el auto con sus padres.

―Visítanos pronto ―se despidió Andelko, regresando al interior del hogar. Slava ya estaba adentro.

―Chicos, yo me voy. Hay unos asuntos de urgencia que resolver en el Infierno ―informó Jure, quien desapareció tras regalarle un beso a Venecia.

―Oye ―llamó Venecia a Aleksandar, recuperando el aliento, en cuanto este iba a subirse a su coche―. Quiero disculparme por lo que ocurrió temprano. No deseo follarte, es decir, sí, pero no solo eso. Eres una buena persona y un buen policía y eso es por lo que me caes bien.

Aleksandar no vio eso venir. Una rara sensación de alegría recorrió sus venas. Tal vez era falsa, tal vez era real, no lo sabía. Sabía que estaba ahí y eso fue lo que le importó.

―Te perdonaré si haces una cosa por mí.

―¿Qué?

―No te emociones cuando te acuerdes de mí diciéndote esto hoy veinticinco de diciembre a las 01: 54 ―planteó Aleksandar, tomando a la rubia por los hombros y ella ya estaba sonriendo―. No sé si lo sabías, te conocí en mi cumpleaños y verte ha sido el mejor regalo de cumpleaños que he recibido y es el único que espero seguir recibiendo. Gracias por ser la primera amistad viva que tengo en mucho tiempo.

―¿Amistad? ―repitió Venecia mientras su sonrisa se deshacía con lentitud.

―Sí, estoy empezando a considerarte una amiga al igual que Jure y un poco Amaranta a su manera.

―¿Soy como una amiga con derechos? ―planteó ella sin comprender.

―No, como una colega.

―Eso me dolió hasta mí ―habló Darka por lo bajo.

Él tuvo que detener a Venecia para que no apretara el cuello espectral de la chica fantasmal justo antes de que cayera el primer copo de nieve.

―La primera nevada ―articuló la rubia, fascinada con el fenómeno.

En un minuto sus ropas comenzaron a tornarse de blanco. Aleksandar quedó hipnotizado, contemplando el modo en que los copos caían sobre Venecia y ella no se los quitaba, sino que miraba al cielo para que estos decoraran su rostro.

La belleza del invierno no eran los paisajes que creaba. Era cómo conmovía a las personas y nunca vio a nadie que se emocionara así por una estación.

―Luces como un ángel de nieve ―soltó Aleksandar, pensando en voz alta.

Venecia bajó la mirada y le quitó los rastros de la nevada del pelo.

―Tú pareces un muñeco de nieve.

―¿Y yo? ―preguntó Darka, a quien los copos la atravesaban al no poseer un cuerpo.

―Eres el Fantasma de las Navidades.

―Deberíamos mudarnos al Polo Norte ―apostó Venecia, fantasiosa.

―Para vivir en una casa de jengibre ―agregó Aleksandar, siguiéndole la corriente.

Y así sintió que su corazón se derretía en medio de aquel frío.

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