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(1) No hay nada como un cadáver fresco en la mañana

AVISO: el libro está narrado en tercera persona por Venecia y Aleksandar y, para que no se confundan, cada vez que aparezca esto *** significa que cambia el narrador.

A ese punto estaba considerando levantar a los muertos.

¿Qué tanto daño causaría ver unos fantasmas más de lo usual?

Aleksandar miró la pizarra repetidas veces, como si vidas dependieran de ello y lo hacían. Le dolía la cabeza por no haber dormido tras quedarse a trabajar en el caso de madrugada. Observó las escenas del crimen con sumo cuidado. Cada una parecía estar en orden, a excepción del cadáver en el centro de la misma. El forense escribió en su reporte que lucía como si fuera el escenario de una obra de teatro terrorífica y el asesino en serie hubiera acomodado las cosas a propósito, lo que encajaba con el perfil que había intentado formar. Tenía un patrón para seleccionar a sus víctimas y luego de tres homicidios en dos semanas aún no podían descubrir cuál era, ya que ninguno de los fallecidos poseía nada en común.

La primera fue Kiara, una maestra de jardín de cuarenta años. La hallaron muerta en su propia casa. El primer sospechoso fue el esposo por una simple razón: solicitó los papeles del divorcio el día anterior. El hombre había confesado que la capturó engañándolo, por lo que gozaba de motivo y oportunidad, sin embargo, la teoría se marchitó gracias a su coartada sólida y un segundo asesinato.

Owen, un contador público recién graduado de la universidad. Sus compañeros lo encontraron en su escritorio cuando llegaron al trabajo. A pesar de que no lo conocían a profundidad al ser un novato, la mayoría sabía de su ruptura amorosa con su novia, quien vivía en Canadá. Por falta de evidencia, no hubo arrestos.

A María, una estudiante de diecisiete años, la descubrieron en el monoambiente de su novio. No se lo consideró culpable porque estaba trabajando en un supermercado vigilado veinticuatro siete a la hora del homicidio.

Sí, tenían en común una ruptura. Más allá de eso, nada.

El detective decidió ir a su departamento para descansar y revisar el asunto con la mente limpia. Entre tanto, una oficial entró en la sala de investigaciones: una pequeña habitación color antracita amueblada con una mesa redonda repleta de carpetas de investigación y vasos descartables llenos con restos de café, cuatro sillas a su alrededor, un tablero de pruebas y muerte.

―Hay un nuevo cuerpo ―avisó Turina desde el umbral.

―Nada como un cadáver fresco en la mañana ―murmuró Aleksandar, tomando su saco.

Adiós al receso.

Quince minutos más tarde, llegó al lugar de los acontecimientos, es decir, a la orilla de la playa más concurrida de Zagreb. El olor de las algas en la superficie, la humedad flotante en el mar y el rocío en el aire inundaron sus fosas nasales en cuanto pisó la arena. Pese a ser nativo de Croacia, detestaba las costas y lo que estuviera relacionado con ellas. Su relación carecía de cualquier remedio. Con Turina pisándole los talones, cruzó la franja policíaca. Una vez que el grupo forense realizó su cometido y lo metió en la bolsa mortuoria, se acercaron a donde se ubicaba el fallecido.

―Ben Marusic, un surfista que acababa de ganar un premio en una competencia. El Asesino Descorazonado, como me gusta llamarlo, usó la misma mecánica. Asfixia con lo que en definitiva fue una brida de plástico y le arrancó el corazón con violencia ―notificó Mike, un científico forense, con una cara larga y dirigió su mirada a Ben―. Si estuvieras vivo, te invitaría un trago.

―Turbio ―comentó Pavel Tomasevic, su antiguo compañero y mejor amigo que murió dos años atrás, alzando sus cejas gruesas y cenicientas.

Sí, Pavel era un fantasma y podía verlo.

Aleksandar estuvo tentado a responderle "lo dice el fantasma". Se contuvo porque nadie más lo escuchó, solo él pudo y eso se debía a que era portador de esa capacidad. Desde su infancia recordaba haber visto espíritus. Al principio no se dio cuenta de ello. Algunos pasaban desapercibidos, igual que un ser humano normal vestido de gris que va por la calle. Empero, empezó a notarlos gracias al tiempo y a la interminable lista de seres que lo persiguieron, intentaron poseerlo o matarlo. Asimismo, esa fue la razón por la que se convirtió en detective: ayudarlos a averiguar quién los mató y se pudieran ir en paz para que lo dejaran en paz. Él apreciaba el silencio, el orden y la tranquilidad.

―¿Algún testigo?

―No. La señora que llamó a la estación dio su declaración. Está en una especie de voluntariado para limpiar espacios públicos.

―Así que, seguimos vacíos.

―Yo no diría eso ―masculló Turina detrás de él, sosteniendo una bolsa de evidencia―. Localizaron su teléfono durante el rastrillaje. Estaba empapado. Supongo que el victimario creyó que sería basura y no se molestó en esconderlo, pero resulta que es a prueba de agua. Este es un gran punto para la tecnología.

Usualmente, lo enviaría a que le hicieran una revisión completa. No quiso esperar.

―Dámelo un segundo ―ordenó tras colocarse unos guantes de protección.

Fue cuestión de suerte que no tuviera contraseña y pudiera acceder al contenido sin más. Revisó la galería y vio demasiadas fotos de desnudos de Ben y múltiples chicas. Abrió los chats y resultó que una de ellas, lo acusó de ser un mujeriego y lo amenazaba con ir a un sitio llamado El Museo de los Corazones Rotos para deshacerse de él. Podía ser nada o podría ser todo, podía ignorarlo o tomarlo como una pista fundamental, él se arriesgó y eligió la segunda opción.

***

La música sonaba de tal manera que le aturdía los oídos y las luces estroboscópicas confundían su visión. No importaba. Solo pensaba en tres cosas: bailar, que no se le corriera el maquillaje y la chica de pelo rosa que le sonreía entre la multitud de demonios de ojos negros, fantasmas grises y humanos curiosos que se movían de un lado a otro bajo los efectos del cielo fuera saber qué.

Venecia hendió grácilmente la sala con un objetivo muy claro y la mitad de un Martini de frutilla en mano. Estaba a menos de un metro de la desconocida, mas alguien se interpuso en su camino con una expresión tan severa que el ambiente que había creado se evaporó en una milésima.

―Tienes que terminar con todo esto ―dijo Amaranta antes de que pudiera siquiera abrir la boca.

Amaranta, su querida y muerta mejor amiga. En ninguno de los casi doscientos años de amistad que compartían mostró afición alguna por las celebraciones, no en su existencia humana o fantasmal.

―¿Por qué? Todavía es de madrugada y nada interesante ha pasado ―replicó en un tono de voz elevado.

Lo único en contra de las fiestas era que nunca escuchaba lo que él otro dijese a menos de que gritaran, aunque si lo analizaba a profundidad no parecía tan malo. Ella adoraba el ruido, el caos y la adrenalina.

―¿No revisaste tu reloj?

Miró su muñeca libre de cualquier accesorio.

―Genial, es el segundo que se me extravió este mes ―suspiró, recibiendo la primera noticia catastrófica del día―. ¿Qué hora es?

―Son las siete treinta.

Venecia insinuó una sonrisa ladeada.

―Pude haber perdido el reloj, pero nunca el tiempo.

―Eso díselo a la Oficina Paranormal.

―¿Llamaron otra vez?

―Hay diez llamadas perdidas. Tengo a Claudia esperando en la línea fantasma.

―Diles que estoy dormida.

―Llevas una década diciendo eso.

―Si se lo creyeron por diez años, no veo motivo para cambiar de excusa.

―De acuerdo. Hay un segundo problema.

―¿Cuál?

―La policía está abajo.

―Santa mierda ―masculló, recordando que, según sus normas, cada cosa que sucedía en esa habitación era ilegal, desde las drogas sobrenaturales hasta el hecho de que ninguno poseía una identificación real.

Amaranta resopló, desganada.

―Sí, santa mierda.

En un parpadeo, se transportó hacia los ventanales de cristal diáfano que daban al balcón, corrió las cortinas de lino natural con un chasquido y abrió la puerta para toparse con el sol, brillando más fuerte que los aretes colgando de sus orejas. Se cubrió la frente con la mano y se asomó por el barandal con intenciones de observar el coche de la policía estacionado en la acera. Maldijo internamente, regresó al interior de su casa y apagó las luces y los parlantes sin mover ni un dedo. En consecuencia, sus festejadores soltaron un "oh" como piezas de dominó al caer. Odiaba esa clase de "oh".

―Lo siento, gente. Se acabó lo que se daba. Demonios vuelvan al infierno, fantasmas desaparezcan y humanos, quédense. Mientras tanto, pueden comer lo que quieran menos el helado de frutilla. Quien se atreva a darle una cucharada, va a ser postre de cerbero ―comunicó al público a la vez que caminaba en dirección a la salida a la par de Amaranta―. Y gracias por la maravillosa velada.

La decoración de su piso le encantaba. La variación de los colores del arcoíris, llamando la atención, ya fuera en las paredes, los cojines sobre los sofás de terciopelo blanco y negro, los marcos de los cuadros vacíos, la mesita ratona y en los pequeños detalles decorativos. Atravesó su puerta de bóveda y puso pie en el breve pasillo. No tardó en meterse en el ascensor.

―¿Tienes alguna idea de lo que quieren?

―Escuché a Biserka decir que se relacionaba con algunas muertes ―respondió su amiga.

―Son mortales, todo lo que hacen se relaciona con la muerte ―objetó Venecia, analizándose en el espejo del elevador―. Siento que debería cambiarme de ropa y ponerme algo que dijera: entiendo su labor, aun así, ¿es enteramente necesario venir en la mañana?

―No creo que eso exista.

―Todavía, Mimin. Todavía no.

Le quitó unos diez segundos de su tiempo transformar su top bustier carmín con escote corazón, mini falda y botas largas a juego en un traje femenino azul y blanco y unos tacones stilettos. Ya se sentía como una mortal corriente.

―Volviendo al tema. No soporto a los humanos que trabajan de eso. Suelen tener un complejo de superioridad imposible de contrarrestar ―añadió-. Además, las leyes son para humanos y yo no soy humana. ¿Por qué debería molestarme en recibirlos?

―Por una buena convivencia.

―Aburrido.

―Para ti todo es aburrido.

―Esa es una mentira con una pizca de verdad.

Pisaron la planta baja. Su edificio contaba con tres grandes y bastos pisos gracias a que se cumpliría un centenario de su construcción en unos meses. Dos pertenecían al museo y el tercero a sus asuntos personales. Muy personales.

―Trata de no decirles nada impactante, no querrás que pase lo de aquella vez ―advirtió Amaranta.

No le costó recordar el día que un hombre se metió en una pelea con un demonio de clasificación dos que la había venido a visitar.

―No fui yo, fue él. ¿Cómo iba a saber que el tipo tenía problemas cardíacos?

―Sabes a lo que me refiero.

―Bien. Ve tranquila a llamar a Claudia que no les diré nada malo. Aunque hay algo que no puedo evitar.

―¿Qué?

―Estar del infarto.

―¿Y cómo han sobrevivido la mayoría de las personas que te conocen?

Ella entrecerró los ojos a causa de la broma sardónica.

―Eres un espíritu maligno muy cruel.

―Diría que tendré que vivir con eso... ―se encogió de hombros Amaranta y se retiró a resolver los conflictos con la molesta de Claudia.

Venecia entró en su despacho privado que funcionaba como la sala de vigilancia y se sorprendió en el buen sentido con lo que tropezó.

―Buenos días, señorita Messina. Soy la oficial Turina ―se presentó la uniformada de cabello castaño, ojos terrosos y cuerpo largo, parada a la izquierda de Biserka, la mujer que contrató para encargarse de los asuntos mundanos relacionados con la humanidad y quien se marchó en silencio para preparar el museo para la apertura del día―, y este es el detective Aleksandar Neven.

De repente, se le borró de la memoria la fiesta, reemplazó ese recuerdo con el del hombre de ceño fruncido que revisaba las cámaras de seguridad y lo guardó en la carpeta de flechazos pasajeros. Si se pudiera embotellar el atractivo de una persona, el frasco que contenía el suyo estaría roto por no poder contenerlo. Lucía serio como una mezcla ideal de Superman y Sherlock Holmes con el tipo de facciones que se moldeaban en las esculturas, los ojos del mismo tono de azul que el cielo, la barbilla cuadrada, el pelo oscuro como la noche, la mirada inquisitiva y un esculpido físico escondido debajo de un traje azul. Lo llamaría Super Sherlock.

Además, llamó su atención ver al fantasma de un hombre de unos treinta con hoyuelos definidos, cuerpo robusto, cabello que debió ser claro antes de ser gris como sus ojos y la cara de alguien que por algún motivo generaba amabilidad.

―Lamentamos molestarla.

―No me molesta ―suspiró Venecia, campante―. No me molesta en absoluto.

―Apreciamos su cooperación. Estamos aquí por los recientes homicidios que han azotado a la ciudad. Seguro ha oído de ellos en las noticias ―afirmó Turina.

―No veo las noticias. Son muy realistas.

―Entiendo. Vinimos porque una de las víctimas fue amenazada con que acudiría a este lugar. ¿Podría especificar en qué se basa la función de este establecimiento?

―Claro, incluso le puedo dar un tour.

―Espléndido, ¿no lo cree?

El detective seguía inmiscuido en su tarea. Ni notó que su compañera lo llamó. A ella no le molestó, posiblemente estaba acostumbrada a ello. Venecia no lo haría.

―La vista es increíble, ¿no? ―le preguntó con la voz aterciopelada una vez que se paró a su lado.

Él pestañeó como quien se despertaba de un sueño.

―Hablas de las cámaras y el modo en el que están ubicadas, ¿no?

―Estoy seguro de que ella no habla de eso, amigo ―aclaró el fantasma.

Aleksandar carraspeó la garganta. Tal parecía que lo había escuchado.

¿Acaso ese humano sería más interesante de lo que ya era?

―Me disculpo por no haberlo consultado.

―Estás perdonado ―aseguró Venecia, estudiándolo con curiosidad. Coquetear era un pasatiempo para ella―. La próxima vez que quieras algo de mí, pídelo y veré que puedo hacer por ti.

Tensó, Aleksandar se volteó. Al menos tuvo un efecto en él.

―Turina, ¿puedes ir a la estación y pedir que formulen una orden para registrar los videos? Tomará tiempo y los necesitamos cuanto antes.

―De inmediato. ―La oficial se alejó fuera del despacho.

―Señorita Messina.

Ella execraba que le hablaran con tanta formalidad. Tuvo que aclararlo.

―Venecia.

―¿Te importaría responder a algunas preguntas, Venecia?

―Las contestaré si me las haces tú.

―Es directa. Me cae bien. Deberías aprender ―habló de nuevo el espíritu y su amigo miró de soslayo a donde se ubicaba. Esa fue una confirmación a sus especulaciones.

―¿Comenzamos?

―Lo haremos una vez que me digas cuándo empezaste a ver fantasmas.

***

Por un momento creyó que sus oídos le fallaron.

―¿Qué dijiste? ―preguntó Aleksandar con la voz jadeante de alguien al que le dieron una patada en el plexo solar.

―Por el amor del cielo, dime que no estás teniendo un ataque al corazón ―soltó Venecia, preocupada con autenticidad―. No puede pasarme esto otra vez.

―No estoy teniendo ningún ataque y estaría loco si te dijera que veo gente muerta ―aclaró, denotando seriedad.

En el pasado, cuando todavía era un niño, les había dicho a sus padres acerca de los espíritus. Terminó con un terapeuta recetándole pastillas que carecían de efectos positivos y no le borraron sus visiones. Tuvo que mentir para poder dejar de tomarlas. No culpaba a su madre y a su padre por hacer lo que cualquier persona racional hubiera hecho. Después de eso aprendió la lección. No le mencionó a nadie sobre su poder. Y ahora estaba esa desconocida preguntándole si los veía.

Como le demandaba su trabajo, la había investigado a ella, aun así, no imaginó colisionar con esa situación.

―¿Tú puedes verme? ―consultó Pavel impactado desde un rincón de la sala.

―Cállate ―le pidió Aleksandar sin meditarlo y Venecia enarcó una ceja―. Demonios.

Ella se inclinó para susurrarle con secretismo:

―No los llames, se fueron hace un rato.

Él retrocedió, alarmado por el concepto de los demonios.

―¿Qué dijiste?

―¿Eres de la clase de persona a la que hay que repetirle todo dos veces?

―¿De verdad puedes verme? ―interrumpió Pavel, esperanzado.

―Y también oírte ―le respondió Venecia a su amigo―. Por cierto, me gusta tu camiseta. ¿Rebajas de primavera de hace dos años?

Pavel miró su atuendo con orgullo.

―Sí, ¿cómo lo supiste?

―Es mi época favorita del año.

―Paren, no es momento de discutir sobre descuentos en ropa ―intervino Aleksandar.

―¿Siempre es así de serio?

―Mi abuela solía estar más relajada que él ―afirmó Pavel, ignorando a Aleksandar por completo.

―Nadie es perfecto.

El detective se vio en la obligación de volver a interrumpir.

―¿Soy el único preocupado por la mención de demonios en la conversación?

―Tranquilo, yo no permitiría que le hicieran un rasguño a esa preciosa cara y a tu amigo no le pueden hacer mucho, ya está en un plano alterno ―se encogió de hombros Venecia.

―Mi nombre es Pavel ―aclaró el fantasma.

―¿Cómo sabes esto? ―quiso saber Aleksandar.

―¿Consideraste mi oferta de obtener un paseo gratuito por mi museo?

Además de los muertos en sí, nunca había conocido a alguien con quien hablar sobre el tema y ella parecía saber mucho más que él.

―Muéstramelo.

―Como gustes.

Aleksandar siguió a su guía en cuanto esta se puso a andar a una velocidad sobrehumana a través del pasillo blanquecino con las baldosas de piedra antigua. Cuán diferentes lucían el interior del exterior, pensó. Afuera se asemejaba a la fachada de un pequeño castillo fortificado centurias atrás debido a sus columnas de granito y adentro se revelaba como un predio moderno gracias a la tecnología actual. Pavel se sumó a la persecución, deteniéndose a observar los sectores en detalle.

―¿Y me dirás lo que sabes?

―Paciencia, corazón, paciencia.

Doblaron por una esquina y el trayecto desembocó en el centro de las exposiciones del museo, vacío de visitantes e iluminado por lámparas de techo. Las exhibiciones variaban bastante e iban desde cartas, ropa en sus diversas presentaciones, hachas, partes de autos, y hasta lo que uno se pudiera imaginar. En cada una había un cartelito en el que se relataba una breve historia acerca del objeto depositado sobre la mesa de exposición y ninguna de ellas poseía la identidad del que lo donó de manera anónima. Sin duda, el lugar merecía el título que portaba. Se sentían en el aire los centenares de amores que existieron y murieron, los corazones que amaron y sufrieron, las personas que se entregaron y perdieron. Pese a ello, nada le era relevante a Aleksandar.

―Bienvenidos al Museo de los Corazones Rotos ―dijo Venecia, abriendo sus brazos largos como una presentadora de televisión-. "Toda esperanza abandonan quienes entran aquí."

―¿Esa no es una cita de Dante que se refiere a los que ingresan al infierno? ―recordó el detective.

―El amor puede ser tu entrada al paraíso o al infierno, depende del momento en que lo encuentres. Pero no vinimos para discutir sobre romance, sino de muertos, ¿cierto?

―¿Alguien me ha llamado? ―Pavel se hizo presente entre medio de ellos.

El ritmo de los latidos de Aleksandar se aceleró. Existían dos versiones de él. Una que no se inmutaba por litros de sangre o las entrañas de una víctima y la que al ver un fantasma se asustaba como un niño, incluso si ese solía ser su mejor amigo.

―Eres oportuno. ¿Cómo es que sigues en la Ciudad Viviente?

―¿Ciudad Viviente? ―repitió Pavel, confundido.

―Ahora tiene sentido que sean amigos. Me refiero al lugar en el que habitan los vivos. Se supone que tú deberías haber pasado por la Oficina Paranormal hace años ―expresó con naturalidad algo que Aleksandar desconocía en su totalidad.

―¿La Oficina Paranormal?

―No sabes nada del mundo en el que vives, ¿no?

―Yo soy el detective y quien hace las preguntas aquí.

―Yo soy quien tiene las respuestas, por ende, tengo mucho más poder en mis manos que tú. ―Venecia avanzó sin detenerse a constatar si ellos iban detrás de ella.

―Está en lo correcto ―declaró Pavel, laxo.

―¿Alguna vez estarás de mi lado?

―Ya lo estoy, literalmente. ―Él se colocó a la par de Aleksandar, quien le lanzó una mirada asesina―. Hace años que quiero saber por qué estoy atorado aquí, tú has buscado información sobre tu condición desde que naciste y ella parece saber del tema más que nosotros. Puede ser la solución a todos nuestros problemas.

―O la causante de muchos más ―sospechó Aleksandar, temeroso.

―¿Qué puede ser peor que hablar con un fantasma?

―Lidiar con demonios.

―Hablo en serio.

―¿Desde cuándo?

―Desde que morí.

Aleksandar relajó los hombros.

―No lo sé.

―Vamos, hombre. ¿No quieres averiguar nada de eso? ¿Vas a desperdiciar esta oportunidad?

Lo meditó a la brevedad. Había algo que le decía que ella sería peor que los demonios y no le asustaba en absoluto. Él necesitaba entender su razón de ser, no importaba si moriría a los instantes de hacerlo. Quizá perdió la cabeza antes de que se la cortaran.

Aleksandar analizó a Venecia. Ella estaba ojeando una de las muestras, giró y lo miró con sus ojos grandes y de un tono miel intenso, cuyo iris resplandecía dependiendo de la luz. Su rostro era afilado con pómulos marcados, cejas cobrizas y una mirada que desprendía luminosidad. Tenía el pelo rubio platino con abundantes y diminutos rizos que caían con rebeldía. A simple vista, parecía humana, pero rara vez las primeras impresiones eran correctas.

―La mayoría de las veces evitó visitar el museo.

―¿Y por qué lo creaste?

―No tuve opción ―confesó, críptica. Su melancolía se dispersó en menos de un nanosegundo―. Háblame de tus inquietudes.

―Me preguntaste cuando empecé a ver fantasmas: siempre lo he hecho. El motivo: no tengo idea ―reveló el detective, confiándole aquella información con cuidado.

―Yo sí. Sucede a veces. La Visión es la habilidad para ver el mundo sobrenatural. Hay algunos que nacen con ella por error o porque poseen un destino especial.

―El único designio especial que tiene es mantener ese ceño fruncido las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana ―comentó Pavel.

Las cejas de Aleksandar se hundieron aún más; no lo pudo evitar.

―O porque fuiste un ser del Otro Lado y conservaste algunos de esos poderes al reencarnar.

―¿El Otro Lado?

―Sí. Es un conjunto que incluye casi todo y es bastante complejo. Te explicaré lo básico. En nuestro mundo hay cuatro planos denominados "Cuatro Ciudades". Existe la Ciudad Espiritual, que es donde habita Pavel junto con los demás espíritus, la Ciudad Viviente, aquí, la Ciudad Infernal, hogar de los simpáticos demonios, es decir, el Infierno, y la Ciudad Celestial o Dorada, residencia de los ángeles.

―Y lo dices tan tranquila ―bufó Aleksandar, procesando la explicación.

―Para mí es normal.

―Te referiste a los humanos como si no fueras uno.

―Eso es porque no lo soy.

―¿Y qué eres?

Aleksandar había comentado eso para bromear. Por la expresión de Venecia no era gracioso.

―No lo quieres saber.

―Sí, por eso es que pregunté.

―Bueno, yo no lo quiero responder.

―¿El mito de la reencarnación es real? ―indagó Pavel y se pusieron a recorrer el recinto al no avanzar con la otra conversación.

―Es más complicado de lo que ustedes lo pintan. Una vez que mueres, te lleva un ángel de la muerte a la Oficina Paranormal, registras tu fallecimiento, luego de un eterno papeleo, se decide si vas a parar a la hoguera o al congelador y cuando obtuviste tu castigo o regalo, reencarnas aleatoriamente.

―Creo suponer que el Infierno es la hoguera. Tengo mis dudas acerca del congelador ―inquirió el fantasma, desorientado.

―Te sorprendería lo frío que puede ser el cielo, Pavel.

Venecia hablaba con una peculiaridad a la que Aleksandar tardaría en acostumbrarse.

―Continúas mencionando la Oficina Paranormal, ¿qué es?

―Es una especie de Embajada del Más Allá. Funciona como una oficina de registro para los humanos que pasan al Otro Lado, los demonios que vienen de visita a la Ciudad Viviente y los ángeles que cumplen misiones. Además, controlan a los sobrenaturales. Si alguien se queda más de lo que le corresponde o comete crímenes contra los humanos, lo capturan y bueno, el resto no es agradable.

―Yo me quedé más de lo que corresponde ―suspiró Pavel, entrando en pánico―. ¿No vas a reportarme?

―¿Por qué iría a un lugar que estoy evitando? No, no te reportaré ―garantizó Venecia y él se calmó.

―¿Y los demonios son tan malos como los ponen? ¿Los ángeles son bondad pura? ―cuestionó Aleksandar, ansioso por recolectar más datos.

―No, eso dicen para hacer las cosas más sencillas. Es verdad que tienen ciertas tendencias a una cosa o la otra, pero conozco demonios que no dañarían ni a una mosca y ángeles que te clavarían un puñal por la espalda sin dudarlo.

―Eso no me deja más tranquilo.

―Ese es el punto. No te preocupes por ello. Tú, como miembro de la policía, me proteges de las personas, y yo, como quien tiene más experiencia en este rubro, puedo protegerte del Otro Lado.

Aleksandar eligió creer que ella le diría eso a cualquiera.

―¿Y no está prohibido que sepa de esto?

―En teoría, no. La mayoría de los humanos no pueden vernos y eso es lo único que evita que tengamos una relación directa. Es lo mismo que ustedes y los perros. No hablan el mismo idioma ni se entienden explícitamente y conviven de todos modos.

―¿En esta historia quiénes son los perros? ¿Los humanos o los demás?

―Adivina.

―Raro ―murmuró Pavel por lo bajo.

―Lo dice el fantasma ―dijo Aleksandar y sintió satisfacción al decirlo, pues, ¡por fin pudo decirlo sin que los demás pensaran que era un demente!

―Y respecto a los homicidios, ¿tienes alguna opinión al respecto? ―prosiguió Pavel, quien todavía ayudaba al detective a resolver algunos casos por diversión.

―Si me preguntas si están involucrados conmigo o esta versión del mundo, no. En la historia, fueron muy pocos los que se dedicaron a asesinar humanos. A la mayoría nos agradan. Su mortalidad es algo que no podemos tener y que no nos cansamos de probar.

¿Comían humanos?, se preguntó en su interior.

―¿A qué te refieres con "probar"?

Una de las esquinas de los finos labios de Venecia se curvó hacia arriba.

―¿Quieres averiguarlo?

―No, gracias.

―¿Te haces el difícil? Bien, esto será divertido.

Entonces, un segundo fantasma interrumpió su charla y Aleksandar casi sufrió un desmayo del susto. Era una mujer bajita de unos veintinueve años que vestía un vestido antiguo, casi de la época en que Croacia fue un reino. Su cabello lacio se mantenía negro y sus ojos debieron ser de un café profundo por el tono plomizo actual. Al igual que Pavel, se veía cenicienta como si fuera parte del cine negro.

―Tan atractivo y tan asustadizo ―masculló Venecia, volteando en dirección a la nueva ―. ¿Mimin?

―¿Qué estás haciendo? ―farfulló entre dientes esa tal Mimin―. ¿Qué ocurrió con lo de no decir nada impactante?

―Amaranta, te presento al detective Aleksandar Neven, quien puede verte, y a Pavel, quien supongo falleció hace dos años.

―Ah. ―Amaranta chasqueó la lengua.

―Chicos, ella es Amaranta, mi partenaire de aventuras hace dos siglos.

El detective se atragantó con aquellas palabras.

―¿Dos qué?

―Siglos.

―Eso es imposible.

―¿Quisieras corroborar qué tan real soy? ―Venecia dio un paso hacia Aleksandar. No se movió ni un centímetro.

¿Cómo una mujer que aparentaba estar en su treintena tenía doscientos años o más?, pensó él.

―Hola ―saludó Pavel a Amaranta con timidez.

―¿Hola? ―contestó ella, extrañada, y se enfocó en su amiga―. Vee, quería informarte que logré apaciguar las aguas con Claudia.

―¿Dejará de insistir?

―Hizo una amenaza. Dijo que inspeccionaría el museo si no vas.

Al oír eso, la rubia se apartó.

―Avísale que iré en un mes.

―De acuerdo ―accedió Amaranta―. Ha sido un gusto conocerlos.

―Lo mismo digo ―expresó Pavel. Fue muy tarde porque Amaranta ya se había vaporizado en el aire. Era algo que tendían a hacer los muertos: se desvanecían y no tenía idea de a dónde iban.

Aleksandar planeaba reanudar la conversación justo cuando su teléfono empezó a sonar. Metió la mano para sacarlo del interior de su saco y contestó sin pedir permiso.

―Turina, ¿alguna novedad?

―Sí, una grande. Lo necesitamos en la comisaría urgente ―afirmó Turina a través de la llamada.

―Ahora voy para allá ―aseguró previo a cortar la comunicación.

―Creí que iríamos a tomar algo ―se quejó Venecia, decepcionada.

―No bebo antes del mediodía.

Pavel se llevó la palma a la frente, como si Aleksandar hubiera dicho algún galimatías.

―¿Me lo prestarías? Necesito hacer algo de vital importancia.

Él se lo extendió, dudoso, y la rubia lo agarró sin vacilar. Lo siguiente que sucedió fue que se escuchó la melodía de una canción en coreano que Aleksandar no conocía. Venecia tomó su celular del bolsillo trasero y la apagó.

―Ten. ―Le devolvió el aparato sin más―. Así no necesitarás investigar para tener mi número.

―¿Eso era de vital importancia?

―Por supuesto.

―Bien, tengo que irme. Te llamaré por la investigación cuando sea necesario ―prometió y cuando comenzó a andar hacia la salida, solo consiguió oír lo siguiente:

―Lamento decirte que está casado con su trabajo ―expuso Pavel, el fantasma traidor.

―Y por algo se inventó el divorcio.

Abandonó la Ciudad Alta, viajó en su deteriorado auto negro durante veinte minutos devuelta a la estación de policía, esperando recibir alguna noticia respecto al caso como huellas digitales o algún testimonio. Lo que no esperó fue hallar a Turina y a dos de sus compañeros de turno, sosteniendo un pastel de gran tamaño que poseía dos ridículas velas con forma de veintisiete. Él no era su amigo realmente, mas era una tradición en la comisaría. Y ahí se dio cuenta de que había olvidado su propio cumpleaños.

💔💔💔

¡Felicidades, Venecia te da la bienvenida a su museo! 

Cuidado, tu corazón puede estar en la siguiente exhibición...

ACLARACIONES: 

La historia me pertenece. Esta obra es de mi propiedad. Cualquier copia, ya sea parcial o completa, está totalmente prohibida. No permito adaptaciones, traducciones, ni que hagan PDFs sin mi autorización. Todos los derechos están reservados. Por favor, evita plagio. 

Tampoco permito comparaciones con otros libros o personajes que no pertenecen a mis historias. ¿Por qué? Todos los que escribimos nos esforzamos para crear mundos únicos y no hay necesidad de comparar.

ADVERTENCIAS:

+ Doncella de los Dioses es estrictamente para mayores de 18 años. Contiene lenguaje obsceno, escenas sexuales gráficas, descripciones de violencia, y temas que pueden resultar sensibles para algunxs lectores. Dicho eso, lean bajo su propia responsabilidad.

+ Esto es un borrador. Puede que contenga errores de ortografía o huecos argumentales. Me disculpo. Soy una escritora, pero también humana.

+ Escribí esto sin intenciones de ofender a nadie ni a sus creencias. Si bien aparecen seres sobrenaturales conocidos como ángeles o demonios, hay otras criaturas e instituciones que inventé yo. Además, los procedimientos de la policía que se muestran acá no son fieles a la realidad ni tampoco algunos de los sitios de Croacia. 

NOTA:

Espero que les guste el libro o al menos les haga pasar un buen rato y sigan leyendo. Les agradecería mucho si les recomendaran la historia a sus conocidxs. Apenas estoy empezando y cada lectura, voto o comentario cuenta. Les deseo un buen día.

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