Coincidimos varias veces más; cada vez que nos encontrábamos el mundo se volvía otro. No sé cuándo, no sé cómo, hubo un momento en el que comenzamos a pasar juntos casi toda la tarde: iba por él a la escuela, salíamos a comer o lo llevaba a casa.

Él estudiaba duro; su sueño era salvar vidas y, para lograrlo, ponía todo su corazón en cada una de sus tareas. Hubo noches en las cuales él se quedaba dormido sobre los libros desperdigados por la mesa y, antes de irme, cubría su espalda con una cobija para que no pasara frío.

La primera vez que nuestros labios se tocaron fue una tarde de invierno. La suave textura de aquella piel de chocolate me encantó al instante, y más lo hizo el hecho de que no me hubiera rechazado. Quise quedarme con él así para siempre.

Cómo recuerdo esa mirada ofuscada, cariñosa; esas mejillas arreboladas junto con una sonrisa nerviosa. Nadie sabía si estaba bien, si no lo estaba... si la diferencia de edad era un obstáculo, pareció habernos importado poco.

El tiempo, irremediablemente, se llevó consigo años inolvidables. Nuestro amor florecía como los árboles de jacaranda que visitábamos los fines de semana en primavera. Los problemas nunca fueron grandes cuando estábamos juntos, las tardes se volvían un sueño y cada momento era una maravilla.

La primera noche que nos amamos, las gotas de lluvia cantaron al otro lado de la ventana. Él por primera vez sintió que vivía y yo morí de amor entre las sábanas, deseando que aquello no terminara nunca.

¿Cómo pudo no haber sido así?

Un amor duradero era lo que yo buscaba cuando el destino me trajo al chico de la calle Donceles. Con sus ojos brillantes y sus palabras dulces conquistó mi corazón y no lo dejó ir ni con el paso de los años.

Cuando él se convirtió en médico dijo tener la edad suficiente como para pedirme matrimonio. Con lo que ganó en su primer trabajo rentó una casa a unas cuadras de la librería donde nos conocimos y me insistió en formar una familia. Había hecho realidad el sueño de su vida y de inmediato encontró otro, pero ese no se realizaría si yo no estaba a su lado.

Disfrutar de un futuro juntos pareció haber estado en nuestros planes desde que nuestras miradas se cruzaron esa tarde de lluvia en la librería más antigua de la calle Donceles. Entre palabras y amores pasaban los años como las páginas de un libro. Cuando sentimos que nos quedábamos solos, una niña llegó a nuestras vidas para alegrar nuestros días con su sonrisa coqueta y unos rizos de muñeca que a él le encantaba peinar en dos coletas para verlos balancearse sobre sus hombros.

Nadie pudo haber sido más feliz que nosotros cuando pudimos formar nuestra pequeña familia a costa de lo que dijeron los demás. Salimos tantas veces llenos de orgullo, jugando con nuestra pequeña hija de carita redonda, que creímos estar viviendo un sueño.

Todo era muy feliz como para que no llegara a arruinarse de un momento a otro.