8. Viene de largo.
• Airbag - Pensamientos.
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Quisiera poder dormir y teletransportarme a un recuerdo bonito. Por ejemplo, la última vez que jugué al ajedrez con Sergio. La mayor de mis preocupaciones en ese momento era ganar la partida y adivinar las tácticas de mi oponente, buscar ventajas en sus errores. El único ruido que había en el monasterio era el de las piezas chocando contra el tablero, y casi puedo sentir el olor a madera ingresando por mis fosas nasales al cerrar los ojos.
Todo lo que me rodea ahora es tan distinto, tan oscuro. La banda estaba rota, los planes igual y la esperanza se esfumaba. La herida de mi pierna derecha arde con intensidad a cada segundo que corre, podría pensar que mi piel se está desprendiendo, si eso es posible. No teníamos mucho tiempo, los militares saldrían de su shock y pronto estaríamos rodeados, sin poder escapar.
—Ayúdame a buscar a Helsinki —le pido a Palermo en un susurro cuando mi llanto desaparece.
Él asiente y paso un brazo por sus hombros para que me ayude a ponerme de pie, reprimo un quejido de dolor mientras lo hace, sólo para no preocuparlo.
Antes de poder hacer siquiera un paso, Denver, Manila y Estocolmo salen del despacho del gobernador. Esta última sigue completamente drogada, riéndose como si estuviera actuando en un sitcom, y todo mi dolor desaparece, dándole lugar a la bronca que tenía.
—¿A dónde creen que van, eh? ¿No pensabais ayudar a Estocolmo? —comienza a gritar el atracador mientras intenta mantener despierta a su amada.
— Yo creo que no comprendes que tu mujer está así por su culpa y una compañera dio la vida mientras esta pelotuda se drogaba —desplazo mi mirada hacia la mujer entre sus brazos, parece retomar un poco la cordura y abre los ojos de forma lenta— Estoy empezando a creer que tendrías que haberte puesto Sucre como apodo. ¿Sabes porqué? Es una ciudad de Bolivia, país que en su momento traicionó a otro, y estoy empezando a creer que no estás muy lejos de ese concepto.
Ignoro las ganas que tengo de quedarme a discutir, había otras prioridades. Al llegar al lugar en donde se refugiaba Helsinki comienzo a buscar en los botiquines unas pinzas, agua oxigenada y alcohol; en completa soledad extraigo la bala de mi cuerpo mientras mis compañeros mantienen una charla a mis espaldas. Y me pregunto: ¿cómo hemos podido caer tan bajo en cuestión de segundos?
—¿Quién ha muerto? —pregunta el serbio y Palermo le da una dura respuesta— Pudo ser peor, pudo morir Doncaster también y tú podrías lamentar ese dolor hoy.
Con un nudo en la garganta a punto de quitarme el aliento, me doy vuelta y observo la cara de mi novio, quien luego de darle un apretón de manos al serbio se acerca. Sus lágrimas a punto de deslizarse por las mejillas, el dolor reflejado en cada expresión, no puedo evitar atraerlo hacia mí en un abrazo. Sentirlo desarmarse, sollozando como yo minutos atrás, me rompe el corazón. Es verdad lo que decía Helsinki, cualquier cosa podía haber pasado, podríamos haber estado en el lugar de Tokio.
Y los que estamos vivos solo nos queda lamentar la pérdida y no quitarle los ojos de encima a la gente que amamos. La muerte nos respira en la nuca a todos por igual.
—Doncaster, Palermo, ¿me copian? —la voz de Lisboa aparece en sintonía a través de las radios, aún seguían en el museo intentando tirar la puerta abajo.
—Te escucho, ¿todo en orden? —respondo mientras busco más morfina para que el hombre tirado en la camilla soporte el malestar.
—Sí, pero Sagasta está del otro lado y quiere que vengas tú. De lo contrario abrirá fuego.
Palermo niega repetidas veces, en un gesto silencioso para que me quede, aunque sabe que mi respuesta es todo lo contrario. Mientras camino hacia el museo pienso en mi pasado con él, en los días de entrenamiento, de trabajo, nos llevábamos bien hasta que decidió entrar al Banco de España.
La lluvia caía con violencia debido a la ruptura del techo, el salón estaba inundado por completo. Lo observo desde el agujero que crearon en la entrada y luego avanzo hacia la mesa, intento que no me intimide su postura de Rey de España. El militar que lo acompaña no para de reírse y me apunta con su arma cuando solo unos pocos metros nos separan; me muero por reventarle la cabeza a patadas, aunque ahora no sería un buen momento.
—Decíle a tu soldadito que estoy desarmada —hablo después de unos segundos y su jefe le hace un gesto para que cumpla mi pedido— Mis compañeros verificarán que estén todos muertos.
Mientras Lisboa y Río recorren el lugar, corro la silla y me siento, con Palermo firme a mi lado. Sagasta deja caer sobre la mesa un par de placas, señalando primero la más importante: la que portaba Tokio.
—¿Qué es lo que querés?
—¿Fuma tu guardaespaldas? —señala a Martín y él se queda en silencio, aun apuntándole a la cabeza desde lejos.
—Es mi novio y no. Pero yo sí, estar acá era la excusa perfecta para dejarlo, aunque soy más de las recaídas.
Enciendo el cigarrillo a la vez que escucho su propuesta: que entre un cirujano para curar al loco ese que está al borde de la muerte y ambos se quedan como prisioneros hasta el final. Acepto pensando en Helsinki, porque quizá sea la única oportunidad de que profesionales de la salud ingresen acá y no creo que algún miembro de la banda esté dispuesto a cortarle una pierna a nadie si la situación se agrava.
También relata cómo ha muerto Tokio, luchando hasta el final y sin rendirse a la primera. Admiraba mucho a esa mujer a pesar de compartir poco tiempo juntas, no creo que pueda ser la persona que ocupe su lugar en este atraco.
—Habría sido una gran militar, al igual que tú. Lástima que no puedas dejar de lado tu corazón y has elegido el bando incorrecto —espeta con una sonrisa en la cara que me da asco— ¿De verdad crees que estás aquí para luchar por un mundo mejor?
—Te diría que estoy acá por amor, pero la verdad es que fue la excusa perfecta para derrotar a Tamayo —guardo silencio mientras expulso el humo por la boca— Y vos no cambias más, si querés quédate en la piel de Dios, yo me mantengo en la piel de Judas, porque no existen bandos correctos en el infierno, comandante.
Espero que con eso le quede claro que mi lealtad hacia él es nula y sólo queda despreciarlo a muerte.
Los problemas que se acumulaban en el exterior parecían ser mucho más peligrosos que los del interior, Alicia Sierra había escapado nuevamente y yo no podía creer lo incompetente que es mi tío. Debería haber ayudado desde afuera, pienso mientras las puertas del Banco vuelven a abrirse para que ingresen los dos cirujanos con todos los elementos necesarios. Operar a Helsinki llevaría medio día y las horas pasan lento, así que me dirijo al baño para asearme hasta que los deberes llamen.
Miro a un punto fijo durante un momento e intento mantenerme positiva, imaginando qué haría mi padre en una situación como esta. Lo más probable sería que les reventara el cuerpo a balazos a esos militares, y no podría estar más de acuerdo pero es que hay tantas cosas que se pueden perder, tantas personas que pondríamos en riesgo por salvar el plan e idolatrar el oro. Cuando las cosas se joden, la única fuerza más grande que nuestra codicia es el amor.
—Estuviste a punto de morir —el espejo refleja su imagen y pienso en la noche anterior, parecía un deja vu— Por eso creo que es necesario decirte que no tiene perdón lo que hice en el pasado y asegurarte que nunca fuiste algo pasajero para mí, si pudiera volver el tiempo atrás mejoraría las cosas.
—¿Por qué esta conversación suena a despedida? —respondo, sentándome en el sillón y observando cómo se acerca hasta quedar a frente a frente.
—No sé si sea una despedida, pero al menos quiero que sepas que voy a dar la vida por vos si es necesario.
La leve llovizna que riega las calles se vuelve una tormenta cada vez más fuerte justo en el momento en que nuestros labios se juntan. Era un beso duradero, y con el amor dominando por encima de todo, casi podía sentir que estábamos en Palermo.
Siempre es bueno aferrarse a los momentos bonitos cuanto sabes que la situación viene de largo.
Palermo, Italia, 2013.
Una mano se posa en mi hombro y comienza a moverse de arriba hacia abajo, logrando despertarme en mitad de la noche. Podría ignorarlo, seguir durmiendo y fingir que jamás sentí ese tacto pero la curiosidad es mi fuerte, así que me doy la vuelta a regañadientes mientras trato de espabilarme.
La luz que desprende el velador refleja la hermosa sonrisa de Martín a pocos centímetros de mi rostro, sus ojos irradian un brillo único y algo me dice que esto tiene que ver con su plan para extraer el oro del banco.
—Vení que quiero explicarte unos detalles técnicos —dice con una voz suave y alcanza mi mano, parece estar pensando si debe tirar de ella o quedarse en el molde.
—Amor, son las tres de la mañana. Pensé que me despertabas para otra cosa —respondo mientras me siento en el borde de la cama, refregando mis ojos y luego lo observo extrañada— ¿Por qué te pusiste ese traje?
—La ocasión lo amerita, vamos.
Me arrastra hasta la sala sin importar que esté vestida con tan solo una remera y la parte de abajo de mi ropa interior. Hay un pequeño pizarrón frente a la mesa, lleno de ecuaciones y dibujos que no comprendo, bueno, tampoco es que me diera la oportunidad de hacerlo. Corro la silla a la espera de que comience la clase, él sostiene unos cuantos papeles debajo del brazo y la ilusión firme en el color de sus ojos. Este hombre desprende intelectualidad por donde se lo mire, otra de las razones por las cuales me enamoré.
Relata cómo mover el oro del lugar, extraer toda el agua que inunda la cámara acorazada, una fuerza motriz. La idea era mezclar el líquido con el oro y que fluya hacia la canalización del desagüe, después de eso se conecta una bomba para empujar el oro hacia el estanque de tormentas. Es un maestro de la ingeniería, un genio cuando se trata de atracar en condiciones de riesgo.
Me contagia su sonrisa y camino hacia él, envolviéndolo en un abrazo, soltando un pequeño grito de alegría al mismo tiempo. Hay parejas que comparten sus gustos musicales, nosotros compartimos nuestros planes de atracos y estoy segura de que es mucho mejor que cualquier otra cosa.
—Imagínate ver con tus propios ojos como se hace realidad ese sueño que estuviste gestando en las mejores noches de tu vida —sus labios se dirigen a mi cuello, dejando un beso húmedo, y suelto una carcajada.
—Todavía no acepté, esa es la parte más importante, Martín.
Lamentaba arruinarle el momento, pero era la verdad. Sí me da ilusión escucharlo y me parece una idea brillante darle un pulso al sistema, saquear la reserva nacional de esos hijos de puta, el problema es que le temía tanto a la muerte que toda esa positividad se deshacía. Uno de los peores momentos de la vida de alguien debe ser el hecho de ver morir a la persona que amas frente a tus ojos, así como le sucedió a Sergio cuando apenas era un niño.
Robar te da adrenalina y te crees invencible, hasta que una bala se lleva por delante a otro, y yo no quiero perder a Martín en esas circunstancias.
—La última vez que pregunté dijiste "quizá" en vez de un "no", y eso es un pequeño avance —sus manos viajan hacia mis piernas y rodeo su cintura con ellas, caminando hacia atrás hasta que logra recostarme en la fría madera— Además, estoy seguro de que vas a terminar aceptando porque me amas.
—Creo que a eso se le llama manipulación de sentimientos —poso mis manos en su espalda mientras lo observo— Y, siendo sincera, prefiero que me manipules de otra forma en este momento.
Ese fue el pie para que inicie una guerra entre nosotros, dejando que el deseo y la ilusión que se liberaba por nuestros poros sea una especie de brújula. Últimamente dejaron de ser contadas las veces que permitía que me dominara de esa forma, las acciones ajenas tomándonos de sorpresa, sintiendo el más sincero placer mientras no podemos evitar arquear nuestros cuerpos por inercia.
En ese momento comprendimos que nuestros sentimientos no son guiados por una ciencia ilusionada, sino que se lo debemos al latir de nuestros corazones.
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