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3. De Berlín a Palermo.

• Lord Huron - The Night We Met.

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Palermo, Italia. Enero de 2013.

LÍA.

—Si pudieras haber planeado un atraco grande, ¿cuál sería?

La lluvia golpeaba contra la ventana ubicada a la izquierda de la habitación, pero de manera menos violenta que ayer. El cielo gris y esas cuatro paredes eran los únicos testigos de todo el desastre que había ocurrido hace unos minutos. Dos días llevábamos encerrados acá debido a un alerta meteorológico y estaba lejos de parecerse a un castigo.
Una sábana blanca cubría nuestros cuerpos, Martín apoyaba su cabeza en mi vientre con total tranquilidad y despreocupación.
La sonrisa de mi rostro no se borraba jamás cuando estaba a su lado, y ya comenzaban a dolerme las mejillas.

—No sé —meditando la respuesta, aprovecho para pasar una mano por su pelo con una suave caricia que repito varias veces— El del Banco Río.

—¡Dale, ese es el típico! —exclama y suelta una carcajada, ahora sí mirándome— Además tendrías unos 18 años para ese entonces, si no me equivoco.

—Estamos imaginándolo, no seas boludo, ya sé. PARÁ, ¿me estás queriendo decir que no sería capaz de unirme a ese robo por ser joven? —contraataco en broma.

—No, jamás diría eso. Soy muy consiente de tus habilidades —responde mientras se mueve para colocarse a mi altura, con los brazos a cada lado de mi cabeza— Y en todo sentido hablo.

Me agarra un ataque de risa que termina contagiándolo y me detiene con un apasionado beso. Sus labios eran mi debilidad, bueno, una de tantas otras.

—¿Y vos? ¿Qué atraco planearías?

—Uno que todavía no sucede, para sacar el oro del Banco de España, algo grande, medio imposible pero son minucias.

Sin parar de hablar, va dejando un camino de besos por todo mi cuerpo hasta llegar a mi intimidad, no sé cuánto tiempo más podré seguirle el ritmo a su relato. Acaricia la parte interna de mis muslos y sonríe, su mirada dominante hace que mi pulso se acelere.

—Lo complicado es lograr salir de la cámara acorazada.

—¿Por qué? —indago, controlándome para no soltar un gemido y me muerdo los labios tan fuerte que siento como el sabor metálico aparece. También ignoro el hecho de que he escuchado esa historia cientos de veces.

—Se inunda y, por consecuencia, en pocos segundos reventás como sapo, flaca —contesta con calma y sin detener su placentero toque. 

—¿Te parece un buen momento para darme lecciones sobre atracos?

—En las situaciones más inesperadas es en donde se aprenden las cosas más importantes.

Hablar sobre sus ilusiones y experiencias era lo que más le gustaba, en todo momento. Y la historia sigue, él soñaba con ingresar a ese edificio para observar con sus propios ojos esos lingotes de oro, pero primero debía encontrar la forma de no morir en el intento. Básicamente es un plan suicida, imposible de concretar y quería que yo esté a su lado; esta vez no sé si seré tan valiente como para tomarle la mano y arriesgarlo todo. Era mínima la posibilidad de que todo terminara bien, o salías con daños colaterales o acababas con una lápida a tu nombre en el peor cementerio del país.

No todo eran robos y atracos, también solíamos llevar una vida normal. Los viernes salíamos a cenar a un restaurante cualquiera, el primero que nos llamara la atención mientras caminábamos de la mano por las calles más concurridas de Palermo. Luego, en las mañanas, él solía ser el primero en levantarse a preparar el desayuno y así darme unos cuantos minutos más de sueño.

De lunes a viernes escribía una columna sobre corrupción e inseguridad para un diario online independiente, la paga era buena y aceptaron mantenerme en el anonimato. Uno de mis sueños frustrados es ser una escritora famosa; al final descarté el papel y la tinta para portar un arma y mancharme las manos con sangre. Por otro lado, Martín daba clases particulares a estudiantes universitarios de ingeniería, su gran pasión. Todavía me cuesta entender cómo llegó a formar su faceta delictiva.
Muy rara vez se generaba alguna discusión entre nosotros, y siempre que pasaba era por la misma razón: mis pocas ganas de hablar sobre la familia. Toda mi vida fui una persona reservada, con pocos amigos durante la etapa escolar y lo mantengo. Sí entiendo que recibo más información de la que ofrezco, aunque hay cosas que es mejor dejar encerradas bajo siete llaves.

Tuve una infancia llena de amor gracias a Sergio, de no ser por él seguro hubiera ido a parar a un orfanato, volviéndome monja o ultra religiosa. Me consentía todos los días, jugábamos juntos, me enseñaba todo lo que no entendía y cuando cumplí los diez años ya sabía jugar tan bien al ajedrez que incluso podría ganar una partida hasta con los ojos cerrados. Lo más difícil fue la adolescencia que, como bien anticipa la palabra, era todo un dolor de cabeza. Faltar a las clases y desaprobar hasta educación física se volvió algo cotidiano; logré "corregirme" luego de unas cincuenta peleas diarias. Todos fuimos así a los dieciséis, ¿o me equivoco?

El fantasma de mi padre y su esencia hicieron acto de presencia cuando cumplí los veintiuno y Sergio había abandonado Argentina en el momento que se lo pedí. Creía que me comía el mundo, que todo era fácil y estaba muy equivocada. Cada vez sumaba más colegas —no amigos, eso es algo completamente diferente— con los que organizaba robos menores y me beneficiaba con la mitad de lo obtenido. Después subí de categoría al pisar territorio español unos meses después, ahí pude ver el peor mal que existía. Tráfico de armas, asesinatos que no quedaban registrados, de todo. Mis contactos de Buenos Aires enviaban a distintos militares y policías respetables hasta mi puerta, me ofrecían plata a cambio de favores (o sea, ensuciarme las manos por ellos). Nunca me delataron, si lo hacían tenían mucho que perder.
Es gracioso que ahora esa misma gente que rogaba ayuda me quiera ver presa, no hay mucha diferencia entre nosotros ya que estamos igual de sucios.

Las cosas cambiaron, y se calmaron, cuando conocí a Martin. Creo que su aura tranquila, pero caótica a su vez, logró hacer un clic en mí. O solo se trataba del amor volviéndome débil y tonta.

MARTÍN

Nunca me gustaron las mujeres, es más, se podría decir que las odiaba por hacerme recordar, constantemente, el poco amor que mi madre me dio. Creí que enamorarme de Lía fue como un karma y con el tiempo se convirtió en uno bueno.

Toda mi vida me sentí atraído por hombres, incluso tuve relaciones esporádicas, pero las cosas se torcieron el día que la vi sentada frente a la barra de un boliche. Al principio solamente me fijé en su persona para ver qué podía robarle, vestía ropa cara y escuché que había pedido un trago poco accesible para los demás, así que supuse que pertenecía a la alta sociedad. Aún no le veía la cara, fue unos segundos después, al girarse, que tuve la oportunidad de admirar cada detalle de su hermoso rostro y fue suficiente como para no sacármela de la cabeza. Un par de horas después nos reencontramos en el medio de la pista de baile, solos. Lía fue la primera en acercarse y enredar sus manos en la base de mi cuello para bailar adecuadamente ese lento de Whitesnake que sonaba de fondo.
Después de que la pista terminara, me invitó a seguirla al exterior, una vez situados en la vereda nos besamos, y robamos, por primera vez. Esa conexión entre deseo y delincuencia fue lo que nos mantuvo unidos hasta hoy en día, compartiendo departamento como si fuéramos recién casados que tienen una luna de miel eterna en Italia.

El timbre suena, haciendo que me sobresalte levemente, seguro se trate del correo porque nadie nos conoce y nuestra familia no estaba al tanto de dónde nos alojábamos. Bueno, excepto él... pero eso es imposible.
Una carta sin nombre del destinatario es lo que trae el cartero entre manos, firmo la entrega y le cierro la puerta en la cara. Rompo el sobre para verificar si es algo para Lía y me llevo una sorpresa.

"Martín, amigo mío. Primero quiero pedirte perdón por no haber contestado a tu última carta y demorar tanto tiempo para ponernos al corriente, tengo muy buenas razones para ello. Segundo, el motivo de este mensaje es para hacerte una oferta de trabajo, durante esta semana le llevo dando vueltas a una misma cosa: llevar a cabo un atraco, bastante... singular y complicado (no por eso menos bonito o imposible). El Banco de España es el objetivo y necesito de tu inteligencia y experiencia para terminar el plan, hay muchas cosas que perfeccionar y quiero tenerte a mi lado.
Piénsalo el tiempo que quieras, ahora mismo estoy remodelando un monasterio en Florencia y es en donde vivo, si tu respuesta es positiva solo mira detrás de este papel, ahí encontraras las coordenadas. Espero verte pronto.

Andrés."

Como bien menciona, no supe nada en estos meses y nunca hablé sobre él con Lía y creo que se debe a que sigo un poco enamorado de ese español tan hijo de puta que conocí en Madrid. Congeniábamos muy bien, tanto que terminé mezclando las cosas, él nunca supo de mi amor y admiración; durante sus bodas Andrés lucía una hermosa sonrisa perlada mientras yo me escondía en algún lado para transitar el dolor en paz. La ilusión de que alguna vez sintiera lo mismo me mantenía firme detrás de él, soñando en que ese amor por las mujeres se esfumara como una señal de humo en el cielo.
Después, con la llegada de Lía, todo mi mundo se puso a sus pies, aunque siempre trataba de no perder contacto con él, solo para hacerle honor a nuestra amistad, o tal vez es la mentira que quiero tragarme antes de admitir que no lo he olvidado tan bien como pretendo. Y cuando volvió a desaparecer lo di todo por terminado.

Arrugo el papel y lo pongo a quemar en la chimenea, no sin antes ver la información que había detrás. Observando como se desintegra, recuerdo el plan, en que justo hoy hablaba de eso. No quiero creer en el destino— más bien, nunca lo hice— pero... ¿si las cosas pasan por algo? Con eso metido en la cabeza me levanto de golpe y voy hacia la habitación.
Lía estaba sentada en la cama, poniéndose una de mis remeras negras, cuando ingreso y voy directamente a sacar la valija que guardaba debajo de la cama, a los pocos segundos abro el ropero y empiezo a guardar mis prendas, bajo la mirada alerta de mi compañera.

—¿Qué pasa? —pregunta y camina hasta quedar a mi lado.

—Nada, un amigo necesita ayuda y es urgente —digo, evitando dar mayores detalles y siguiendo con mi tarea.

—O sea que no me vas a explicar nada. Te vas, así no más —me agarra por los hombros para que me detenga y la mire. Su cara refleja miedo e inseguridad, desearía poder decirle todo pero, por razones obvias, no puedo darme ese lujo.

—Amor, confía en mí. En una semana vuelvo, no te preocupes —respondo para luego plantar un beso en sus labios.

Mis palabras parecen convencerla porque se pone a sacar mis camisas y las ordena prolijamente en la valija para que entre todo. Me duele mentirle, es algo que nunca imaginé hacer y menos tener que dejarla.
El ser tan egoísta y seguir poniendo a Andrés por encima de todo para cumplir con lo que me pida sigue intacto, como si fuera parte de mi piel y no quisiera desprenderse.

Repito infinitas veces que entro de siete días todo volverá a la normalidad y cortaré lazos con él de una buena vez.
Cuando todo se encuentra en su lugar, le doy un último abrazo a Lía y salgo del departamento, con un sabor amargo en la boca, para dirigirme al aeropuerto y comprar el primer pasaje a Florencia. De camino, sentado en el taxi y observando las calles de la ciudad, me pongo a pensar si la estoy cagando y es mejor volver.
Niego ante esa última idea, es que no puedo, ya es demasiado tarde para arrepentirme.

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