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11. Reina roja.

• Los Ronaldos - El gurú.

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A lo largo de mi vida me he despertado de diferentes maneras, pero distinto es que te quiten el sueño porque escuchas cómo torturan a tu tío frente a vos.
El puño de Tamayo impacta dos veces contra la nariz de Sergio, llegando hasta el punto de hacerla sangrar, y luego repite las mismas acciones, esta vez siendo Palermo el que tenga que experimentar aquel dolor. Estaba intentando que cooperemos, en su mente machista las mujeres somos el eslabón más débil y asume que, golpeando a las personas que más nos importan, abriríamos la boca.

—Si cruzas esa línea roja, ya no hay vuelta atrás —dice Lisboa, en un desesperado intento de hacerlo entrar en razón.

—Los voy a golpear a ambos, delante de sus novias, hasta que me digáis dónde está el oro o hasta que fallezcan porque aquí o gano yo o no gana nadie —responde el coronel e inmediatamente clava su puño en el estómago de Palermo.

Y mientras las cosas se torcían por dentro, allá en el exterior se había puesto en marcha el plan Pulgarcito. Primero habían lanzado los videos que grabó Matías en la fundición a miles de servidores online. Con la velocidad que caracteriza a la tecnología contemporánea, en cuestión de segundos eso sería transmitido hasta en la programación del canal CNN. Era vital que el mundo sepa que hemos logrado saquear la reserva nacional y de qué manera, y además España estaba contra las cuerdas. Tamayo, Suárez, el gobernador y todos los militares y miembros del CNI estaban presenciando cómo se caía todo con tan solo una simple filmación. Porque no hay nada más importante para un país europeo que su economía y buena reputación.
La idea es crear una crisis financiera y así tener más posibilidades de chantajear a los superiores, solo así saldríamos enteros del lugar.

Luego el paso dos: en cuestión de horas, España no podrá financiarse en los mercados, se declara insolvente y en quiebra, lo cual implicará una presión gigante, una especie de efecto dominó, sobre el Gobierno. Y nosotros somos los únicos capaces de resolverlo todo de forma rápida: devolviendo el oro. Pero mientras las autoridades no acepten nuestra oferta de quedar en tablas, entonces llega el último paso: hacerles creer que la noche anterior nuestros ayudantes de ahí fuera ya estaban transportando el oro en barcos.

Nada de ese plan parecía estar funcionando, no importa cuán perfecto sea, Tamayo no parecía ceder.

—¡Pará! Yo sé dónde está el oro, sácame de acá —grito cuando ya no aguanto escuchar los golpes. Ésta podría ser la última jugada, porque yo tenía algo que él quería— Te lo voy a contar todo si me soltás.

Mis compañeros me miran extrañados y yo intento actuar o reflejar indiferencia. Mientras más crean que los voy a traicionar, mejor funcionará lo que tengo en mente.

—Muy bien, la primera en cambiarse de bando, señorita Fonollosa —responde Tamayo y se acerca para abrir las esposas que aprisionan mis muñecas— Hoy es su día de suerte.

—¿Ayer decías que seamos positivos y ahora te das vuelta así de fácil? ¿Qué carajo hacés? —grita Palermo con odio y removiéndose en su lugar.

—Espero que puedas perdonarme algún día, pero yo salgo de acá bajo mis términos.

Mientras caminábamos en dirección al despacho del gobernador, siento una presión en el pecho, así como también las manos comienzan a sudar. El último recuerdo que tengo de Palermo es discutiendo en una habitación oscura, haciéndole creer que lo había traicionado, arruinando el plan en el que trabajó la mitad de su vida, y ganándome su odio a muerte.

Ya sentada en el sillón, observo a Suárez detrás del coronel, apuntándome sin que le tiemble el pulso al igual que el militar que se ubica a mi derecha, casi rozando su fusil en mi sien. Todo este escenario grita: un mínimo movimiento y estás muerta, Lía.

Con una sonrisa en la cara, Tamayo me extiende un pasaporte con la que sería mi nueva identidad. Información a cambio de la libertad, suena tan sencillo en mi cabeza.

—Muy bien, dime dónde está el oro y esa identidad puede ser tuya. Además, una asignación vitalicia, de por vida, de 25.000 euros mensuales a cargo del Gobierno español. ¿Cómo lo ves?

—¿Qué pasaría con Palermo? —me atrevo a preguntar, bajo la atenta mirada del policía que se encargó de dejar a mi padre como un colador.

—Podemos hacer una excepción, un dos por uno, me dices dónde está el oro y Palermo y tú podéis empezar desde cero.

—Sabes qué pasa, que yo no sé dónde está el oro, y si lo supiera tampoco lo diría porque eso implica que vos ganes y a mí no me gusta perder —comienzo a reírme como si de verdad hubiera contado un chiste, casi logrando llorar— Solo les estoy dando tiempo, Tamayo, yo no subí acá para negociar nada —clavo mi codo en las costillas del militar a mi lado y robo su arma, apuntando directo a la persona a la que le hablo— ¿Vos te pensás que soy estúpida? La rendición no entra en mis opciones, de acá solo salgo de una manera, y es muerta antes que pisando un penal.

Ya no queda nada de la mujer que entró delante de miles de cámaras y policías apuntando a su espalda, solo pequeñas partes de esa valentía que se fue disipando con el paso de los días encerrada acá. No soy capaz de pensar con claridad ni ser estratégica, solo me dejo guiar por impulsos.
Intentan calmarme mostrándome la pantalla de un celular en donde transmiten en directo, lo que parece ser, la ejecución de todos los miembros de la banda, pero todos los presentes sabemos que se trata de una puta cortina de humo.

—Coronel, permiso para disparar —dice Suárez a pocos metros de distancia.

Su superior parece pensárselo y luego opta por negarse a su petición. Para él soy una pieza valiosa, la cual quiere utilizar para aumentar su experiencia en métodos de tortura; el problema es yo ya había elegido mi destino.

—Dispará, dale, estoy segura de que querés hacerlo desde que te enteraste de mi apellido —respondo provocándolo y sacándole el seguro al arma— ¿O sos cobarde?

Una cuenta regresiva se forma en la cabeza del policía y, cuando finaliza, dispara. La bala impacta directo a la zona de mi estómago, obligándome a soltar el arma y coloco una de mis manos sobre la herida. Siento como la sangre tiñe el piso de rojo poco a poco, también los gritos de Tamayo pidiendo una ambulancia pero luego no puedo sentir nada, simplemente comienzo a perder la conciencia y esta historia parece haber llegado a su fin. Dicen que cuando estás a punto de morir ves tu vida proyectada como una película, y eso es exactamente lo que experimentaba, solo que se reproducían mis días en Italia con Martín.

Miles de disparos es lo último que alcanzo a escuchar y espero que mi sacrificio sirva para algo.











《 Martín Berrote, alias Palermo, abatido. Lía de Fonollosa, alias Doncaster, abatida, Sergio Marquina, alias el Profesor, abatido...》




















2 semanas después.

La banda concluyó el atraco con éxito, saliendo en camillas directo a la libertad mientras la audiencia pensaba que estaban muertos. Sergio logró que Tamayo aceptara un trato, miles de lingotes de latón a cambio de que los dejara libres; y todo esto lo sé por lo que murmuran en los pasillos y porque una vez al día me permiten poner las noticias para mantenerme conectada a la realidad.

Mi destino fue distinto, el coronel logró salvarme la vida, aunque perdí el riñón izquierdo y sufrí una perforación del colon en el proceso. Llevo dos semanas viviendo un infierno, la primera recuperándome, la segunda encerrada en un cuarto con paredes blancas donde regulaban el oxígeno y la temperatura del ambiente como base de torturas. Nadie podía venir a rescatarme porque piensan que mis restos descansan en un cementerio y ni yo soy consciente de mi ubicación exacta. Este era el último día, Tamayo decidió instalar una silla eléctrica y terminar con mi vida, maravilla de juguetes en los que gasta el gobierno en vez de ayudar a la comunidad.

Había sido su trofeo durante todo este tiempo pero ya no le podía sacar más brillo, al fin comprendió que no sé dónde se encuentra el oro. Jamás lo recuperará.

Camino por el interminable pasillo, encadenada de pies y manos— pero aun movilizándome sin ayuda de nadie— con dos médicos vigilando a los costados. Ahora sé lo que sienten los asesinos cuando les dan esta condena, aunque no me permito pensar mucho porque la falta de sueño me hace parecer el clon de un zombie.
Apenas visualizo a Sagasta en la mitad del recorrido, acompañado por dos hombres y Rafael. Al ver a este último, me mantengo alerta mientras todos apuntan rápidamente al coronel —quien guiaba el camino— y paro en seco.

—El Profesor solicita que sueltes a la detenida, de lo contrario publicarán que los lingotes en realidad son de latón, ¿sabes lo que significa eso?

—No me jodas, ¿tú también cambiaste de bando a lo Raquel Murillo?

—No, pero esta ropa que llevo no es un disfraz, mi deber es venerar a mi país. Y si tengo que salvarla para que España no caiga en quiebra, entonces lo haré.

—Jaque mate, hijo de puta —susurro por lo bajo cuando comprendo la situación.

Un golpe certero en la mandíbula es suficiente para que mi enemigo se desplome en el piso y también la señal perfecta para que reduzca al médico ubicado a mi izquierda, cayendo de espaldas sobre su cuerpo mientras Rafael le dispara en la pierna al otro. El militar al mando me libera y extiende su mano para ayudar a ponerme de pie, medito unos segundos si aceptarla, pero finalmente lo hago. Ahora las personas que me "cuidaban" pasan a ser esposados y retirados del lugar, eso me permite pensar que no se trata de una trampa ni nada por el estilo.

Sergio se ha enterado de que estoy viva y montó un plan de rescate por última vez. Aunque incluir a mi medio hermano en esto no fue una decisión muy astuta de su parte, y no tengo la fuerza necesaria para pelear, solo quiero irme a casa (y no sé muy bien cuál es mi hogar ahora).

—Vamos, reina roja, hay un helicóptero esperándote —las palabras de Sagasta vienen acompañadas de la entrega de un origami rojo que me hace sonreír.

La reina roja era mi personaje favorito de una película, además de ser una pieza de ajedrez, y eso era algo que solo Sergio sabía. Además, es un apodo que me puso Martín en una de nuestras noches en Buenos Aires.

Con la ilusión reflejada en la cara, me subo al helicóptero que tiene a Marsella como piloto y finalmente siento lo que es la libertad. En el viaje me cuenta que Martín se refugia en Palawan con Sergio y Raquel. Esta mañana se enteró de que estaba con vida porque desde hace una semana tenían sospechas de que no haya sobrevivido a las torturas. Me duele imaginarlo sufriendo por algo que no era cierto, pensando que me había perdido al igual que a Andrés.

El consuelo que necesito lo encuentro cuando el helicóptero aterriza en medio de la playa, moviendo las hojas de varias palmeras con violencia y dándome la visual de un hombre que yacía sentado de espaldas a pocos metros. Su contextura física me la sé de memoria, igual que cada cicatriz y lunar que adorna su cuerpo.
Me despido de Jakov y abandono las zapatillas que tenía para sentir la arena bajo mis pies, caminando hasta quedar detrás de él.

—¿No te enseñaron que es de mala educación no saludar? —pregunto con una sonrisa cuando sus ojos se encuentran con los míos, reflejando algo de miedo— Martín, decí algo, parece que estuvieras viendo a un fantasma.

Lo siguiente que siento son sus brazos rodeando mi cuerpo con fuerza, consumando ese tan esperado abrazo que nos debíamos. Ambos caemos al piso, soltando un par de risas en el proceso.

—Que hija de puta, era imposible que nos hayas traicionado —responde mientras acaricia mi mejilla con suavidad— ¿Sos real?

—Si me lo preguntás una vez más creo que voy a empezar a dudarlo —después de generar esas frases lo beso como nunca antes, buscando transmitirle todo lo que siento y más.

Muchas veces me pregunté qué era el paraíso, para la gente que cree en Dios debe ser el cielo y el reencuentro con sus seres queridos después de la muerte. Para mi es este paisaje soñado, con el hombre que nunca se va a desprender de mi mente y corazón, creando recuerdos hasta que se nos corte la respiración.

Los nombres de ciudades quedaban atrás, Palermo y Doncaster eran nuestros alter egos, hoy finalizaba esa etapa para iniciar desde cero como Lía y Martín, como lo fue desde un principio en esas noches argentinas.

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