Érase una vez, en un lugar que puede existir o no, había una historia que en realidad no era una historia en absoluto. Era más bien una colección de pensamientos y sentimientos que danzaban alrededor de los frágiles límites de la salud mental y la ansiedad. No había personajes a seguir, ni trama que desentrañar, sólo una red de emociones enredadas en un lío complejo.

Era un mundo donde las palabras tenían demasiado poder, donde el silencio hablaba más que los gritos. En esta no historia no hubo finales felices ni aventuras heroicas. Sólo la verdad cruda y sin filtros de lo que significa lidiar con la propia mente. Sirve como un suave recordatorio de que, a veces, no hay una historia que contar, ni un principio ni un final claro.