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11- Después de todo, Lucifer también era un ángel. - Showa -

Pues allí estaba yo, con las manos del amor de mi vida resbalando dentro de mis calzoncillos, y con sus labios aferrados a mí cómo si en ellos encontrara la fórmula de la vida eterna.

La alegría y la confusión se mezclaban en mí cómo dos bebidas alcoholicas que no van bien juntas.

Sentía cómo la virginidad de mi tan cuidado trasero se acercaba a su fin, y por más que me emocionaran los besos y las caricias de Nowaki, no podía evitar sentirme presa del terror...

Me sentía vulnerable, sí, cómo era de esperarse, pero no lo suficiente.

-Nowaki... - Intenté apartarlo lo más suavemente posible de mí.

Su respuesta fue simplemente tomar una de mis manos en la suya y ponerla en sus pantalones. Yo tragué saliva, sorprendido por el... bulto.

-No tengo que decir más, ¿o sí, Showa?

-Me sorprendes. – Con más firmeza que la vez anterior, lo eché para atrás. – Pero me temo que morder la almohada no es mi especialidad.

Yo me enderecé y tomé la que antes era su posición, poniéndome a horcajadas por encima suyo.

-Yo no.. – noté su terror y su nerviosismo al ver que no era tan débil físicamente cómo el creía que era, y que era completamente capaz de derribarlo y dominarlo.

-Lo sé. Ninguno de los dos está preparado, y además, tú no tienes mucha experiencia con hombre que digamos. – Comencé a bajarle los pants grises y sentí un escalofrío, ¿en qué momento iba a abrirse el suelo y salir el diablo mismo? No me sorprendería, en verdad que no. Lo que realmente me sorprendía, era que en realidad estaba pasando lo que estaba pasando.

Cómo un ratón acorralado, no pude evitar mirar hacia distintos rincones de la casa.

-¿Estás bien? – Su voz, entrecortada y temblorosa sonaba tan sexy e irreal que mi cuerpo se calentó cómo un papel cubierto en gasolina y puesto al fuego. - ¿Buscas algo?

-La cámara escondida. Es que... es tan irreal.

Él me tomó por la nuca y me besó una vez más. Fue un beso largo e intenso, y sentía que cada rincón de mi ser explotaba y renacía en infinitas repeticiones.

-¿Qué le hiciste a Nowaki? ¿Quién eres? – Su respuesta fue otro beso aún más largo.

Yo me encontraba tan embelesado y atontado que casi no me daba cuenta que se estaba enderezando una vez más. Pero tuve la suficiente conciencia para darme cuenta de su plan y derribarlo una vez más abajo de mí.

-Escucha, no te voy a obligar a hacer algo que no quieras. Después de todo, tras estos años, nunca lo hice. Pero tampoco te voy a dejar hacer tu santa voluntad y que me hagas cómo quieras, ¿entendido? Hoy vamos a hacer un experimento, nada más.

-¿Qué experimento? – Preguntó, poniendo sus manos en mis caderas y acariciando mi piel desnuda bajo mi camiseta, moviendo sus dedos pulgares en círculos. Me estaba muriendo.

-Todavía no estoy... estamos seguros de qué tanto puedes manejar el cuerpo de un hombre.

-Pero sí ya...

-¿Qué me asegura que al ver mi pene no se te van a quitar las ganas?

De mi boca salió una carcajada estridente al ver su reacción. Abría y cerraba la boca como un pez fuera del agua, sin saber que decir. Pronto se rindió y desvío la mirada, algo sonrojado.

-¿Ves? Ni tú puedes asegurarlo.

Tras los pants, lo despojé de su ropa interior y comencé a masturbarlo. Observé con un deleite malévolo cómo se retorcía y todo su ser temblaba bajo mis garras.

En sus ojos había una lucha, una lucha entre dejarse llevar o mantener la calma, pero su cuerpo pedía caos, pedía olvidar esa calma que él tanto intentaba guardar. Con sus jadeos y pequeños gemidos supe que ya estaba perdido entre mis manos.

-Para que entiendas de lo que te has perdido todos estos años. – Le levanté la camiseta y comencé a besarle la parte baja del abdomen. Conforme mis dedos se movían y mis labios lo acariciaban, yo me volvía más consciente de las contracciones de sus músculos.

Me sorprendí al sentir cómo su mano se acercaba a mí, con el propósito de tocarme y compartir así nuestro placer. Esto me obligó a separar una mano de él y detenerlo por la muñeca.

-No. Hoy sólo será esto. No te preocupes por mí.

Su voluntad ya era muy débil, y su orgullo seguía siendo muy grande cómo para rogar, así que no insistió más.

No le prohibía tocarme cómo en castigo (ya que sería más para mí que para él) ni porque fuera penoso ni mucho menos. Ya era un hombre con más experiencias de las que me gustaría admitir, y ninguno de los dos era una colegiala virgen. Pero... si me tocaba, estaba seguro que todo el aguante formado a lo largo de los años se iría al traste.

Además, por dentro me estaba muriendo. Me preguntaba si Nowaki sentía cómo temblaba, me preguntaba si veía el terror bajo mi semblante confiado y experto. Lo que había dicho antes, no lo decía por decir. De verdad me asustaba la idea de que, en cuanto viera mi cuerpo, cien por ciento de hombre, su deseo se alejara cómo arrancado por una tormenta que todo lo arrasa. Me asustaba romperlo, sentía como si tocara algo frágil e irreparable. El miedo a que al terminar se pusiera de pie y me odiara latía con cada movimiento de mis manos.

Lloraba, lloraba mientras lo besaba. Mis lágrimas caían sobre su piel y él enterraba sus dedos en mi cabello, hundido en el mundo del pecado carnal. Me di cuenta que me daba más miedo estar a su lado que mirarlo desde lejos y soñar simplemente con él. Ese miedo era nuevo, y tentador.

Pero no era suficiente. Dejé de masturbarlo con mis manos en cuanto comprobé que todavía no me había aventado con disgusto y proseguí a utilizar mi boca.

-Showa.... – Se aferraba cada vez con más fuerza a mi cabello, y yo podía sentir un dolor agudo cada que tiraba de mi cuero cabelludo. "Me vas a dejar calvo" pensé.

Su respiración se volvió más y más acelerada, y su cuerpo comenzaba a tener movimientos involuntarios que me daban la pista de que se acercaba su liberación. Aceleré el ritmo y cerré mis ojos, esperando.

Su espalda se arqueó de una forma perfecta y yo comencé a toser.

Haciendo una mueca, me lo tragué lo más rápido que pude. Me limpié ocupando el dorso de mi mano.

Muy despacio, levanté la vista y abrí los ojos. Un suspiro de alivio escapó de entre mis labios. Ante mí, seguía Nowaki; afortunadamente, Vaki ya no había hecho presencia en toda la noche. Me imaginaba encontrarme con sus ojos llenos de arrepentimiento, o no encontrarlos para nada. Que desviaría la mirada e intentaría fingir que nada de eso nunca había pasado.

Pero me veía directo a los ojos, con su mano en mi mejilla. Una mirada tierna, ebria; pero no de alcohol, sino de mí.

Se enderezó poco a poco, intentando recobrar su ritmo normal de respiración. Intentó besarme, pero yo interpuse la palma de mi mano entre ambas bocas.

-Está sucia. – Me puse de pie y me dirigí al baño en silencio. Me enjuagué y lavé bien la boca con el agua fría del lavabo. Luego junté mis manos en forma de cuna y las llené lo más que pude, para luego echármela en la cara y pasarla por mi cabello. Necesitaba calmarme.

Me miré en el espejo y me sorprendió ver una sonrisa en mi rostro. Intenté modificar mi expresión y ponerme serio, pero me di cuenta que era imposible. Ya no lloraba.

-Nowaki. – Le grité desde el baño, aún mirándome al espejo.

-¿Qué pasa?

-Te amo.

El silencio se hizo en la casa, y pude sentir cómo mis sombras, mis monstruos, se alejaban y se iban por el drenaje mientras yo pronunciaba esas palabras. Cuando yo las decía por primera vez tras esos años que se habían convertido en toda una eternidad, algo nuevo y hermoso resplandecía en mi interior. Me sentía valiente y valioso.

-¿Qué dijiste? – La voz venía de la puerta del baño, desde donde él me miraba con los ojos abiertos como platos y con el cabello hecho un desastre.

-Te amo. – Repetí, mirándolo directamente a los ojos, con una voz más tranquila y lenta. Le mostré la mejor de mis sonrisas, y me transformé en la persona más libre del mundo.

-Yo...

Comencé a reír; a reír como un loco, un lunático. No podía detenerme. Me llevé las manos al estómago y resbale contra la pared, hasta sentarme en el suelo.

-Te amo, te amo, te amo. – Repetía una y otra vez mientras mis risotadas me dejaban sin aire.

Él me veía asustado, sin moverse. Sus hombros se tensaron y creí ver que su labio inferior temblaba. Que hermosos labios, aún rojos e hinchados por mis besos. Era extraño, pero no me molestaba ni me dolía que no contestara, que no me dijera que me amaba también. Y es que esta vez estaba seguro, me ganaría su amor, le enseñaría a amarme; y si fracasaba, viviría al menos sin el arrepentimiento de que jamás luché por él.

-Lo siento. – Dije sin borrar mi sonrisa. – Es sólo que me di cuenta que ambos siempre lo hemos sabido. Es el secreto peor guardado de la historia. Pero, nunca me había confesado apropiadamente.

Nowaki se cubrió la frente con una mano y comenzó a reírse conmigo.

-Idiota. – Me dijo.

Antes me mataba todos los días, caminando de puntillas procurando que la fina capa de hielo bajo mis pies no se rompiera. Tenía que vigilar siempre con quien hablaba, con quien trabajaba. Calcular si ante mí estaba el Nowaki que podía ser el ángel que tanto me hacía perder el equilibrio, o el demonio que me hacía tener las más deliciosas pesadillas.

Pero en ese momento me daba cuenta, abría los ojos. No importaba cual de los dos era. No importaba a cual de los dos amaba más.

Después de todo, Lucifer también era un ángel. 



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