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10 - La noche en que las estrellas dudaron de su realidad. -Showa-

Las manos me temblaban y no dejaba de sudar. Mi garganta se sentía cada vez más seca, y me aterraba el pensar que mi respiración estuviera lo suficientemente alterada como para que Nowaki la escuchara.

-¿Cómo llegaste aquí? – Preguntó Nowaki con seriedad, cruzando los brazos sobre su pecho imponente y fuerte.

-Yo… vine con Honda.

-Tsk.

Ese “Tsk” hizo que yo diera un saltito, como si alguien hubiera amenazado con golpearme.

La musiquita periódica y aburrida del elevador me estaba tocando los nervios; y en ese momento juré que me quejaría con los jefes sobre esa estúpida tonada sin sentido que parecía sacada de un comercial de cereal para niños.

-¿Nowaki?

-¿Qué? – Preguntó mostrando los dientes como un perro rabioso.

-No, no es nada.

Apreté los puños hasta enterrarme las uñas, y el coraje volvía a apoderarse de mí, ¿Qué demonios era esa actitud? El que me invitó a salir fue él, ¿no?

-¿Tienes hambre? – Me preguntó cuando las puertas se abrían con un chirrido.

En cuando puse un pie afuera, casi me echo a llorar de la emoción por dejar aquella musiquita que me había causado hasta dolor de cabeza.

-No, no tengo hambre. – Contesté, frotándome el puente de la nariz.

-Bien.

Caminamos en silencio hasta el estacionamiento de la agencia, y no fue nada difícil encontrar su auto (el más llamativo y caro de todos) y nos acercamos a él con pasos lentos cuyo eco se escuchaba en el sombrío lugar.

Nowaki abrió el porta equipajes y sacó una maletita negra.

-¿Qué es eso?

-Siempre cargo con una maletita de ropa casual.

-¿Ropa?

-¿No pensaras que voy a salir con lo que traigo? Llamaría mucho la atención.

-Claro, y como eso siempre te ha molestado en sobremanera, “Vaki”. – Me crucé de brazos y mire a mi alrededor con aire cansado. - Creo que hay un baño en…

No, Nowaki no necesitaba un baño. Cuando me giré, él ya se estaba quitando la camisa con toda naturalidad.

-¿Qué….qué…? – Mis ojos se deslizaron sin control por su torso bien formado.

-No hay tiempo para un baño.

Yo estaba tan rojo que casi podía jurar que estaba sacando humo por las mejillas; y cuando se quitó los pantalones y mi mirada fue, sin remedio, a parar… bueno, casi me desinflo como un globo.

-Si vas a mirar, no lo hagas tan intensamente, ¿Quieres? Me estás perforando.

El pecho me dolía, y yo solo quería hacerme bolita y lloriquear en un rincón.

Que tortura tan más grande.

Me giré sin decir palabra, tronándome los dedos y esperando a que él terminara de vestirse.

-Ya. – Me dijo, guardando de nuevo la maletita, que contenía ahora la ropa cara y perfumada.

Me pregunté por un momento si alguien de seguridad habría visto semejante espectáculo por una de las cámaras. Seguro que hasta el más hetero del mundo siente algo, lo que sea, por más mínimo, al ver tal show de magia.

Nowaki se había puesto unos pants grises que le resbalaban de lo grandes que le quedaban, una sudadera con el logo de Guns n’ Roses, una gorra con visera gris y unos lentes de sol baratos y opacos.

Era el colmo. Sus intentos de verse “normal” para no llamar la atención no servían de nada, ya que, sin importar lo que trajera puesto, él era un gigoló sacado de una novela erótica. Era el David de Miguel Ángel de carne y hueso.

-Vámonos. – Nowaki se acomodó la gorra y apretó un botón de su llavero para poner seguro al lamborghini rojo.

-¿Vas a dejar tu auto?

Soltó una risa burlona y áspera.

-¿No crees que sería muy estúpido cambiarme a una ropa más discreta para terminar saliendo con un lamborghini?

Mis dientes crujieron como música de fondo mientras lo poco que tenía de vergüenza caía a sus pies, mientras el caminaba sin preocupaciones con las manos en los bolsillos. Su silueta y porte al caminar era indiscutiblemente aquella que pertenece a una persona que sabe perfectamente que siempre lo observan, que sabe que lo admiran y que tiene poder. Me sentía estúpido… me sentía morir.

-No me gusta viajar en taxi, – Comenzó a hablar, mirándome por encima de su hombro mientras esperaba a que le diera alcance. – Bueno, hace mucho que no viajo en el subterráneo.

-Tú dime a donde quieres ir y yo me encargo de la ruta, ¿vale? – Y, sintiéndome seguro de lo que hacia por primera vez en ese extraño día que apenas comenzaba, le di una palmadita en el hombro y comencé a caminar fuera del estacionamiento. – Venga, sígueme.

Mientras yo me adelantaba siguiendo el camino que yo conocía de todos los días a la estación, creí ver una sonrisa en los labios de Nowaki.

El día estaba algo nublado y el frío aun podía sentirse en el aire, era apenas medio día pero la actividad en las calles ya estaba a su máximo nivel por ser fin de semana.

-Y bien, ¿A dónde quieres ir? – Le pregunté para romper el terrible silencio con el que caminábamos.

-Mmmh… - Se rascó la barbilla, mirando a su alrededor como un cachorro perdido. – No sé.

En ese momento dejé de caminar y me giré con el rostro tenso.

-¿Cómo que no sabes, Nowaki? – Levanté un dedo en el aire, agitándolo furioso frente a su rostro, como una madre que reprende a su hijo. – TÚ fuiste el que me dijo “vamos a salir”. – Lo último lo dije haciendo una voz gangosa y exagerada.

-Oye, oye. En primer lugar, yo no hablo así.

-Si que lo haces.

-En segundo lugar, no te ves nada sexy haciendo una cara así, por eso es que no tienes novia, en segundo lugar no tengo nada planeado porque fue de improviso. Además, no estamos vestidos como para ir a los lugares a los que normalmente iría en una cita.

-Bien. – Me crucé de brazos, mirándolo fijamente sin pestañear. – En primer lugar, te recuerdo que soy gay; en segundo lugar dijiste segundo dos veces, y en tercer lugar… - Sonreí de oreja a oreja, sin poder evitarlo. – Dijiste cita.

Él gruñó, como suele hacer, mostrando los dientes.

-Bien, genio, ya sé que dije cita. – Nowaki giró la cara y fingió ver un aparador de relojes de una tienda de segunda mano, pero aun así pude ver el ligero rosado que bailaba por sus pálidas mejillas.

Mi corazón dio un saltito, y mi estomago se convirtió en el ojo de un huracán enorme y destructivo. Estoy perdido, me dije, no tengo salvación alguna.

-Muy bien, como tú no tienes ni la menor idea de lo que es una cita normal, yo me encargo el día de hoy, ¿de acuerdo? Pero tendrás que compensármelo luego. – Creo que logré disimular muy bien la emoción que corría por mis venas y el placer que me producía la palabra “cita” en la boca.

-Vale, lo dejo en tus manos. – Su mirada regresó a mí y sonrió como un niño obediente.

Cuando cruzamos la puerta, el ruido de las maquinitas, la canción Black Sheep de Metric, y las risillas y maldiciones frustradas de aquellos que perdían nos dieron la bienvenida al Arcade al que había llevado a Nowaki.

-¿Es en serio? ¿Un Arcade? De todos los lugares…

-Es muy temprano para ir a comer, ¿No crees? Además, no te hagas el tonto, cuando éramos niños te encantaban estas cosas, por eso elegí un Arcade.

-Pero…

-Vamos, deja de ser la estrella por un segundo, venga.

Me acerqué sonriente a una maquina de un juego de carreras del fondo del local. Nowaki me siguió en silencio. Solo algunas personas se fijaron en él, claro que la mayoría mujeres, mientras los demás se concentraban en sus respectivas partidas.

Me senté acomodando el pie en el acelerador que asemejaba a los de los automóviles. Nowaki se sentó en el de al lado, suspirando.

-¿Ahora qué? – Me preguntó, observando la pantalla con una ceja arqueada.

-Tonto. – Reí.

Me puse de pie y, atravesándome entre él y la pantalla, puse un par de monedas en una ranura que estaba al nivel de su rodilla, pero, como el universo es una perra cruel, una moneda resbaló de entre mis dedos y tuve que casi encimarme en Nowaki para recuperarla. Su aroma me atacó como una bala, y tuve que empezar a cantar una canción infantil en mi mente para no acelerarme. Él me observaba con incomodidad, pero no decía ni una sola palabra.

-Listo… eh… lo siento. – Mi risa en ese momento debería de haber ganado un premio a la sonrisa más nerviosa del año.

-Vale.

Regresé a mi asiento y coloqué mis respectivas monedas.

La pantalla mostró la figura de un dibujo estilo anime de los noventas con una gran sonrisa, enormes ojos acosadores y un pulgar encima. Seleccioné el automóvil con el que quería correr y presioné “Start”.

-¿Listo? – Me preguntó Nowaki, mirándome con una sonrisa arrogante. Se había quitado los lentes de Sol y sus ojos me advertían que esa carrera iba en serio, y que planeaba ganar.

-Vas a morder el polvo. – Contesté, sonriendo también.

-Oh, como tú digas. Cuando termines llorando, recuerda que fuiste tú el que decidió venir a jugar.

-Ya veremos quien llora.

En la pantalla apareció una cuenta regresiva en números enormes y amarillos.

Mis manos se aferraron con fuerza al volante de plástico barato que tenía en frente. Claro que estaba listo.

La cuenta llegó a tres.

Espero no equivocarme con Nowaki.

Dos.

Espero que no solo esté jugando conmigo.

Uno.

Ya a quien le importa.

Mis sentidos se perdieron en esa carrea que daba la impresión de ser a muerte. Los dos pisamos el acelerador y nos dejamos llevar. Una curva por aquí, empujones, insultos en voz baja cuando nos salíamos de la pista, cuando nos pasaban o cuando terminábamos volcando el automóvil.

Nowaki ganó, por supuesto.

Apoyé mi cabeza en el volante, como el perdedor que era, mientras escuchaba como Nowaki celebraba su victoria a mi lado.

-¿Viste eso Showa? ¿Lo viste? Woooo no lo puedo creer. Sigo siendo tan bueno como cuando jugábamos en secundaria, ¿No crees? Otra vez, por favor, otra vez.

Levanté mi rostro y me encontré, no con el adulto maduro y millonario con el que trabajaba todos los días, sino con un bebé. Su sonrisa y el brillo en sus ojos me llenaron de ternura, mientras que sus puños levantados en el aire en conjunto con los pequeños saltitos de sus pies me causaron una gracia tremenda. Comencé a reírme como loco, abrazándome el abdomen a causa del dolor.

Él se puso de pie y me alborotó el cabello con un poco más de fuerza de la necesaria.

-¡Eso duele!

-¿¡Tú de que tanto te ríes!? – Me reclamó, intentando verse enojado, pero sin poder dejar de sonreír.

Yo lo miré aun con la cabeza recargada en el volante, como si admirara una montaña o un monumento, uno tan alto que me creía incapaz de alcanzar jamás.

-Te haces el guapo y el cool, pero sigues siendo el mismo.

-No sé de que estás hablando. – Cruzó los brazos sobre el pecho, mirándome con algo de vergüenza.

-Si lo sabes. – Sonreí.

-Bueno, y ¿si así afuera? Que no es, pero, ¿Entonces qué?

-Me alegro mucho entonces. – Mi sonrisa se ampliaba cada vez más y más sin freno aparente. – Porque ese es del Nowaki del que me enamoré. – Ya no sentía la más mínima vergüenza de decir lo que sentía ¿De qué me iba a servir evitar el tema? Los dos éramos consientes de mis sentimientos, así que… que más daba.

Nowaki me miró con los ojos muy abiertos. Claro que no lo veía venir.

Honda tenía razón, no podía pasar el resto de mi vida perdiendo el tiempo y lloriqueando porque el hombre que amo me ignora. Si me ignora, es porque ni siquiera intento ser alguien a quien él note. Si fallo y termina mal, al menos podré decir que terminó con ambos sabiendo que lo amo.

-En… ¿En pasado? – Me preguntó él, apretando los dientes.

¿Acaso está dudando de mí? ¿Le preocupa que lo deje de amar?

Me encogí de hombros.

-Que pesado eres, Showa. – Me miró algo molesto. - ¿Eso es un si o un no?

-Ya veremos. – Le sonreí. – Por ahora, como no me gusta perder, te reto a jugar ping pong. – Señalé la mesita que un par de chicas acababan de desocupar.

El juego empezó con un ambiente algo extraño, ya que yo estaba demasiado emocionado por la decisión que acababa de tomar, y Nowaki demasiado molesto por la respuesta que le di.

Claro que te amo tonto.

Toda mi vida había sido el tipo de persona que llora en silencio, que se esconde. Y lo odiaba. Con tal de que no me lastimaran, me alejaba de todos, no le demostraba a nadie lo que sentía. Tuve buenas relaciones antes, claro que si, con tipos guapos y de buenas intenciones. Pero mi gran problema siempre fue el mismo. Jamás disfrutaba de el amor que recibía, porque en vez de imaginar un futuro con esa persona, me la vivía pensando en como iba a terminar.

La seguridad que tenía en mi mismo era la misma que tiene un surfista al estar cerca de un tiburón.

Yo era el que terminaba casi siempre con mis parejas, pensaba “Si esto está destinado a un final, ¿Por qué soy yo el que tiene que sufrir?”

Pero nunca había querido algo tan en serio, jamás me había aferrado a algo con tantas fuerzas, las suficientes como para separar mi sentido común de mis deseos. Así que no, no me iba a rendir, no mientras hubiera esperanza.

Los seres humanos siempre buscaremos ese algo. No podemos estar solos. No, no es que no podamos, nos negamos a estar solos. Estamos siempre con alguien porque buscamos algo, algo que nos llene, algo que nos diga “Oye, está bien ser como eres.” Estar con alguien significa dar lo mejor de ti, y creemos que, por ende, el estar solos significa que no tenemos absolutamente nada bueno que ofrecer, creemos que no somos nada.

O eso pensaba yo, creía que estaba solo por eso motivo, cuando la verdad es que siempre me reservé ese “algo”. Lo guardé en un cofre sellado al fondo de una caverna obscura, diciendo “¿Quién puede querer algo tan despreciable y de tan poco valor?” Pero resulta que siempre lo tuvo, y que la principal persona que no le daba valor no era otra sino yo. Por eso siempre he estado solo.

Así pues, voy a abrir lo que sea que haya en ese cofre y se lo voy a ofrecer a los que amo, se los voy a dar con una hermosa sonrisa, y voy a hacer que ese algo crezca hasta ser invencible e inquebrantable. No, no significa que me voy a dar a lastimar como un idiota, solo significa que no voy a abandonar lo que me hace feliz por el miedo a ser infeliz. Ser lastimado es inevitable, ya lo sé, y lo más probable es que así sea como termine, pero no me importa, ya no esta vez, podre recuperarme, sé sobrevivir. Además, todos esos golpes y rasguños son los que hacen que ese algo valga la pena, ¿no? Así que ya lo decidí, lo voy a hacer, voy a luchar, y no solo por Nowaki, sino por mí. Quiero alcanzar la felicidad que merezco, o, al menos, la seguridad en quien soy. Todos merecemos ser felices, el problema es que nadie cree eso de si mismo.

Reímos y jugamos ping pong hasta que Nowaki se convenciera por quinta vez de que yo era mejor que él en el juego. Cuando obligué a mi mente a regresar al presente, vi que un grupito de chicas nos observaba jugar alrededor de la mesa con caras de ensueño.

-No se ve todos los días. – Dijo una con una risilla nerviosa.

-No. Vaya, hoy es nuestro día de suerte, dos chicos divinos jugando frente a nosotras.

Vaya, ahora resulta que somos divinos.

-Disculpa. – Una se acercó a Nowaki con una radiante sonrisa llena de brillo labial. – Es la primera vez que los vemos por aquí, ¿Vienen muy seguido?

-No. – Nowaki se quitó la gorra y se echó el pelo para atrás. Con el sudor en la frente y su mirada divertida (porque gracias al cielo estaba de buen humor) la escena parecía dirigida y planeada paso a paso, con guión y todo, para un comercial. Tanto las chicas como yo nos quedamos con la boca abierta.

Demonios, al parecer mi plan va a ser más complicado de lo que esperaba.

-Me lo imaginaba. – Contestó la chica, recuperándose de el shock de la escena erótica que acababa de ocurrir ante sus ojos.

-Si, este chico me trajo hoy para divertirnos, ¿verdad Showa? – Nowaki pasó uno de sus fuertes brazos sobre mis hombros.

-Si, es verdad.

Otra chica se acercó, pero esta se dirigió a mí.

-Ustedes dos se ve que son muy unidos.

-Si, mucho. – Respondió la otra. – Pero debe ser aburrido salir solos, ¿no? Sin una chica a su lado.

Nowaki la miró como miraría un pavo real a una simple gallina.

-Y eso, - Comenzó a hablar, esbozando una radiante e impecable sonrisa. - ¿A ti qué demonios te importa? Por hoy, mi cita es con él, ¿vale?

Las chicas se fueron de inmediato, escupiendo quejas de la actitud de Nowaki. 

-Que ridículas niñas. Antes de andarse preocupando por coquetear con extraños, deberían… no sé, hacer algo útil.

-Mira que tú a su edad eras igual.

-Calladito te ves más bonito.

Los dos fuimos consciente de que su brazo aun estaba sobre mi hombro, pero Nowaki no parecía querer retirarlo.

-Oye… si dices cosas como esa, me vas a dar esperanzas ¿sabes?

Él me miró fijamente por unos segundos, como haciendo un puchero, luego me quitó su brazo de encima y se empezó a encaminar a la salida.

-No te entiendo. Que si soy muy grosero, que si ahora estoy de cursi. No te entiendo, deja ya de quejarte, ¿Quieres?

-Nunca dije que fuera una queja.

Me quedé en donde estaba parado, viendo como se alejaba ¿Acaso ya se pensaba ir y dejarme allí?

-Ushikawa, ¿Qué haces? Vámonos, tengo hambre. – Me apuró mirándome con enfado.

Sonreí, pensando en lo ridículo que era mi miedo, y lo alcancé a grandes zancadas, sintiendo que volaba en ese preciso instante. Vaya, tal vez, si corro lo suficientemente rápido, lo pueda alcanzar, y pueda al fin caminar a su lado para siempre.

Lo llevé a un pequeño pero cómodo restaurante familiar de esos de los que encuentras en cada esquina. Cuando entramos, un par de personas se  giraron a mirarnos, y Nowaki bajó su gorra al nivel de sus ojos con miedo a que lo reconocieran. Un muchacho de unos dieciocho años nos guió, ligeramente sonrosado por la imponente figura de Nowaki, a un gabinete vació que daba a una de las ventanas. El gabinete estaba al fondo, en donde no se escuchaba con tanta intensidad el murmullo de la gente y el golpeteo de cubiertos contra cubiertos. “Queremos el lugar más tranquilo que tengas” le había pedido Nowaki al joven con una sonrisa dibujada en el rostro. Pero no una arrogante, sino una dulce y gentil.

Ya deja de ser tan lindo.

Uno sentado frente al otro, yo con un té verde con mango entre las manos, y Nowaki con un café con leche y azúcar.

-No entiendo como lo puedes tomar así. – Le dije, mirando el color que había tomado su bebida por la leche.

-Me gustan las cosas dulces. – Contestó él, dando un sorbo a su bebida caliente.

-Que si lo sé. No olvides que llevo trabajando contigo todos estos años.

Él me sonrió y dio otro sorbo.

-La verdad es que no entiendo como, después de tanto tiempo, no me has abandonado todavía.

- Ya sabes porque no lo he hecho.

Nowaki carraspeó y comenzó a toser, y yo sonreí más que satisfecho por su reacción.

-Pero… Showa, ¿Jamás intentaste salir con una mujer? – El mismo joven que nos había recibido, nos dejó nuestros respectivos platos, pero no sin antes confundirse un par de veces con qué era para quien.

Cuando el joven se hubo ido, yo apoyé la barbilla en mi mano y miré a Nowaki con picardía.

-Ves, estoy seguro que ese chico es hetero, pero aun así no se atreve ni a mirarte a los ojos.

-No evites mi pregunta.

-Si, lo intenté. – Dije con un suspiro mientras tomaba el sándwich que había pedido y le daba un pequeño mordisco.

-Y, ¿Cómo terminó? – Nowaki miró su filete de pescado con una mueca curiosa, pero aun así lo probo con cuidado. – Esto está bueno, Showa, deberías probarlo. – Tomó un bocado con su tenedor y lo llevó a mi boca, mientras él hablaba con la boca llena.

Yo obedecí y acepté el bocado, reprimiendo la pequeña ola de felicidad que se extendía por todo mi cuerpo.

-Si, está muy bueno. – Afirmé saboreando el pescado. – Y, con respecto a lo otro, si hubiera terminado bien, no me declararía gay ahora, ¿No crees?

-Supongo que tienes razón.

-Ella era muy linda. – Sonreí, recordando a la chica. – Se me confesó un día, y decidí intentarlo.

-¿Cuándo fue esto?

Yo miré afuera de la ventana. La calle estaba llena de parejitas que habían decidido salir a pasear. Estaban los que se veía apenas era su primera o segunda cita, todos nerviosos y emocionados, los que ya eran una pareja más estable, felices y cómodos con la presencia del otro, y los que ya se habían aburrido del otro, distantes y sin siquiera prestarse atención.

Yo recordé a la chica, Yukino. Era una joven de cabellos lacios y color chocolate. Le gustaban casi los mismos libros y la misma música que a mí. Era muy dulce y se veía que me quería de verdad. En nuestra primera cita decidí llevarla a la feria, y recuerdo perfectamente como se aferró a mí con fuerza, aterrada, cuando subimos a la montaña rusa más grande del parque.

Sonreí con tristeza.

Y recordé también que le había roto el corazón.

-Fue después de que me humillaras y me besaras en el bosque. – Di otro mordisco a mi sándwich, intentando sonar inalterable y sereno. – Me di cuenta de que era imposible estar contigo… y que no sería aceptado, así que vi la oportunidad, y la tomé.

Nowaki dejó sus cubiertos y me miró con arrepentimiento.

-Lo siento.

Ignoré su disculpa. No quería escucharla. Ni siquiera me atreví a mirar la expresión que tenía en ese momento.

-Ella era un encanto, ¿Sabes? La quería, claro que si. Pero no como ella me quería, sino… más bien como alguien podría querer a una hermana pequeña. – Hice el plato a un lado, de pronto sin el más mínimo ánimo de comer. – Cada que nos besábamos, sentía como mi cabeza punzaba, y tenía que concentrarme únicamente en no apartarla de mí a empujones. – Sonreí melancólicamente, sintiendo un nudo en mi interior. – Claro que con el tiempo ella se dio cuenta de cómo me sentía, y, ¿Sabes que hizo?

-No me imagino.

-Me sonrió. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero me sonrió; y me dijo “No te preocupes, ya sé que nunca fuiste ni serás mío.” Yo no podía verla así, así que le dije que esperara, que lo intentaría con toda mi alma, que haría hasta lo imposible para amarla, pero ella negó con la cabeza y me tomó de la mano. – Agaché la mirada, observando mi mano temblorosa por el recuerdo. El calor de la piel de Yukino, su tacto suave y delicado, y la tibieza con la que sus lagrimas caían sobre mi piel aun seguían grabadas en mi memoria. – Y dijo, “Ya sé que tu corazón le pertenece a él, no te preocupes, voy a estar bien.” Luego me dio un beso en la mejilla, me deseó lo mejor y jamás la volví a ver.

Di un sorbo a mi té, deseando de repente saber que había sido de esa pobre chica, y esperando desde el fondo de mi corazón que fuera feliz.

-Jamás voy a olvidar esa mirada. Nunca. Y, ¿Quién lo iba a decir? Yukino me leía como un libro abierto. Siempre supo quien era, y aun así me amó.

-Ya no hay nada que puedas hacer, Showa. – Nowaki siguió comiendo de su filete, echándome miradas de preocupación. – No tiene caso que te culpes ahora.

-Tienes razón. Pero eso no justifica que jugara con ella.

-Oye… Showa. Sé que no sirve de nada ahora pero… de verdad lo siento.

Me le quedé mirando unos segundos, intentando concentrarme en el poco calor que el té le transmitía a mis manos.

-Tsk. – Me froté la frente con irritación, por alguna razón molesto con su disculpa. – Lo del pasado se queda en el pasado.

Yo insistí en pagar la cuenta, y al final, después de hacerse el duro por más de veinte minutos, aceptó.

Se nos habían ido las horas charlando en el restaurante, y, para cuando salimos, ya estaba obscureciendo.

Los dos caminamos hombro con hombro, y no sé si el también lo notaba, pero era evidente que la distancia con la que solíamos caminar siempre, había desaparecido.

-Showa, ¿Por qué te gusto tanto? – Nowaki bostezó y estiró los brazos por encima de su cabeza con pereza. – Quiero decir, ¿Qué hay tan bueno en mí? Claro, no hablo físicamente, porque ya sé que físicamente no estoy nada mal…

-Arrogante.

-Pero me refiero a, bueno, por dentro. O ¿Solo te gusto porque estoy guapo?

Yo reí en voz baja, frotando mis manos frente a mí, sintiendo como la temperatura bajaba mientras se aproximaba la noche.

-No lo sé.

-No me vengas con que no tengo nada de bueno… - En su voz se escuchaba una autentica preocupación.

-Bien. Me gustas porque eres guapo.

-Lo sabía.

-Pero también porque eres extremadamente dulce. Lo intentas ocultar con una petulancia forzada, pero en realidad eres como un niño. Eres como un cachorro perdido. Siempre procuras proteger a las personas, si, si, puedes ser extremadamente grosero, pero aun así interfieres si ves que alguien está en peligro. Y, bueno… - Me rasqué la nuca pensativo. – Ese tipo de cosas.

Nowaki arqueó una ceja.

-¿De verdad soy así?

-¿Qué? Ni tú te das cuenta.

-¿Tal vez es que solo soy así cuando estoy contigo? – Levantó la vista al cielo, como si en él encontrara la respuesta que buscaba. – Ven a mi casa.

-¿Eh? – La invitación me cayó de sorpresa, y por un segundo creí que había escuchado mal.

-Vamos, sería lindo que fueras. – Me miró con una de sus sonrisas preciosas y rompe voluntades.

-Pero… si siempre voy.

-Pero hoy no es por trabajo.

Gruñí y me lo pensé un segundo, haciendo mil y un mapas mentales sobre todo lo que podría salir mal en esa situación.

-Hey, me ofende que te lo pienses tanto. – Se cruzó de brazos y me observó con autoridad. – No me obligues a pedírtelo como “orden”.

-¿Orden? ¿Qué soy? ¿Tu perro?

Nowaki negó con la cabeza y aceleró el paso.

-Además, recuerda que no sé viajar en subterráneo. Si me abandonas y por regresar solo me pierdo, va a ser tu culpa.

Cuando entramos en el penthouse de Nowaki, las luces se prendieron automáticamente y me invadió un escalofrío.

Esto no puede estar pasando.

El ambiente no era como antes, y podría jurar que hasta el mismo Nowaki estaba extraño…. Si no lo conociera bien, diría que hasta nervioso estaba.

-¿Todo bien? – Le pregunté al presenciar como tomaba dos cervezas torpemente de la cantina que había mandado poner en una sección de la sala de estar.

-Si… si, todo bien.

Se sentó al lado de mí en un sillón largo y de piel, ofreciéndome una cerveza con una ligera sonrisita y un carraspeo.

El silencio era tal, que se podía sentir como la ausencia de conversación pesaba sobre nuestros hombros.

-El otro día, de la nada, me encontré pensando que la verdad era relativa. – Dije dando un gran trago a mi cerveza. No era el mejor tema… pero de algo teníamos que hablar.

Nowaki me miró confundido.

-¿A qué te refieres?

-Si, solo piénsalo. La verdad puede ser diferente para cada persona. Si, por ejemplo, yo tengo a una persona en frente de mí, y le digo: “Eso que brilla en la noche son estrellas” y esa persona me cree, su verdad será que lo que brilla en el cielo son estrellas; pero si a otra le digo: “Eso que brilla en la noche son perros” y me cree, al contrario del otro, su verdad será que lo que brilla son perros. Entonces, si junto a esas dos personas un día, y les pregunto “¿Qué es eso que brilla en el cielo?” Los dos me van a decir la verdad.

-Quieres decir que ninguno de los dos mentiría.

-No.

-Entonces, aun si lo que yo sé es incorrecto comparado con el conocimiento de los demás, pero yo lo creo de verdad, si lo digo, ¿Sigue siendo mentira? – Nowaki se veía realmente interesado en el tema.

Yo me limité a encogerme de hombros.

-¿Quién sabe?

-Vaya Showa, ¿Cómo es que piensas en esas cosas, eh?

-Supongo que estoy algo chiflado.

-Ahora siento la necesidad de leer los libros que tú lees.

-A la otra, te llevaré a una librería, ¿Vale?

Sonreí y metí mi mano al bolsillo del pantalón, sacando mi cajetilla de cigarros.

Saqué uno con cuidado y dejé la cajetilla en la mesa de cristal que estaba frente a nosotros. Lo encendí con un encendedor de oro que Nowaki tenía en el cenicero de la mesa, y le di una larga y profunda calada. Luego me puse de pie y me dirigí a pasos lentos a su estéreo, tamborileé con los dedos en la repisa en el que se encontraba, y, sonriendo lo encendí. El ipod de Nowaki ya estaba conectado, así que me limité a seleccionar una canción que fuera de mi agrado.

Bien.

Dani California de Red Hot Chili Peppers.

Sin decir una palabra, me senté de nuevo, y di unos suaves golpecitos al cigarro en el cenicero.

-Showa, debes ser muy popular entre los hombre, ¿no? – Comentó de la nada Nowaki, mirándome muy serio.

Yo al principio lo miré con curiosidad, pero luego me reí con ironía.

-No veo por que lo dices.

-Es que… bueno, incluso así vestido tan ridículamente vestido como estás ahora…

-Gracias por eso.

- …tus movimientos me causaron un escalofrío. No podía respirar.

Sentí como mi rostro se tornaba rojo, y como una onda de calor me atravesaba como una tormenta.

No supe que decir, no supe como reaccionar.

Por un segundo, hasta se me olvidó como me llamaba.

-A veces haces eso, y antes pensaba que lo hacías a propósito, para fastidiarme. – Se quitó la gorra y la aventó en la mesa. Se echó el cabello para atrás y se mordió el labio. – Pero después de un tiempo me di cuenta que ni siquiera tú sabes lo que estás haciendo, ¿verdad? Es natural, así eres tú.

Aplasté el cigarrillo contra el cenicero y mis dientes comenzaron a castañear.

-Yo… no sé de que estás hablando.

-Cuando caminas, cuando te mueves, lo haces con una sensualidad única.

-Oh, ¿Pero qué dices? – Reí con nerviosismo. – Si tan solo vieras a Honda, él es como un ángel.

Lo decía para romper la atmosfera tan extraña que acababa de nacer entre nosotros, pero, cuando vi a Nowaki, su rostro era de hielo. La tensión se veía en las venas que resaltaban en su cuello, y vi como apretaba los puños como reflejo.

-¿De verdad te has acostado con… ese?

-Vamos, Nowaki, ¿Qué querías que hiciera? Desde hace mucho dejé de ser virgen, al igual que tú. Sabía que no me tomarías nunca, y no te iba a esperar, para ser honesto. – Me incliné hacia delante, saqué otro cigarrillo y lo acerqué a mis labios, pero nunca llegó a su destino.

El cigarrillo fue a dar al suelo de madera impecable cuando Nowaki me tomó de la muñeca. Llevó la otra mano a mi cuello y lo acarició hasta que sus dedos llegaron a mi nuca, en donde los enredó entre mi pelo y acercó su rostro al mío, hasta que nuestros labios se tocaron. Sus besos comenzaron como algo suave y delicado, como si tuviera miedo a que yo saliera corriendo. Pero, después, comenzó a morderme el labio inferior, y su lengua rozaba la mía, como si le coqueteara. Yo cerré los ojos y no hice nada para rechazarlo. Sus besos hicieron que todo mi cuerpo reaccionara, y que mi cerebro se quedara en blanco. Nowaki besaba tan bien que ni siquiera sentía cuando un beso termina y cuando empezaba el otro.

Me soltó la muñeca y llevó esa mano a la cintura, acercándome más a él. Yo me aferré a su sudadera, a sabiendas de que, si lo soltaba, iba a perder mis fuerzas para mantenerme erguido. No podía respirar, mis pulmones se sentían aplastados por la fuerza de su pecho, y las pocas bocanadas de aire que me daba permiso de tomar no eran suficientes. Pero, la verdad, en ese momento no me importaba morir de asfixia.

Sus labios se separaron de los míos y me mordió con fuerza el cuello. Yo solté un quejido y mis dedos comenzaron a temblar. Sus besos y chupetones fueron subiendo desde la base del cuello hasta la parte de atrás de mi oreja izquierda. Y, sin darme cuenta, comencé a gemir. Es que, después de todo, ese es mi punto débil.

-Pero… Nowaki… - Balbuceé.

-Mierda Showa, cállate. Por un segundo, solo cállate. – El roce de sus labios al hablar contra me piel me erizó la piel por completo. Mis latidos iban a explotar en sincronía con la música que nos rodeaba, agresiva, sin control.

Nowaki me recostó contra el sillón, poniéndose a horcajadas sobre mí. Y, en ese momento, fui consciente de que sus manos temblaban, y de que su rostro estaba tan rojo como el mío.

En ese momento yo comencé a reírme.

-¿Y tú de qué tanto te ríes?

Cubrí mi rostro con mis brazos, sin poder detenerme.

-Que bueno que quitaste esos posters de mujeres desnudas, Nowaki, porque si no, esta situación sería el triple de incómoda.

Nowaki me miró con incertidumbre, y luego él mismo se tapó el rostro y comenzó a reír.

-Tienes razón, no he madurado.

-Ni un poquito. – Me enderecé, aun con sus piernas abrazando las mias, y le rodé el cuello con los brazos, dándole un piquito en los labios. – Pero, ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué ahora? Te mentiría si dijera que no me aterra.

-Yo… es que… no entiendo que es lo que me haces, Showa. Yo soy muy tranquilo, y en estos asuntos no me perturbo fácilmente, pero ¡mírame! Me tienes temblando como imbécil. – Apartó la vista, clavándola en el piso.

-¿No será solo porque es la primera vez que haces algo así con un hombre? – Me burlé.

-No, estoy seguro que no es eso.

Su mirada era la de una fiera. Mi corazón dio un vuelco, y sentí que, con la mi suerte como estaba, no me sorprendería que me ganara la lotería.

-Pero si tú mismo dijiste el otro día que no tolerabas verme semidesnudo, que te daba asco.

-¿Qué? Yo jamás dije que me daba asco… lo que pasa es que… me sentí raro al verte así. No sé, algo anda mal conmigo.

En ese momento, en el ipod de Nowaki empezó a sonar Creep, de Radiohead y sentí que el destino estaba realmente jugándome una broma.

-Mira, tu canción favorita.

 -Si. – Dije, sonriendo. – Siempre la he amado, toda mi vida, pero, ¿Sabes por qué otra cosa es mi favorita? Escucha bien la letra.

Nowaki frunció el seño y escucho atentamente, analizando cada frase y palabra.

-Una vez, platicando con Honda, esa canción se puso, y él me dijo riendo “Esa canción es exactamente como te sientes por Vaki” ¿Puedes creerlo?

Nowaki seguía escuchando, como hipnotizado por el bajo y la guitarra.

Yo comencé a cantarla moviendo mi cabeza suavemente de un lado a otro, y marcando el ritmo con mis dedos sobre sus hombros, porque, convenientemente, me la sé de memoria.

“…I don't care if it hurts

I want to have control

I want a perfect body

I want a perfect soul

I want you to notice

When I'm not around

You're so fucking special

I wish I was special

But I'm a creep,

I'm a weirdo

What the hell am I doing here?

I don't belong here…”

Entonces Nowaki me abrazó con fuerza, enterrando su nariz en mi cuello.

-Lo siento. Lamento mucho haberte lastimado tanto – Me dijo, metiendo sus manos bajo mi playera, acariciando mi espalda con sus finos y largos dedos. – Y, por favor, deja de hablar ya de Honda.

-¿Celoso? – Me reí.

-¿Y qué si es así?

Volvió a besarme, y el solo de guitarra acompañó la electricidad que en ese momento me rodeaba y me dominaba.

Entonces, sentí como la mano de Nowaki me frotaba ahora el trasero, y di un pequeño salto, apartándolo de mí con cuidado.

-Un segundo, ¿Yo soy el de… abajo?

-¿Qué? ¿Esperabas que fuera yo?

-Bueno… es que…

-¿No quieres hacerlo conmigo? – Su rostro se torció en una mueca de decepción total.

-No es eso. – Suspiré. – Es que, veras… no sé como explicarlo. Digamos que mi trasero todavía es virgen.

-¿Quieres decir que…?

-Si, siempre era yo el dominante.

Nowaki me miró de arriba abajo, escaneándome.

-No me lo creo.

-¿¡Cómo que no te lo cree!? ¡Yo puedo ser tan macho como cualquiera!

-Vale, vale. – Él siguió con las manos explorándome el trasero. – Eso significa que nadie ha metido mano aquí nunca.

-Bueno… nunca dije que mano no, solo no me han metido lo que tú ya sabes.

Nowaki saltó y me miró con pánico.

-Entonces… ¿Qué se supone que te han metido?

-Pues a Honda le gustaba usar sus dedos y… - Yo levanté dos dedos en el aire y los abrí y cerré poniendo la cara más inocente de la que era capaz, y aguantando la risa al ver la expresión de horror de Nowaki.

-Ya entendí. – Me tapó la boca. – No es necesario más detalle.

-¿Seguro? – Mascullé con su mano sobre mis labios.

-Si, seguro.

Yo saqué mi lengua y comencé a lamerle los dedos, y él se retorció un poco, perdiendo todo control en su mirada.

-No hagas eso.

-¿Por qué no?

E ignorando sus palabras, y escuchando el temblor en su voz, yo continué.

-Porque si lo haces te voy a robar la virginidad.

-O tal vez yo te la robe a ti.

Y mi teoría se reafirmaba, la verdad es relativa. Ahora, hasta dudo que exista. O simplemente es que no es estable; todo el tiempo cambia. Mi realidad esta mañana era que nunca iba a estar con la persona que amaba, y ahora aquí estábamos, besándonos en su sillón enrollados el uno con el otro en una forma casi imposible. Mi realidad el día de ayer era que estaba destinado a sufrir, pero, ¡Qué demonios! Todos sufrimos. Pero sé que lo que vale la pena son estos momentos, en los que no te preocupas de nada, en los que sientes que puedes salvar el mundo. Más bien, en los que ya no necesitas que te salven a ti. Estas completo. La realidad no se define del pasado, y no es aquello a lo que llamamos futuro. La realidad, supongo, es justo este segundo. Y puede cambiar en el que sigue.

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