Capítulo 9
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Cada vez que volvía a casa me sentía feliz, un peso se quitaba de mi pecho y me dejaba más ligera. No necesito respirar, pero sentía que todo el tiempo que estuve lejos era como estar sumergida bajo el agua, y que siempre que veía las familiares calles de mi hogar era como salir a la superficie a tomar aire. Esta vez fue diferente. No existían palabras para describir mi euforia al regresar a Volterra de mano de la mano de Edward.
Las ruinas de la antigua iglesia que esconde la entrada a la torre Volturi no fueron las únicas en recibirnos: Alice y Jasper Whitlock reposaban tranquilamente entre las rocas. Jane, junto a Felix y Demetri resguardaban celosamente el conducto que dirige a la pesada puerta de metal. Sus rostros pálidos no dejaban asomar ninguna emoción, a excepción de Felix, que me sonrió con burla al ver mi mano unida a la de Edward.
Tuve que detenerme a una distancia considerable de aquel séquito por consideración a el vampiro cobrizo, él no recordaba estar en presencia de tantos de los nuestros, y sus instintos le pedían guardar esa distancia de nuestros congéneres.
Empero, Alice pareció no preocuparse de que Edward pudiera atacar. La vampira revoloteo hasta mi para estrecharme entre sus delgados brazos. Correspondí, fingiendo gusto. Sin el poder de Jasper no había nadie que supiera lo incómodo que me resultaba el gesto. Pero igual que con Kamaria, la vidente creía que éramos muy buenas amigas.
—Por fin llegan —exclamó, dando pequeños saltitos, emocionada. Sus grandes ojos granate chispearon de alegría—. En cuanto los vi tomar la decisión de regresar de Brasil se lo comunique a Aro. ¡Se tardaron demasiado! Estaba esperando tanto volver a verte, Iris.
—Lo lamento, Alice —Me reí, no pude evitar comparar la imagen que tenía de la vampira de cabellos cortos la última vez que la vi de rodillas suplicando a Mel, a estar abrazándome con familiaridad e impaciente por mi llegada—. Me llevó tiempo rastrear el último encargo de Aro.
—Sabes que una llamada e íbamos a estar ahí para ayudarte —dijo Jasper, colocándose detrás de su compañera.
—Me costó mucho verte, rodeada de todos esos chuchos —Hizo un puchero la vidente—. Pero sabía que estabas a salvo con Edward. Que he sido totalmente desconsiderada. Él es Jasper, el trío de allá es Felix, Jane y Demetri, y yo soy Alice.
Edward tomó mi mano y me dirigió una mirada divertida. —Lo sé, Iris me habló de ustedes —respondió, inclinando su cabeza a manera de saludo.
La figura de Jane se movió entonces. Sus ojos rojos brillaban con malicia.
—¿Y tú otro encargo? —pregunto la –ahora– favorita de Aro.
Mi mandíbula se cerró en un chasquido, y todos escucharon perfectamente como mis dientes chocaron. La ponzoña se acumuló en mi garganta al recordar la huida de Isabella. Alice fulminó con la mirada a Jane.
—La manada se está encargando de eso, dado que Demetri no pudo ser de ayuda —El susodicho soltó un frustrado bufido.
—Es escurridiza, ni yo he logrado verla. Es raro... sabe como evadirme —masculló Alice, saliendo en mi defensa.
Mi enojo crecía con cada palabra, pero debía comparecer ante Aro, Caius y Marcus. Mi misión, si bien no estaba completa, había tenido un éxito parcial y no podía dejar pasar la oportunidad de consolidar mi posición. Estaba acostumbrada a ser la joya de esas reuniones, pero esta vez las cosas eran diferentes.
—Así es, te esperan —El tono de Alice fue más suave, respondiendo a la pregunta que planeaba hacer. Era chocante oírla hablar antes de que formulara las palabras, aunque podía decir que también era útil—. Solo a ti.
—Te mostraremos los alrededores, Edward —Jasper lo interrumpió antes de que mi compañero pidiera ir conmigo. Le asentí con la cabeza, haciéndole saber que estaba bien.
El gran salón donde los tres vampiros me esperaban estaba sumido en un inquietante silencio. Aro estaba sentado, al centro, mientras sus dos compañeros permanecían en sus respectivos lugares. Solo la Tríada estaba ahí, sin Renata. Los ojos del líder de los Vulturi estaban vacíos de emoción, pero su sonrisa... esa sutil curvatura de sus labios ocultaba un veneno que solo aquellos cercanos a él podían detectar.
—Querida Iris, qué placer tenerte de vuelta entre nosotros —su voz serpenteaba como un veneno disfrazado de halago—. Has regresado. Y con noticias, espero.
Me incliné levemente, la diplomacia siendo la única barrera entre nosotros. —He cumplido con lo encomendado, Amo.
¿Para qué querer metamorfos e híbridos si ya contaba con una manada entera y perfectamente trabajando en equipo de Hijos de la Luna, quienes eran más letales, más rápidos, más resistentes? Tarde meses, pero aun así, hice lo que me pidió.
Caius, desde su trono, dejó escapar una risa seca. —Ah, no es eso lo que hemos escuchado. Parece que esa insignificante neófita te está dando más problemas de los que habrías querido, Iris. ¿No es así?
Aro, que había estado observándome con esa mirada calculadora, entrelazó sus pálidos dedos, su tono era afilado, aunque la sonrisa nunca abandonó su rostro. —Suficiente, hermano. No necesitamos recordarle a Iris que una misión inconclusa es una señal de... —Hizo una pausa, sus ojos perforándome—, distracción. Y tú, querida, sabes que puedo hacer con esas distracciones, ¿verdad?
La insinuación me golpeó como un látigo. Mis labios se tensaron, pero mantuve mi compostura. —Por supuesto que lo sé. Pero no es el caso —contesté, endureciendo mi tono.
Aro se levantó lentamente, su figura delgada se movió con una gracia inquietante. —Eso espero, querida, eso espero —dijo, con una sonrisa peligrosa.
—Oh, pero yo quiero saber, Iris, ¿qué valor crees que puede aportarnos este... invitado tuyo? —El tono de Caius era burlón, estaba disfrutando de la situación
—No hay ningún invitado. Edward tiene el mismo valor que tiene Afton —Deslicé una mirada a Aro, midiendo cada palabra con cuidado—. No hay distracción, mi señor. Isabella será capturada, y cuando lo sea, será traída ante ti, tal como lo pediste.
Aro entrecerró los ojos, la sonrisa en su rostro permanecía, pero sus ojos brillaban con un destello amenazador. —Querida, sabes que siempre he confiado en ti, aunque últimamente tus recientes decisiones, tan... independientes, me hacen pensar que quizá estés olvidando quién te ha dado todo lo que tienes.
Levanté mi mano, con la palma hacia arriba en clara invitación: —No, no lo he olvidado, como podrás atestiguar.
Hasta hoy, siempre fui sincera con mis pensamientos. Ahora, solo le muestro lo que me conviene. El salón se sumió en un silencio tenso cuando sus ojos se nublaron, absorbiendo el recuerdo que había seleccionado con sumo cuidado.
"Esa noche Didyme sonrió ante la bendición que le otorgó, confiada en la buena voluntad de su hermano mayor: —Yo también, Aro. Pero, ya es hora de que Marcus y yo sigamos nuestro propio camino. Volterra no es nuestro hogar —Sus palabras eran sinceras, pero inocentes. La pobre nunca espero esa traición. Lo que siguió fue aún más cruel..."
Los dedos de Aro se tensaron levemente sobre los míos, casi imperceptiblemente, pero sentí el cambio. Sabía lo que estaba viendo y cómo lo afectaba. Los segundos que siguieron fueron largos y pesados, el silencio en la sala casi insoportable. Finalmente, Aro asintió levemente, y liberó mi mano volviendo a su trono.
El destello en sus ojos era una mezcla de amenaza y algo más oscuro, pero él no se permitió caer en la furia. No era su estilo. Sabía que cualquier muestra de debilidad, cualquier reacción impulsiva, podría ser usada en su contra.
Sonreí, devolviéndole una mirada de igual intensidad.
Aro se mantuvo en silencio, observándome por unos segundos que parecieron eternos. Luego, como si nada hubiera pasado, esbozó una sonrisa encantadora, tan falsa como su calma.
—Como siempre, querida, has sido... excepcional.
Mi celular vibró en mi bolsillo en ese momento, era Kamaria.
Aro me despidió con un gesto de mano, indicando que podía retirarme. —Adelante, Iris.
Me volví, sin decir una palabra más. Pero la sensación de que Aro seguía observando, midiendo cada uno de mis movimientos, me acompañó hasta que crucé la puerta.
Salí a toda prisa del castillo, hacia la iglesia, con el teléfono en mano.
Las fichas continuaban moviéndose.
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