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Capítulo 8

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Trigger Warnings

Contenido +18


Nueva York era excesivamente ruidosa al caer la noche, demasiado para mi gusto. Extrañaba mi hogar. Apreté la capucha de mi abrigo y bajé la mirada, no tuve que usar lentes de contacto esta noche. Mis ojos estaban lo suficientemente oscuros por sí solos, gracias a las últimas dos semanas sin que me alimentara en absoluto. Camine por las abarrotadas calles haciendo deliberadamente que mis tacones rojos resonarán en el piso, con una cadencia que solo podía lograr mi especie y así dar a conocer mi presencia.

Él estaba cerca, si confiaba en las habilidades de Alice, y tenía que darle un aviso sobre mi llegada para no esperar ataques sorpresa. Un nómada es territorial y a él le gustaba salir de cacería y camuflar los gritos de sus víctimas entre la muchedumbre de la ciudad, por tanto, su espacio de caza era amplio.

Capté su intoxicante olor a unos kilómetros de mí, por lo que dirigí mis pasos hacia Central Park, donde la oscuridad nos cobijará a ambos y nos dará la intimidad necesaria. No tardó mucho en llegar a mí. Sus inhumanamente hermosos rasgos me veían con seriedad, analizando la competencia. Quise sonreírle, pero podría tomarlo como una amenaza. De hecho, retrocedí un par de pasos cuando vi como se tensaba su figura.

—Edward Masen, ¿cierto?

Sus ojos carmesíes se entrecerraron al oír su nombre, su entrecejo se frunció en confusión. No por primera vez quise ser yo la lectora de mentes para saber lo que pasaba por esa cabecita suya.

Pero eso ya no era una opción.

—¿Y tú quién eres?

—Iris —Me senté en una de las tantas bancas esparcidas por el parque.

—¿Solo Iris? —preguntó, rodeando la banca a una distancia considerable con un andar felino que me ponía nerviosa, y no por miedo. El vampiro discernía si debía atacar o escapar, solo me quedé muy quieta y esperé pacientemente a que hiciera sus preguntas.

—Dejé mi apellido hace mucho tiempo —Me encogí de hombros, restándole importancia.

—He conocido muchos nómadas en estos años, pero nunca se han acercado tanto como tú, ¿qué es lo que quieres?

—Mi jefe me envió, ha escuchado de las misteriosas desapariciones en New York. Te has salido de control, Edward.

—¿Tienes un jefe?

—Algo así, su nombre es Aro.

—¿Nos hemos visto antes? —Cambió abruptamente de tema y dejó de dar vueltas a mi alrededor. Se acuclilló frente a mí, aunque aún conservo su distancia.

Mordí la sonrisa que amenazaba con adornar mi rostro, y me burlé: —Esa es la peor frase para coquetear que he escuchado.

—Por favor, responde —La desesperación en su tono me hizo arquear una ceja. Me costó no ponerme a saltar de dicha ahí mismo, había implantado el recuerdo en su mente de que nos habíamos cruzado brevemente cuando él todavía era humano, y eso al parecer, le había provocado un impacto.

—Tal vez sí, tal vez no. Pertenezco a los Volturi, he viajado por todo el mundo.

—¿Los Volturi?

Aunque yo ya anticipaba esa respuesta, le cuestioné: —¿Nadie te habló sobre nosotros?

Y me platicó exactamente y fielmente cada recuerdo que había modificado: Despertar en 1918 luego de un dolor indescriptible, solo, sin nadie que le explicará lo que pasó y lo que ahora era. El ardor de su garganta al descubrir su terrible sed, su maravilla ante su nueva fuerza y velocidad. Su lucha inicial con el deleite qué le causaba la sangre humana. Y comprobé que por su mente jamás cruzó la idea de cazar animales y no seres humanos.

Era perfecto.

En cambio, le hablé de nuestras leyes que cada neófito debía conocer de boca de su creador pues no estaban escritas, y de lo que pasaba cuando estas eran rotas y de quienes éramos los encargados de vigilar que lo fueran.

—Entonces... dijiste que Aro te había enviado, ¿a qué? —Sus ojos me observaron de arriba hacia abajo, a pesar de su pregunta ya no se dirigía con cautela a mí, al contrario, se sentó junto a mi tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. Una sensación electrizante crepito entre nosotros.

—Eso ya lo sabes, ¿quieres que lo diga en voz alta?

—Llegaste muy tranquila, no me diste ninguna señal de que eras un peligro. ¿Tan confiada estás en que puedes ganarme?

Sus palabras me hicieron sonreír, no podía ni jamás querría lastimarlo, empero eso no iba a saberlo. Al menos por ahora.

El latir desenfrenado de un corazón mortal me impidió responder, la ponzoña se me acumuló en la boca ante la sed que sentía. Carraspee, intentando controlarme, una humana de mediana edad se acercaba peligrosamente a nuestra posición.

Edward lo notó, con movimiento fluido que destilaba elegancia se puso de pie. —Permíteme ser un buen anfitrión.

Ver a Edward darles caza a humanos era una experiencia para la que no estaba lista. La mayoría de mi especie era territorial. No dejaban que nadie se acercara a sus presas. Él es la personificación de la sensualidad. Jugaba con sus presas. Lo vi seducir a su víctima, tentando con su cuerpo, con su voz, con sus ojos. Entonces, sus dientes se clavaron en el cuello de la mujer que gimió de dolor y de placer. No podía culparla. El vampiro cobrizo era así. Mitad dolor y mitad pasión.

Cuando el corazón de aquella humana comenzó a latir con trabajosa dificultad me levanté de la banca y di un paso tentativo hacia ambos, sin saber la razón exacta. Edward levantó la vista y clavó sus ojos carmesí en mí, antes de separar los labios del cuello de su víctima lo suficiente para hablar en susurros.

—¿No te unes al festín? —Sus labios no mostraban rastros de sangre, pero cuando descubrió los dientes pude ver la sangre fresca que los manchaba. Hechizada, me uní a él, bebiendo de la muñeca de la mujer. La cálida sangre alivia la quemazón en mi garganta, y pronto me descubrí absorta en la cacería de esa noche más que nunca en mi vida.

Cuando el cuerpo estaba seco y sin vida, ambos levantamos la cabeza para que nuestros ojos se encontrasen. Él me sonrió mientras pasaba su lengua por su labio superior, quitando un pequeño rastro de sangre, lo que hizo que una corriente de excitación me recorriera.

—¿Necesitas más por esta noche o estás bien? —Me pregunto. Teníamos que deshacernos del cadáver, pero aún quedaba noche para nosotros.

Nunca pensé que cazar con alguien fuese a ser así. Antes había tenido la impresión de que si veía que me quitaban a mi presa atacaría con ferocidad, poseída por el natural instinto territorial, pero compartir con él había sido fácil. Y si le aplicaba una lógica retorcida al asunto, ahora ambos compartimos la sangre en nuestras venas, como un pacto no escrito.

—Por esta noche ha sido suficiente. Necesito volver a Volterra. Dada la negligencia de tu creador no hay crimen que perseguir, Aro lo entenderá —Una mentira a medias, pues no pensaba volver a mi hogar sin él. Una sombra de decepción cruzó sus ojos. Si era por mi despedida o por el término de la cacería, no lo sabía.

Enterramos profundamente en el parque toda evidencia de nuestro actuar. No fue difícil. Central Park estaba lo bastante desierto a esa hora como para que nadie se diera cuenta.

A pesar de lo que dije no hice ningún ademán de irme. Nos sentamos apoyados contra el tronco de un árbol.

—Supongo que es mi advertencia. Deberé ser cuidadoso si no quiero una visita de los italianos.

—Sabia decisión —Concedí.

—Aunque en caso de que no lo haga, ¿te enviarán a ti?

Una carcajada limpia salió de mi garganta. —Cuidado señor Masen, pensaré que quiere volver a verme.

—Tal vez sí... —Susurró, su voz acaricio cada una de sus palabras, mirándome ardientemente, podía ver el fuego resplandecer en sus ojos carmesí. Me quedé muda, ninguno dijo nada por unos segundos que me fueron eternos. Hasta que no pude soportarlo más, su fragancia era intoxicante, su piel, sus ojos, todo en él era una droga para mi.

Él era un veneno que se instaló en mi corazón, que atravesó mi piel y mis huesos.

Un veneno que felizmente consumiría toda mi eternidad.

Me abalancé sobre él, chocando mis labios con los suyos. Jadeé cuando lo sentí corresponderme con la misma urgencia y pasión que me recorría a mí. De ser posible, me hubiera fusionado con él ahí mismo. Subí mis manos y las posé en su cuello, jalando débilmente sus cobrizos cabellos. Edward por su parte, me atrajo a su cuerpo y eliminó cualquier espacio entre nosotros. Un gruñido salió de lo profundo de su ser cuando seguí con las caricias, esparciéndolas por toda su espalda. Sus manos apretaron mi cadera, su tacto me quemaba, en especial cuando solo había simple y delgada tela de por medio.

—Edward... —Logró articular cuando rompimos el beso, pero eso no significaba que pararemos y él no tenía signo alguno de querer parar. Él me puso de pie y comenzó a repartir besos por todo mi cuello, lamiendo cada porción de piel que se presentaba ante él, succionando y dejando más de alguna marca en el camino. Cada beso se sentía exquisito, electrizante, y me permití meter las manos bajo la camisa del vampiro. Edward jadeó ante la sorpresa, sin pudor estaba tocando desde su cintura hacia arriba mientras que él comenzaba a acariciar mis senos sobre el vestido de color negro que traía puesto. Suavemente separó mis piernas y apoyó una de las suyas en el centro para así tener mejor acceso, comenzó a mover sus piernas en conjunto a sus caderas y acaloradamente le respondí.

Gemí en su boca cuando sentí el tortuoso roce de su miembro en mi centro aun por sobre la molesta tela de la ropa. Por cada beso, mordisco y roce, sentía que su bulto se iba agrandando. Sus manos se enredaron en mi cabeza, parecía embelesado ante la suavidad de mis cabellos de color rojo oscuro. Cuando la intensidad de sus besos empezó a disminuir lo jale del cuello, impidiendo que se separara de mí, pero él tomó gentilmente mis manos. A regañadientes abrí los ojos, el carmesí de sus ojos habia desaparecido por completo, un negro onix me devolvia la mirada. El deseo que podía ver en ellos casi hace que me doble sobre mis piernas.

—¿Qué hay en ti que hace que pierda el control de esta manera?

No me dejó responder, ni hubiera podido hacerlo, bajo su cabeza e inhalo profundamente en mi cuello, absorbiendo mi aroma y deposito un casto beso ahí, fue breve e inocente, pero me hizo estremecer de pies a cabeza. Sentí su sonrisa burlona por sobre mi piel. Sus manos acunaron mi rostro de nuevo, volviendo a devorar mi boca mientras que yo iba abriendo el botón de sus pantalones. Ninguno de nosotros fue capaz de contener el jadeo ante la sensación del contacto de piel con piel, una ligera corriente de electricidad me recorrió las yemas de mis dedos. Las manos de él fueron bajando por mi espalda tomándose su tiempo para absorber esa electricidad que emanan nuestros cuerpos.

Fue mi turno de sonreír descaradamente cuando acaricie el ya duro miembro del vampiro por sobre la tela de su ropa interior.

—Iris —Gruñó sintiendo como mi mano se apretaba en aquella parte sensible—. Ir-is... —Trató de articular cuando afiance más el agarre.

Me aprisionó más contra su cuerpo y con un tirón de sus hábiles dedos rasgó la parte superior de mi vestido, dejando expuesto mi pecho desnudo, hizo una pausa, admirando la vista. Ame como sus pupilas se oscurecieron aún más, y comenzó a regar múltiples besos por mi rostro, mi mentón, mi cuello, mi escote, aunque resople de irritación cuando no paso más allá de mi clavícula, luego volvió a mis labios que tanto reclamaban los de él.

Sentí su deliciosa risa retumbar en su pecho.

—No te burles de mí.

Él, en respuesta, sonrió de manera pícara y posó sus manos en mi trasero y me obligó a soltar su miembro y a que lo abrazara con las piernas. Sólo atiné a rodear su cuello y acariciar sus broncíneos cabellos. Me acerqué más a él y comencé a frotarme contra su entrepierna, en reprimenda por su burla tan descarada.

Empujé un poco más fuerte mis caderas para luego escuchar el gruñido que trataba de esconder en mi cuello. Se acercó y besó tortuosamente lento mis labios y nuevamente dejé pasar su lengua sin ningún problema, en pocos segundos regresó a besar mi cuello para así abrirse paso a mi clavícula y seguir bajando hasta uno de mis senos y lo besó, robándome un gemido lleno de emoción.

—¿Cómo podría negarte algo? —susurró contra mi piel, enviando deliciosas descargas eléctricas sobre mi pecho con su aliento. Lo atraje más hacia mi cuerpo y afiance el agarre de mis piernas alrededor de la cintura del hombre que tenía enfrente, me froté contra él cuando mordió mi pezón y los dos gemimos nuevamente.

Edward tiró de la parte inferior de mi vestido ya desgarrado, sin importarle a dónde llegaría a caer y dejándome completamente desnuda, contrario a él, que traía puesta toda la maldita ropa. No me dejo quejarme, porque nuevamente llevó su caliente boca a mis pechos, haciéndome soltar un ronco jadeo, no recordaba haber sentido algo así antes. Jamás.

—Oh, Edward —Pude sentir como su nombre saliendo de mis labios lo puso eufórico.

Comencé a desesperarme, lo necesitaba en esos mismos momentos, pero al parecer el vampiro estaba muy entretenido jugando con mis senos. Logré que él subiera su rostro y nuevamente se fundiera conmigo en un apasionado beso, pero rápidamente me dispuse a desabrochar su camisa mientras acariciaba cada porción de su nívea piel que aparecía a la luz.

—Iris... —Gruñó cuando sintió mis manos posarse en el elástico de sus calzoncillos, pero no pudo hablar más, sólo soltó un fuerte jadeo cuando lo imité y rasgué parte de su pantalón y su bóxer, dejándolo a mi merced. Acaricié su torso y bajé hasta el excitado miembro de Edward. Mi palma cubrió su pene y con pausadamente, tal y como él hacía conmigo, lo acaricié de vez en cuando ejerciendo un poco de presión.

—Ahora quien es la que se está burlando —dijo él mientras con temblorosas manos se quitaba la última prenda que le quedaba. Choque mi boca con la suya con violencia, silenciándolo, y acelere el roce entre mi mano y su miembro, pero él no se iba a quedar atrás. Sus dedos en mi clítoris me lo dejaron en claro. Tan sorprendente fue la caricia que olvidé por unos segundos cuál era mi nombre. Inhale bruscamente cuando sus caricias pasaron de mis pliegues a ser dos de sus largos dedos penetrándome. Pasó su pulgar, lentamente, desde donde sus dedos se encontraron dentro de mí, a mí clítoris, presionando con fuerza. Gemí roncamente ante el apabullante placer, un tercer dedo fue agregado, los retorció ligeramente y comenzó a bombear de manera lenta, castigándome. Lo sentí ahogar un gemido en la base de mi cuello, tan extasiado como yo por sentirme.

Su boca capturó uno de mis senos. Se entretenía teniéndolo en la boca, saboreando, formando figuras con su lengua, al paso que masajeaba y contornear el otro con su mano. Mi cuerpo incontrolablemente se arqueaba ante su generoso toque.

—Te necesito justo ahora —susurré en su oído cuando estaba a punto de llegar al colapso ante las caricias que hacía mi compañero en mi clítoris—. Edward —Llamé de nuevo pues éste sólo aceleró los movimientos de sus dedos. El vampiro Masen subió su rostro y me besó dulcemente, contrario a lo lascivo de sus caricias en mi intimidad, y sonrió ante mi cara de frustración.

Maldito.

—Soy demasiado caballeroso como para hacer esperar a una dama —Me desafió con esa sonrisa socarrona y torcida tan característica de él.

Cuando sentí que me vendría sacó sus dedos y se adentra en mí con fuerza sin aviso. Ambos respiramos aire con brusquedad al sentirnos unidos por fin. Me sentía plena y nuestros cuerpos encajaban completamente. Perfectamente.

Me arqueé para estar a su altura nuevamente. Edward estaba de pie y mis piernas le acorralaron para sentirlo aún más dentro de mí. Me tomó por detrás de mis hombros y comenzó a moverse paulatinamente, cuidando del ritmo, de mis labios, de mi cuerpo. Mis uñas se fueron hacia su espalda, que se contrae a medida que iba acelerando el ritmo de las embestidas. Mi interior le iba apretando con fuerza, su jadeo era la única música que acompañaba mis gemidos, que se iban intensificando a medida que lo sentía en lo más profundo de mi feminidad.

De repente, desaceleró sus embestidas con el propósito que le suplicara que estuviera completamente dentro de mi, pero no estaba dispuesta a seguir con ese juego, apreté el agarre en su espalda y me acerque para que nuestras caderas se pegaran, sintiendo entrar el miembro de él hasta el fondo. Edward gimió audiblemente y tuvo que apretar el agarre en mi cintura a la vez que mordía mi cuello –con cuidado de no inyectar su ponzoña–, para no sucumbir inmediatamente al placer.

—¿Quedó claro lo que quiero? —pregunte. Edward jadeó en mi boca cuando sintió que repetía la acción pero con más fuerzas. Fijó su mirada negra, como la noche que nos envolvía, y renovó la intensidad del vaivén de sus caderas, penetrándome y sintiendo como su miembro era bienvenido por mi interior. Grité cuando me tomó por sorpresa y agarró una de mis piernas y la subió un poco más arriba para así tener un mejor acceso.

—¡Oh Edward! —Grité cuando lo sentí más adentro de mi intimidad, regalándome la mejor de las sensaciones, que de a poco me iba haciendo convulsionar bajo el cuerpo de él. Estaba llegando al orgasmo, lo podía sentir.

—Quiero que me mires cuando te vengas —Me pidió acunando entre sus palmas mi rostro y obligándome a no cerrar los ojos. Moví mis caderas con más fuerza, provocando que él apretara con poderío mis senos y cuando exploté, un gutural gruñido de su garganta emergió y cubrió mi grito de satisfacción. Él no pudo más y se dejó ir con grandes espasmos una y otra vez, gruñido tras gruñido, producto del deseo desbordado difícil de manejar y esparciendo su líquido en aquella cálida cavidad en donde su miembro seguía sumergido.

Sus musculosos brazos me rodearon por completo, exigiendo que me pegara a él, como si tuviera miedo que me alejara un poco. Sentí su respiración pesada golpeando sobre mi rostro, inhale su delicioso aroma y me regodee de su semblante envuelto en el placer. No me reprimí y le devolví el abrazo, sin dejar un solo milímetro de espacio entre ambos, le besé tratando de que en aquel contacto estuviera impreso todo lo él me hacía sentir y como en el fondo de mi corazón se abrían nuevas puertas a nuevos sentimientos.

¿Por qué tengo que amarte de esta manera, Edward?

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