Mi nombre es Max. 

Y no sé cómo empezar. 

La sola idea de ponerlo en letras, como una prueba irremediable de todo aquello que me duele, me sumerge en un maremoto de dolor, y lamentos, pero tengo que hacerlo, quiero sanar, quiero reparar mis actos, todo el daño que le he causado.

Un buen día a la salida de la escuela sentí una fuerte sensación de que tenía que regresar, aquello me obligó a mirar atrás.

Una luz blanca me envolvía como una mano se apoderó de mí una extraña agitación que me empujaba hacia adelante, era imposible luchar contra aquello, era una fuerza irresistible, que me atrapaba y me conducía hacia él.

De pronto me encontraba en la orilla de la cancha de futbol.

Y ahí estaba él, mirándome fijamente, envuelto en la misma luz supe entonces que era el responsable de aquella fuerza extraña, peligrosa y sublime.

Me miraba a los ojos, en su mirada reinaba la misma sorpresa que yo sentía. Debido a ello se detuvo el partido. Nada podía detener el encuentro con mi destino.

En ese momento un temor profundo me invadió la espalda. Sabía que si me dejaba llevar, aquello que estaba a punto de comenzar me cambiaría la vida para siempre.

Por el temor a ese algo, o quizás fuera solo por cobardía traté de frenarme, luchaba contra mis propios sentidos, a pesar de que ese algo me suplicaba que no desistiese, que resistiera, que me dejara llevar, pero en ese instante ganó la oscuridad en mí y salí corriendo, resistiendo a tal fuerza sobrenatural.

Volvía al camino seguro, al que conocía desde siempre y me sentía protegido, y mientras me alejaba un inmenso dolor crecía, se incrementaba, se volvía gigante, porque, aunque entonces no lo comprendía bien, lo podía sentir tan claramente, como estoy seguro que cada día sale el sol, que ese día no gané, ese día perdí algo muy valioso al huir de ese modo, pero que en ese momento me superaba, yo, que no era más que un adolescente que no sabía mucho de la vida había huido de mi destino. O quizás no.

En ese entonces no conseguía sacármelo de la cabeza, a ratos pensaba, quería engañarme, que todo era una alucinación, que lo había inventado mi cabeza. Pero no era cierto. Lo que había visto, esa luz blanquecina, que me envolvía y arrastraba, la seguía sintiendo en mi piel, ese estremecimiento que rondaba entre euforia y dolor que sentí al verlo. Pero ¿por qué de un chico?