•9•
El aullido transmitía más que una señal de peligro, era una señal de auxilio, un sonido doloroso aún a la distancia que perforaba almas. Aiko se preocupó, aquel majestuoso y orgulloso lobo blanco estaba pidiendo ayuda, por lo que se preguntó qué tan grave sería la amenaza. Recordó a los pequeños cachorros y se le heló la sangre, ¿estarían ellos en peligro? Su instinto protector salió a flote y con una recientemente adquirida impulsividad, tomó una de las manos del rey.
— ¡Permitame ir, Su Majestad! ¡Se lo imploro!— pidió pegando el dorso de la mano del varón a su frente. Un acto un tanto irrespetuoso hacia un rey, pero aceptaría su castigo más tarde. Katsuki solo la miró con el ceño fruncido, sin emitir una palabra y se deshizo de su agarre de forma brusca.
— No. Tú te quedaras aquí.— sentenció.
No podía contradecir las palabras del soberano, ya había faltado mucho al respeto al tocarlo sin su consentimiento. Se mordió el labio con impotencia, pero no replicó, por más que se muriera de ganas de hacerlo.
Desde que el rey dejó la habitación pasaron unos cuentos minutos antes de que tocaran nuevamente la puerta y Ochako se asomó por el umbral.
— Señorita, me vuelvo a disculpar por los inconvenientes que le generé.— dijo, cayendo de rodillas en señal de una honesta disculpa. La castaña inmediatamente le pidió que se pusiera de pie y caminó hasta ella para ayudarla a erguirse.
La dulce brujita apenas llegaba al metro sesenta, su cabello corto y sus arreboladas mejillas le daban un aspecto infantil, Aiko suspuso que era menor a ella.
— Por favor, sólo dime Ochako. Bakugou-kun me solicitó cuidarte mientras él no está, ¿hay algo que quieras hacer, Aiko-san?— casi instantaneamente algo cruzó por la mente de la general y sus ojos se iluminaron con inocencia.
— Ochako-san, ¿tiene algún encantamiento para evitar que nos separemos? ¿Y alguno para camuflar mi esencia? Tal vez alguno para crear una conexión telepática. Sino mi solicitud sonará muy descabellada.
Por los ojos verdes que la miraban con inocencia y emoción, Ochako no pudo adivinar de que se trataba aquella solicitud. Desde que la había visto, la general del reino vecino nunca había hecho una expresión relajada, ni siquiera cuando dormía, por lo que le pareció un poco sorprendente verla tan emocionada.
— Claro que los tengo. Dime, ¿cuál es tu petición?
•••
Reconoció el lugar apenas llegó, la memoria del cuerpo femenino demacrado le traía un hedor a muerte ligado al recuerdo en esa cueva que lo ponía incómodo. Volteó a ver a Kirishima y este tenía una expresión consternada. A él tampoco le simpatizaba ese lugar.
Una pared de hielo impedía la vista al interior, esa magia le resultaba conocida y la furia del lobo blanco les daba una idea de lo que podía estar ocurriendo. La bestia, erizada, rasguñaba una y otra vez el hielo, inútilmente, ya que el mínimo hueco que podía generar sus garras era rellenado por más magia. Pero allí había un punto débil, que era más suceptible a una abertura y ese era el punto medio.
Apoyó su mano allí y su magia entró en acción, destruyendo inmediatamente la barrera, abriéndose paso a la cueva rápidamente.
Esperaba un ataque sorpresa, pero no fue nada así. Desde dentro, cuatro pares de ojos conocidos lo observaban. Y eso le irritó. Pero debía ver sus rostros nuevamente, la persona que hubiera esperado se le lanzara encima, mantenía una expresión de seriedad pura.
— Saludamos al Rey Katsuki Bakugou, Sol y protector de Bishajin.— dijo uno de los invasores a la vez que todos se ponían de rodillas.
Kirishima no se rió como hubiera esperado y aunque buscara la broma que intentara fastidiarlo detrás de aquella formalidad, no parecía haber una.
La loba blanca aún gruñía furiosa. Con una mirada del rey, el lobo blanco volvió a un lado de su madre mientras los invasores lo saludaban.
— ¿Por que han vuelto? Fui muy claro, Bahamut no existe más, no tienen justificación para volver a pisar mi reino.
Nadie parecía querer darle una explicación dejando pasar unos segundos. Retando a su paciencia, optó por recordar los hechos antes de volver a interrogar.
Bahamut había sido una catástrofe que casi desaparecía el continente, un dragón de la especie más vieja, sin raciocinio, caníbal que había llevado a la extinción a su propia especie y sobre todo, una bestia que solo deseaba destrucción. Recordaba la historia perfectamente, Bahamut había sido llamado así por una antigua mitología que creía que la Tierra era plana y cuando se descontroló, hace mil años atrás, el extinto "Reino Rojo" lo había sellado en las profundidades del mar, teniendo que reforzar el sello cada ciento cincuenta años y dejando la profecía de la destrucción de tan fatídica bestia, cuando el Reino rojo cayó, ya no hubo nadie que detuviera a Bahamut.
— Preguntaré de nuevo, ¿que hacen aquí?
— Hemos venido a buscar a un traidor de Musutafu.— esta vez, quitó su mirada del rubio con sombrero para dirigirse al hombre de gafas rectangulares.
Le constaba que todos tenían una mirada seria y el ambiente era tan tenso que se podría cortar con un cuchillo. No obstante, la respuesta lo tomó por sorpresa. Las únicas personas de Musutafu que pululaban por su reino eran Deku, Uraraka y la general. Tanto Deku como Uraraka eran razas mixtas, no podrían ser de Musutafu, nunca completamente. Dudaba que alguien de tal prestigio como Aiko pudiera ser la traidora que le mencionaban.
— Dudo albergar algún traidor. Deben irse antes de que el perro quiera tenerlos como cena.— advirtió, una vez más, poniendose de mal humor, peor del que ya tenía.
El príncipe perfecto que tanto disfrutó molestar en su juventud, se puso de pie, mirandolo fijo y directo a los ojos.
— Himura Aiko es a quien buscamos, se me haría extraño si hubieras ignorado el mana de un primer general entrando a tu reino.
La expresión malhumorada de Katsuki no cambió al escuchar ese nombre, sin embargo, Kirishima casi se cae del desconcierto. Tenía los ojos abiertos en sorpresa al igual que su boca.
El rey le puso una mano delante, bloqueando el camino, a sabiendas de que era lo que iba a hacer a continuación y sacándole la idea antes de siquiera moverse.
Eijiro se mordió el labio con impotencia.
— Vienes a mi tierra, molestando y con un nombre desconocido, ¿tan arrogantes se han vuelto los humanos? Rompieron nuestro tratado, si tuvieran una razón para pisar mi tierra, esa sería la mejor.— amenazó en voz gutural. Sus ojos destellaron carmines como manifestación de su mana, el cual era tan intenso de dejaría sin aire a alguien que no fuese de su mismo nivel. Y así fue con uno de los intrusos y los tres cachorros.
— Mi cachorro les habló de Aiko.— le dijo la loba en su cabeza. Quiso maldecir, pero debía mantenerse imperturbable en su expresión de enojo.— Solo le dijo que ella lo salvó y que llegó hasta esta cueva, ellos no saben que está en el palacio.
Aún así estaba molesto. Seguramente ellos desconfiaran de su palabra debido al cachorro y eso era un grano en el culo. Debería de sacarlos por las malas si seguían insistiendo.
— La primer general no murió aquí, Katsuki.— habló Kaminari, irritandole que lo llamara por su nombre.— Sabemos lo que trató de hacer. Sólo deseaba tu favor para que se aliaran, por eso eso salvó a los seres mágicos de los esclavistas.
Las palabras tan serias del mosquetero no lograban convencer al dragón rojo, ¿quién más que él para reconocer la pureza de la general? Se asustó por un momento de tan solo pensar que toda Aiko había sido una mentira, ¿y si lo había salvado a él esperando ganar el favor de su rey?
Quería creer en sus palabras y sonrisas cálidas, quería creer que sus viejos amigos estaban equivocados. Realmente quería hacerlo.
Katsuki, por su parte, internamente se iba llenando de cólera que se iba tragando para no levantar sospechas. Lo habían usado, habían usado a su pueblo, a sus amigos, habían abusado de su bondad.
— No hay nadie a quien le deba favores en esta tierra.— determinó, dando por cerrada la discusión con una expresión sombría.— Los quiero fuera de mi reino para dentro de una semana. Conocen el camino más seguro.
Les dio la espalda con un ondeante movimiento de su capa. Kirishima miraba hacia atrás melancólicamente, comenzando a creer lo que decían.
— Haz lo correcto, Katsuki. Si no somos nosotros quienes nos llevamos a Aiko, posiblemente muera a manos de otros.
Luego de oir esas palabras, una vez más, el rey se retiró.
•••
Ochako le había prestado ropa de pueblerina para que pudiera mezclarse en la capital, aunque se le veían los tobillos por la diferencia de altura entre ella y la brujita.
Antes de aventurarse fuera del palacio, Ochako tuvo que curarla nuevamente, insultando a Katsuki por su rudeza.
Uraraka le explicó de manera breve como funcionaban los encantamientos compartidos. Por el período de tiempo en el que estuvieran fuera, habría una distancia límite para estar separadas, nadie podría reconocer que Aiko era humana y sólo ella se vería como tal, desde la vista exterior se vería como un ser mágico, y para concluir, oirían los pensamientos de la otra siempre y cuando ambas quieran comunicarse de esa forma o cuando un pensamiento peligroso se cruzara por sus mentes.
Ambas caminaban juntas mientras la general le preguntaba mil y una cosa de todo lo que veía, tal como una niña pequeña y Ochako tampoco podía evitar divertirse.
Nadie estaba sospechando que se trataba de una humana, con sus cabellos dorados y con su escencia oculta, cualquiera a simple vista creería que se trataba de una ninfa que estaba de visita.
— ¡Eh! ¡Señorita Ochako! ¿No presentaras a tu bellísima amiga? — enseguida oyó la voz de un hombre bajo efectos del alcohol y se tensó, poniéndose por delante de su acompañante y cubriendola con su cuerpo.
Uraraka se dio cuenta de que ese pueblerino había alertado a la general y no era para menos. Era un hombre grande y fornido, miembro de la guardia real de Bishajin y habían intercambiado palabras un par de veces.
— Está bien, Aiko-san, es solo un conocido. — le susurró para relajar su postura y de inmediato trató de poner diatancia entre ella y el desconocido.
— Huele dulce.— murmuró la general cuando retomaron el camino.
— ¿Te gustan los dulces? ¡Hay una tienda aquí cerca! ¿Deberíamos ir?
— No creo que sea buena idea, yo no tengo dinero y los dulces son caros, no querría abusar de su hospitali-
— ¡Está bien, Aiko-san! Yo invitaré esta vez.— exclamó interrumpiendola.
Ni bien tomaron camino a la tienda de dulces, todo el mundo las saludaba y ella trataba de devolver el saludo, esbozando una sonrisa inconsciente que iba dejando corazones rotos. Aún había gente bebiendo por las celebraciones que se habían dado en el pueblo, los cánticos de felicidad y el confeti haciéndole cosquillas en el rostro, nunca había experimentado nada así y sentía un calor agradable en el pecho.
Era aquello... ¿Diversión?
No se sentía igual a cuando peleaba, no había adrenalina ni acción, estaba disfrutando de cosas simples, como una niña pequeña, era un sentimiento puro.
Pero ese sentimiento no le impedía seguir alerta, como un halcón en plena caza, miraba todo con tanta maravilla como con precaución y ya había percibido una sombra oscura que no le gustaba nada, pero le había perdido el rastro.
Ochako le pidió que esperase afuera ya que estaba muy abarrotado de gente dentro y como buen soldado, ella hizo caso. Se quedó a un lado de la puerta, esperando que su acompañante volviera con los dulces que le había prometido.
— Disculpe, señorita, ¿es usted un hada? — la vocecilla tirando de su falda la sorprendió un poco, pero al encontrar unos ojos inocentes su cuerpo se relajó.
— Dímelo tú, ¿parezco un hada? — la emoción de los orbes inocentes de la niña fue en aumento y soltó un chillido de emoción
Para cuando Ochako salió con los dulces, Aiko no estaba a un lado de la puerta y se sobre saltó. Los encantamientos seguían en pie, por lo que no podía haber ido muy lejos. Se abrió paso entre la gente, llamándola, preguntó a una señora de uno de los puestos de la calle y le sacó una sonrisa al mencionar esa descripción.
— ¿Habla de la señorita extranjera que está jugando con las niñas? Están en la fuente central desde hace un tiempo.
La anciana tenía razón, era raro pensar que un Primer General se estaba dejando trenzar el cabello por unas niñas, mientras hacía coronas de flores para todas, con flores de una cesta.
No tuvo el corazón para sacarla de ahí, parecía demasiado contenta mientras hablaba con las pequeñas y escuchaba lo que tenían para decir. A diferencia de cuando estaba frente a la realeza, sus movimientos con las pequeñas eran delicados y suaves, poniendo una corona de flores en los cabellos a una y riendo suavemente. Estableció una conexión telepática, por precaución y Aiko la encontró entre la multitud. Palmeo dos veces a su lado, para que ocupase ese lugar y ella sonriendo fue hasta allí.
— No sabía que era tan divertido hacer este tipo de cosas. Las niñas me enseñaron a hacer coronas, dicen que soy muy buena.— le habló por medio de su conexión. La voz calma de la general le contagiaba una sonrisa, ella realmente estaba disfutando de aquello.
Una mujer de casi la misma altura que ella se acercó a la general, hablando con la niña detrás de ella mientras las niñas pequeñas seguían revoloteando como mariposas a su alrededor. Notó cómo algo cambió con Aiko, la paz mental que le estaba compartiendo fue reemplazada por una sensación que le generó un escalofrío.
— ¿Aiko-san...? — la llamó levemente, pero ella no despegaba su atención del nuevo individuo.
— Tsuki-chan, vamos, ya es hora de volver a casa.— le dijo la mujer joven a la niña que estaba trenzando su cabello.
Aiko siguió cada mínimo movimiento del adulto con sus ojos, nunca sacandole la mirada de encima.
— ¿Mamá? Dijiste que hasta el medio día no volverías, ¿terminaste antes?— la niña dejó su cabello y caminó hasta su madre, tirando de su falda.
La adulta se veía un poco nerviosa debido a la general y tartamudeo riendose al responder. Ochako notó ésto, llamando a Aiko por su conexión, pero solo recibió unas frías palabras de parte de la general, ordenandole de forma directa. No muy convencida, decidió hacer caso.
— Cariño. Vamos.
— Disculpe, ¿usted es la madre de Tsuki-chan? — Aiko se puso de pie, pasando en altura a la mujer de manera notable, intimidandola con su alto.
Aiko se puso en alerta al máximo, había algo que no le gustaba allí. Las pupilas de la mujer temblaban y vio como sus rodillas temblaban casi de manera imperceptible, sus labios se habían secado y tuvo que hablarle unas tres veces para que se volteara a darla la cara y dejase de tirar de su hija.
—¿Mamá? ¿Estás bien?— susurró la niña.
— Claro que si, pero, ¿que te he dicho de hablar con extraños?
— Disculpe mi falta de modales, soy Aiko. Quería decirle que tiene una hija encantadora.— su expresión era una sonrisa cálida, no estaba mintiendo. Adoraba a los niños y Tsuki había ganado su especial aprecio.— Tsuki-chan me habló de que hay un orfanato en la capital, me preguntaba si usted podría guiarme hasta él.
Aunque los nervios de la madre fueron en aumento, Aiko no parecía denotar hostilidad desde una vista exterior, pero Ochako sabía cómo se sentía realmente. La niña, por otro lado, saltó de emoción insistiendo a su madre para acompañar a su tan reciente amiga.
— No creo que pueda, esta contrario a nuestra cada y...
— Mamá, pero si vivimos a unos pocos metros del orfanato.— la honestidad de la pequeña puso en aprietos a su madre.
— No es no, no podemos ayudar a extranjeros. — y sin decir nada más, tiró a la niña del brazo, sacándola de allí.
— ¿Usted vio lo mismo que yo, Ochako-san?
La maga miraba casi boquiabierta a donde se había marchado aquella mujer con su hija. Aiko le había dicho, de manera sutil, que se concentrara en su aura, inmediatamente pudo identificar el uso de un encantamiento, tal como ellas estaban usando: un encantamiento de cambio de forma. Inmediatamente, puso un hechizo de rastreo en lo que Aiko creaba una distracción, la general le había dado el tiempo suficiente para hacer invisible su magia y la marca en su cuerpo.
¿De que se trataba aquello? De no haberse concentrado más en su aura, no se habría dado cuenta. Miró a la general estupefacta, Aiko ni siquiera irradiaba una gota de mana, sin embargo, se había percatado antes que ella.
— Aiko-san, ¿como tú...?
Ochako se asustó al sentir la sed de sangre que se estaba acercando, más porque reconocía quien la estaba desprendiendo. Quiso advertirle a la general, pero apenas apareció esa amenazadora presencia, volteó su cabeza a donde provenía.
Se disculpó con las niñas que refunfuñaron cuando les dijo que debía irse, pero como compensación tuvo que prometer que volvería para que le trenzaran el cabello.
— Creo que aquí se termina nuestro día, Ochako-san.
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