Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

•8•

Lo primero que oyó fueron los pasos de la sirvienta que se suponía guiaría a la general hasta él, pero no oía los pasos que debían secundarla. Volteó a enfrentar a la criada, pero Aiko se hallaba allí detrás de ella, siguiéndole como una sombra. Sus pasos habían sido tan ligeros que difícilmente los habría logrado escuchar.
Las ropas que ahora llevaba le sentaban mucho mejor que los incómodos harapos que había llevado hasta ese momento. Un pantalón, botas de cuero y una blanca camisa de satina que nunca osaría ser brusca con la piel de una mujer. Aún con la camisa puesta, los vendaje debajo de ésta aún eran visibles, pero se encontraban igual de pulcros que la camisa.
Katsuki vio un poco del empeño de la sirvienta por querer disculparse luego de la escena que había armado frente a su rey, el cabello rubio de Aiko se encontraba recogido por trenzas que dejaba libre su flequillo pero que terminaban por ser un elegante moño.
Aquella mujer se inclinó ante él mucho antes de que la sirvienta pudiera reverenciarlo y anunciar de manera formal su presencia. Con la rodilla y puño derecho contra el suelo, se inclinó levemente ante él antes de erguirse nuevamente para saludarlo de una forma igual de formal.

  — ¿Puedo preguntar la razón por la cuál Su Alteza solicitó mi presencia?—habló en un tono neutro y lleno de formalidad. Katsuki alzó la ceja y le lanzó justo a sus pies uno de los bokken que tenía a mano.

  — Nos enfrentaremos, ponte en posición. — la general no replicó, sin embargo, si lo hizo la asustadiza criada que había ofendido a Aiko.

  —Su majestad, la general no se encuentra en condición de poder enfrentarse a usted. Sepa entender que sus heridas son incapaces de sanar en tan pocos días.— Aiko se tensó enseguida oyó la voz de la muchacha replicando las órdenes del Rey. Una criada no podría señalarle a un noble que su acción era incorrecta o dañina para la otra persona, en ese caso. En el mundo de la nobleza, los sirvientes insolentes eran severamente castigados.
Antes de que Katsuki pudiera pensar en una respuesta, la general se apresuró a contestar.

  — La señorita Ochako hizo un gran trabajo curandome. Sólo quedan algunas costras de las herida, no debe preocuparse por algo tan banal como mi bienestar.— habló con voz firme, girando a ver a la criada con una mirada dulce.— Tu labor ha concluido, gracias. Puedes retirarte.

El rostro de la sirvienta se coloreó de rojo cuando pudo ver una mirada tan dulce en el rostro de una mujer tan atractiva a sus ojos, realizó una reverencia y se retiró lo más rápido que pudo, casi huyendo con vergüenza.
Aiko relajó sus hombros y Katsuki se quedó mirándola con algo parecido a la curiosidad. Ella volteó, acatando las órdenes que el rey le había dado anteriormente, alzando el bokken en dirección del rubio.
Katsuki no comentó nada respecto al atrevimiento de ninguna de las mujeres, ni siquiera de quien le había robado las palabras de la boca.
Se hizo el silencio en el campo de entrenamiento. Eran las únicas personas a la redonda poniendo excepción a quienes los observaban desde una distancia segura.
Kirishima observaba el silencioso inicio de aquel entrenamiento desde la seguridad de la rama de un árbol, a unos cuantos metros de altura y lejos del alcance de su Rey. Si Katsuki llegaba a encontrar un contrincante digno en aquella dama, se emocionaría tanto que derribaría a cualquier persona en su camino sin pensarlo dos veces, con tal de no irrumpir su batalla.
Se miraban fijamente, ambos esperaban que el otro diera el primer ataque y estaban serenos, como si aquello se tratase de estar escribiendo con pluma y papel en un pacífico estudio. Sabiendo que no conseguiría que Aiko diera el primer paso, Katsuki se lanzó a por la primer estocada la cual Aiko interceptó perfectamente.
Desde el primer choque de las espadas de madera, no hubo vuelta atrás. La fuerza en cada golpe hacía vibrar a las armas, tanto que cuando se separaban por un segundo, en el arma continuaba repercutiendo la rudeza de los golpes. Ni siquiera había gracia y gentileza en aquel duelo, todo era tan brutal y crudo que cualquiera que pasara por allí creería que aquellos dos se odiaban a muerte.
Ninguno hallaba una brecha en el otro, golpeaban sus bokken con fuerza y a medida que no veían al contrario ceder, una mirada de emoción se posó en el rostro de ambos, una era acompañada por una sonrisa un tanto macabra y soltando una muletilla de vez en cuando. Ambos estaban tan acalorados que ya no sentían el frío del otoño y en algún punto del duelo, Katsuki se deshizo de la única prenda que cubría su pecho, dejándolo al aire de la no tan cálida estación.
Este cambio no hizo que la general siquiera parpadeara, la mirada en sus ojos no estaba sorprendida por el trabajado torso siquiera, sino que esperó espectante al próximo movimiento del rey.
Lo que normalmente habría sido un pequeño duelo de unos minutos, se transformó en un enfrentamiento de una hora, donde ninguno parecía querer ceder.
En algún punto, Katsuki consiguió lanzarla al suelo, a sus pies, pero la general no perdió el tiempo; al momento en que su espalda tocó el polvoriento suelo, enganchó sus piernas a las de Katsuki para derribarlo y posarse encima suyo, sosteniendo con rapidez la mano en la que sostenía el bokken y poniendo el suyo apretando un poco en su cuello.
Parecía estar sucediendo la derrota del Rey, mas, Katsuki un momento más tarde, había liberado su agarre y con su espada, empujó a la de la general, haciéndola perder el equilibrio.
Aiko cayó de espaldas y cuando abrió sus ojos, Katsuki tenía ambos bokken apuntando a su garganta.
Katsuki sonreía mientras respiraba con pesadez, mirando con satisfacción como la rubia en el suelo aceptaba su derrota.
Ella dejó caer su cabeza hacia atrás, volviendo a cerrar sus ojos y comenzando a respirar con pesadez, posando sus manos en las heridas que creía se habían vuelto a abrir. Pero no le diría al Rey de aquello.

Kirishima saltó de la altura del árbol donde había estado observando, con la boca abierta y gratamente sorprendido de que alguien había logrado llevar el ritmo a su rey por tan prolongado tiempo. Pero cuando vio el rostro de Katsuki, este ya no mostraba emoción por el reciente duelo, sino que su ceño estaba fruncido en enojo, más de lo usual.
El dragón entendió ese enojo tiempo después, cuando luego de un rato la camisa blanca de Aiko comenzó a teñirse de rojo y ella seguía en el suelo respirando profundamente, como intentando apaciguar el dolor con su respiración.
La general había cometido un error al ir a dar cara a su Rey con heridas con riesgo de volver a abrirse. Katsuki detestaba a quienes no daban su máximo esfuerzo en enfrentarlo, pues sentía que estaba siendo subestimado.

  —  Ángel, ¿acaso te atreviste a burlarte de mi al enfrentarme en ese estado? — murmuró con la ira en la garganta, con las palmas de sus manos comenzando a iluminarse como manifestación inconsciente de su magia.

  — Lo siento, su majestad. Di mi mejor esfuerzo, lamento haberlo decepcionado.— murmuró, forzandose a sí misma a inclinarse ante él.
Algunos de los soldados del ejército real, todos de diferentes razas mágicas a las que nunca había visto, se habían acumulado justo debajo del árbol de Kirishima, contemplando el duelo sólo unos minutos antes de que finalizara. Fueron testigos de cómo su Rey, cubierto en sudor, le ofrecía una mano a la mujer en el suelo y como ella la aceptaba.
Todos los soldados ahogaron una exclamación, pues, en Bishajin, era osado que una mujer aceptara el tacto de un hombre frente a tanto público. Además de que ninguna mujer nunca había pisado el ejército real.

  — Nunca más vuelvas a enfrentarme en ese estado. También sientes dolor, imbecil.— la voz de Katsuki denotaba su molestia que inútilmente intentaba contener, pues aquella victoria no le producía la más mínima satisfacción.— La próxima vez tendrás que dar todo de ti.

Dejando la promesa de un próximo duelo, el Rey se retiró del campo de entrenamiento llevándose consigo a su fiel sirviente, el cual miró con preocupación hacia atrás. No le gustó dejar a Aiko rodeada de esos soldados novatos, sobre todo siendo que ella se encontraba adolorida por sus heridas. La mujer, parada erguida, mantenía una mano sobre la herida y con la otra, había recogido del suelo uno de los bokken deteriorados y lo usaba como bastón.

Aiko levantó la vista, observando cómo todo aquel que la rodeaba estaba cubierto de una sombra negra, pero estaba cansada para averiguar si esa sombra era de desprecio, envidia o alguna otra segunda intención. No deseaba lidiar con la energía negativa que desprendían esos soldados.
La chica que le estaba sirviendo intentaba inútilmente abrirse paso entre los hombres que se habían amontonado a su alrededor y ellos hacían caso omiso a las palabras de la chica para poder pasar. La general se alarmó cuando el agudo grito de su sirvienta rompió con el ruido.
Ella se apresuró, dejando repentinamente de utilizar el bokken como bastón y sacando su mano de su herida, abriéndose paso entre los soldados a pura fuerza.

  — Eres muy linda, ¿viniste aquí para tener diversión? — un hombre al cual ni siquiera se tomó el tiempo de ver su rostro, tenía la muñeca de la chica agarrada con fuerza y con su otra mano, tomaba su cintura impidiéndole escapar. Ella pedía que la dejasen ir, tirando de la mano que estaba apresada y con la otra apretaba contra su cuerpo unas toallas limpias, que Aiko supuso eran para ella.

  — Soldado, ¿que es lo que estás haciendo?— el hombre fijó sus ojos en ella en cuanto habló. Nadie por esos páramos estaba acostumbrados a que una mujer alzara la voz, no contra un hombre, no en esa unidad inferior del ejercito.
El soldado la miró con sorna, con aires de superioridad por pasar el metro setenta de la general, aunque, esto era a duras penas.

  – Deberías aprender sobre las costumbres en Bishajin, ramera.— Aiko alzó una ceja por el repentino insulto y afiló su mirada. Se preguntó si el hombre frente a ella era alguna especie de kitsune, por las orejas que sobresalían de su cabeza.

  — Estás totalmente fuera de lugar, soldado. Disculpate. — exigió, mirándolo fijamente con sus penetrantes orbes verdes. Estaba consciente de que nadie allí la veía como una amenaza, seguramente creían que era una concubina del Rey y según lo que Kirishima le había contado, a los antiguos reyes que habían tenido concubinas, éstas nunca habían tenido un trato digno, únicamente a las concubinas que demostraban poder se les respetaba, pues así de importante era la fuerza en ese reino.
Sintió como alguien tocó su glúteo y cuando giró, el rostro de un hombre joven le pareció repulsivo, por más guapo que fuese. Rememoró tragos amargos del pasado, malos recuerdos, nublando un poco su vista.

  — Disculpate.— Exigió ésta vez al hombre que la había tocado sin su consentimiento. Las risas humillantes se oyeron todo a su al rededor, y aunque su expresión no perdió la calma, su interior ardió en cólera.
Todos la estaban tomando como una broma y antes de hacer su próximo movimiento, se preparó mentalmente para el castigo que el Rey le impondría por herir a sus soldados.
Comenzó por el atrevido que había posado sus manos en la dulce chica que la estaba cuidando, un movimiento de su brazo empuñando su bokken fue suficiente para hacerlo caer al suelo. No le gustaba jugar sucio, pero los puntos de dolor de los músculos siempre hacían retorcer a todo el mundo, y como reprimenda a aquellos imbéciles, los vio más que justos.
Fueron solo dos golpes de su bokken a los costados de los muslos, con una fuerza capaz de romper huesos, y el soldado se dobló de dolor.

  — Disculpate.— volvió a exigir, esta vez apuntando justo en medio de sus cejas mientras este yacía en el suelo. El soldado la maldijo y supo que los demás irían a abalanzarse sobre ella.
Alguien la tomó del cabello y enseguida puso la punta de su bokken apuntando hacia atrás, dejando sin aire al soldado al golpearlo debajo de las costillas.
Así hizo seguidamente con los demás que la atacaron, dejando por último a los que la habían inoportunado a ella y a la criada.

  — Exijo una disculpa o me tomaré la molestia de romperte unos cuantos huesos por haber inoportunado a esta doncella.— habló con voz gutural, escupiendo cada sílaba con desprecio.
Antes de haber sido hallada por Touya, ahora Dabi, ella había sido inútil y carecía de fuerza. Una infancia de abusos le había bastado para no tolerar ni la más mínima falta de respeto al débil, le hacía hervir la sangre.

  — ¡No puedes exijirme nada, sucia mujer! Eres solo una huésped de una raza desconocida, no tienes autoridad aquí.— dijo el soldado desde el suelo, escupiendo la bilis en su garganta. Ni siquiera todos los golpes de la boca de su estómago le habían valido para disculparse por sus inmundos actos.
Aiko se percató, momento después, que él no la había llamado humana como el rey lo había hecho, sino que no conocía su raza. Supuso que los soldados debían creer que era una de ellos pero de otro país, tal vez una raza que no conocían.

  — ¡Ni siquiera tienes una raza! ¡Un linaje del cual hablar y te atreviste a tocarme a mí! ¡Un kitsune de sangre pura! Lo pagarás caro.— amenazó el joven desde el suelo, alardeando de su sangre y poniéndose de pie cuando segundos antes había estado de rodillas. — ¡Yo soy-

  — No me importa. Eres un completo mezquino, no me sirven de nada tus disculpas.

El soldado la miró desconcertado por el atrevimiento que había cometido. Él, un noble, siendo minimizado por una plebeya.
Aiko caminó hasta la doncella y le indicó que comenzara a caminar delante de ella. Los soldados abrieron el paso a ambas mujeres y cuando alcanzaron una distancia prudente, Aiko le pidió ser guiada de vuelta a la habitación.

  — Gracias. Te agradecería que me prepararas una habitación de huéspedes para no molestar a Su Majestad en sus aposentos.— pidió una vez llegaron a la gran puerta que daba paso a su —forzada— recámara.
La sirvienta se vio en conflicto, algo nerviosa

  — Emm, ya hay una habitación preparada para usted desde que despertó. Pero... Creo que el Rey se siente más cómodo teniéndola aquí.— susurró apenada y con miedo. Era algo que se murmuraba entre las sirvientas, el hecho de que el Rey Katsuki había caído enamorado de aquella extranjera. Le comentó ese rumor a la general y a medida le iba especificando lo que los sirvientes creían, la ceja de la general se iba alzando más, quedando en una expresión de cuestionamiento.

  — Eso es totalmente absurdo, ni siquiera tengo encanto como mujer, pido que dejen de mancillar y humillar a los gustos de Su Majestad con tales rumores.— objetó de forma práctica y la sirvienta no pudo evitar soltar una risa, disculpándose inmediatamente. Aiko la miró con curiosidad. — ¿Dije algo gracioso?— cuestionó con inocencia.

  — Si me permite decirlo, Aiko-Sama, usted es una de las mujeres más bonitas que he conocido en mi vida. Uno creería que con ese aspecto sería alguien realmente vanidosa, pero usted es alguien modesta, hasta me atrevería a decir que subestima totalmente su atractivo.— acotó con preocupación la doncella. Las mejillas de Aiko se tornaron en un leve color rosado y con algo de vergüenza, escondió su rostro en su flequillo.— ¿La he ofendido? Realmente lo siento, Aiko-sama, me aseguraré de que no vuelva a suceder.— se apresuró a disculparse, inclinándose.

  — N-no tienes que hacer eso, por favor. Es sólo que... Es la primera vez que me dicen algo así. — dijo algo apenada, bajando de su tono normalmente formal. La doncella captó la situación en un segundo y sus ojos ardieran en determinación.

  — ¡¿Qué acaso en su país todos son ciegos?! ¡Usted es tan bella como una ninfa! ¡Podría superar el encanto de las sirenas si quisiera! — exclamó enfurecida, Aiko se sentía extraña por todas aquellas palabras. Algo avergonzada, se disculpó con su criada y se metió a la habitación.
Había sido una tarde un tanto rara, sin duda.
Cerró con rapidez la gran puerta sin siquiera girarse, mantenía su frente pegada a una de las grandes puertas de roble. Podría jurar que si continuaba con esa criada, moriría de la vergüenza. Pensó en cómo la había halagado y casi bufó, convenciendose de que las doncellas siempre decían eso.
Se sacó la ya no tan blanca camisa. Debería cambiar ella misma de sus vendajes ya que Uraraka no se encontraba cerca para brindarle algún tratamiento, también debería revisar la herida.
Con los ojos cerrados y estirando sus músculos, se alejó dos pasos de la puerta. La doncella aún continuaba fuera, seguramente reprobaría su actitud de quitarse sus vendas ella misma, pero no quería darle más trabajo. Cuando comenzó a deshacer su vendaje, un sonido detrás de sí llamó su atención, girando inmediatamente.
Katsuki miraba con el ceño fruncido su torso casi desnudo y repleto de cicatrices.
Ella de inmediato se arrodilló haciendo una reverencia, disculpándose por no haberse dado cuenta de la presencia del rey en la habitación.

  — Levántate, no tienes que hacer eso cada vez que me veas. Es molesto. — Aiko obedeció y de inmediato volvió a cubrirse con la camisa ensangrentada.

  — Su majestad, he solicitado que me preparen una habitación, espero que no sea molestia. No deseo abusar más de su hospitalidad utilizando sus aposentos por más tiempo.— informó, tal cómo si fuera el informe de una misión y Katsuki bufó.

  — Haz lo que quieras. Pero tu espada se quedará aquí.

Aiko levantó su rostro, mostrando una expresión afligida por un leve momento y haciendo el amague de replicar, mas rapidamente recobró su postura y guardó silencio, despertando la curiosidad del rey.
El varón se debatió entre preguntar o no, sabía que si preguntaba con su autoridad ella no se atrevería a desafiarlo, pero no quería preguntarle como un rey. Bakugou Katsuki era quién tenía curiosidad por aquella espada y su espadachín, no el Rey de Bishajin.
Mordió su labio con indecisión y se enojó consigo mismo. Tenía mucho que hacer como rey, aún le faltaba gestionar algunas tierras en el norte del territorio y matar a los bandidos que estaban lentamente irrumpiendo en su reino, no tenía tiempo de sentir curiosidad por una niña rubia.
Aunque, como rey, si podía preguntarle un par de cosas.
Se dirigió a uno de los muebles más lujosos de la habitación, un mueble que dentro escondía su más reciente gusto: el oporto. Se sirvió en uno de los vasos de cristal que allí venían a juego, dándole la espalda a la general. Dio un sorbo y la bebida quemó levemente en su garganta, girando a mirar fijamente a la fémina.

  — Comienza a hablar Ángel, sé que al imbécil del rey Enji solo le interesa generar un heredero más poderoso que su Capitán General y que no te enviaría a liberar a mi pueblo.— pregunto con tono amenazante, mirando fijamente a los ojos verdes que lo miraban sin titubear.

  — Con todo respeto, eso no le incumbe. Agradezco la hospitalidad de este reino al acojerme con mis heridas, pero no puedo revelar la misión que me fue encomendada, eso sería considerado traición.— respondió inmediatamente, sin bajar la mirada.
Katsuki sonrió irritado, acercándose a zancadas hasta ella y tomándola por el mentón, con más delicadeza de lo que habrían pensado y acercando peligrosamente sus rostros.
Antes de que articulara una palabra, un aullido rompió el silencio. El mensaje que transmitió el lobo blanco a la lejanía fue fuerte y claro: habían intrusos en el reino.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro