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•7•

Cada paso de una de sus botas resonaba y hacía eco en los extensos pasillos del palacio. Paró frente a una gran puerta la cual era su destino.
Al abrirla, esta daba a un patio donde los nuevos reclutas estarían esperando sus palabras para poder comenzar con su entrenamiento como soldados. Sin embargo, los murmullos y las risas llenaron sus oídos, apresurandolo para ver de que se trataba todo ese barullo.

— ¡Lady Yaoyorozu! ¡No vaya a ensuciar su falda en el entrenamiento! — tras ese despectivo comentario dirigido a una señorita de cabellos negros y de buen ver, puedo adivinar que todo aquel ruido era por las dos señoritas que allí se encontraban como nuevas reclutas para el ejército real.
Los hombres hacían gestos burlescos hacia las féminas, simulando sacar trasero y tomando un vestido invisible. Sin duda, el ejército es un lugar cruel donde sólo los más fuertes o los más tercos podrían permanecer.
Las carcajadas de los varones comenzaron a ir en aumento, sin miedo a que alguna de las dos chicas les dijera algo o sin siquiera fijarse en qué sus burlas no eran más que infantiles.
Por un segundo, la imponente voz de la Primer General se oyó en su mente. Estaba seguro de que sí ella aún se encontrase por allí, exigiría más disciplina a aquellos que menosprecien a sus compañeros o diría algo humillante para aquellos hombres, para dejar su orgullo pisoteado como ellos estaban intentando hacer con las dos damas presentes.

— Estoy seguro de que desean seguir el ejemplo de la perra de Aiko y fugarse con alguna bestia, ¿a las chicas de ahora les gustan los monstruos para follar? ¿No les da asco? ¡Deberían estar con un hombre como— el hombre calló abruptamente al igual que todos sus camaradas. De un lado tenía el filo de una fina cimitarra* apuntando a su garganta y a sus espaldas, el cañón de una pistola de chispa* a punto de ser disparado.
Kaminari Denki ya había escuchado suficiente de aquel imbécil queriendo hacer de menos a alguien por ser mujer, pero cuando oyó la tremenda falta de respeto hacia su superior, su mano se dirigió por sí sola hasta el cañón que reposaba en su cadera, cargandolo automáticamente y apuntando a la espalda del hombre.

  — Di una idiotez más y tendrás tantos agujeros que salvarás a tus amigos de la impotencia.— amenazó al soldado con un anormal tono gélido.
Poco después se dio cuenta de la mujer en frente al soldado, de cabello corto y violeta oscuro, apuntaba amenazadoramente con el filo de su hoja a la yugular del soldado. Sus ojos negros observaban con disgusto al hombre y su postura era perfecta, casi sin brechas, tomando con ambas manos su arma y apuntando desde abajo.

  — Kaminari, soldado, bajen sus armas. Formense.— la aburrida voz que sonó desde el palco movilizó a todo el mundo, rompiendo con la tensa situación.
Aizawa miraba todo con somnolencia, desde que el Rey Enji había declarado a la Primer General una traidora y con la muerte del Capitán General que sólo era conocida por los de su igual rango, todo el trabajo había ido a parar a su escritorio y debía lidiar con tres ejércitos en vez de con uno. Masajeó el puente de su nariz y comenzó con el repetitivo discurso que debían dar los superiores. De manera inmediata, todos los soldados comenzaron a correr como calentamiento, sin exceptuar las dos señoritas. Poco después, empuñando espadas de madera, puso a prueba las habilidades de los nuevos en pequeños enfrentamientos uno a uno.
Kaminari se acercó a él una vez bajó del palco, sacándose su sombrero de mosquetero, que aún llevaba aunque ya no ocupara ese lugar en el ejército y hubiera sido ascendido a espía real.

— Vine a despedirme, Sensei. Pronto partiré a Bishajin con el Tenien... Con el Primer General Iida y algunos soldados de confianza que él mismo seleccionó.— se corrigió, un poco decaído. Aizawa en respuesta asintió.

El General dirigió nuevamente su atención a los enfrentamientos. Estaban siendo un poco desiguales, habían hombres robustos que estaban haciendo trampa golpeando de manera intencional los puntos de dolor en su contrincante, incumpliendo lo que había dicho que hicieran. Las subestimadas mujeres, sin embargo, eran hábiles y veloces, usando sus debilidades como fortalezas y en poco tiempo habían vencido.

  — Aiko hubiera estado encantada de entrenarlas.— dijo Aizawa, con la voz algo difonica. Masajeó su cuello, su postura encorvada durante sus cuarenta y tanto años de vida siempre le había cobrado factura con dolores en su cuello.— Tal vez te gustaría esperar a que comience a asignar quehaceres a los soldados, podrías llevarte uno o dos reclutas prometedores. Recuerda que es La Dama de Guerra a quien quieren atrapar, Kaminari. Ella de seguro sabe todos y cada uno de tus movimientos.

Sin nada más que decir, dejó atrás al ex mosquetero dirigiéndose al campo de entrenamiento. Desenrolló las cintas que normalmente llevaba como bufanda al rededor de su cuello y se dirigió a un hombre robusto que casi llegaba al metro ochenta y tres de su superior. Los ojos del General se tornaron rojos y la magia que el soldado había estado utilizando para poner la reyerta a su favor, dejó de hacer efecto. Su cinta envolvió a todo aquel que hizo víctimas con insidia en el entrenamiento y se retiró de allí, arrastrando a cinco hombres, dando por terminado el primer día de los soldados.

  — Estos soldados deberían ser aptos para la guerra en cuatro meses, ahí te enviaré a los mejores. No esperes volver con Aiko bajo el brazo en menos de seis meses, chico, esta podría ser la caza más difícil de tu vida.— decretó, antes de cerrar detrás de sí dos grandes puertas de madera y hierro.

...

Hacían ya cinco días de haber liberado a las criaturas del bosque y su herida poco a poco iba cicatrizando, aunque mientras tanto, tenía unas cuantas puntadas en el lugar de la herida.
Kirishima había continuado esos dos días llevándole comida y hablándole un poco sobre Bishajin, sin embargo, no había vuelto a ver al Rey.
Se levantó de la gran cama con los rayos del amanecer bañando la habitación. Ochako le había prohibido levantarse, por más que las medicinas fueras efectivas junto con la magia y el tiempo de recuperación se hubiera hecho más corto, era fundamental que hiciera reposo.
Pensó un poco sobre los acontecimientos de hace dos días atrás y la noticia que había recibido. Sentía algo extraño en el pecho, como si hubiera una bola pesando allí pero no identificaba de que se trataba. Veces anteriores había visto gente morir, compañeros morir, pero no habían pesado tanto como aquello.
Recordó, momentáneamente, como Toshinori la había regañado alguna vez en el pasado. Él había sido amoroso con ella y le había brindado enseñanzas que otras personas no. Había sido su maestro y lo más cercano a un padre. Recordó que Toshinori había sido casi todo su apoyo cuando todos habían dado a Touya por muerto, una luz en el pozo de oscuridad que había caído por no haber podido salvar a su príncipe.
Cientos de recuerdos pasaron por su mente y un dolor agudo se situó en su garganta, como si hubiera tragado miles de agujas y se hubieran quedado allí, doliendo sin posibilidad de curar.
Su cabeza comenzó a doler y la tomó entre sus manos, revisó todo su cuerpo pero no estaba perdiendo sangre como para tener aquel dolor y mareo. Por sus ojos se desbordó la verdad de su pecho y fue ahí, cuando intentó secar sus lágrimas sin poder pararlas, que comprendió que era lo que le estaba sucediendo. Estaba triste, como nunca antes había sabido estarlo desde que abandonó la infancia.
Tocó su pecho, allí donde ese dolor se situaba e inconscientemente, los sonidos de los débiles sollozos que escaparon de su boca comenzaron a moverlo como espasmos.

Era sofocante y doloroso, más que cualquier otra herida que hubiera recibido. Las emociones dolían, pero aunque tuviera esa agonía martillando su pecho, se sintió ligera como si ese desborde fuese lo que necesitaba.

Sus rodillas amenazaron con doblarse, pero ella no cedió. Tapó su boca, amortiguado los lastimeros quejidos y escondiéndose de la luz entre sus cabellos sueltos. Finalmente, cayó de rodillas sobre el frío mármol, dejando salir un poco su dolor.
...

Cinco noches de que Aiko se aliara a Bishajin y dos noches de haber partido desde Musutafu. Kaminari había recomendado ir encubierto ya que llamaría demasiado la atención el ir con la armadura puesta e Iida a duras penas aceptó, negándose a dejar su armadura por completo, la llevaba a una bolsa mágica que le había dado un mago de la corte a pedido, allí en ese bolso de aspecto común cabía gran cantidad de cosas por un hechizo de alteración del espacio.

Se bajaron de la carreta cuando llegaron a la frontera con Bishajin, luego de un viaje de dos días y con el sol del amanecer del segundo día iluminandolos. Se encontraban cerca del lugar donde se había encontrado el campamento de los bandidos hace menos de una semana, el lugar era pura ceniza ya que había sido muy poco lo que habían podido rescatar de lo que Aiko había ordenado quemar. Utilizando el mapa mental que había creado del lugar, encontró el camino que "Akira" había creado para las criaturas mágicas; se mantenía casi igual, la poda de los árboles que la general había hecho para abrir camino apenas se había cubierto un poco.

  — ¿Aiko fue quién hizo esto para las criaturas mágicas, Kaminari?— el aludido asintió a la pregunta. Todos allí estaban enterados de su versión de los hechos y de camino para ingresar al Valle Prohibido.

Denki se adelantó, algo incómodo por la compañía. No era nada más que el mismísimo Príncipe Shoto el que había hecho la pregunta y había insistido a acompañarlos a esa aventura en el reino vecino, tal y como en la adolescencia habían hecho. Pero luego de muchos años, no se sentía esa aura amistosa de antes.
Fue bien sabido en todo el reino la objeción a la orden de captura de la ex general por parte de los herederos al trono. No sólo Natsuo no se había quedado callado, sino que hasta la dulce princesa Fuyumi se había alterado con su padre y Shoto se había unido a la expedición de caza, seguramente para hablar con la general una vez fuese capturada.
Nadie temía que el príncipe se volviera una carga, era bueno con la espada y tenía un buen control de su magia, haciéndolo una futura ayuda para la captura.
Además de Shoto, Iida había seleccionado a dos personas más: Sero Hanta y Mashirao Ojiro, ambos pertenecientes al primer escuadrón, siendo los más aptos para dar pelea, exceptuando a los Generales.
Aizawa se había negado rotundamente, excusándose con que tenía demasiado trabajo por hacer y así había sido con los tres generales restantes.
Se comenzaron a aventurar por un frondoso bosque que en algún momento se comenzaría a empinar, dando paso a la montaña que mantenía a los humanos alejados de aquel Reino. No sólo era complicado subirla, la probabilidad de encontrar bestias de inmenso tamañano que podrían devorarte en un parpadeo eran muy altas. Todo allí era peligroso, hasta una simple flor podía llegar a quitarte la vida, pero se volvía más fácil pasar todo aquello si ya lo conocías con anterioridad.
De repente, Kaminari los detuvo a todos, obligándolos a hacer silencio. Apuntando a sus oídos, indicó que oyeran a su alrededor y posó su dedo índice sobre sus labios, diciendo sin palabras, que no se atrevieran a emitir ningún sonido a partir de ese momento.
A lo lejos, un aullido rompió el silencio, poniendoles a todos los pelos de punta aunque se hubiera oído a varios kilómetros de allí. Kaminari chasqueo la lengua y comenzó a correr por el camino, confundiendo a sus compañeros.

  — Sí lo oyes cerca está lejos, si lo oyes lejos está cerca—. comenzó a repetir.
Debían llegar urgente a un lugar que no tuviera árboles o, en su defecto, alguna cueva en la que poder levantar una muralla de hielo con la magia del príncipe. Detrás de ellos, oliendo sus intenciones de escapar, se comenzó a oír el ruido de grandes patas golpeando contra la tierra y gruñidos feroces.
Iida se adelantó adivinando las intenciones de Denki, encontró más adelante una cueva. Apresuró a los soldados a entrar y al príncipe, siendo Denki el último en entrar. Sin perder el tiempo, Shoto levantó un grueso muro de hielo. Desde dentro, se podían ver fuera tres figuras, una mucho más grande que las otras dos. Los gruñidos y el color blanco, era un claro indicativo de que era lo que los había estado persiguiendo.

  — Hey... Necesitan ver esto.— todos voltearon a Ojiro, este se había adelantado a prender uno de los faroles que llevaban e ir a explorar el fondo de la cueva.
Él apuntaba contra una de las paredes de la cueva, donde se veía una oscura mancha de sangre seca y ropas desgarradas igual de manchadas que el suelo. El primero en reaccionar fue Denki, él tomó las ropas y las extendió, verificando que sus sospechas fueran ciertas.

  — Estas... Son las ropas que Aiko estaba utilizando la última vez que la vi. Lo siento, Príncipe.— musitó el hombre joven, su descubrimiento lo había dejado sin fuerzas. Mientras más veía la cueva, más exorbitante le parecía las cantidades de sangre seca que allí había y no se necesitaba ser un genio para deducir que Himura Aiko había visto sus últimos momentos en ese gélido lugar.
La pregunta a donde estaba el cuerpo tenía una respuesta fácil, tal y como a ellos los habían perseguido unos Lobos blancos, ella podría haber visto su final de esa manera. Débil, como el panorama indicaba que se podría haber encontrado, no pudo hacer nada contra una de esas bestias.

Nadie dijo nada, pero poco a poco, los hombres fueron cayendo sentados o de rodillas, siendo tirados abajo por la gravedad del momento.
Los gruñidos afuera del hielo continuaban, cada vez más intensos, como si estuvieran planeado tirar abajo el hielo o esperar a que se derrita. A los ruidos aterradores de afuera, se le añadieron unos leves sonidos del final de la cueva, todos se pusieron en guardia y la luz llegó hasta allí, dejando ver a un perro blanco con ojos azules y las orejas bajas. El animal estaba notablemente aterrado.

— ¿Hablan de Himura Aiko?— todos se alarmaron cuando la voz del animal resonó en sus mentes, mirándose unos a los otros, pero de inmediato volviendo la vista a la criatura.— Aiko fue quien me salvó.

...

Respiró hondo, calmando un poco todo aquello, sellando sus labios pero no deteniendo las furtivas lágrimas que aún descendían de sus orbes.
Estiró los músculos de sus brazos y piernas, sintiendo ya apenas un tirón en el lugar de su herida con cada movimiento en vez de dolor. Antes de nada, ató su cabello en una cola alta y tomó a Takeshi, cerrando sus ojos, acariciando con su mano la hoja. Comenzó a repasar las maniobras que eran la típica rutina de entrenamiento de sus subordinados, aunque una mandoble era un poco incomoda para aquello y normalmente los haría entrenar con un bokken* o un shinai*. Aunque, ella hace años que no entrenaba con un arma que no fuera la suya, se había acostumbrado a los cuatro kilos que pesaba. Supuso, mientras hacía algunos movimientos verticales elevando y cortando el aire, que con un arma más liviana podría ser un poco más rápida y en la precisión de sus estocadas disminuiría su margen de error. Mas, no tenía opción. Separarse de aquel trozo de metal le generaría una muerte prematura.

El sudor perlaba todo su cuerpo y comenzó a humedecer las vendas, pero no le interesaba, en su rostro se había hecho una mezcla de sudor y lágrimas, poco a poco estas últimas dejando los últimos rastros de su paso. Sus pies se movían al ritmo de sus manos, bloqueando y defendiendo, moviéndose como si de una danza se tratara. Su cabello atado en una coleta alta se pegaba a su espalda y a su frente, molestando un poco.
Estaba teniendo la delicadeza de no moverse más allá de un círculo imaginario que había trazado en el suelo y de no cortar nada más que el aire.

Con los ojos cerrados, cada uno de sus otros sentidos se agudizaba y uno a uno, comenzó a sentir cada uno de los espíritus que la rodeaban. No poseía la capacidad de ver cómo Mei, pero todo el mundo podía sentir si se llegaba a cierto grado de concentración. Los espíritus, como pequeñas bolas de luz, la rodeaban y rozaba su piel, yendo de allá para acá, jugando entre ellos y sobre su cabeza, con sus cabellos y jugando a huir de los graciles movimientos de su espada.
Mei alguna vez se los había descrito como personitas brillantes y con alas de insecto o mariposa, con pieles de varios colores al igual que sus cabellos. Les encantaba juguetear pero eran bastante serios si se lo proponían o sí el ser que habían decidido amar se encontraba en algún tipo de peligro.
Aquellas pequeñas presencias le brindaban paz con su compañía.

Sintió una nueva presencia en la habitación e inmediatamente, dirigió su espada amenazante en su dirección. Abrió los ojos, encontrándose a Katsuki. El Rey tenía el ceño fruncido en molestia e inmediatamente, Aiko debió dejar caer su arma, pues la promesa que había hecho sobre su hoja provocó que el puño se calentase tanto que casi le quemó ambas palmas.

  — Discúlpeme, Su Majestad. Sólo deseaba retomar mi entrenamiento.— su voz salió un poco rota, habiendo mucha diferencia entre ese momento y su voz normal. Ella lo miró fijo a los ojos al emitir su disculpa, sin bajar su cabeza o inclinarse. Habría sido algo descarado para otro Rey, pero a él no le importó. Solo le causó un poco de curiosidad ver sus ojos hinchados, pero ya sabía la respuesta.

Katsuki tomó la mandoble de Aiko, colocándola sobre una cajonera un poco baja. Se concentró y poco después, una luz cubrió la espada que poco después estaba encerrada en una especie de caja transparente de color rojo. Volteó a ver a su huésped y en vez de tener una actitud como para reprocharle por haber hecho tal cosa, ella se veía un poco adolorida.
Aiko trató de esconder su malestar cuando Katsuki encerró a su arma en una caja mágica, pero sus pulmones se cerraron levemente al aire y su cabeza comenzó a doler. Como si, repentinamente, padeciera de un mal de altura*. Muy diferente a la tristeza que la había abordado hacía un rato.
El rey pasó su mirada de ella al arma, pero pareció ignorar el hecho de la respiración pesada de la mujer. Se dirigió a las puertas de la habitación, abriéndolas de par en par. Detrás de ellas, habían una sirvienta con prendas de ropa perfectamente dobladas.

  — En el patio, en 15 minutos. — dejó entrar a la mujer y sin mirar cuando esta comenzó a desnudar a la general, tomó su capa de la cama, adelantándose al lugar de encuentro.

El grito de la sirvienta lo alertó, volvió a zancadas a sus aposentos esperando encontrar alguna escena violenta, pero sólo halló a la joven mucama mirando con horror la espalda descubierta de Aiko mientras tenía las vendas que cubrían su herida en las manos.

  — Está bien, no tienes que ayudarme. Retirate y espera en la puerta a que me vista. Gracias por tu ayuda.— dijo en voz calma, como si estuviera acostumbrada a tal trato.
La sirvienta, que como Aiko, aún le estaba dando la espalda a la puerta, volteó agustiada por lo que había visto encontrándose a su rey parado en el marco de la puerta. Katsuki tenía una expresión rara en su rostro, una que en sus años trabajando allí no había visto. Reverenció a su rey y salió de la habitación, disculpándose en todo momento.
Sintió como si su boca se hubiera secado o si se hubiese vuelto loco. Los gritos resonaron en sus oídos y el patrón de las cicatrices le rememoró el amargo suceso de su infancia.
Maldiciendo y viendo que la mujer aún se encontraba con el torso desnudo, abandonó nuevamente la habitación, no sin antes dirigirle una mirada aterradora a la sirvienta.

***

¡Hola! ¿Qué tal les va pareciendo los inicios de esta historia?
Gracias por leer!

Debo aclarar que habrá una mezcla muy grande de criaturas mitologicas, tales como ya vieron del perro negro (folklore de Inglaterra) y los duendecillos irlandeses.

***

*Cimitarra: La cimitarra es un arma refinada, fina y ligera. Es decididamente cortante, con un solo filo y una empuñadura protectora

*Pistola de chispa:
Pistola de chispa disponía de una piedra de sílex o pedernal, que al accionar el martillo producía la chispa que encendía la pólvora. Todas estas pistolas requerían la recarga manual de su municióndespués de cada disparo. La munición, que se introducía por la boca del cañón, consistía en pólvora, proyectil y taco de papel, que servía de tapón para mantener comprimidos los dos anteriores dentro del cañón.

*Bokken:
El bokken es un sable de madera empleado en diversas artes marciales clásicas provenientes del Japón

*Shinai:
El shinai (竹刀) es un sable de bambú, implemento que sirve para entrenar de una forma más segura las técnicas de combate inspiradas en la katana o sable japonés. El shinai, es mucho más seguro, y menos letal que el sable de madera o bokken.

*Mal de altura
Malestar físico que se siente en lugares a gran altura a nivel del mar debido al aumento de la presión atmosférica y caracterizado por debilidad, dolor de cabeza y náuseas

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