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•6•

  — ¿Por qué usted tiene la espada del Capitán General, Toshinori Yagi?
...

  —¿Disculpe? — el adulto joven tartamudeo su respuesta, un tanto inquieto. La mirada de Aiko no demostraba amenaza en lo que pudo reconocer pero tampoco demostraban alguna otra emoción. No era capaz que ver más allá del manto verde de sus orbes.

  — La mandoble* modificada que reposa en tu hombro, hay otra mitad que completa la espada. Es un arma forjada únicamente para el Capitán General Yagi. No he sabido absolutamente nada de mi Capitán y espero que me expliques con detalle, muchacho.— Izuku abrió sus ojos sorprendido y Katsuki apretó sus puños. La expresión de Aiko no cambiaba y continuaba sin demostrar emociones, por más que su voz denotara autoridad con severidad, no se veía reflejado en su rostro.

  — No puedes exigir nada aquí. Éste no es tu reino y estás rodeada por posibles enemigos, si decides empezar una pelea en mi palacio, no me interesará que estés herida.— acotó autoritario el Rey, haciéndole acuerdo a la mujer de la situación vulnerable en la que se encontraba.

Por primera vez, Aiko halló los ojos camines de Katsuki al final de la cama. Sus ojos sin duda eran hermosos, del tipo que nunca podría ver en un humano corriente de los que normalmente estaba rodeada, brillantes como los rubíes pulidos que la princesa Fuyumi disfrutaba usar como joyería.
Sin contemplar completamente sus orbes, estiró su mano y la espada que reposaba a los pies de la cama llegó a su palma, realizó su movimiento mucho antes de que Katsuki pudiera replicar. Empuñando su arma, pasó el filo por la palma de su mano, cortando su piel con tan sólo un roce.

  — Si lo que quieres es que no lastime al chico, tienes mi promesa de sangre de que mi espada no será empuñada contra tu pueblo a no ser que deba defenderme o proteger.— con voz monótona expresó sus intenciones de empuñar su arma, pasando su palma ensangrentada por sobre el metal de su mandoble.— Sólo deseo información sobre mi superior.

El filo del arma se cubrió de un mana color dorado y la sangre fue evaporado unos segundo después de haber sido esparcida por el metal, volviendo a estar pulcro como antes.
Con un chasquido de dedos, la espada volvió al lugar donde Katsuki la había apoyado. El Rey miraba con perplejidad como la palma de la general continuaba sangrando y apenas había terminado de asimilar lo que acababa de hacer.

  — ¿Todo este tiempo pudiste tomar así tu espada? ¿Por qué la pediste cuando estabas en la cueva siendo que con solo estirar tu brazo podrías tenerla en tu palma?— Kirishima preguntó curioso y un poco alterado, Aiko relajó su postura.

  — Teniendo en cuenta que no sabía las intenciones de Su Majestad, no podía arriesgarme a empuñar a Takeshi. Si me hubiera encontrado en un peligro inminente, lo hubiera llamado.— Dijo con voz calma. Aiko no apartó a Ochako cuando ésta se apresuró a su lado para curar su palma. No recibió respuesta a su pregunta, sin embargo.

  — ¿Quién mierda es Takeshi?— preguntó el rey, irritado rascó su cabeza con su ceño fruncido y con los dientes apretados.

  — Mi espada, por supuesto. Su nombre es Takeshi, ese fue el nombre que le dio la persona que la forjó para mí.— la expresión estoica de Aiko no hacía más que poner nerviosos a algunos de los presentes, su ceño no se fruncía en ningún momento ni ante ninguna situación.— Eso no cambia mi pregunta, ¿que sucedió con mi Capitán?

Izuku tomó aire una vez que los espectantes ojos verdes se posaron en él y cruzó miradas con el rey, hablando sin emitir sonido. Dio un paso al frente, Ochako se apresuró a intentar detenerlo, diciéndole que no lo hiciera. Mas, aún con la brujita tirando inútilmente de su brazo, habló.

  — El caballero y Capitán General "All Might" falleció, General. Hace medio año.— musitó el hombre joven mirando directo a los ojos de la mujer, él intentó mantener una postura de alguien fuerte pero su espalda se curvó cuando vio a Aiko. Algo cambió en su mirada, pero no se notó en su rostro. Ella apartó la vista mirando sus manos, dejando un momento de silencio.

  — Ya veo... Gracias por decírmelo, Señor Izuku.

Haciendo una reverencia y no hablando más desde el agradecimiento, Ochako e Izuku se retiraron de la habitación siendo escoltados por Kirishima, siendo este último sacado a duras penas de los aposentos debido a las explícita órdenes de su rey para escoltar a los visitantes a alguna habitación de huéspedes.

Katsuki miró cada pequeño movimiento de ella desde el momento en el que Eijiro cerró la puerta, enseguida supo que no era alguien que supiera lidiar con la tristeza. Sus ojos gritaban que quería llorar, pero su rostro inexpresivo era como una barrera que le impedía derramar lágrima alguna. Sus hombros que se mantenían hacia atrás, manteniendo una posición recta, lentamente cayeron hacia adelante una vez que el número de personas en la habitación se redujo y su postura se relajó, al igual que todos sus músculos, como si tan solo con unas pocas palabras le hubieran arrebatado la energía.

  — Estás triste, ¿no se supone que llores a tus muertos, imbécil?— dijo de mala gana mirando a otro lado, con el mentón apoyado en su palma, estando su codo reposando en su muslo y él aún a los pies de la gran cama, sentado con sus dos piernas abiertas y con la espalda encorvada. Le molestaba ella y su tonto rostro inexpresivo, más cuando volvió a fijar su vista en ella y las lágrimas descendían por sus mejillas, pero ni su pecho era movido por los sollozos ni su boca estaba curvada en una mueca de aflicción, pareciendo una muñeca de porcelana siendo que las únicas que se habían enterado de la tristeza, habían sido sus lágrimas, y no el resto de su cuerpo.

  — Está bien. No es la primera vez que pierdo a alguien.— habló firme, su voz ni siquiera se había visto afectada por las lágrimas. Secó sus mejillas con el dorso de una mano, dejando como rastro de que alguna vez habían estado allí sus ojos ligeramente hinchados.

Chasqueando la lengua de mala gana, el Rey caminó hasta el balcón y se precipitó al borde. La brisa del otoño acarició con un poco de frialdad su piel y sin mirar atrás, se lanzó por la caída de unos cincuenta metros.

Aiko observó cada movimiento de Katsuki, y con humor sus labios se curvaron levemente. Murmuró por lo bajo, acurrucandose entre la capa roja del soberano y las mantas color azul que cubrían la cama del mismo.

  — Su Majestad no conoce como se utilizan las puertas.

...

Habían pasado horas desde que Katsuki y los demás habían abandonado la habitación, el sol ya estaba descendiendo al igual que la temperatura de la habitación. Con mucho cuidado, se levantó para poder cerrar los enormes ventanales de la habitación del rey, pero unas coloridas luces llamaron su atención.
Desde allí se notaba cuán vivido estaría el pueblo esa noche, apenas descendía el sol y ya se podía notar como habían decorado todo allí con linternas de papel y guirnaldas. El tiempo se le fue volando observando las luces que se movían y cuando finalmente cayó la noche, el leve susurro de la música llegó a sus oídos. Las luces danzando de formas varias reconfortó algo en su pecho, algo extraño que había comenzado a sentir.

  — ¿Qué estarán festejando con tanta alegría?— susurró perdida en sus pensamientos, posando sus manos en el balcón de mármol, sin prestarle atención al frío que comenzaba a tornar roja su nariz y mejillas y que entumecía sus extremidades.
Sonrió, mirando a las lucecitas danzar como pequeñas luciérnagas e imaginando que tan hermoso y emocionante podría ser contemplar en carne y hueso una celebración tan cálida, como creía aquella se veía.

  — Celebran que sus amigos y familiares han vuelto al pueblo a salvo.

Giró al reconocer la voz. Kirishima se hallaba allí con una bandeja de plata con algo de comida y medicinas, sonriendo de medio lado.

  — Eijiro-kun, no era necesario que trajeras todo esto para mí.—  a simple vista, Aiko ya no lucía como una general, sino como alguien débil. Aunque tuviera un metro setenta de altura y músculos bien formados en sus brazos, piernas y abdomen, su complexión era pequeña a comparación del dragon. Habían varios moratones distribuidos por todo su cuerpo y las vendas y su cabello despeinado sólo aportaban a la imagen.
Su pecho estaba vendado y sin ropa que lo cubriera más que las vendas blancas y a sus piernas las cubría un fino pantalón de pijama de Katsuki, el cual el rey nunca había usado aunque lo hubieran obligado a ello. El mismísimo Rey había entregado aquel pantalón a Ochako cuando ésta le pidió ropa ligera para cubrir a Aiko.

  — ¡Nada de eso! Necesitas comer bien para recuperarte.— Kirishima le ordenó que entrara para sentarse en el sofá que tenía una mesita de café en frente. Dejó la bandeja allí y enseguida fue a cerrar los grandes ventanales, cortando con la corriente de aire helado que ponía en riesgo la salud de su huésped. Comenzó a encender cada una de las velas de la habitación y preparó la estufa a leña para encenderla y así subir un poco más la temperatura.
Sin esperar a su acompañante, Aiko fijó la mirada en la comida que tenía en frente. Era un platillo que con solo mirarlo se te hacía agua la boca y su estómago se contrajo dolorosamente, pero ella nunca había comido algo tan... Caro. Podría asegurar que todos los ingredientes que se habían utilizado allí valían más que dos años de salario de las cocineras en Musutafu y eso le quitó un poco el hambre.
Eijiro llegó a su lado y viendo que no había tocado la comida, se preguntó si había sido mala idea traerle un filete a alguien de complexión tan pequeña. Ochako le había indicado que las comida debían ser ligeras y con gran carga nutritiva, pero para él, aquella carne cubierta de salsa con ensalada a un lado, era un platillo ligero.

  — ¿No te gusta la carne, General?— se atrevió a preguntar, temeroso de que fuera esa la razón de que ni los cubiertos hubiera tocado. Por su mente pasaron miles de cosas, como la idea de que Aiko fuese vegetariana y él la hubiese ofendido llevándole carne para consumir.

  — La comida está bien, sólo que nunca comí una comida tan bonita y que se viera tan deliciosa.— Apenas terminó sus palabras, su estómago rugio de hambre pues ya habían sido unos cuantos días sin comer. Comenzó a cortar la carne con cuidado y el sabor le hacía justicia a la apariencia, mas al tragar el primer bocado el dolor de su estómago casi hizo que se retorciera. Sin desesperarse por llenar sus cachetes de alimento, comió de manera tranquila y pausada, tomándose su tiempo para masticar y dándole tiempo a su estómago para que dejase de doler y pudiera disfrutar más plenamente de su comida.

Kirishima sonrió con satisfacción al verla alimentarse y para no molestar, dirigió su mirada a otro lado. Sus ojos se toparon con Takeshi, seguía reposada en el mismo lugar que antes y mantenía un brillo como si hace tan solo unos minutos la hubieran pulido con esmero. Sentía un mana extraño desde aquella espada, sin embargo, no era cosa nueva. Era una sensación extraña que había sentido desde que Katsuki la había tomado en aquella cueva, como si el mana estuviera confuso y no desembocara en ninguna naturaleza de magia, como era común con las armas encantadas o que habían sido cubiertas por una promesa de su espadachín.

  — ¿Takeshi te da curiosidad?— giró cuando la voz de Aiko lo tomó desprevenido.
La general que antes había estado comiendo pacíficamente, ahora tenía sus mejillas llenas de comida y se estaba por terminar la tercera ensalada de papas que venía con la carne como elección para guarnición.
Eijiro se mordió la lengua para evitar soltar una carcajada, quería parecer serio ante ella y esa cara lo había tomado distraído por segunda vez en la noche.

  — Sí, es extraña. Se siente muy... Confusa.— Admitió el dragón, atreviendose a empuñarla. Era más pesada de lo que se veía y en su hoja venían talladas algunas runas de algún lenguaje antiguo que no podía leer.— ¿Qué es lo que dice?

  — "La bestia roja no tocará la grandeza sin alguien que la acompañe". En el puño dice Memento vivire, "acuérdate de vivir".— el ceño del contrario se frunció con más confusión y miró nuevamente a la general.
Habría creído que aquello podría decir algún conjuro poderoso para ayudar en la guerra, pero sólo eran especie de recordatorios para su amo. No entendía lo que estaba escrito en la hoja, ésto, más que un recordatorio, se oía más como una maldición o una profecía.

  — ¿Por qué decidiste escribir eso en tu espada? — Aiko limpió la comisura de sus labios con una de las servilletas que Eijiro le había facilitado y comenzó a tomarse una a una las amargas medicinas que estaba segura Ochako había hecho para ella.

  — Yo no lo decidí.-—contestó, clavando sus verdes orbes en Eijiro.— Mei Hatsume la hizo para mí. De seguro la conoces, es una famosa inventora y herrera de Musutafu.

  — ¿Y por qué ella se tomaría el trabajo de escribir en tu espada? — con sus dudas aún sin resolver, Kirishima se sentó en el suelo, cruzando sus brazos. Aiko le sonrió levemente, él le hacía acuerdo a su soldado, Sero Hanta. Aunque él lucía más inocente de lo que el bromista de Hanta era.
Volviendo a poner los platos sucios en la bandeja de plata, Aiko con paciencia limpio la mesilla de café y le contestó al curioso hombre mientras tanto.

  — Hatsume-san tiene el don de la visión.— apuntó a sus verdes ojos, haciendo énfasis.— Ella puede ver y hablar con los espíritus que nos rodean, ellos saben todo sobre nosotros y nos acompañan durante toda nuestra vida, ella les consultó a los que siempre me acompañaron y ellos le dijeron que escribiera eso en mi lengua na... — inmediatamente mordió su lengua cuando soltó la última información, haciéndose sangre.

  — ¿En serio? ¡Eso es genial! Nunca había visto esas letras, ¿de dónde eres?— Kirishima automáticamente había adivinado las últimas palabras, no notando la sombra que cubrió la habitación. Aiko con su rostro estoico de siempre, se levantó del sofá y revolvió los cabellos rojos del muchacho, acostandose nuevamente en la cama.

  — Gracias por la comida, Eijiro.

El dragón vio confundido a la mujer, pero no replicó en no haber recibido respuesta, respetaba que ella no quisiera contestarle así que simplemente tomó la bandeja de plata y se despidió.

***

*Mandoble: El mandoble es un término ambiguo para describir a una espada de gran peso, de hasta 4 kg, y grandes dimensiones (de 2 a 2,5 metros de largo), que debe ser manejada con ambas manos para hacerlo con velocidad. Es un arma de los siglos XV y XVI empleada en combate a pie, pensada para atacar eficazmente las armaduras de placas y cotas de malla, provocando en ocasiones fracturas o hematomas graves sin necesidad de perforar la armadura. Sin embargo, su objetivo principal consistía en romper las filas de piqueros acorazados para permitir una ofensiva mayor, como las cargas de caballería.

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