•5•
El aire helado golpeaba contra sus mejillas tornandolas rojas del frío, la altura había hecho que su estómago se revolviera de tal manera que tenía su rostro hundido en el cuello del hombre que la llevaba entre sus brazos.
No era fan de las alturas, si no tenía alas era porque debía permanecer en tierra y en ese momento, donde se hallaba a la altura perfecta para una dolorosa caída, se había negado rotundamente a mirar para abajo.
Aunque fuera capaz de aterrizar sin daño si estaba empuñando su espada, el Rey le había dejado bien en claro que hasta que no abandonara su territorio no iba a tocar su arma o siquiera iba a tener contacto con ella.
El viento en sus oídos apenas le permitía oír el ruido de las alas moviéndose a la espalda de Katsuki. Hasta ese momento, siempre había creído que la raza de los dragones no podía mantener un estado intermedio entre su forma original y su forma humana, a no ser que hubieran quedado atascado a mitad de transición como lo había estado Eijiro cuando lo había encontrado en el campamento de su tropa.
Katsuki divisó a lo lejos la única edificación que sobre salía entre tanta flora. El palacio se alzaba en lo alto de una colina resplandeciente de color blanco.
Poco a poco, las humildes casitas del prospero pueblo del rey se fueron viendo una por una cuando el bosque dejó de ser frondoso. El pueblo estaba lleno de alegría y de color, se podía ver desde lo alto las coloridas telas que los comerciantes vendían o las exóticas joyas que los enanos ofrecían. Mas, de toda esa pasarela destacaba que, allí, no había ningún humano presente.
Al escuchar las voces de los vendedores gritando y ofreciendo sus productos, Aiko se atrevió a bajar la vista, hallando una colorida capital. Habían tantos seres mágicos presentes como los que nunca pudo imaginar. Tantos mitos reunidos en un solo lugar. Sus orbes verdes miraban de un lado a otro y destellaban de emoción, pero ni una sonrisa asomaba en su rostro ni su ceño se había modificado.
Katsuki aumentó la altura, sus aposentos era la habitación que más alto se hallaba en el palacio y podía ingresar por el gran balcón tallado en mármol. Había estado observando en todo el trayecto al general, analizando cada movimiento buscando algo hostil, pero allí no encontró más que unas esmeraldas maravilladas.
Apenas tocó el suelo, las alas volvieron a formar parte de su espada lisa, captando la atención de la humana y causándole curiosidad.
—¿No es doloroso, Su majestad? — preguntó, pero el Rey optó por guardar silencio.
Con cuidado, recostó el herido cuerpo en su cama. Las vendas no se hallaban ensangrentadas y luego de dos días de fiebre que había hecho, aquello era una buena señal.
Si las heridas se volvían a abrir, iba a complicarse todo. Uraraka no se hallaba cerca para curar y su pueblo se negaría rotundamente a curar a un humano, por más que fuera una aparentemente inofensiva como aquella.
Los seres mágicos eran hostiles a los humanos, la guerra los había marcado de forma tan profunda que aunque hubiera sucedido hace años, si se dejaba a un humano a su alcance sin duda desquitarían el odio que había manchado sus corazones.
La Guerra Roja, así la habían llamado debido a la caída del "Reino Rojo", apodo por el cual generaciones anteriores se habían referido al reino de Arthinea. El rey humano anterior al actual había sido un hombre lleno de avaricia y soberbia, deseaba todo aunque no lo pudiera tener, controlar todo, hasta el inalcanzable poder de las razas más poderosas, entre ellas, los dragones.
Se desató una guerra de cinco años donde los pueblos involucrados habían pasado miseria y la muerte era parte de lo cotidiano. Pero sin duda, su gente era la que más había sufrido. Pueblos diferentes, costumbres diferentes, que alguna vez se habían hallado esparcidas por los vastos valles y bosques que conformaban su reino, ahora habían formado una capital en el corazón de esa tierra y los pueblos que hace algunos siglos atrás se habían hallado separados, en ese momento conformaban uno solo o pequeñas comunidades apartadas del límite con el Reino de Musutafu. Por supervivencia, pues, después de todo, unos cientos apenas quedaban como vestigios de la existencia de razas que antes habían sido milenarias.
...
Lo único que podía sentir era dolor, ni siquiera frío o calor, sólo dolor. Reconoció el techo de Hospital de la capital en cuanto abrió los ojos. Su nariz sólo olía pólvora que quemaba en sus pulmones y en sus oídos se reproducía un molesto pitido que no parecía tener intenciones de cesar.
Movió su cabeza hacia un costado, estaba en una habitación separada de los enfermos habituales del hospital y a un lado de su cama, sobre un buro, alguien se había tomado el tiempo de dejar flores frescas y una jarra con agua para él. Ignorando el dolor de su cuerpo, sació la sequedad de su garganta sin siquiera tomarse el tiempo de buscar un vaso para servir.
Se hallaba un tanto mareado, pero aún así intentó recordar que había sucedido para terminar allí.
Su general le había pedido encender la pólvora cuando faltara poco para la salida del sol y lo había hecho, los bandidos aún se hallaban dormidos cuando llevó a cabo el pedido. Aún así, con el dolor de la parte posterior de su cabeza rememoró el hecho de que él había sido golpeado con anterioridad.
Muchas preguntas llenaron su cabeza, ¿que había sucedido con los seres mágicos? ¿donde estaba su general? Ninguna se respondería sola, por lo tanto, debía buscar a Aiko.
Una de enfermera ingresó a su habitación y él enseguida se lanzó a preguntar.
— ¿Qué sucedió con la Primer General? ¿Dónde está ella?— la enfermera lucía desconcertada por sus repentinas preguntas. Debido a la insistente mirada dorada, le era imposible evadir las preguntas.
— Creo que estará feliz de escuchar que su atacante fue declarada una traidora a la corona. Su cabeza tiene un precio mucho mayor que el de las cabeza de los afamados bandidos de lo que tanto revuelo hubo últimamente— lq mujer giró a ver a su paciente, no hallando una expresión de alivio sino que una expresión mezclada con sorpresa y terror—. ¿Se encuentra usted bien, mi señor?
— ¿Por qué? ¿Cómo diablos la heroína del país se volvió en una traidora de la noche a la mañana?
— Pues, no me esperaba tal reacción. Himura Aiko atacó a sus soldados aliados, entre ellos usted y el joven lord Monoma Neito. ¡Se dice que liberó a los seres mágicos de un campamento solo para conseguir el favor de la Realeza de Bishajin! Suena como una mujer muy vil, ¿no lo cree, mi señor? — la seguridad con la que la joven le hablaba no hacía más que aumentar su expresión perpleja. La enfermera tapó su boca, descubriendo que no debería de haber dicho eso. Con una disculpa rápida, se marchó a buscar a otra persona que lo atendiera.
Kaminari sentía que le habían clavado un puñal por la espalda y no sabía que pensar. Estaba seguro de que su general jamás podría traicionar al país que la salvó. Lo único que podría creer de aquella enfermera chismosa era el hecho de que Aiko había liberado a los seres mágicos, pues, la conciencia de su general le impedía hacer la vista gorda al sufrimiento de inocentes.
Sufrió con cada mínimo movimiento realizado, pero eso no lo detuvo, necesitaba saber que había sucedido en el tiempo que había permanecido inconsciente. Se hizo con su ropa que alguien había doblado a los pies de su cama y de su extravagante sombrero.
Varias enfermeras intentaron detenerlo en su trayecto, pero en ese reino nadie nunca había podido detener al enérgico Kaminari Denki estando en su estado amistoso de siempre, poniendo unas obvias excepciones como los generales y tenientes, menos iban a lograr parar su marcha con una expresión tan seria como la que había grabada en su rostro.
No gastó energías en parar a hablar con nadie o siquiera en hablar con los guardias, iba en busca de alguien que le pudiera dar información sobre la última misión que había llevado a cabo.
Iida Tenya siempre había sido una persona un tanto intimidante a simple vista y un cercando amigo de la Primer General, todos en el palacio sabían que en las luchas el teniente del primer escuadrón nunca había sido herido con gravedad por la abarcadora protección de su general. Él o ninguno de los hombres pertenecientes a esas tropas.
Sin importarle estar cubierto de tela por sus heridas, Kaminari interceptó a Iida con dos hombres, tomándolo por el cuello de su armadura sin dejarlo reaccionar y sin importarle que los dos soldados que escoltaban al teniente dirigieron sus armas a él.
— ¡¿Qué mierda sucedió con la General Aiko, teniente?!— Iida en vez de contestar, apartó la mirada y retiro la mano del herido de su armadura.
— Aiko Himura fue culpable de traición a la corona por atacar a sus camaradas y conspirar contra nuestro reino con ayuda del Rey de los Dragones, del reino Bishajin.
— No me vengas con tus porquerías intelectuales, Iida. ¿Qué pruebas tienen? Tú más que nadie sabe que Aiko es incapaz de traicionar Musutafu — la voz de Denki salió como un silvido casi suplicante, pidiendole indirectamente a su amigo que le dijera algo que le diera esperanza. La expresión de su amigo no era de seriedad, en cambio, su ceño se hallaba decaído.
— Se han registrado los aposentos de la General Aiko. Fueron hallados bien resguardados varios documentos e intercambio de cartas. La evidencia es irrefutable, Kaminari-san. Es incluso su letra.
Denki lo miró con la expresión en blanco. ¿Acaso estaban hablando de la misma persona? Su general se había desvivido por ese reino, incluso había rechazado propuestas de matrimonio y títulos nobles que el mismo rey le había ofrecido. Musutafu era su vida, no le encontraba sentido que los fuese a traicionar.
— Yo... Ya desconozco a la persona que era mi general— susurró. Denki sintió como sus rodilla temblaron mas no cedieron a la gravedad, Iida le dio la espalda, dirigiéndose en dirección a la Sala del Trono donde el Rey Enji lo estaría esperando—. Se me encomendó ser la persona en cazarla en cuanto los exámenes para ingresar al ejército concluyan. Usted vendrá conmigo, Kaminari-san. Volveremos a pisar Bishajin como hace nueve años.
Iida le hizo una señal con su cabeza, sacudiendola levemente a ambos lado, apuntando a los dos soldados que lo rodeaban y Denki entendió, recuperando las fuerzas que casi se le habían sido arrebatada. Inmediatamente luego de esa leve señal supo que él tampoco confiaba en lo que se había dicho, pero debían actuar por ahora.
Kaminari vio como su amigo se iba alejando lentamente. Estaba seguro de que Katsuki no estaría feliz de verlos siendo que él les había dicho de nunca más pisar su tierra, pero tal vez Izuku y Ochaco se pondrían felices de verlos después de tantos años.
Mas, aunque pudiera ser emotivo el reencuentro, las aventuras que habían pasado todos juntos a los tiernos catorce años, serían fácilmente olvidadas por el deber y por el hecho de que en ese momento todos habían madurado para sus veintitrés años.
...
Aiko no sabía donde dirigir su mirada. Se encontraba en una situación un tanto incómoda, el Rey se había sentado a los pies de la cama con los brazos cruzados y una expresión para nada amistosa y desde que la había sacado de la cueva no se había gastado en dirigirle la palabra.
Katsuki parecía no sentirse incómodo por el silencio, estaba absorto en sus pensamientos y con la mirada perdida en las nubes que se podían ver a través de las puertas que daban a su balcón. Hacía frío, más eso no le afectaba del todo, su temperatura corporal era mayor a la de un humano provocando que pudiera estar con el torso desnudo sin temblar, a diferencia de la mujer que estaba bajo su custodia, a la que los dientes le castañeaban no intencionalmente.
— No te quites la capa, cara de ángel— emitió una orden directa con tono brusco sin siquiera estar mirándola. Aiko se sorprendió por un momento, pues, había hecho el amague de retirar la capa que cubría sus hombros para devolverla a su dueño, mas este se había adelantado.
— No puedo utilizar sus prendas, su majestad. Son prendas de la realeza y yo-
— Cierra la boca, es sólo un trozo de tela.
Dirigió su mirada molesta a ella.
Esa mujer le molestaba. Era como una muñeca que le mostraba constante respeto de manera repetitiva, siguiendo un patrón y no teniendo una personalidad propia. Le habían lavado el cerebro completamente en su país y comenzaba a ser irritante.
No demostraba el rastro más mínimo de emociones y con él, su rostro había sido inexpresivo en todo momento.
Pasó por su mente por un momento la espada que había confiscado, era sin duda un arma magnífica que se había dado el gusto de contemplar mientras su maestra había estado inconsciente. Mas, aquella espada decía más de su dueña que lo que ella había dicho de sí misma.
Era pesada, lo que significaba que ella tenía la fuerza suficiente para empuñarla y luchar, lo que le provocaba querer retarla en algún momento para comprobar si había algún humano que valiera la pena.
No obstante, aquél trozo de metal también le había causado inquietud. No en todos lados se podía ver una espada tallada con runas de una lengua muerta, lengua que había muerto con el Reino Rojo hace treinta años.
Sabía bien que los humanos habían quemado todo rastro escrito de aquel Reino y que únicamente, lo que quedaba de él eran canciones cantadas por los trovadores que contaban la historia del reino que cayó por su propio poder y algún que otro descendiente de aquella tierra que se podía hallar en el mercado negro como esclavos.
Apretó los dientes al recordar la esclavitud cruel de aquella gente. Algunos recuerdos amargos que colaron entre sus pensamientos, dejándole un mal sabor de boca.
Sin tomarse el tiempo de llamar a la puerta, Eijiro ingresó a los aposentos de su rey sabiendo que no encontraría ninguna escena rara. La general parecía alguien que seguiría las órdenes de Katsuki de permanecer quieta y Katsuki, por más que fuera un impulsivo y hasta tachado de violento, no lastimaría o intentaría luchar con alguien herido.
Se encontró con los ojos verdes de Aiko enseguida puso un pie al otro lado del marco de la puerta.
La general suavizó su dura expresión de alerta al darse cuenta de quien se trataba, saludando con una inclinación de cabeza.
Detrás del pelirrojo ingresaron dos personas más, una de ellas sabía quién era pero la otra le era totalmente desconocida. Esta desconocida de cabellos marrones se dirigió rápidamente a su lado e intentó tomar uno de sus brazos que se encontraba vendado. Por reflejo, alejó su brazo, tomando con su mano libre la muñeca de la muchacha asustandola.
— ¡Señorita Aiko! ¡Ochako no es un enemigo! Fue quién te salvó la vida mientras te hallabas inconsciente...— Kirishima fue el único que trato de detener sus reflejos de forma verbal, por otro lado, sentía el mana del hombre joven que había ingresado a la habitación con ella, apuntando lo que suponía era una espada casi rozando su nuca.
Se encontró sorprendida, no por la revelación de quien le había salvado la vida estaba frente a sus ojos, sino por la familiar magia que sentía emanar del arma con el que estaba siendo amenazada.
Ante las palabras del dragón, inmediatamente soltó a la bruja y se disculpó con ella todo lo que pudo.
— Perdóneme, señorita Ochako. Fue un reflejo automático, no deseaba causar daño, discúlpeme. No sabía que usted había sido quien salvó mi vida.
Katsuki bufó casi indignado ante las disculpas del general. Por más que tratase a los demás con respeto, al igual que a él, le molestaba el hecho de que su actitud hacia él fuera la actitud de un súbdito a un rey y no de alguien agradecido por salvar su vida. No era el caso de que a él le molestara ser tratado como a un rey, pero esa actitud era fría y hasta hipócrita, una actitud con palabras automáticas que le dejaban un mal sabor de boca. Pero nunca lo diría en voz alta.
Luego de disculparse con su sanadora, Aiko volteó al joven que había salvado de su secuestro hace algunos días atrás. Ambos ojos verdes se encontraron, los de Izuku reflejaban nerviosismo y los de Aiko se mantenían impasibles. Ella dirigió su vista por una fracción de segundo a la gran espada que estaba reposada en su hombro, la espada estaba dividida con magia lo cual era visible a simple vista por el cristal anaranjado que cubría la parte que no tenía filo. Alzó una ceja y preguntó.
— ¿Por qué usted tiene la espada del Capitán General, Toshinori Yagi?
***
Bishajin: Valle prohibido, País de los Dragones. Reino de Bakugo Katsuki.
Arthinea: "Reino Rojo" Fue destruido bajo el mandato del antecesor de Enji Todoroki, los supervivientes o descendientes de esta tierra se encuentran de vez en cuando como esclavos.
Nyn.
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