•37•
El desayuno culminó con tranquilidad, con el monarca de Bishajin observando a Aiko en silencio y con ella escribiendo en total concentración, repasando y marcando puntos en un mapa hecho a mano alzada. Las criadas incluso estaban inmersas en los garabatos de Aiko sobre las hojas, sin entender en lo más mínimo su letra o los murmullos y el diálogo que estaba teniendo consigo misma, embelesada en su propia labor ignorando cualquier estímulo externo.
Katsuki analizó incluso su forma de escribir, los graciles movimiento de su muñeca hacían parecer que la pluma acariciaba el papel para plasmar las letras perfectamente entendibles con una clara caligrafía, pero no comprensibles para él. Trató de leer lo que estaba escribiendo, dándose cuenta de que aunque las letras eran similares al abecedario, el idioma que estaba utilizando ni siquiera era alguno que él conociese, sino que los caracteres de su escritura eran similares a los que su derruida espada poseía.
— ¿Es una lengua arcana?— cuestionó, golpeando con un dedo sobre la mesa en un intento de llamar su atención. Ella levantó la mirada un poco desorientada, clavando sus ojos en el rey.
La mirada de Katsuki se distrajo en sus labios rosados y en cómo los había estado mordiendo distraídamente en un intento de recordar cada mínimo detalle, sus labios estaban levemente húmedos y se veían suaves. Sintió como su corazón subió hasta su garganta, dejando de respirar en un intento de calmar sus palpitaciones.
— ¿Sucede algo, Su Majestad?— preguntó, volviendo un poco a tierra y percatandose finalmente de las miradas que estaban sobre ella.
El rostro del rey se veía rojo, con una ceja alzada y los labios apretados en una fina línea, se veía nervioso. Aiko intentó tomar su mano, en un inútil intento de preguntar que sucedía, pero como anticipando sus intenciones, él carraspeó aclarando su garganta y recobrando la postura.
— Lo que escribes, ¿es una lengua arcana?— volvió a preguntar, haciendo que Aiko volviese su mirada a sus garabatos para finalmente responder.
— Sí, Su Alteza, Touya-sama, insistía en que debía saber mi lengua natal. Es útil para escribir notas y guardar información, no es fácilmente descifrable— comentó, comenzando a reordenar los papeles sueltos sobre la mesa.
La mención de Touya provocó que Katsuki se resignase a profundizar de inmediato, se recargó sobre la mesa, apoyando su mejilla en una mano, demostrando su aburrimiento con sus perezosos movimientos. Seguramente tendría cosas que hacer además de estar allí, pero nada lo demasiado interesante como esa presencia.
— ¿Qué escribes?— los ojos de Katsuki brillaron con duda, mirando fijamente como sus manos se movían por sobre la mesa, arreglando papeles y doblando el mapa mundi que había improvisado en esa hora de silencio. Le sorprendía que en tan sólo en una hora hubiese escrito tantas hojas sin perder el hilo.
— Su Majestad ha estado muy curioso últimamente— bromeó, entre risillas. Tomó uno de los papeles que más tinta negra poseía encima y lo puso frente a Katsuki. La mirada de confusión de él fue suficiente para sacarle una sonrisa-. Es información delicada, relacionada a los cinco meses que estuve fuera del reino y en contacto con la Liga, también conocimientos pertenecientes al cargo de Primer General, además de información que recolecté en la última batalla.
Dio un suspiro, devolviendo la hoja a la pila de papeles que acumulaba frente a ella.
— Algunas cosas ya las sabes, aquella noche te mencioné algún que otro par de detalles que podrían serte de utilidad— continuó su discurso con su voz monótona de cabecera, pero Katsuki fue incapaz de seguir fielmente la conversación. Su rostro se coloró de rojo por la vergüenza de cómo sonaban esas palabras, y aún más por los rostros que las sirvientas habían hecho.
Inmediatamente notó cómo la servidumbre cruzó miradas entre ellos al oírla decir esas palabras, sonriendo por un nuevo chisme para esparcir y por la reacción suya, a los ojos de las sirvientas, una noche de pasión sería innegable siendo que el malhumorado Rey había reaccionado de esa forma, poniéndose rojo y avergonzado. En ese leve momento, las sirvientas cuchichearon en cómo seguramente Aiko le habría absorbido cada gota de vitalidad.
— Las notas son más como un recordatorio para mi, intento ordenar mis ideas para sugerir reorganización donde sea necesario— tomó un bocado de aire apartando un poco la atención de los papeles y centrándose en Katsuki—. Aunque Tenya Iida es muy capaz, es un buen líder y aprendió muchas cosas útiles siendo teniente, aún tengo algunas cosas que transmitirle.
— Lo tratas como si fuera un niño, no eres mucho mayor— recriminó, alzando una ceja. La bonita sonrisa de Aiko lo descolocó, sus hoyuelos asomando a los costados de sus mejillas y su flequillo cayendo con suavidad sobre sus ojos le dieron una imagen que le sacó el aliento, ella palmeó dos veces el dorso de su mano y Katsuki tuvo que contener su impulso de tomar esa mano y prolongar el contacto con su piel.
— Soy dos años mayor que toda tu generación, es mi deber como hermana mayor poder cuidar de ustedes— dijo, levantándose de su silla y dirigiéndose a la entrada, consciente de los ojos que la siguieron a cada mínimo movimiento que realizó.
No entendía realmente el porqué, Katsuki Bakugo parecía realmente interesado en todo lo que fuese a hacer, hasta en lo más mínimo. No podía ignorar los detalles que había tenido con ella, reconocía, recordaba y agradecía todo lo que había hecho, aunque no viese razón factible para él prestarle tanta atención.
Pidió a las criadas retirarse para hablar con más comodidad, los últimos detalles de su plan necesitaban ser consultados con el monarca y no iba a arriesgarse a alguna filtración. Su otrora personalidad ingenua le había valido el suficiente dolor para aprender de sus errores y dejar de pensar en voz alta, cuando las sirvientas dejaron la tienda, volvió sobre sus pasos, desplegando nuevamente el mapa consiguiendo la total atención de Katsuki.
Apuntó con su dedo la línea divisoria de ambos reinos, desde donde comenzaba en los frondosos y peligrosos bosques, pasando por la zona de montaña hasta donde terminaba dividida por un río ancho y turbulento que desembocaba al mar del sur. Luego, hundió el ombligo de la pluma en el tintero y remarcó los límites de los terrenos que poseía ahora La Resistencia.
— Sí estoy en lo correcto, Monoma ha perdido una notable cantidad de territorio, no entiendo a dónde quiere llegar— suspiró, volviendo a tomar asiento, volcando sus dudas en él mientras se mordía el labio-. Siento que estoy llegando a un punto muerto, si esto sigue así La Resistencia podría retomar el control sobre Musutafu en dos o tres meses.
— ¿Qué fue lo que te dijo cuando subiste a patearle el trasero?— preguntó, tratando de rememorar cuando Izuku y él le cubrieron las espaldas dejándola desquitar su ira en paz, aunque no se encontraba muy orgulloso de haberla dejado ir con esas heridas en su cuerpo.
— Es un arcano, como yo— susurró, aún con ese rompecabezas en la mente, tratando de unir las piezas—. Sabes, su familiar es un cambia formas, pensé que todos lo habían notado, su presencia mágica es pegajosa y me hizo sentir que se me pegaba en la piel.
Se quedó en silencio, reordenando lo que iba a decir y Katsuki mantuvo su boca cerrada, aguardando a que terminase de hablar antes de sacar cualquier conclusión. Era poca la información que poseía de los arcanos, algunos detalles menores como que necesitaban de un familiar para solventar su problema de magia era de la limitada información que sabía, estaba un poco confundido con lo que Aiko le decía, puesto que lo más cercano a un familiar que había visto en ella era su espada. Debería volver a su castillo a rebuscar entre los polvorientos rollos algo de utilidad si quería aprender más de esa raza perdida.
— No hay mucha diferencia entre un humano y un arcano, sólo que los arcanos poseen... Mana más puro, por así decirlo, y este mana esta constantemente aumentando...— continuó explicando, gesticulando con sus manos con una soltura que solo tendría con una persona cercana, como últimamente consideraba al rey—. Si no logras conseguir un familiar antes de que tu cuerpo implosione por la constante acumulación, entonces explotas.
— Entonces no tiene sentido que tengas un maldito sello, Ángel, hubiese sido más seguro para ti conseguirte un perro o un pájaro y no estar siendo internacionalmente perseguida por ese idiota—. Katsuki la regañó con severidad, su ceño antes relajado se había fruncido en enojo y molestia, la comisura de sus labios estaba levemente alzada para completar su mueca—. Deshazte de ese sello, busca alguna cosa que pueda adaptarse a ti, tus debilidades desaparecerían.
Aiko apartó la mirada, un poco apenada por el regaño, Katsuki Bakugo no perdía ninguna oportunidad para recordarle lo severo que podía llegar a ser.
— No es tan simple... Los arcanos obtienen su primer familiar a los doce años, pero como todo el mundo pensó que era una humana, no podía darme el lujo de andar de aquí para allá con un animal o alguna forma humanoide en el palacio real— suspiró, sufriendo y asumiendo las consecuencias de sus actos, recostandose en el respaldo de su asiento y dejando caer su cabeza hacia atrás—. La opción más segura para mí que se le ocurrió a Touya-sama, para que no me lincharan, fue sellar mi mana, la función del sello era filtrar todo el mana de mi cuerpo y almacenarlo, fue útil durante un tiempo pero claro no duró mucho.
— ¿Lincharte?— cuestionó, alzando su ceja pero sin dejar su ceño fruncido. A cada palabra sincera que salía de su boca, Katsuki podía reafirmar más y más su odio a los humanos de ese reino, tenía ya razones históricas para hacerlo.
— Sí, las anteriores generaciones de humanos odian a los arcanos, creen que sí Arthinea se hubiese puesto de rodillas ante Musutafu, todo sería mejor ahora— culminó, mirando a algún punto del techo, recordando los viejos manuscritos que había podido leer luego de aprender su lengua—. Claro, el pueblo no sabía que Arthinea era lo que mantenía a Bahamut sellado, el error de no dejar a casi ningún arcano vivo les valió esa horrenda guerra veintitrés años después.
— De haber sabido que era Arthinea que mantenía a Bahamut a raya, seguramente los hubiesen invadido igual— decretó Katsuki, uniendo las manos por sobre la mesa y recostados en su asiento, adoptando una postura más relajada pero aún sin perder de vista a su acompañante.
Aiko abrió la boca, en un intento de replicar, pero en su interior sabía que tenía la razón. Era casi un hecho comprobable que de no haber sido por el discurso de Monoma sacando la luz su verdadera procedencia, avivando el odio que la antigua guerra había causado en esos cuerpos mortales, ella no tendría que haber puesto tanto esfuerzo en huir. Un ser humano con magia habría sido menos amenazador que un arcano con su mana sellado.
El odio y la avaricia era lo que había corroído los cimientos de ese próspero reino.
— Los Todoroki sí sabían que la Familia Real de Arthinea era lo que mantenía a Bahamut, Su Majestad.
Soltó la información sin previo aviso, tomando una gran bocanada de aire antes de erguirse, apoyando sus palmas sobre la mesa y dando un profundo suspiro.
Había disfrutando como nunca esos dos días junto a él.
Era hora de contarle la verdad de todos esos meses. Rompería el pacto de silencio que había hecho con Enji Todoroki.
— ¿Q-Qué?
— Lo leí hace años cuando empecé mis estudios de mi etnia, las cartas entre el antiguo duque y el predecesor de Enji Todoroki estaban encriptadas, me llevó horas descifrar que el Duque estaba aterrado de Bahamut y que el Rey lo trataba de convencer que si mataban a la familia real, ellos serían los héroes del continente por matar a la catástrofe del siglo y el Duque tendría más material de comercio.
— ¿Cómo es que tuviste acceso a eso? Son cartas de la familia real, no deberías poder tenerlas— cuestionó con dureza levantándose de su silla, era algo alarmante que la Familia Real tuviera secretos tan oscuros, pero aún más alarmante que ella los supiera, su vida podía correr aún más peligro que el actual.
— Oh, disculpe, es verdad que usted no sabe esa parte de la historia.
— ¿Historia? ¿Hablas de historia de Musutafu?
— Sí y no, es un poco complejo de decir... Es más bien, mi historia— se quedó en silencio por algunos segundos, abriendo y cerrando la boca como si dudase en revelar la información.
Giró a Katsuki, buscando alguna expresión molesta, pero parecía más bien alterado. Él volvió a tomar su lugar, con las manos en dos puños sobre la mesa, dándole su tiempo para hablar.
Paseó la mirada por la habitación, un sudor frío comenzó a correr por su espalda y sintió su garganta secarse, en su lengua se situó un sabor amargo reemplazando el gusto de la tarta frutal. Dio una larga bocanada de aire, nunca había tenido que explicarle eso a nadie.
— Es que yo fui una...— la voz de Aiko paró en seco, su voz se corto por unos segundos, como si le costara decir la palabra—... Esclava.
Dijo finalmente, cerró sus ojos sin querer ver su reacción y continuó soltando la información como una cascada, las palabras salían de su boca tal y como ella las había vivido y aprendido.
— Quien mantenía activo el tráfico de criaturas era el antiguo Duque Giran, Kagero Okuta, cuando Enji Todoroki anunció a su heredero, desterró al Duque despojandolo de sus pertenecías y riquezas, entre ellas las cartas al rey, son información histórica confidencial, pero Touya-sama me permitió acceder a ellas, dijo que era de mi interés saber porque estuve confinada en el campo de esclavos personal del Duque Giran, pero que yo debía averiguar que decían por mi cuenta.
Inmediatamente Katsuki tomó su mano, conteniendola y alentando a que siguiese hablando, sin juzgar, sin algún comentario fuera de lugar, se limitó a mantenerle la mirada a la par que Aiko desviaba cada tanto sus ojos y trataba de esconder sus manos temblorosas.
— A resumidas cuentas, el Duque Giran solo colaboró con el anterior Rey para poder obtener control sobre el mercado de esclavos y... Satisfacer sus necesidades, monopolizando a los arcanos como objetos raros, ese fue el trato. Mataron a los ancianos y guerreros, vendieron a los niños, mujeres y hombres débiles.
Aiko tragó saliva, repentinamente sentía la garganta seca. Mordiéndose el labio, fijó su atención en la mano sobre la suya, el único punto de calor en su cuerpo ahora gélido por los recuerdos. Se deslizó lentamente lejos de esa calidez. Se sentía sucia recordando.
Apretó los labios, viendo la expresión confundida del monarca. No sabía cómo iba a reaccionar, pero sintió que debía decir la verdad, cualquiera fuesen las consecuencias.
— Oye, deja de hablar si te cuesta tanto, yo no necesito-
— Nací en un campo de esclavos.
Se quedó en silencio luego de interrumpirlo, sosteniendole la mirada aunque su voluntad pidiese apartarse. Nunca se había sentido tan tímida como en ese momento, todos en el palacio imperial sabían de su pasado, de su procedencia, hasta ahora. Se sintió avergonzada de su nacimiento por primera vez, sus manos temblaban y sólo deseó esconder su rostro, le dio terror la respuesta que tendría.
Katsuki Bakugo se quedó sin palabras como pocas veces en su vida había sucedido, su expresión no lo demostraba, pero por dentro deseó pasar a su forma secundaria y quemar hasta el último centímetro de Musutafu. El cuerpo entero de Aiko estaba temblando, las memorias nunca habían sido amables con ese cuerpo cansado, lo había visto en sus recuerdos y esa misma madrugada lo había visto en su espalda, los gritos de una niña pequeña sonaron en sus oídos y pudo imaginar como habrían lucido esas heridas al rojo vivo.
Un nudo de impotencia supuraba en su garganta, ardiendo dolorosamente. Él no podía hacer nada contra el pasado.
— ¿Y qué?
Fue lo único que salió espontáneamente de sus labios, sin siquiera medirlo y pensarlo. Aiko dio un respingo, levantándose de su silla. Estaba confundida, su cuerpo se había movido por si sólo siendo impulsado por una punzada de dolor en su corazón, le dio la espalda a Katsuki tratando de poner distancia para aclarar sus pensamientos.
Katsuki no perdió el tiempo, alarmado por su reacción, se levantó acortando a zancadas el espacio que había entre ellos, tomandola del brazo, tratando de no ser duro, tirando de ella para volver a encontrar esos orbes verdes más cerca de sí.
— ¿Crees que me importa de donde vengas, Aiko?
Su nombre pronunciado con lentitud la hizo titubear si irse o quedarse para seguir oyendo, estaba abrumada como nunca antes. Se sintió pequeña al lado del Rey, cuando él la tuvo completamente de frente, la tomó por los hombros para evitar que huyera nuevamente.
— Los humanos de mierda podrán sentir que tienen sangre azul corriendo por sus venas sólo por encarcelar inocentes pero siguen siendo pedazos de carne inútiles, no me pongas al nivel de esa escoria.
Perderse en los ojos del otro hizo que permanecieran en esa posición unos segundos, el rey sintió como si tuviese el corazón en la garganta, como si ese sentimiento estuviera empujando más palabras que querían salir de su boca pero que sabía no iban a hacerlo. Se rindió al finalmente reconocer lo que le sucedía.
Juntó su frente con la de Aiko, cerrando sus ojos y con sus cejas fruncidas, quedando a escasos centímetros. Sus manos subieron de sus hombros hasta su cuello y un sentimiento cálido se situó en su pecho, cortando su respiración y tomándose unos segundos para saborearlo.
Aiko miró preocupada a Katsuki, la cercanía la ponía un tanto nerviosa, pero no incómoda. Era diferente a los hombres con los que se había encontrado antes. Bruto pero delicado, atento pero rígido, suave y terso pero duro y afilado a la vez. No terminaba por comprender por completo su naturaleza, lo único que podía saber con certeza eran sus acciones y sus palabras sinceradas, las cuales se distinguían de su hablar normal.
Ella dirigió su mano sana a su rostro, que se encontraba tan cerca que era capaz de ver cada facción de su piel. Pestañas largas y rubias, piel bronceada con algunas hendiduras que alguna vez fueron heridas en distintas partes de su rostro; sus labios firmes que siempre estaban fruncidos en una mueca, dejaban ver un color rosa pálido que combinaba completamente a su piel.
Cuando sus párpados se abrieron, dieron paso a los ojos más hermosos que Aiko podría haber visto jamás. Lo había pensando en su primer encuentro, carmines cómo rubíes deslumbrantes, demostrando más brillo que cualquier gema que ella misma hubiese visto, pero esas gemas reflejaban un sentimiento que en sus años de Primer General nunca había visto en los ojos de un hombre.
— ¿Su Majestad? Lo siento mucho, no debí contar eso, es que cuando estoy con Su Majestad... Siento que puedo hablar cómodamente. Perdone mi descortesía.
Sin abatirse por su mecánica respuesta y sin emocionarse por el conocimiento de que se sentía segura estando con él, dio unos pasos ganando distancia, separando sus manos de su piel y dejándola a ella con su palma en el aire, dándole la espalda.
— De dónde vengas no tiene importancia para mí- apuntó a los papeles sobre la mesa, el mapa mundi que había hecho a mano alzada prácticamente de memoria y la sinuosa y estresante lista con todas las casas nobles del imperio-. Nacer con una cuchara de oro no implica que sepas hacer eso, Aiko. Trabajo duro es lo que te llevó hasta el ahora, tus raíces no desprestigian tus logros.
Su voz ronca como si ese tacto lo hubiese dejado agotado impulso a Aiko a tratar de acercarse, mas el monarca volvió a tomar su asiento. Su rostro estaba rojo, pero era difícil distinguir si era por el calor de la tienda o algún otro factor debido a la mano que lo cubría.
— Termina con lo que empezaste, Aiko.
Sin terminar de comprender las acciones del rey o sin entender las suyas propias, volvió a tomar su lugar al lado suyo, re ordenando el mapa y aclarandose la garganta.
— Entonces... Crecí en el campo de esclavos particular del Duque Giran, hasta los diez años, que fue cuando Touya Todoroki, el anterior príncipe heredero, interceptó al Duque con órdenes del rey y sus caballeros, dándole final a todo— trató de hablar lo más claro que podía, pero era difícil, como nunca antes, su voz temblaba a merced de la memoria—. Pero Enji no lo ejecutó, lo exilió.
— Un imbecil de pies a cabeza. El perro que muerde una vez, va a volver a hacerlo— acotó, criticando a regañadientes—. Enji Todoroki suena como un total ingenuo.
Aiko no contradijo sus palabras, las críticas del monarca tenían sus razones, incluso ella había críticado en su interior al rey cuando tomó aquella absurda decisión.
— Cómo no fue ejecutado, Kagero Okuta volvió a hacerse un nombre entre los mercenarios y se abrió paso en el mundo del tráfico de seres mágicos.
Fue testigo de cómo la expresión de Katsuki se torció más y más hasta una aterradora mueca de enojo, escondió sus manos a sus espaldas en puños, para ocultarle como su mala costumbre de descontrolar un poco su magia cuando perdía su genio hacía acto de presencia.
— Lo siento...— ella se disculpó, aumentando más el enojo interno de Katsuki—. Al mandarme a esa misión con la que accidentalmente terminé en Bishajin, Enji Todoroki quería que buscase al Duque Giran ya que era un campamento de contrabando y los informes decían que él aparecería tarde o temprano.
Asintió, haciéndole saber que estaba siguiendo cada palabra que salía de sus labios, respirando hondo para que su ataque de ira no irrumpiera en el hablar de la fémina.
La expresión de Aiko se ensombreció, dejando de lado sus memorias por unos segundos, retomando su rol de soldado y mirando tan fijamente a los ojos a Katsuki que lo dejó helado de curiosidad.
— No era en verdad una misión de reconocimiento de traidores, era una misión para asesinar a Kagero Okuta finalmente— confesó, con un tono gélido.
Su misión había sido matar a alguien y ese alguien no era nada más y nada menos que la fuente de todo el dolor de su niñez. Enji Todoroki sabía cómo el Duque Giran había marcado profundamente su piel y cómo Aiko Himura era conocida por evitar matar tanto como pudiese, seguía teniendo debilidades para ser un Primer General de ese imperio y esas debilidades la habían llevado hasta ese día.
— ¿Qué hay de malo en enviarte a asesinar a un traidor?
— Eso no es todo, Katsuki— la mención de su nombre de pila llamó su atención, sentándose adecuadamente y dejando de lado su postura relajada—. Habían sospechas de que el principal comprador de Eijiro-kun iba a ser Kagero Okuta y fui capaz de confirmarlo cuando me infiltre, seguramente sepas como opera la Liga luego del incidente de tu reino con la trata de seres mágicos.
Afirmó sus palabras, Eijiro Kirishima había descubierto que era mucho más que un simple grupo de bandidos, había alguien poderoso detrás de los hilos y tenía entendido que incluso algunos de sus ciudadanos iban a tener el destino de ser utilizados para la creación de criaturas parecidas a quimeras, las cuales la Liga solía utilizar para tomar reinos o saquear pueblos. Era un grupo peligroso, Kirishima había hecho un buen trabajo trayendole la información junto a la noticia de la ejecución de Aiko.
— Sí mi misión de matar a Giran fallaba y volvían a capturar a Eijiro, yo debería matar al Dragon Carmín para impedir la experimentación y evitar que Giran obtuviera un Bahamut con el cual poder tomar venganza de Musutafu.
Katsuki se mantuvo en silencio y Aiko apretó sus puños sobre la mesa. Fue difícil de decir, incluso ella se había mantenido reacia a un inicio en su orden de matar a ese hermoso dragón que en algún punto ella misma había liberado, podía aceptar el reto mental de buscar la oportunidad de matar a Giran, pero nunca habría podido con Eijiro.
Katsuki sintió como su boca se secaba, un pitido ensordecedor se situó en sus oídos, la complejidad de la declaración lo había dejado atónito, sin saber cómo sentirse ni como identificar el dolor que lo inundó al respirar.
— Entonces, ¿por qué libéraste a mi gente? ¿Querías entrar al reino para matar a Kirishima?— habló brusco Katsuki, herido, levantándose agresivo y dejando caer su silla.
— ¡No! ¡Nunca habría hecho eso!
Rodeó el borde de la mesa hasta terminar a un lado de ella, encerrandola entre el respaldo de la silla y él. Katsuki lucía afligido, sus facciones no estaban en su anterior muesca de enojo u odio.
Habló con un tono de voz tan bajo que sonaba como si su voz estuviera temblando, buscando una buena razón para creer, diciendo cada palabra con rigidez y excesivamente cerca de su interrogada.
— Ángel... No, Aiko Himura, Dama de Guerra, Primer General, El perro fiel de Todoroki, ¿pretendías clavarme un puñal en la espalda?
Aiko sintió su sangre helarse, volvían al inicio pero de una forma extraña. Había predicho su enojo, pero no que él le hablara de esa forma, casi suplicando una excusa o explicación lo suficientemente convincentes para detener cualquier cosa que fuese a hacer. Desde su primer enfrentamiento supo que no había cosa que Katsuki detestara más que las mentiras y ella le había ocultado la verdad todo ese tiempo.
— No, Katsuki— respondió, firme en sus palabras, no dejándose caer por la pesadumbre en su pecho que le decía que ya no habrían más bailes ni risas al rededor de una fogata—. Aunque Enji Todoroki hubiera ordenado matar a Eijiro, busqué cualquier otra solución posible para que eso no sucediera, maté exploradores, liberé a los seres mágicos e incluso a Izuku Midoriya para impedir que un trueque fuese posible entre la Liga y usted, Su Majestad.
— Tú...
— No me enorgullece decir que tomé las vidas humanas necesarias para proteger a los inocente, incluso estuve dispuesta a entregar la mía propia.
Aún lucía desconcertado en su lucha de miradas, la rubí resistiendose a creer sus explicaciones y los ojos verdes llenos de honestidad como nunca antes. El rey trató de buscar el mínimo fallo en sus declaraciones, pero dio el brazo a torcer al final.
— Sí, es algo que harías— farfulló, hastiado de que el regaño se hubiese dado vuelta.
— Todos volvieron a casa, ¿no?
No respondió. Trató de ser comprensivo, ella era un general que le había debido demasiado a Enji Todoroki, tuvo que acatar sus órdenes de una forma u otra, a pesar de todo su mejor amigo seguía vivo junto con los secuestrados de su pueblo e Izuku Midoriya no había caído como pieza en un trueque gracias a Aiko.
Dio dos pasos atrás, chocando de espaldas con la mesa y apoyo sus palmas. Cerró los ojos un momento, dandose un tiempo a respirar para aclarar la bruma de su mente, había sido demasiadas emociones y mucha información en un período muy reducido de tiempo. Aún le dolía el haber pensado que ella podría haber traicionado su confianza, se dio cuenta que en algún momento había confiado en sus palabras con los ojos cerrados y eso no era bueno.
— ¿Hay algo más que debas decirme respecto a tu vida como Primer General?
Aiko pensó sus palabras cuidadosamente, además de su pasado como esclava, sus orígenes, su historia con los Todoroki y la información que podía poseer por su experiencia como General y sobre los arcanos, no sabía que más comentarle por fuera del tema.
— No, sacando el tema de mi misión y pasado, considero que he sido trasparente con usted, ¿hay algo por lo que Su Majestad le gustaría saber?
No le gustaba normalmente que le respondieran de vuelta a su pregunta con otra, pero si tenía curiosidad sobre varias cosas y no sólo relacionado a su anterior puesto. Paseó la vista por sus facciones, Aiko esperaba una respuesta y sus ojos traicioneros volvieron a las trenzas que llevaba con magnificencia.
El significado de las trenzas se le metió por debajo de la piel, su lengua deseaba preguntar por la existencia de algún hombre aparte de sus amados amigos, Denki y Hanta ni siquiera se podían considerar una amenaza para él.
— ¿Qué piensas conseguir con tu inutilizable espada en esta guerra, Ángel?
Ella bajó la cabeza, apoyando su mano en su mentón, buscando entre sus pensamientos la respuesta.
— Creo que mi respuesta tendrá que esperar, me gustaría evaluar la situación de La Resistencia y Musutafu antes de poder decir algo— murmuró, levantando la mirada—. También me gustaría consultar a Mei Hatsume sobre mi situación, si dice que debo dejar mi espada y conseguir un familiar... Deberé empezar a buscar uno.
El silencio no fue incómodo esta vez, las aguas se habían calmado con los minutos y cada uno estaba metido en sus propias cabezas, con pensamientos completamente distintos.
Cuando Katsuki estuvo a punto de hablar, queriendo volver a un tema anterior, un soldado con armadura y con una tardía presentación, ingresó a la tienda hallando la extraña imagen de Aiko sentada en su silla y Katsuki arriba de la mesa frente a ella.
— Ehm... Lamento la interrupción. La Asamblea de Guerra de llevará a cabo en treinta minutos, favor de acudir al llamado de Shoto Todoroki, el Príncipe Heredero de Musutafu.
El soldado huyó de la tienda, siendo la cuarta persona en el día. No querría volver a encontrarse con los amenazadores ojos del Rey Dragón que sólo quería más tiempo a solas con esa mujer.
***
Buenas noches, ¿cómo están? Espero que bien, el manga fue bastante duro.
Espero hayan disfrutado del capítulo, fue bastante largo, un acercamiento a pronfundizar más en este OC que es Aiko y su trasfondo con los Todoroki.
Muchísimas gracias por leer de verdad, perdón por la demora.
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