•33•
El tiempo transcurrió con lentitud para él, en lo que leía algunos libros que alguien había dejado en la tienda de Aiko para ella, se aburrió con rapidez.
Le pareció gracioso que dejasen libros con títulos tan obsoletos como "El arte de la guerra" a alguien que había pisado más campos de batallas que algunos veteranos de guerra.
Le echó un vistazo, seguía durmiendo cómodamente sin moverse siquiera un centímetro, las colchas seguían envueltas hasta su cuello y estaba completamente relajada, no tenía la guardia alta, y eso era bueno. Ojeó luego la hoguera y echó un par de leños más, a medida entraba la noche las temperaturas seguían bajando.
Sintió un poco de envidia de la exgeneral de estar durmiendo tan pacíficamente, él no podía recordar la última vez que había logrado dormir con tranquilidad o sin ser acechado por el molesto insomnio.
Tomó un nuevo libro, con un título que lucía igual de inútil que el anterior, puesto que no veía como podría funcionarle a Aiko Himura un libro con un título como "Maná y Magia curativa", siendo que apenas si tenía mana en ella. No teniendo otro título disponible además de ese y rehusado a ser comido por el ocio, comenzó a leer, él tampoco podía presumir de saber usar ese tipo de capacidad y sabiendo que Aiko estaba muy herida en ese momento, sería útil para el futuro.
Las explicaciones fáciles como para alguien que apenas si tenía idea de que era la magia fueron fácilmente aplicables para Katsuki, quien luego de unas doscientos ochenta páginas ya sabía la teoría básica. Miró a la que podría ser su conejillo de indias, sacando de su cabeza la idea un poco después.
Esperaría a encontrarse con algún idiota como Kirishima o Denki, por si existía algún efecto secundario.
...
El calor envolviendo cómodamente cada rincón de su cuerpo con el leve sonido de otra respiración acompasada le trajeron recuerdos de hace algún tiempo, en alguna cueva de alguna de las montañas pertenecientes al reino vecino. No recordaba dormir tan bien desde que había abandonado el palacio para cumplir con su misión, la cama era extremadamente cómoda y la sensación de seguridad de esa tienda de lona había ofrecido en su grato sueño era casi irreal, ninguna pesadilla había aquejado su descanso por primera vez en mucho tiempo, el solo haber dormido era lo más placentero que había sentido en meses.
Sus heridas aún dolían, apenas había recibido algo de un tratamiento con mana muy a su pesar, había huido de los curadores para que evitasen usar mana en ella y que fuesen por los más graves, pero Denki y Hanta habían desarrollado una sobreprotección que le impidió huir por mucho tiempo.
Tapada aún hasta el cuello, dio una media vuelta en su cama, su cabello ya estaba seco por lo que supuso que no habrían sido solo algunas horas de sueño lo que había tenido. Antes de encontrar cualquier otra cosa, sus ojos se hallaron con una espalda ancha cubierta por una camisa demasiado fina para ese tipo de clima y un cabello rubio desordenado, recostado a un lado suyo en la extensa cama, pero sin cubrirse con las colchas.
Sus alarmas se habrían disparado y generaría un conflicto con un único resultado de violencia si tan solo no hubiera reconocido quien era. Katsuki no temblaba, dormía plácidamente en un rincón de la cama, apenas recostado y muy lejos de poder llegar a tocarla, con sus brazos cruzados y durmiendo sobre su costado derecho, con un libro a medio leer a un lado de su cabeza. Casi parecía que se iría a caer en cualquier segundo, pero su equilibrio e inmovilidad eran de admirar.
Aiko rió, nunca podría haber imaginado una escena así, hallar al Rey de Bishajin durmiendo en su cama limitándose a estar casi al borde sin siquiera cubrirse del frío mientras que ella ocupaba una gran porción de cama con generosas colchas por encima.
No lo despertó, sabía muy bien que el instinto de supervivencia de un Dragón y sobre todo de alguien como Katsuki era temible y el que no se hubiese despertado cuando ella se sentó solo podía significar que él también estaba agotado.
No le pediría explicaciones sobre porqué estaba en su tienda, imaginó que habría una muy justificada razón para estar allí durmiendo siendo que él de seguro tendría un lugar con muchísimas más comodidades. Tiró suavemente de las colchas debajo de él y con aún más delicadeza, consiguió meter su cuerpo debajo de algunas mantas, cubriéndolo del frío.
— Buenas noches, Su Majestad.
Apenas susurró, se levantó de su cama hallando su propia casi desnudez bajo las sábanas, no recordaba haberse vestido luego de darse un baño y vendar sus heridas, por lo que rápidamente se levantó, caminando unos pasos hasta un baúl que contenía ropa adecuada para ella. Fue una bendición hallar pantalones y botas de su talla, se los puso pero fue difícil hallar alguna camisa que completase su atuendo.
Con el abdomen aún sin cubrir, no había oído el leve sonido de Katsuki despertando.
En su somnolencia, volteó buscando mayor comodidad y quedando su mirada en la espalda de la mujer al otro lado de la cama, sus largas piernas enfundadas en unos convenientes pantalones que remarcaban a la perfección cada mínimo tramo y su cabello, que tantas veces había atraído sus ojos a él, suelto como finas cintas. Pero a pesar de la vista, notó las largas cicatrices que eran más gruesas entre sus omóplatos mas que ya tendrían unos cuantos años con ella. Los músculos de su espalda lo hicieron tragar grueso, al igual que sus brazos, no podía negar que el cuerpo de Aiko había sido esculpido con magnificencia y trabajo duro, hasta llegar al físico adecuado para ser un Primer General.
Pero por más que estuviera encantado con esas curvas, sus ojos no podían despegarse de las cicatrices. Los recuerdos lo atacaron sin clemencia y frunció el ceño al rememorar que él había revivido un recuerdo en ella que nunca podría borrarse de su mente. Apenas se conocían, justo después de hallar al Príncipe Heredero y los queridos amigos de Aiko en esa cueva y de que le dijeran de que sólo quería ganarse su favor.
Se mordió la lengua, ella había perdonado cada palabra suya, cada acción e incluso lo había justificado, pero él mismo nunca se podría perdonar. Rememoró entonces, cuando la encadenó con grilletes para poder ver sus recuerdos, para saber con desesperación si era tan culpable como le habían hecho creer y recordó, muy a su pesar, como esos recuerdos que la libraban de toda culpa, se convertían en una oscura memoria.
Seguramente nunca olvidaría el sonido que desprendían esos recuerdos, la carne siendo desgarrada con violencia y los gritos y llantos por piedad de una pequeña niña que nunca tendría que haber pasado por eso.
No se movió un ápice, ¿alguna vez se había disculpado por eso? No creía que ella fuera a recriminarle nunca, aunque Ochako Uraraka había sido insistente en meterle la mano en la yaga a cada ocasión anterior a la guerra en la que se habían encontrado; Aiko podría no guardarle rencor, pero la brujita no se lo dejaría olvidar tan fácil.
Observó cada movimiento que hizo, las vendas estaban puestas algo apretadas pero era suficiente para que no se movieran de su lugar. Era raro pensar que algo tan pequeño a comparación suya fuera un demonio en el campo de batalla, ahora podía entender esos apodos por los que había oído al pueblo de Musutafu llamarla.
En un momento ella detuvo lo que estaba haciendo, parando de revisar el interior del baúl buscando quien sabe qué y volteó. Inmediatamente Katsuki cerró sus ojos, fingiendo estar dormido para no ser atrapado mirándola y para no ver algo indebido, oyó los pasos de ella acercándose a la cama que habían compartido, comenzando su corazón a latir un poco más rápido.
Aiko volteó cuando sintió un ruido fuera de la tienda, era un lugar apartado por lo que no debería haber gente morando por los alrededores, menos le gustaría tener moradores nocturnos mientras cuidaba a Katsuki en su sueño.
Se puso la primer camisa que encontró, seguido de un pesado chaleco de lana. Encontró al rey aún durmiendo, él se había removido en la cama, destapandose en el camino.
Se acercó, sentándose en donde antes ella había estado descansando y arropandolo, subiendo las mantas hasta su pecho. No pudo evitar quedarse mirando su rostro, su semblante estaba relajado al igual que su ceño, lucía completamente tranquilo.
Casi inconscientemente, sus dedos se dirigieron a su rostro, acariciando una de sus mejillas. Sus yemas hallaron una piel suave, apenas añadiendo un poco de aspereza por una barba de un día. Sonrió cuando se percató de que Katsuki no estaba alerta con ella, su respiración seguía siendo igual de calma y no se había levantado agitado luego de su toque.
Buscó la mano de él fuera de la manta, a un lado de su rostro y la tomó. Era evidente la diferencia entre su gran mano y la suya, aunque ambos estaban llenos de callos producto de arduos entrenamientos, ahora ella tenía sumadas unas leves cicatrices de quemaduras, acarició su palma y acercó sus nudillos a sus labios, plantando un gentil beso, justo como él había hecho antes de que se fuese.
— Descanse muy bien, Su Majestad. Dulces sueños.
Puso ambas manos de él debajo del edredón, su piel estaba algo fría y no era para menos, las temperaturas invernales estabas en números demasiado bajos y él apenas llevaba una fina camisa.
Se acercó al borde de la cama, pero antes de ponerse de pie llamó su atención la capa color carmín que cubría sólo su lado de la cama, colocada delicadamente. De inmediato volvió nuevamente a Katsuki, hallando unos orbes carmines que la observaban calmos, esperando su próximo movimiento para ser testigo de eso también.
— Lo siento, ¿lo desperté? No era mi intención— sus disculpas salieron como un murmuro, hablando bajito pues él apenas se despertaba y no quería aturdirlo con su voz.
— Habla fuerte y claro. No hay nadie más que nosotros a cincuenta metros a la redonda— su voz estaba ronca y rasposa por recién despertar, aunque se notaba la molestia en sus palabras. Ella no entendió que podría haber hecho para provocar su molestia esa vez, supuso que haberlo despertado había sido su error.
— Oh, claro. No pretendía perturbar su sueño, yo-
Sus palabras fueron cortadas, la mano izquierda de Katsuki se extendió hasta tomar la suya. Miró con exasperación su palma, deteniendo sus ojos por más tiempo del esperado en inspeccionar su piel. Tiró de ella, sentandola en la cama y él irguiendose, quedando también sentado.
— Dame tu otra mano— demandó, ya con la voz un poco más baja y Aiko sin problema extendió su mano izquierda para él.
La cicatrización había sido exitosa gracias a la magia que habían puesto en ella, para un espadachín lo más importante eran sus brazos y manos, por lo que los curadores se habían esforzado más en sus manos que en cualquier otra parte de su cuerpo. Las cicatrices a penas no eran de tercer grado, se notaba una extensa mancha roja que por poco hasta la había dejado sin huellas dactilares.
— Lo que hiciste fue muy estúpido, siempre parece que estás al borde de la muerte, nunca dejas de arriesgar tu culo y eso... — “Y eso me molesta tanto” no pudo terminar su regaño, su propio filtro hizo que mordiera su lengua en un intento de detener su despilfarro de palabras.
— Es natural, soy un soldado, si con mi muerte existe la posibilidad de que mi bando gane, entonces no tengo más opción que entregar mi vida— las palabras de Aiko sonaron frías, sin piedad, aunque tenía razón, alguien con tal responsabilidad sobre sus hombros como ella tenía una esperanza de vida menor a cualquier otro soldado.
— ¿Qué tonterías dices? Dejaste de ser un Primer General hace meses— bufó Katsuki, casi entredientes, mientras acariciaba con las yemas de sus dedos el interior de su mano, repasando casi distraídamente las quemaduras.
La risa ahogada entre los labios de Aiko hizo que levantase la mirada. Ella contenía la risa con una apretada sonrisa de labios cerrados.
— No importa si ya no soy un general, proteger al débil es algo que hace el fuerte y da la casualidad de que soy muy fuerte— bromeó, con un sentido del humor blanco que había aprendido de Kirishima y Kaminari y sonriendo un poco para Katsuki.
El monarca no pudo evitar quedar embobado por algunos segundos, ella soltó unas risitas bajas y él sólo pudo observarla entrecerrar sus ojos a la vez que reía, viendo los pequeños pliegues en sus mejillas causados por su sonrisa.
— No mueras.
Las palabras salieron fuertes y claras de él, apretando levemente las manos entre las suyas y frunciendo el ceño. El rostro de Aiko cambió su expresión a una sonrisa leve con sus cejas curvadas, melancólica, pues sabía que esa era una promesa que nunca podría hacer.
— Soy un soldado, eso no cambiará. Estamos viviendo una guerra, lucharé con mi sangre, sudor y lágrimas de ser necesario con tal de quitar a Monoma del trono y hacer que Su Majestad siga teniendo un pacifico y hermoso reino— murmuró, casi como si le estuviera confiando un secreto—. Realmente deseo que Katsuki pueda seguir viviendo pacíficamente con su pueblo.
Katsuki tuvo que morderse el labio para detener sus impulsos, no era un partidario del contacto físico pero en ese momento las ganas de tenerla entre sus brazos eran altas. No quería que ella diera su vida, tampoco deseaba que se condenara al destino de un soldado, pero nada parecía cambiar su inflexible pensamiento.
— No puedes morir.
El unico pensamiento coherente en su mente fue lo que salió de sus labios, con un tono de voz suave y aterciopelado, apretando con delicadeza las manos entre las suyas.
Ella deseaba con fervor que Katsuki pudiera seguir viviendo en paz con su pueblo y lo único que deseaba él era que Aiko no muriera en vano.
Se generó un silencio, pero no uno incómodo, los minutos transcurrían y tanto como Katsuki no dejaba ir las manos de Aiko, ella tampoco ponía distancia entre ambos.
Los pensamientos comenzaron a invadirlo mientras sus ojos se perdían en las marcas de sus manos, el olor a carne quemada en el campo de batalla le había revuelto el estómago y cerrado cualquier índice de apetito en él.
— Su Majestad, ¿lo hice preocupar? Las quemaduras ya no duelen en lo absoluto, no debe darle importancia— preguntó, inocente y en un tono susurrante, sabía del orgullo de Katsuki y tal vez a él no le gustase que insinuase tales cosas que pudieran ser oídas.
Katsuki abrió sus ojos en una expresión de desconcierto. ¿Había estado preocupado por las quemaduras? Repasó los últimos hechos, más que preocupación casi había caído en un vórtice de furia e ira incontenibles, perdiendo totalmente su genio. Era propio de él su mal humor dada a su poca paciencia, pero no era normal que sintiera como si tan solo un vistazo al final de la exgeneral se hubiese sentido como si le clavasen una daga en el pecho.
Era peligroso seguir cerca de esa presencia que se encontraba justo cara a cara con él, ponía constantemente su vida como moneda de cambio y si Katsuki continuaba así, perdería los estribos totalmente, ni siquiera podía prometer que sólo sería Monoma quien sintiera su furia, probablemente acabaría con el reino entero.
Volvió a enfocarse en las palmas de sus manos, la piel de la izquierda estaba notablemente más dañada, seguramente porque había aguantado por más tiempo la espada con ella. En un parpadeo, dirigió su mano más cerca de su rostro y besó suavemente su piel marcada, cerrando sus ojos y disfrutando el contacto de su piel con la suya, era totalmente inexplicable para él esa sensación cuando Aiko lo tocaba.
— S-Su Majestad, ¿que hace? Alguien podría mal interpretar sus acciones— se apresuró a hablar Aiko, aún entre susurro, tartamudeando un poco, pero sin tomar distancia.
Katsuki Bakugo levantó la mirada hasta ella aún con sus labios sobre su piel, con sus orbes rubíes brillantes, intensos, temiendo a sus propios pensamientos que lo incitaban a no solo conformarse con la palma de su mano. El rostro levemente sonrosado de Aiko y sus verdes iris reflejando los suyos era más de lo que podría aguantar esa noche.
Tomó distancia lentamente y en una suave caricia, finalmente se separó.
Se levantó de la cama, caminando hasta el asiento que había ocupado hacía algunas horas cuando el sueño no lo estaba comiendo. Tomó la espada, dejándola sobre la cama para ella.
— Ese sello será inútil dentro de poco, el poder de fuego de ese mercenario es superior incluso al de Enji Todoroki— apuntó, cambiando rápidamente el tema para no sobre pensar lo que había hecho—. Deberías de... Maldición.
Cortó él mismo lo que iba a decir cuando se percató de que Aiko se había quedado mirando donde él había besado, la sangre subió al rostro de Katsuki, estaba tan avergonzado de su impulso, pero no había pensado en que Aiko reaccionaría así cuando había hecho lo mismo mientras pensaba que estaba durmiendo.
Le dio la espalda, demasiado rojo como para estar dándole la cara.
Aiko continuó mirando su mano izquierda, justo donde había besado Katsuki, la cicatriz roja que tardaría un tiempo en desvanecerse comenzaba a desaparecer poco a poco, dejando sólo una sensación de calidez a lo largo de su piel.
— Su Majestad es como un Ángel Guardián, hermoso y sanador— dijo, con una risa de asombro, sin creer lo que acababa de suceder. Nunca habría sospechado del talento del monarca con la sanación.
— ¡T-Tú! Deja de decir tonterías de una vez y ponte un abrigo— salió como un rayo, tomando su capa y buscando el frío del exterior para calmar a su corazón.
Realmente esa presencia lo llevaría a la locura.
***
👁️👁️
Buenas, ¿les gustó el capítulo?
Gracias por leer!!
-nya
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