•31•
— Terminaré con esta absurda guerra de una vez por todas.
...
Alzaba su espada firmemente, tomándola con ambas manos y sin dejar brechas ni aberturas a su cuerpo, las flechas que antes habían perforado su piel ahora estaban en el suelo, dejando profundas heridas que no coagulaban. La mirada en Aiko era feroz, severa, dirigida únicamente a una persona: Neito Monoma.
La situación se estaba volviendo un poco complicada en el campo de batalla para Musutafu, la exgeneral se había desecho de la ventaja del bando enemigo y en esos precisos momentos Izuku Midoriya y el soberano de Bishajin arrasaban con fuerza y magia a los humanos que pretendían vencerlos. Deku ya había comenzado a utilizar sus múltiples capacidades y Katsuki casi volaba por el campo de batalla deshaciendose de sus enemigos.
Neito dio dos pasos atrás a la vez que Aiko avanzaba dos más, alzando sus manos como una credula señal de rendición pero no obteniendo piedad de la mujer. Estaba en un aprieto un poco serio, no contaba con tener que luchar él mismo con ella, pero era dulce tenerla en frente.
En los pocos años que llevaba en el ejército, jamás había sido testigo de un espectáculo tan asombroso como la furia que mostraba el rostro de esa mujer, sus facciones que nunca habían siquiera sido marcadas por expresiones faciales ahora se encontraban profundamente fruncidas, gracias a él.
— ¿Vas a matarme o me mostrarás clemencia, nuevamente?— el tono burlón no pudo pasar desapercibido, pero no generó ni un solo cambio en la estructura de la general—. Haz de estarte preguntando cómo es que llegue a este punto.
— Me importa una mierda tu biografía, Neito Monoma— replicó sin titubear, lo único que la estaba deteniendo de separar su cabeza de su cuerpo era que necesitaba saber como era que había persuadido al Rey.
Por su parte, Neito no pudo evitar soltar una carcajada, sus palabras no parecían suyas realmente, aunque él no conocía personalmente a Katsuki Bakugo y sólo lo había oído hablar en medio de esa guerra, podía asegurar de que Aiko había hablado exactamente igual a él.
— ¿Qué es lo que quieres saber? Dilo de una vez, me estresa la lentitud.
— ¿Cómo hiciste para llegar a Su Majestad?
El honorífico hizo que alzara una ceja en cuestionamiento, si que era sorprendente de aún guardara algo de respeto o confianza por Enji Todoroki cuando ni siquiera sus hijos lo habían hecho.
— Para hablar de eso... ¡Tendría que contarte de mi magnífica habilidad! Veras, querida Exprimer General, cuando yo era niño-
— Eres un arcano. Tu familiar es un cambiaformas, se nota en tu molesta y pegajosa aura que es igual a esas criaturas. ¿Te hiciste pasar por Su alteza El Príncipe Heredero para persuadir a Su Majestad de romper tratados con Bishajin?— soltó toda la información que había reunido de todos sus encuentros, dejando un poco mareado a su contrincante.
Monoma solo atinó a dar una risilla.
— Eres rápida para los análisis, Aiko-dono. No poseo la habilidad de adaptar mi forma física, sino que es mi naturaleza mágica la que copio de las personas. Aunque es bastante triste, si continuo constantemente copiando la naturaleza mágica de alguien, esta persona termina muy enferma en cama... Es una pena por Shinso Hitoshi, otro gran prodigio de estos años y lo que lo derribó fue un arcano huérfano— se carcajeo como si fuese el mejor chiste del mundo lo que acababa de decir, sabiendo que la mujer frente a sí habría cambiado su expresión para ese punto. Había planeado el acercarse secretamente a Hitoshi sin que la barrera impenetrable de Shouta Aizawa lo notara, todo hubiese sido más simple si él se hubiera unido a su rebelión pero desgraciadamente se vio en el destino de tener que copiar su poder.
La exgeneral no cambió su expresión demasiado, simplemente la comisura de sus labios estaba levemente torcida, en una sonrisa casi imperceptible.
— Reza porque Aizawa nunca se entere que tocaste a su niño, desenterrara tu cuerpo para volverte a asesinar.
Sin darle tiempo a pensar, realizó una primera estocada con su arma que a duras penas su enemigo consiguió esquivar, la determinación de la fémina en cada movimiento de su espada dejaba ver a simple vista que si Takeshi llegaba a entrar en contacto con él, perdería alguna extremidad.
La agilidad natural de su cuerpo era lo que le estaba salvando el pellejo, vio una inminente herida en cuanto sus pies trastabillaron con unas rocas en el suelo, la exgeneral no tardó en atacar.
— Lo siento, Aiko-dono, pero creo que tienes cosas más importantes que lidiar conmigo— dijo luego de recibir un profundo corte en su brazo derecho y logrando recomponer su postura. Frente a los ojos de la exgeneral, su enemigo se volvió una especie de lodo y se escurrió entre la tierra. Furiosa, Aiko dividió la tierra en dos, tratando de cortar ese lodo que ahora era el cuerpo de Monoma.
— ¡Vuelve! ¡Cobarde! ¡No huyas! ¡¡Cobarde!!
Con su cuerpo siendo inundando por la adrenalina y la ira, buscó con rabia por todos lado, viendo por donde era que trataba de huir su contrincante. Lo halló a unos cincuenta metros de distancia de su posición actual, entre los soldados que batallaban sonriendole, claramente buscando colmar su paciencia. Sin tener cuidado de sus heridas, saltó desde la plataforma hasta tierra, tratando de no herir sus rodillas en la caída.
Comenzó a abrirse paso entre los soldados y a medida avanzaba, él estaba más y más lejos, haciéndole hervir la sangre. Era una obviedad a sus ojos que Neito estaba haciendo uso de su habilidad, desconocía cuántas naturalezas mágicas podía guardar o por cuanto tiempo, pero al parecer ese as bajo la manga no pretendía usar para huir de ella.
Su cabeza estaba un poco confusa, la rabia quemaba en su garganta y su mandíbula dolía más que sus heridas, inconscientemente había estado apretando los dientes en toda su pelea.
En la mente de Aiko solo entraba una cosa en ese momento: venganza.
Como ese atrevía a con su sucia boca siquiera vocalizar los nombres de sus amados amigos e insultarlos frente a ella. Que sabía él de ellos dos, nunca había conocido la sonrisa de Denki mientras contaba chistes para hacerla reír o la mofa de Sero riéndose de Denki. No tenía ni idea, porque nunca experimentaría ver una sonrisa de despedida de lo único que le quedaba de esperanza.
Esas peligrosas emociones quemaban en su pecho y un pensamiento y hasta deseo recurrente en ese momento susurraba en su cabeza con insistencia que debía atravesar corazón de Neito Monoma para limpiar el honor de sus difuntos.
Unas llamas azules se atravesaron en su camino hacia su venganza, iluminando su oscurecida mirada, su enojo calmó un poco al darse cuenta a quien pertenecía esa magia y la turbia presencia a su lado.
— Nos vemos de nuevo, pequeña Aiko— susurró la voz a su lado, cerró sus ojos lentamente procesando y tratando de calmar su genio, tragando grueso y viendo como Neito finalmente se perdía en el horizonte de la batalla, ya no sería capaz de alcanzarlo. No podía dejar que Touya se saliera con la suya esa vez.
Volteó a verlo, Dabi sonreía cínicamente, con sus ojos igual de azules que sus flamas, enturbiecidos por algún sentimiento ajeno a la general.
— Dabi— contestó, sin formalismos, sin dirigirse a él por su verdadero nombre. Lo había sabido desde que se encontraron por primera vez, el Touya que tanto había querido ya no existía, tan sólo quedaría de él algún vestigio de un niño asustado por su propio poder dentro de aquél genocida frente a ella.
En algún momento de su juventud, Touya había sido lo que más amo en el mundo. El entonces príncipe Heredero había interceptado un campo de esclavos, donde ella estaba encarcelada. No tenía muchos recuerdos de su infancia más allá del campo de esclavos, Touya se la había llevado con él luego de que se aferrarse a su pierna, implorandole que la sacara de ese lugar.
Aún recordaba el dolor en su espalda, las labores forzadas y las semanas enteras que había pasado sin comer. No sabía si había sido por amabilidad que Touya la había sacado de ese lugar o por su deseo de seguir con vida. En ese entonces, sus costilla y espina dorsal era lo que más sobresalía de su cuerpo, en su rostro cadaverico sus pómulos pronunciados no eran señal de belleza y sus mejillas hundidas sólo daban un verdadero aspecto a miseria. No sabía que imagen le había visto el príncipe para decidir que merecía vivir, pero gracias a él estaba ahí en ese momento.
El tiempo había causado estragos en el anterior Príncipe Heredero, desde la última vez que lo había visto en aquel campamento las cicatrices de su rostro se habían expandido aún más. No quedaba duda que a pesar de los años, Touya Todoroki, quien había heredado la monstruosa capacidad de controlar el fuego azul, nunca había conseguido controlar su poder.
— ¿No tienes nada que decir? Ahora eres la criminal más buscada del reino, Aiko.
Se mantuvo en silencio, con un rostro impasible y dudando levemente de cual debería ser su próximo movimiento. El cuerpo de su contrincante estaba lleno de brechas, él estaba parado de forma despreocupada en medio de aquel campo de batalla, sin siquiera esforzarse al menos por levantar su guardia por quién estaba frente a sí. No llevaba ni un gramo de hierro en su cuerpo, estaba expuesto a flechas perdidas o ataques por la espalda, pero no parecía importarle mucho.
— ¿No dirás mi nombre? Touya, Touya, te gustaba llamarme cuando eras una niña. Me perseguías por todo el palacio buscando mi atención, mi afecto — comentó burlonamente, recordando de forma vaga el pasado. Su memoria era borrosa respecto a algunos eventos, pero estaba seguro de que los pasos y las risas infantiles que llamaban a su nombre habían sido de ella—. ¿Por qué cambiaste, Aiko? ¿Acaso me dejaste de amar?
— Touya murió hace más de una década— respondió con frialdad, sin bajar su guardia. Ahora entendía lo que Monoma había querido decir con que tenía otros asuntos que resolver—. Destruir este reino no hará que vuelvas al pasado.
La sonrisa en el rostro de Dabi le provocó escalofríos, de una expresión ambigua pasó a tener en cuestión de milisegundos una amplia sonrisa burlona.
— Al igual que tú, pequeña Aiko. Asesinar al hombre que mató a lo único preciado que tenías en medio del caos no resolverá nada, ¿verdad? Pero que genial se sentiría atravesar su corazón con tu espada, ¿no?— acotó, mofandose de lo irónico de la situación y de cómo el rostro de ella se torcía lentamente.
Su boca se secó luego de sus palabras. Se sintió enferma después de procesar todo lo que había ocurrido en un lapso tan corto de tiempo, ella, quien era una fiel amante de la vida, quien mostraba piedad en cada campo de batalla a donde había ido, estaba profundamente envenenada por el odio y la venganza. Su estómago se revolvió, sus manos temblaron por el sentimiento que oprimía su pecho y que no estaba dejando que levantara la mirada.
Ella... ¿En qué se había vuelto?
Las dudas inundaron su mente, levemente sólo podía oír las risas y burlas de su enemigo, él no parecía tener prisa en acabarla o en detener el ataque de pánico que estaba sufriendo.
— Ahora lo ves, ¿verdad? Trataste durante años de que nadie sintiera tu miedo, la angustia, la desesperación de no saber qué pasará mañana con tu vida y te rehusaste a la venganza, a hacerles sentir lo que tú sentiste— las palabras que no paraban solo empeoraban su situación, con esfuerzo logró levantar su mirada del suelo, decidida a atacar, pero sus rodillas casi cedieron—. Pobre de mi pequeña Aiko, una arcana tratando de hacer feliz a los humanos que le quitaron todo.
Dabi dio dos pasos adelante y Aiko dio dos atrás. La tensión de la situación no se apaciguaba ni aunque los segundos transcurrieran, cada palabra que salía de su boca era más hiriente que cualquier cuchilla y hasta ese momento la mantenía sin atacar.
— Tienes más razones que nadie para querer destruir este reino y Bishajin, ¿que tiene de malo querer hacer sufrir a la gente que te hizo sufrir?— dio otro paso más, sabiendo que aunque Aiko no bajase su guardia, ella lo seguiría escuchando—. Ellos quemaron tu tierra, humanos fueron los que te mantuvieron esclava, luego te lincharon públicamente, te despojaron de tu pudor y luego asesinaron a las tres únicas personas que realmente quisiste, no tienes razones para dejarlos vivir.
— No...
El único sonido que salió de su boca fue una negativa, Dabi alzó una ceja confundido.
— Claro, ahora proteges a la gente de Bishajin. En todo caso, fueron los humanos los que redujeron la población de ese reino. No tienes razones para seguir protegiendo esta tierra— dijo, ya a unos pasos de ella. Aiko bajó su cabeza, cayendo de rodillas finalmente, el discurso parecía estar funcionando en ella—. Desiste de tu protección, perro guardián. Ya no tienes amo al que servir.
— No... Yo...
— Escucha a tu amado Touya, Aiko. Este reino, esta gente, esta familia real, no merece ni una sola gota de tu sudor más— él acarició su cabello, como antes solía hacerlo, se agachó hasta susurrar en su oído—. Déjalos morir, es lo que querrían Denki Kaminari y Hanta Sero.
El silencio entre los dos fue sepulcral, por un segundo todo ruido perteneciente a la guerra se acalló como si hubiesen estado esperando a ese momento, a que Aiko se uniera a ellos.
Katsuki Bakugo se dio cuenta de la situación, aunque estuviera un poco lejos. Su oído era bueno gracias a su raza y en cuanto oyó la voz de Aiko romperse a la lejanía, la buscó con desesperación por todo el campo de batalla. Izuku Midoriya no tardó también en percatarse de que algo no estaba bien.
Los soldados enemigos parecían todos mirar a un solo punto, ambos buscaron cuál era el espectáculo que estaban viendo y contuvieron el aire en cuanto vieron a la inquebrantable Aiko Himura caer de rodillas.
Todo pasó lento para ambos, ni siquiera se percataron de que sus cuerpos comenzaron a moverse hasta ella en cuanto vieron como su enemigo desplazaba lentamente una mano hasta su espalda donde guardaba un puñal de un hierro tan negro como la noche. Si eso la tocaba, sin duda moriría.
Los soldados comenzaron a interponerse entre ellos, las tropas de los Todoroki y de la Liga parecieron ir en aumento, la desesperación se coló bajo sus pieles. Cuando vieron en el horizonte ya nocturno las sombras de un nuevo pelotón de soldados, supieron que no llegarían a tiempo.
— ¡Maldita sea, quitense del camino! ¡Ahg! ¡Ángel!
— ¡Aiko-san!
Touya Todoroki sonrió complacido, desde su último encuentro con ella pensó que sería difícil convencerla de entregar su sello, pero en ese momento se encontraba de rodillas ante él, dispuesta a entregarle su poder y por consiguiente, su vida.
Disimuladamente, estiró sus brazos hasta que el puñal que escondía terminó en la nuca de la fémina, apenas rozando su piel. Busco de reojo algún signo de tatuajes como normalmente se representaban los sellos de magia en el cuerpo, al no hallar ninguno se resignó. Debía llevarla al campamento para buscar más en detalle.
— Bien, ahora podemos-
El aire salió de los pulmones del exprincipe heredero, lentamente sus ojos se dirigieron al sable que atravesaba su abdomen de lado a lado y a la mano que con fuerza tomaba su brazo derecho con el que sostenía el puñal, no fue difícil hallar quien había sido su atacante. La pesada espada que atravesaba su torso llevaba grabada unos inconfundibles patrones que además de indicar lo que estaba buscando, también descubrían al culpable.
Aiko alzó la cabeza, mirando fijamente a Touya Todoroki a los ojos, los fríos orbes celestes se encontraron con los verdes ardientes, en furia, en frustración, en tristeza. Ella nunca se había atrevido a tocarle un pelo nunca, hasta ese momento.
— No mancilles los nombres de las personas que quiero, Dabi. Touya nunca me pediría dejar morir a nadie— contestó, con una voz gutural desde lo más hondo de su ser.
Había esperado a que él bajara aún más su guardia, habría sido imposible atravesar el gran rango de fuego que poseía ese hombre, una decisión desesperada para poder acabar con él rápidamente. Por desgracia, debía mantener su espada por un tiempo determinado para hacerle más difícil cauterizar la herida en sus órganos internos, el liberar un poco de su mana de su sello dentro de él desestabilizaría el balance natural de su cuerpo e impediría curar ciertas heridas. El agarre del brazo de su enemigo comenzaba a doler, la palma de su mano se quemaría en cualquier momento si no se separaba.
— Tonta Aiko... ¿Por qué sigues luchando por un pueblo que te abandonó?
— ¡Deja ya de decir idioteces! ¡¿Qué los humanos marcaron mi espalda?! ¡¿Qué los humanos mataron a mi gente?! ¡Tienes razón!— gritó a todo pulmón, con los dientes apretados del ardor que comenzaba a sentir ahora en su espada, el puño de Takeshi comenzaba lentamente a arder al rojo vivo—. ¡Pero no puedo culpar a todo un reino por algo que pasó hace treinta años! Ya soy una adulta, Touya Todoroki. No voy a culpar a los niños de hoy por lo que hicieron los ancianos de ayer.
La carcajada entrecortada que le dedicó el hombre le hizo morderse la lengua, con su brazo libre Touya tomó su rostro, del antebrazo de su enemigo comenzaron a salir llamas azules. Supo lo que se venía, su rostro comenzó a calentarse. Necesitaba un poco más de tiempo, las flechas en ese momento le generaron desventaja para liberar mana de su sello.
— Si me hubieras rescatado de esa habitación en llamas, si hubieras vuelto por mí, tal vez hoy no tendríamos que estar en esta situación, Aiko.
Sintió el odio en cada palabra que dijo, escupiendo cada sílaba con desprecio. Touya la odiaba y apenas en el final le dijo por qué.
El fuego comenzó a hacerse más grande y su espada ya quemaba, soltó el brazo del varón por pura inercia, pero volvió a colocarla en el puño de su espada. Pondría su último aliento en ello.
— Adiós, pequeño rayo de luz.
La bola de fuego azul se vio por todo el campo de batalla, incluso llegó a verse en el bosque de las dríadas, ese ataque había quemado todo a su paso, incluso la tierra ardía aún luego de terminado.
Katsuki sólo miraba perplejo lo que había sucedido, estaba llegando, tan sólo le faltaban unos veinte metros pero Aiko se había desvanecido frente a sus ojos con el fuego azul. No quedaban ni siquiera cenizas y su espada cayó del abdomen del enemigo, al igual que el mismo cayó de rodillas sosteniendo su herido abdomen que parecía no dejar de sangrar.
Él... No había llegado.
Comenzó a hiperventilar, usando su magia con más violencia que antes, no dejando piedra sobre piedra con aquellos que se interpusieran en esa poca distancia que quedaba del enemigo y de él.
Aiko no lo había matado pero el recordar el susurro con voz quebrada de ella y ahora que no quedaba un rastro de su cuerpo, no le importaba. Ella protegió ese reino hasta el último segundo y lo único que pensó Katsuki en ese momento fue en destruir todo.
¿Por qué amaría tanto a esos humanos que no apreciaban su sonrisa? Tan sólo en recordar la noche que le permitió escuchar su risa hizo que apretara más que nunca su mandíbula.
El hombre de cabello negro parecía querer retirarse, los mercenarios lo rodearon en un intento desesperado de protegerlo, pero en ese mundo ya no existía nada que pudiera parar a Katsuki Bakugo. Los hombres cayeron como moscas, uno tras otro.
Izuku no creía lo que habían visto sus ojos, pero al parecer Katsuki no había visto lo mismo que él. La crueldad de los ataques de su amigo iban en aumento y él no podía permitir su Rey se deshiciera de todo.
El campo quedó en silencio un segundo, en lo que Katsuki se dirigía a Dabi e Izuku trataba de paralo, la voz de un fantasma los detuvo a ambos.
— ¡Oh! Mi hermosa Aiko-chan, tan genial como siempre en el campo de batalla.
— Oye, para de ser tan meloso, vas a agobiar a Aiko-chan.
Ambos instintivamente se dirigieron a las dos nuevas presencias en escena, aunque uno tuviera un parche en su ojo izquierdo y el otro una horrible cicatriz a su largo de su rostro, era indudable lo que Izuku y Katsuki estaban viendo. En brazos, el de cabello negro sostenía a una Aiko un poco chamuscada y envuelta en cinta blanca pero que de igual forma que el rey y su subordinado, los miraba fijamente con lágrimas en sus ojos.
— Gracias por encargarte de todo, Aiko-chan. Ahora déjanos el resto.
***
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