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•27•

Miraba al horizonte por entre la densa lluvia, su ropa estaba empapada agregando peso a su cuerpo. Sus hombros subían y bajaban por la extrema lasitud, el frío estaba calando hasta la profundidad sus huesos haciéndole doler hasta la pulpa, lo único que podía agradecer de esa lluvia era que el escozor de las quemaduras causadas por la barrera era apaciguado. Aún podía oír los murmullos de las personas al otro lado, para su suerte la brecha que había abierto ya no era más que una pequeña abertura por donde ni siquiera entraba su mano, pero era gracias a esa abertura que aún podía sentir las voces del otro lado.

  — ¡Aiko-san! ¡Por favor, venga con nosotros!— aulló con angustia el muchacho de cabello rosa que había tratado desde un inicio que ella fuera con ellos, pero no era el único gritando, a su voz se unieron lentamente la de los demás, pidiéndole que volviese a abrir la brecha para que los humanos no llegaran a ella.
Gritaban su nombre con desespero, lloraban por ella y por su maltratado cuerpo aunque los suyos propios seguían con esas punzantes heridas, pero ella no volteó. Le pareció una escena familiar, ya había vivido eso antes pero ahora no pondría en peligro a nadie inocente por algo que tendría que haber resuelto por mano propia desde un inicio.

Se comenzó a oír como los cascos de los caballos se hundían en el denso barro y como los animales relinchaban con sus patas embarradas y atrapadas en el denso lodo. Desde un principio Aiko había previsto que eso iba a suceder, el bosque por donde había cruzado se volvió una trampa de donde ella apenas había logrado salir con los heridos en brazos dejando atrás muy a su pesar el cuerpo del único fallecido, las manchas de tierra que apenas se iban barriendo por la lluvia llegaban hasta sus rodillas. No era nunca buena idea cruzar ese tipo de terrenos con algún animal y la gente del ejército parecía haberlo olvidado.
Eso tan sólo le daba algún tiempo de ventaja para descansar, arrastró sus pies hasta debajo de un árbol con copa densa que al menos cubriría su cabeza de ese diluvio y se apoyó en el tronco. De un momento a otro, el silencio se hizo del otro lado de la barrera, dirigió su mirada a quienes aún la observaban con aflicción y lágrimas en sus ojos, pero que ya habían desistido de volver a abrir de nuevo el pase.

La brecha se había cerrado y ya estaban a salvo del otro lado, ahora sólo le quedaba confiar en que esa alteración tan abrupta y violenta de la frontera habría alertado a Katsuki lo suficiente como para reforzar aún más la frontera y enviara a algunos de sus hombres a verificar, aunque algo traicioneramente esperanzador dentro de sí le susurró la posibilidad de que iría él mismo. Esa idea la dejó respirar en paz e hizo destensar su cuerpo, si Katsuki era el que venía no tendría nada que temer por esa gente ni por su querido Gran Torino, podría seguir su camino tranquilamente. Aunque sólo era una ínfima fantasía alentada por la falta de sueño, podía adivinar lo ocupado que seguramente estaba con la situación actual. Aunque hubieran cruzado espadas, él seguía siendo un rey de un reino próspero y ella un mísero general desertor.

Los animales quejándose en el bosque cesaron su ruido luego del ensordecedor ruido de disparos y simplemente oyó las gotas de lluvia caer violentamente desde el suelo. Era un sonido relajante, pero también podía sentir las respiraciones agitadas y los pasos leves en un intento inútil de esconder sus presencias, las suelas de los zapatos de los enemigos los traicionan chapoteando en los charcos del suelo y la lluvia cayendo sobre sus yelmos de hierro sólido se distinguía tan claro como el cantar de los pájaros en una mañana de sol. No estaba rodeada, pero eran al menos cuatro soldados los que se estaban acercando a su posición.

Se puso de pie, sus rodillas tronaron apenas estuvo erguida, tomó su espada por su puño atenta a los mínimos sonidos que alteraban el ambiente. La tensión en el aire era tal que hasta podía sentir el nerviosismo de la gente que seguía llorando por ella al otro lado de la barrera, de tal forma que volvió a dirigir su mirada a ellos antes de irse a pelear con personas que de seguro la querría muerta. Vio las caras de todos y cada uno, esbozó una amplia sonrisa mostrando todos sus dientes y dejando ver un par de hoyuelos de los que nadie tenía conocimiento, alzó su mano libre mostrando su dedo pulgar.

  — Todo va a estar bien.— dijo con suavidad, recordando a su querido Toshinori Yagi en esas palabras.

Las caras de los pueblerino se tornaron en una mueca de horror mirando detrás de sí y una de ellas dirigió su mano hasta su boca, tapandola mientras las lágrimas de sus ojos se engrosaban, enseguida adivinó que estaban mirando.
A sus espaldas sintió las amenazantes presencias nuevas más cerca que antes y viró, dando la espalda al reino que nunca se la había dado.

...

No lograba recordar la última vez que había corrido tanto, su rey le había prohibido terminantemente el convertirse a su forma de dragón para no perder el elemento sorpresa y hacían treinta minutos de haber partido desde la capital. Era más rápido, para Izuku Midoriya y él, el ir a pie. Un héroe de guerra como Izuku y un dragón como él encontraban una pérdida de tiempo usar caballos, aunque hubiera sido aún más rápido si Kirishima se convertía en dragón, pero no había nada que hacer estando bajo las órdenes de Katsuki.
Se estaban guiando por donde habían sentido las ondas de choque de los impactos pero luego de unos minutos los dejaron de oír, como si la barrera hubiera cedido a la fuerza y temieron lo que podría estar sucediendo. La lluvia pegaba sus cabellos en sus frentes y las gotas de agua les impedía tener una buena visión de la situación, pero los gritos fueron claros, alzándose por sobre la ensordecedora tormenta.

  — ¡Aiko-san! Por favor...

Las súplicas fue lo primero que llegó a oídos de ambos, no tuvieron que recorrer mucho más antes de toparse contra la barrera divisoria que separaba Musutafu de Bishajin y cerca de uno de sus bordes un grupo de gente aparentemente herida llorando por algo de lo que aún no tenían conocimiento. Estudiaron la situación con rapidez, la barrera estaba impecable y no parecía haber repercusiones sobre ella, todo lo contrario a lo que habrían creído encontrarse.

Fue ahí que se percataron de que la gente llorando eran parte de su pueblo y que estaban notablemente heridos.

  — ¡Oigan! Somos enviados del rey, soy Eijiro Kirishima y él Izuku Midoriya, no hay nada que temer.— el dragón se adelantó a las presentaciones rápidas antes de que Izuku se pusiera en manos a asistir a los heridos, comenzando a movilizarlos debajo de algunos árboles para que la lluvia no siguiera cayendo sobre sus cabezas.

Izuku Midoriya había tenido una relación entrecha con el difunto Toshinori Yagi y sobre todo, había tenido el gusto de conocer a quien había sido uno de los mentores de su maestro. A sus veintitrés años de vida no pudo evitar que sus ojos se empañaran al ver al viejo Torino entre la gente herida de Bishajin y tampoco pudo evitar que las lágrimas cayeran por sus mejillas al ver con sus orbes esmeralda el corte en los talones de su maestro que ponían fin a toda una vida de lucha.

  — No llores, tonto, dejé de luchar hace años, unas heridas tan pequeñas no me van a impedir amasar pan.— le reprochó el anciano a la vez que golpeaba los cabellos verdes de su pupilo que no podía detener su llanto.

La situación dio un giro inesperado cuando ambos fueron atraídos por los movimientos rápidos y bruscos del otro lado. Como si estuviera danzando con el agua, la mujer al otro lado apuñalaba y desgarraba sin remordimiento, su pesada arma parecía formar parte de su cuerpo y a cada momento era más difícil seguir con fidelidad sus movimientos. Su rostro era cubierto por sus hebras doradas pegadas a su piel, la lluvia inundaba el terreno hundiendo los pies de la guerrera en un enorme charco de fango que cubría todo el terreno, mas eso no parecía ser impedimento para que sus pies se desplazaran con agilidad para vencer a sus enemigos

La tormenta amenazaba con empeorar a cada segundo aumentando las posibilidades de peligro para los heridos, pero Kirishima Eijiro se halló incapaz de despegar su mirada de la danza hipnótica que la fémina estaba realizando, sus gestos sutiles pero brutales lucían casi coreografiados, como si hubiese repasado una y otra ve esos movimientos hasta hacerlos parte de su memoria muscular y exhibiendolos tan naturales en esa pelea. La boca de Eijiro se secó a pesar del clima y su corazón se oprimió cuando cayó en cuenta de la realidad del momento, lo procesó todo más rápido de lo que habría hecho nunca; alguien abriendo una brecha en la barrera, los heridos y la mujer que peleaba como si ese fuese el último aliento de su cuerpo.

  — ¿Aiko...? — el mundo se detuvo para él cuando dijo su nombre, sabía que Aiko no lo oía por el obstáculo que los separaba. Volteó lentamente a mirar a Izuku quien de igual forma había quedado perplejo luego de analizar la situación a profundidad.
Por la cabeza de Kirishima pasaron miles de cosas al darse cuenta en ese momento, cerró los ojos por un segundo agradeciendo haber ido Izuku y él y no el rey, quien sabría que iría a hacer Katsuki si veía a su gente herida y a su salvador y casi perfecta igual siendo rodeada por decenas de soldados con armaduras mientras ella tenía apenas unos estropajos mojados.

  — ¡Por favor! Por favor ayudenla...— la súplica de la joven mujer que apenas resistía a sus heridas, vendada con trozos de tela que dedujo provenían de la ropa desgarrada de la general.

Se miraron por algunos segundos sabiendo cuán delicada era la situación, los sonidos de lucha del otro lado y el ruido de metales chocando y carne siendo desgarrada no irrumpieron la decisión que ambos tomaron al sólo mirarse fijamente. Kirishima tomó distancia de los heridos, comenzando el tedioso proceso de convertirse en dragón, sus huesos se comenzaron a descolocar y su piel pasó de ser de un suave rosa a un rojo carmín. Inmediatamente Izuku comenzó a preparar a los heridos para ser llevados por el dragón, los doce podían ser llevados perfectamente por la bestia de gran embergadura que ahora cubría un claro del bosque.

Izuku Midoriya estaba mordiéndose la lengua con frustración, los heridos rogaban que fuese a ayudar a Aiko y aunque él se muriera de ganas de hacerlo, no podía. Más allá de saber o no sí Aiko podía con todo ese ejército ella sola, la situación entre reinos se volvería más delicada ya que lo reconocerían y al intervenir entre el ejército real de Musutafu y Aiko, su ayuda se vería ligada a Bishajin, sumando nuevas razones para atacar.
Sus movimientos se volvieron mecánicos mientras aseguraba a los heridos y un sabor metálico inundó su boca, hundirse en sus pensamientos había provocado que se hiciera sangre.
Kirishima pronto se marchó y él quedó solo en el bosque. Volteó observando cómo la mujer aún resistía a pesar de todo, habían decenas de hombres derrotados en el suelo y más seguían llegando.

Un nudo se formó en su garganta viendo sus rodillas temblar con frustración, estaba debatiendo entre lo correcto o lo moral, debía hacer lo mejor para su pueblo pero eso significaba no interferir con la arcana frente a sus ojos y si no interfería y ella moría, la culpa se lo comería vivo y nunca podría perdonarselo. Nunca antes había dudado en ir al rescate de alguien, pero si actuaba de forma errónea esa vez desataría algo aún más grave que un exgeneral humillando a los soldados del ejército.

Al otro lado, Aiko seguía blandiendo su espada a pesar de todo, sus músculos volvían a quemar y la helada lluvia no fue suficiente para apaciguarla, unos tras otros los soldados seguían llegando, tal parecía que Monoma había enviado tres pelotones enteros a hacerle frente previendo que sería ella a quien se enfrentarían.
Los soldados eran débiles a comparación incluso de un teniente, se atrevería a decir que ni siquiera estaban hace dos años entre filas. Su cabeza maquinaba mientras sus brazos se movían en modo automático, Shota Aizawa nunca permitiría holgazanes entre sus filas al igual que los otros dos generales Mirko y Keigo, los antiguos soldados de Toshinori Yagi eran casi de élite y sus propios soldados, o los que había instruido hasta hace algunos meses atrás, poseían habilidades superiores a esos.
Fue ahí cuando se percató de su error, luego de vencer al último de los que habían llegado. Ni siquiera era gente perteciente al ejército real, le habían mandado mercenarios con poca experiencia en combate.

Comenzó a respirar tomando bocanadas de aire, tratando de averiguar porqué Monoma la había mantenido tanto tiempo distraída protegiendo una brecha. El sonido familiarmente ensordecedor de magia golpeando la barrera se oyó a la distancia. Tanto los ojos de Izuku, quien estaba del otro lado, y de Aiko, miraron simultáneamente para su derecha, de donde provenía.

Los habían engañado, mientras Aiko rescataba a los pueblerino y los mercenarios desgastaban sus vidas en distraerla a ella y a dos de los hombres más fuertes en Bishajin, Monoma había aprovechado a movilizar sus soldados hasta la única brecha de llanura que permitía un acceso pleno al Reino de los Dragones. Ahora lo entendían, la magia en los grilletes de Gran Torino no era para indicarles a los soldados que lo habían liberado, sino que era para avisarle a Monoma cuando era tiempo de ponerse en marcha.

Aiko trató de mover sus piernas, debía comenzar a correr hasta donde seguramente se hallaba el ejército del Capitán General. Su vista borrosa por la anemia borró el camino frente a ella y sus rodillas cedieron a la fatiga, antes de que consiguiera echar una segunda mirada para volver a levantarse, un par de brazos la aguantaron.

  — ¿Majestad...? — fue lo primero que salió de sus labios de manera inconsciente, sin aún recuperar su ennegrecida vista. El hombre joven dejó salir una pequeña risa, llevando a Aiko hasta donde la lluvia dejara de golpear su cuerpo.

  — Me temo que no, Aiko-san, pero Kacchan de seguro está de camino.

***

Buenas, buenas. ¿Qué les pareció el capítulo?
Grax por leer. Xoxo

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