•26•
El remolino de emociones en su pecho aún no cesaba, el nudo en su garganta parmanecia intocable aunque un par de lágrimas hubieran sido derramadas por aquel anciano, no podía deshacerse de esa pesadumbre.
Todos lloraban en agradecimiento a excepción del único humano allí presente, Torino se mantenía impasible mientras miraba sus inutilizados pies y los trozos de grillete que alguna vez habían rodeado sus muñecas y tobillos. No se retractaba de haber ayudado a esa joven, tampoco se arrepentía de haber dado todo de sí para darle tiempo y a ese punto, no podía encontrar nada por lo que arrepentirse. Los cortes en sus tendones eran una dolorosa herida que aún escocía pero la realidad es que ya no podía hacer nada. Sorahiko no podía volver a usar su magia, sus pies nunca se volverían a propulsar a velocidades cuestionables, pero estaba bien para él, ya era un anciano que había servido su tiempo.
Aiko caminaba de un lado al otro mientras intentaba pensar que haría con tantos heridos, no podían ser llevados a alguna aldea humana y la realidad era que la capital de Bishajin estaba demasiado lejos como para intentar llevarlos a pie ella sola. La única forma en la que ella había logrado llegar aquella vez a la capital herida fue por su increíble condición física y resistencia que no le permitió caer fácilmente. A diferencia de los heridos, la mayoría estaban vendados habiendo agotado hasta el último recurso de su equipaje y hasta había desgarrado por propia ropa para vendarlos, mientras que ella tenía los brazos entumecidos y sus manos hormigueaban.
El hambre de un día entero hacía doler las paredes de su estómago creando un doloroso vacío, mas su hambre no era nada comparado a la de esas pobres personas que quien fuera a saber hace cuanto no consumían siquiera una gota de agua, hasta la última miga de su pan se los había dado y aunque estuviera padeciendo también, no iba a quejarse ni decirlo en voz alta. Esa gente lo último que necesitaban era a alguien que se estuviera quejando.
Caminaba en círculos tratando de descifrar que podría hacer ahora. Se había metido en un aprieto, no había hecho caso a lo que Torino le había dicho y sin pensar había deshecho esas cadenas, por lo que lo más seguro era que en ese momento los Guardias Reales estuvieran dirigiéndose hacia allí. Miró a la barrera, apenas estaba a tres kilómetros y medio, el bosque no era muy espeso en esa área a diferencia de otras y las cruces estaban puestas de forma que demostraba que los verdugos de esa gente conocían esa ruta extraoficial.
Con un rostro impasible, fijó sus ojos en los heridos. Apenas dos de los doce que habían crucificado estaban sanando levemente, suponía por las ventajas de su raza, una había fallecido y los ocho restantes daban alaridos del dolor que sentían. Alzó la vista al cielo que se iba cubriendo de negras nubes y luego la bajó a tierra, observando los polvorientos caminos por donde las carretas se habían movido desde la lluvia anterior, habiendo dejado unas profundas marcas en el barro seco.
Una idea se cruzó por su mente y la lluvia sería una bendición si comenzaba en ese momento. Envainó su espada y miró confiada a los dos que podían caminar.
— Voy a necesitar que me ayuden.
...
Las negras nubes se iban acumulando en el cielo bajo la atenta mirada rubí del monarca. No le agradaban del todo los días de lluvia, sobre todo cuando era en invierno, su gente en esa época era más propensa a enfermarse.
Había llevado con éxito los preparativos para las evacuaciones, en unos días comenzaría a irse del pueblo las primeras familias y quienes se habían negado, iban arreglando su lugar para ocupar debajo de la capital, en la bodega anti guerra.
No había mayores preocupaciones en su mente en ese preciso momento, Deku había vuelto exitoso con una enorme cantidad de su gente y ahora todos se estaban reuniendo con sus familias. Pero para su sorpresa el mismo Izuku fue quien le dijo que había tenido que dejar gente atrás. No conocía con exactitud los hechos, pero sabía a ciencia cierta que para que ese tipo dejara gente atrás algo debería de haber sucedido de por medio.
Las primeras gotas comenzaron a caer, volvió a su trabajo y al papeleo que correspondía el ser un rey. En lo personal, Katsuki Bakugou preferiría estar en el campo de entrenamiento, mas los días se volvían cada vez más complicado y la amenaza de Guerra se cernía sobre Bishajin un poco más cada día. El rey sustituto estaba haciendo una porquería de su reino y Katsuki suponía que la más mínima estupidez haría que la guerra estallara. Agradeció al menos haber iniciado el ejército real con un poco de antelación.
Eijiro Kirishima lo miraba fijamente desde uno de los sillones a juego que adornaban la oficina del Rey, a un lado del monarca había uno de sus asistentes diciéndole lo que estaba escrito en uno de sus papeles y al otro lado, se encontraba la Jefa de Sirvientas para un reporte. Las sirvientas de forma amable le brindaron té y aperitivos, pero últimamente no estaba teniendo mucho apetito. Se estaba tomando un descanso de los entrenamientos al Ejército del rey, para su mala suerte él había sido quien había ocupado el puesto de General y tenía que capacitar a los nuevos. Se río un poco preguntándose si Aiko también había pasado por todo eso.
Hacían casi dos días desde que ella se había marchado, no parecía diferente a las demás veces anteriores a vista de los demás, pero a sus ojos esa ocasión era la peor. Katsuki no iría a admitirlo, pero desde que la había visto marcharse una bruma oscura lo había estado rodeando, su ceño estaba más fruncido de lo normal y tenía la pluma en su mano tan apretada que ya algunas habían cedido a su fuerza.
El rey tenía su mejilla izquierda hinchada, con heridas en su pómulo y labio. Él mismo se había arrancado los parches y vendajes una vez vio la espalda de Aiko y no había dejado que lo asistieran con medicina, llevaba a mucha honra el único indicativo que decía que había perdido, un evento inusual en él.
A medida que transcurría el tiempo, las nubes ya negras rugieron, un estruendoso ruido de un trueno rompió el cielo en dos. Ya había comenzado la tormenta. La lluvia comenzó caer como un diluvio y la temperatura del ambiente decayó de manera drástica.
— Kacchan— lo llamaron desde la puerta de su oficina, levantó la vista ya sabiendo de quien se trataba—. Tenemos que hablar.
Tan solo fue necesario que Katsuki alzara un poco las cejas para que todos en la habitación a excepción de Deku, se retiraran. Izuku ingresó tranquilamente a la enorme oficina, con un semblante serio.
— Fue una trampa— expresó de inmediato apenas se cerró la puerta—. Gran Torino lo sabía, si rompía los grilletes de la gente que deje atrás, inmediatamente los Guardias Reales me estarían rodeando. Necesito volver ahora que es menos gente, antes de que suceda algo.
La mirada de preocupación de su amigo era genuina, no dudaba en que se iría aunque no tuviera su visto bueno. Volvió la mirada a los papeles que estaba estudiando bajo los atentos iris esmeralda de Izuku.
— Trata de no adelantar la guerra, imbecil.
Izuku sonrió sin mostrar sus dientes y asintió, dándole la espalda y dando por terminada su breve charla.
Mas, Izuku no llegó a dejar la habitación, al unísono de lo que un rayo quemaba la tierra y un trueno hacia rugir al cielo, el sonido que se oyó por debajo fue lo que llamó la atención de ambos jóvenes. Con los ojos bien abiertos, se miraron al mismo tiempo buscando saber si el otro también había sentido eso. Cuando el cielo calmó por unos segundos sus rugidos de furia, lo oyeron claramente. Era como un herrero martillando una espada, pero el ruido retumbaba en sus oídos y hacía eco en sus huesos.
Casi simultáneamente se dirigieron a la Sala de la Frontera, siendo seguidos por Kirishima y los magos de la corte que entre balbuceos trataban de decir cual era la situación actual. El rostro del rey estaba fruncido en una expresión de molestia pura, intimidado a sus subordinados.
Por la cabeza del rey pasaron mil cosas, temió que si se trataba de un ejército entraran al país antes de que lograse evacuar a toda su gente. Enseguida puso un pie dentro de la sala, fue recibido por varias personas que temblaban con nerviosismo y que rehuían de mirarlo a los ojos para hablar, aumentando la molestia del rey. Fumikage Tokoyami, un oriundo de Bishajin con cuerpo de hombre y cabeza de pájaro era el único mago oscuro que poseía el palacio, fue el primero en hablar con claridad frente a Katsuki y sin trabarse.
— Su majestad, esto no se trata de un ejército. La perturbación de la Frontera... Está siendo causada por una sola persona con al parecer una fuerza formidable— objetó de manera rápida y precisa, sin demorar demasiado. Katsuki miró al orbe blanco que conectaba con toda la barrera y sin pensarlo puso su mano sobre él, sintiendo la onda de choque de los golpes. Ciertamente, era alguien exageradamente fuerte, del nivel de Deku y suyo.— Si la barrera cede, nos tomará al menos una hora repararla.
— Iré—. Enseguida dio su veredicto apenas Tokoyami terminó de hablar, Izuku y Kirishima lo tomaron por sus brazos, negando ambos con la cabeza.
— No puedes ir, Kaachan. Si resulta ser una trampa como con Gran Torino, tendrían al rey de Bishajin en sus manos— Katsuki apretó la mandíbula, no queriendo ceder a las verdades que Deku tenía para decir—. Deja que Kirishima-kun y yo vayamos.
Con las cejas alzadas por parte del rey, comenzaron una pelea de miradas con las que discutían en silencio. Katsuki entornó sus ojos, rodandolos más tarde. Les dio la espalda, dirigiéndose nuevamente a su oficina siendo seguido por un sonriente asistente y jefa de sirvientas, quienes se había aliviado de que el monarca no fuera a huir de sus responsabilidades una vez más.
— Ganen— fue lo único que dijo, antes de retirarse.
***
Su tiempo estaba contado, las gotas de lluvia comenzaron a caer con violencia sobre los heridos, comenzando a diluir la sangre del suelo y limpiando el sudor de su frente. El frío hizo castañear sus dientes, pero no se detuvo.
Subió a su espalda al primer herido, atandolo con la cuerda con la que había escalado las cruces de madera e inmediatamente, cargó entre sus brazos a otra de las victimas, uno de los muchachos que si podían caminar pero que ella no se lo permitiría.
Antes de irse aclaró firmemente a la otra mujer que se iba curando lentamente, entregándole un puñal, que si alguien llegaba, solo tenía que gritar muy fuerte y tratar de resistir mientras ella llegaba.
Comenzó a correr en el bosque, con el peso muerto de los pueblerino de Bishajin y con su cansancio de haber escalado y bajado tanta gente, con el hambre exprimiendo sus entrañas, con la dificultad de respirar bajo ese diluvio. Era igual que cuando la mandaron a la guerra a sus tiernos quince años. Sus piernas dolían de afirmarse en el suelo para no resbalar por la lluvia y era difícil tratar de no tropezarse con alguna raíz que sobresaliera.
Sus pulmones comenzaron a doler, tenía fuertemente apretada su mandibula tratando de no ceder al frío, hasta que finalmente estuvo, una vez más, frente a la frontera. Dejó a los heridos debajo de un árbol cerca de allí, dejándole al muchacho que podía caminar la única arma que le quedaba, su espada, dándole la misma orden que le había dado al otro.
Emprendió camino de nuevo, esta vez cargando en su espalda a un pueblerino y en sus brazos a Torino. El anciano no dijo ni una sola palabra, sabía con exactitud cuán inútil sería descutirle a esa exhausta mujer que lo único que quería era poner a todos a salvo.
Tres horas transcurrieron sin que Aiko se detuviera, su respiración era entrecortada y sus pies se iban hundiendo profundamente en el lodo hasta cubrir sus tobillos, había disminuido su velocidad pero estaba llevando justo en ese momento a las últimas dos personas. Su piel estaba marcada y enrojecida de la fricción de la cuerda y casi no sentía sus brazos por cargar tanta gente, su único consuelo era pensar que en otras ocasiones había estado peor en medio de una guerra y aún seguía con vida. Apenas llegó con los dos últimos fue recibida por el hombre al que le había confiado a Takeshi, él la ayudó a bajar a las últimas dos personas consciente del agotamiento que podría estar sufriendo su salvadora.
Trataron de ayudarla, brindarle una mano amiga o pedirle que descansara o bebiera algo de agua de lluvia. Con un ademán de su mano, los rechazó. Su respiración ahora era errática, balanceándose un poco tomó a Takeshi que yacía en el suelo manchada de suciedad. Supuso que ese chico era otra persona que había cedido al peso de su espada.
Sin mirar atrás, con los cabellos peinados fuera de su rostro, comenzó. El grito ahogado de los oriundos de Bishajin fue ensordecedor para su agotado cerebro en cuanto alzó su arma para dar la primera estocada a la barrera, su ataque fue rechazado y el estruendo que causó su fuerza contra la barrera acalló a los truenos en el cielo. Una descarga de rechazo salió de la barrera, haciéndola apretar sus dientes de dolor, pero no así deteniendo su cometido. Dio otra y otra más, a medida las descargas iban aumentando el vapor de agua se iba desprendiendo de su piel y los dorsos de sus manos iban obteniendo ligeras quemaduras, su espada estaba al rojo vivo y en cuanto sus nudillos quedaron blancos, el mana que acumulaba su espada brilló de un suave color dorado, generando una grieta.
Con su cuerpo siendo expuesto una vez más al extremo y con esas personas heridas detrás de ella llorando por lo que estaba haciendo, finalmente, la barrera de Bishajin cedió un poco a su fuerza.
Respiró como si hubiera estado cinco minutos debajo del agua, apoyando sus manos en sus rodillas y tosiendo. Sus pulmones dolían y estaba segura que una neumonía sería lo más suave que podría darle en ese estado.
El agujero que había creado era considerablemente pequeño, un poco pequeño para ella, perfecto para pasar a los heridos.
— ¡Rápido! ¡Vamos!— gritó por sobre el ruido del ambiente. Cuando se acercó al primer herido con la intención de cargarlo unos metros, este lloraba y golpeó su mano repudiando su tacto.— ¿Qué...?
Observó a los demás, todos tenían una expresión de horror en sus ojos, temiendo a que la persona que había sido capaz de romper la barrera de su rey fuera alguien de quien desconfiar.
— Vamos chicos, tienen que pasar.— pidió con la voz un poco rota, tal vez de cansancio o de tristeza.
Tomó a Gran Torino, quien la había estado observando en silencio y que seguía sin decir ni una palabra. Miró las rojas manos de Aiko y sus quemaduras nuevas, vio como sus ojos se pusieron vidriosos bajo la mirada de quienes estaba rescatando y del rechazo que estaban sintiendo hacia ella. Lo dejó del otro lado con delicadeza y fue a buscar a otro de los heridos, éste pataleó mientras pedía clemencia y Aiko solo lo dejó del otro lado de la barrera, al igual que el primero.
Lentamente la barrera comenzaba a recuperarse y pasó por último al muchacho al que le había confiado su espada. Cuando estuvo del otro lado, él tomó su mano, haciéndola voltear.
— Tú... ¿No vendrás con nosotros?— preguntó tembloroso bajo los verdes iris y Aiko le sonrió, tomando la mano vendada del chico de cabellos rosados, un poco más bajo que ella.
— Pequeño, si yo voy con ustedes nadie va a cuidar esta brecha en la barrera mientras llega la gente de Su Majestad.— acarició los cabellos del muchacho levemente, pidiéndole que cuidara del humano que iba con ellos ya que era un humano bondadoso y les dio la espalda, una vez más, tambaleándose, con frío, hambre y sueño y sin ninguna posibilidad visible de poder ganar a lo que se aproximaba.
***
Me mamé.
Buenas, buenas, ¿qué les pareció el capítulo? ¿Qué piensan que va a pasar?
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