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•25•

Hacía aproximadamente un día desde que había abandonado a la capital y desde que había dejado atrás a la gente que había salvado su cuello, nuevamente. Gracias a la amabilidad del rey de haberle brindado un caballo, el tortuoso camino que otrora había recorrido herida en cuatro días se volvía un viaje de un día y medio, aunque las heladas temperaturas no la ayudaban en lo más mínimo.
En cuanto a todo lo que había sucedido mientras estaba en el palacio, trataba de no pensar mucho en ello, ya que no deseaba pensar en el ojalá que le había prometido al rey y evitaba pensar que sí ella hubiera terminado en Bishajin luego de su infancia de esclavitud, tal vez su destino hubiera sido diferente.
Tan solo debía llegar a la frontera para poder despedirse por completo de esas tierras para hacer justicia a la memoria de sus caídos.

Nuevamente los caminos del bosque la condujeron de vuelta hacia aquel nogal milenario, la nieve no cubría sus raíces y casi daba la impresión que debajo de sus ramas el invierno dejaba de existir. La dríada de aquel árbol apenas se asomó para dedicarle una sonrisa antes de volver a su tronco, en un gesto ligero le indicó que podría usar su tan sagrado tronco para descansar con tranquilidad.
Aiko aún no terminaba de entender por qué le había simpatizado tanto a aquella criatura, si bien ella le había admitido estar pendiente a todo lo que se decía sobre su persona, no hallaba razones suficientes para tal interés. Tal vez lo nuevo era tan poco común por aquellos lares que su sola presencia ya representaba un espectáculo para la eterna criatura.
No se tardó en comenzar a armar su campamento, su caballo también necesitaba descansar, el animal ya parecía somnoliento de sólo estar bajo la cálidas ramas del nogal al igual que su jinete, que con el sueño a duras penas iba ganando la batalla, necesitaba prender una pequeña fogata para alejar cualquier potencial peligro, a esa altura no podía arriesgarse a morir por un animal a la noche luego de todo lo que había sobrevivido.
La madera estaba mojada y tardó bastante en poder prender, el sol se ocultó nuevamente y la llama de su fogata era lo único que iluminaba la larga noche. Las estrellas resplandecían en el cielo recientemente despejado, dandole un espectáculo de tintineantes estrellas y puntos en el cielo.
Apenas recordó cerrar los ojos, abrazada a su espada el cansancio ganó la lucha. Cuando volvió a abrir sus párpados con la fría luz del sol en una amanecer de invierno volvió al camino y una vez más, se intentó despedir de la amable criatura.

  — Aiko.— La llamó con tono serio, con sus profundos orbes obsidiana mirando directamente a los suyos, interrumpiendo sus palabras.— La frontera... No deberías ir.

Confundida por el consejo de la criatura y por sus trabados movimientos, alzó una ceja. La juguetona dríada nunca se le había dirigido de tal manera y simplemente lo conectó con el hecho de que una vez que cruzara la barrera, las hojas del nogal no volverían a oír al viento susurrar de ella.

  — Debo ir, lo siento.— contestó, firme y sin titubeos. La expresión de la dríada se curvó en tristeza y lentamente, fue volviendo a su árbol. 

  — Lo siento.— fue lo único que dijo antes de dejarla en el silencio. Aiko no comprendía que acababa de suceder, hizo una reverencia en señal de respeto, volviéndose para montar su caballo y volver al camino.

El gélido clima la golpeó en cuanto salió de debajo del nogal, sus dedos enfundados en unos guantes de cuero eran una presa fácil para el frío y comenzaban a entumecerse. Su caballo, a diferencia de ella, parecía bien adaptado a la estación y galopaba como si fuera un día de primavera. Aún restaba medio día antes de llegar a la frontera y su mente no pudo dejar de maquinar sobre lo que aquella criatura sin nombre le había dicho.

...

Las cosas habían cambiado últimamente en el palacio desde que aquella persona había comenzado a susurrar a oídos del rey, ni siquiera Shoto Todoroki, el actual heredero de la corona, podía pasearse por los pasillos de su hogar sin tener ojos siguiendo fijamente cada uno de sus movimientos. Era algo sumamente molesto con lo que lidiar, sobretodo luego de los últimos acontecimientos. De forma oficial un doctor real había encontrando a Enji Todoroki como incapaz de seguir ejerciendo su estado de monarca, el gran rey de ese reino hacía semanas de estar postrado en su cama y encerrado en su cuarto, el murmurio del pueblo hablaba de que el antiguo héroe de guerra y poderoso caballero ahora estuviera padeciendo una demencia que había deteriorado su estado hasta ese punto.

Pero para el príncipe todo eso eran puras tonterías. Conocía a la perfección el estado de su padre, aunque hubiese cometido miles de errores, para Shoto era inaudito que él de todos los reyes que hubieron en esa tierra dejara que su pueblo sufriera. El título de mal padre ya lo tenía ganado, pero nadie podía negar lo buen rey que siempre había sido. Lo que llevaba al príncipe a sospechar de la persona a su lado, y con mucha razón.

En ese momento se estaba escabullendo de los guardias en su propio hogar. Podría deshacerse de ellos con tanta facilidad como respirar, pero levantar las sospechas de quien actualmente estaba controlado el palacio real no resultaría bien para él. Para su mala suerte, Monoma Neito, además de haber sido nombrado el nuevo Capitán General, estaba en el control temporal del palacio. Una decisión que ningún rey habría hecho nunca, pero Monoma había conseguido que el delirante Enji Todoroki emitiera la orden de forma oficial por lo que todo el poder que pudiera ofrecer el palacio estaba en sus manos, y a pesar de que sólo fuese algo temporal, el daño que estaba causando era inmenso.
La población estaba dividida en gente que no deseaba a los seres mágicos nunca más en tierra humana y en quienes admitían lo bien que hacían y lo beneficiosos que era que los seres mágicos se mantuvieran en negociación con los humanos, manteniendo la economía en movimiento.

La realidad era que probablemente una guerra civil comenzara pronto. Los impuestos habían subido drásticamente y parecía como si todos en el palacio estuvieran hipnotizados, ni siquiera el Primer Ministro parecía estar en sus cabales. Por lo que rápidamente el poder de Shoto dentro del palacio había disminuido.

Entre sus pocos aliados aún se mantenían Tenya Iida y Shota Aizawa, los generales no entraban en contacto con el ahora rey sustituto y no cruzaban palabra, más que nada por la carga de trabajo que tenían ambos sobre sus hombros.
Izuku Midoriya, por otro lado, había marchado nuevamente a la frontera luego de escabullirse entre las mazmorras del reino y sacar la mayor cantidad posible de personas bajo órdenes de Katsuki Bakugo. Él y su viejo amigo Izuku habían planeado sacar a los seres mágicos de ese lugar ya que ambos preveían que era lo que podía suceder si se mantenían allí al igual que el rey, que sin siquiera saber que planeaban esos dos, le solicitó a Izuku su ayuda. A diferencia de Shoto y Katsuki, Izuku no estaba relacionado a ningún reino y era más bien un caballero errante, a pesar de ser el héroe en la batalla contra Bahamut, él no juró lealtad a ninguna corona que pudiese encadenarlo. Y esa era una ventaja a tomar en cuenta.

Izuku era otra de las razones de porqué el palacio se hallaba alborotado, la inmensurable fuerza del varón no tenía punto de comparación contra los soldados que protegían las celdas, simples niños que estaban haciendo guardias contra un habilidoso luchador y estratega con años de experiencia. Los soldados del reino no habían podido hacer nada contra Izuku y él había sacado a la gran mayoría de seres mágicos de esas celdas. Aunque desgraciadamente, Izuku había dejado gente atrás. Entre ellos, Gran Torino, su mentor y maestro. Y ahora Shoto debía cuidar que no le sucediera nada. Sus pasos ahora lo estaban guiando a las mazmorras, había esquivado con éxito a los guardias para poder cerciorarse de que los que quedaban estuvieran bien.

No fue una grata sorpresa el abrir puerta por puerta y encontrar aquel lugar vacío. Las suelas de sus botas hacían eco al golpear contra el suelo de piedra mientras caminaba a zancadas, intentando encontrar a alguien de los que se suponía quedaban allí. Ni siquiera Torino se encontraba en la celda en la que lo habían mantenido por semanas encadenado.

Oyó pasos detrás de sí y volteó, encontrando a Momo Yaoyorozu con una expresión aterrada, titubeando en si decir lo que había sido la última noticia, pero los heterocromicos iris del heredero ya parecían haber adivinado que era lo que estaba sucediendo.  

  — Príncipe Shoto... Los prisioneros fueron llevados a la frontera para ser sentenciados.
***

Las horas habían trascurrido lentamente, su estómago rugía de hambre y su cara aún dolía de los puñetazos que le había dado Katsuki, no era de extrañar que tuviera herido su pómulo izquierdo y parte de su rostro hinchado luego de su duelo con él, aunque Katsuki no había quedado mejor.

Faltaba poco para llegar a la frontera, afortunadamente esa vez no había tenido que escalar una montaña, la gente de Bishajin amablemente le habían indicado un camino que los comerciantes del reino usualmente usaban pero que no era de conocimiento humano. Era un lindo camino escondido por la naturaleza, definitivamente para ir por allí se debería de saber de su existencia o tener mucha suerte para encontrarlo.

La distancia entre ella y Musutafu disminuyó hasta unos pocos metros donde se detuvo, bajando de su caballo. La bilis subió hasta su garganta y su estómago se retorció dolorosamente. Respiró con dificultad, su corazón estaba latiendo desbocado y sus manos temblaban, cayó sobre su trasero en la tierra, tapando sus ojos con sus temblorosas manos evitando cualquier entrada de luz a ellos. Agradeció a su terquedad de haber declinado toda oferta de Katsuki por mandar a alguien con ella o de ir él mismo, a duras penas se había deshecho del favor del Rey hasta que simplemente le dio un caballo. No quería que nadie la viera así.

Ni siquiera la guerra había dejado tantos estragos en ella como lo había hecho esas dos simples muertes.

Todo su ser temblaba y no por el frío, un miedo inexplicable se colaba debajo de su piel y Aiko creía saber de que se trataba. Su mente le estaba jugando una mala pasada nuevamente.
Pasaron unos largos y tediosos minutos antes de que pudiera recobrar la compostura y el camino, aunque la ansiedad seguía martillando en su pecho deciendole que algo malo iría a suceder, tal vez influenciado por lo que aquella criatura había aconsejado.

Tomó su equipaje de su montura, deshaciendo el ensillado del caballo y dejándolo libre, nadie ni nada en el reino de Bishajin a excepción de ella podía dejar esas tierras, incluyendo al animal que la había llevado hasta allí. La benevolencia del rey comenzó a brillar una vez estuvo cerca de aquella barrera, justo en el dorso de su mano donde él había depositado un suave beso, la marca del rey se iluminó para dejarla pasar a su destino: Musutafu.

Se sintió incómoda apenas sus pies estuvieron nuevamente en aquella tierra, se sentía diferente a Bishajin, el bosque que le quedaba por delante estaba opaco y las hojas de los árboles no tenían un brillo tan sano como los árboles del otro lado, era como si aquel reino tuviera un tinte más gris que el de Katsuki. El camino estaba levemente marcado por viajeros anteriores y por pura inercia, su mano estaba puesta en la empuñadura de Takeshi. No había razón aparente, pero los pelos de su nuca estaban erizados y la constante sensación de peligro no la abandonó.

La noche la atrapó una vez más, pero en esta ocasión fue en el bosque fronterizo del reino humano al que estaba más acostumbrada. Aún quedaba un largo camino por delante y esta vez la travesía sería más incierta que anteriores. Aiko tenía el conocimiento exacto de donde estarían los armamentos del reino y si los llegaban a mover de lugar, tenía un par de ideas de donde podrían estar. Su objetivo principal sería deshacerse de todo lo que pudiera poner en desventaja a los seres mágicos y más tarde, buscaría la forma de reunirse con el Príncipe heredero.

Shoto debería de saber de los movimientos de los países vecinos, estaba segura de que si comenzaba a deshacerse del armamento militar que poseía el Rey Enji, los demás reinos tratarían de aprovecharse de la situación que ella estaba creando a favor de alguien más.

Esa vez apenas pudo dormir, no encontraba la tranquilidad de poder conciliar el sueño como la que le había brindado la Dríada, aquel sentimiento en su pecho le advertía que estaba en guerra y que si cerraba los ojos más de lo necesario, su cabeza amanecería clavada en una pica.

Con la pesadez de sus músculos y de la niebla al amanecer, volvió a tomar sus cosas. Sus piernas caminaban como si ya supieran el camino, avanzando de forma rápida y divisando no muy lejos el final del bosque.

El olor metálico llegó a su nariz como si de un aroma más del bosque se tratara, los cuervos que se entreveían por las copas de los árboles parecían estar graznando con alegría y en gran cantidad, lo que alarmó a la general para caminar más rápido.
Caminó unos metros a zancadas antes de encontrarse un poste ancho de madera oscura clavado profundamente en la tierra que se alzaba algunos metros por sobre el bosque, algo goteó en su mejilla provocando que alzara la vista.

Al momento en que sus iris encontraron lo que había en la cima de aquel trozo de madera, sintió como si su corazón se detuviera. Su boca se abrió por el desconcierto y fue en ese momento en que se dio cuenta de lo que había goteando en su mejilla no era nada más que sangre. En la punta más alta de aquél trozo de  madera había alguien crucificado. Ambos brazos de la criatura de piel color melocotón estaban extendidos  de forma horizontal a ambos lados de su cuerpo y clavados en una cruz de madera, al igual que sus hombros, piernas y pies mientras que aún gemía y lloraba de dolor, llamando a nombres que no conocía por lo bajo que aún a la distancia se podían oír.

No creía lo que veía, dio dos pasos atrás horrorizada y miró a ambos lados, hallando que aquella pobre alma no era la única allí.

Era gente del pueblo de Katsuki.

La gente que ella juró nunca tocar con su espada estaban siendo exhibidos como una advertencia justo frente a la frontera.  Los podía contar con los dedos de sus manos mas estuvo segura muy dentro suya que toda esa gente eran las personas que el pueblo del rey aún esperaba que volviera a casa a salvo. No reparó a pensar en consecuencias o de si podía tratarse de una cruel trampa, deshaciendose de su equipaje escaló con una soga que el rey le habría facilitado, uñas, dientes y un mísero puñal hasta llegar a la cima. El demacrado varón aún lloraba buscando consuelo en sus rezos y cuando sus ojos hallaron a la mujer que escalaba su cruz de madera, simplemente susurraba plegarias de que por favor no fuera alguien con intenciones de alargar su muerte.

Algo se apagó dentro de Aiko al oír a ese chico pedir a Dios que le brindara una muerte rápida, sacando las estacas de sus pies, sus ojos perdieron brillo. No pudo evitar recordar su primer encuentro con Eijiro, el enojo que había sentido la había llevado a expulsar y castigar físicamente a varios soldados, no estaba orgullosa pero lo volvería a hacer. Mientras sacabaa estaca que clavaba la mano del chico, se pasó por su mente que esa vez no iba a quedarse en castigar a alguien. Temió a sus propios pensamientos.

Bajó con dificultad a la primer víctima, dándole de su propia comida y medicina, haciéndole saber que iría a por el próximo. Uno a uno los fue bajando, hombres y mujeres de distintas razas mágicas, pertenecientes al pueblo de Bishajin y que apenas llevaban unas horas colgados allí. Cuando el número de heridos llegó a una decena, tuvo que detenerse a respirar y contemplar por algunos momentos. Todos los sobrevivientes lloraban, algunos susurraban con sus gargantas secas su nombre, los que tenían mejor capacidad de curación iban sanado, ofreciéndole ayuda mientras estaba ahí parada, inmóvil, pero los vacíos ojos de Aiko estaban clavados en el último cuerpo que había bajado. Era una cara que había visto antes, recordaba el rostro que había llamado su atención, porque ese había sido un rostro robado. Tragó grueso al reconocer que la mujer que había visto en aquel hechizo de espejo del que había sido testigo en aquella plaza central, la madre de la pequeña que había trenzado su cabello, estaba allí con su piel fría y de un color apagado. Era el único muerto que había, pero aún así no podía dejar de sentir que era su culpa por haber llegado tarde.

La sangre manchaba la tierra a su alrededor como si fuera su color natural y los sollozos de la gente se estaba grabando profundamente en ella. Mantuvo su frente en alto, a pesar de las lágrimas que su alma con fervor deseaba derramar, tratando de liberar un poco de peso que se iba acumulando. Apartó lentamente la mirada de aquél desastre, con el conocimiento a flor de piel de que su corazón jamás borraría aquella atroz imagen que sus ojos habían visto.

Pero la Dama de Guerra no era de acero ni  diamante. Era de carne, hueso y sentimiento. Nadie pudo decirle alguna palabra de aliento, entre sus propios dolores nadie notó que llevaba su alma como una vieja capa siendo arrastrada por el viento y que seguramente, había ganado una nueva mancha.

La luz del sol nunca llegó a tocar su piel, las nubes negras se acumularon en el cielo de un supuesto amanecer mientras sus ojos seguían en aquel cuerpo. La había acomodado como si fuese algo amado para ella y bajo la atenta mirada de quienes habían sido victimas de los humanos.

  — Señorita... Aiko.— llamaron a su nombre por enésima vez, los cansados orbes giraron a quien aún temblaba bajo su mirada, pero que se llenó de valor para hablar. Ella le dedicó una cálida sonrisa, a pesar de la pesadumbre en su pecho que amenazaba con comerla viva.— Esa persona de allí... ¿Podrías ayudarlo también?

El tiempo dejó de correr apenas miró a dónde le apuntaban y su respiración se cortó abruptamente. Sus rodillas no habían temblado hasta ese momento, encadenado a un árbol con los pies llenos de carmín se hallaba el único anciano entre los condenados. Los tendones de sus pies habían sido claramente cortados y a diferencia de todos los demás, sus pies y manos eran encarcelados con unos pesados grilletes. Dio una profunda respiración, trabandose un poco por los sollozos que luchaban por salir de su garganta. Con paso lento y pesado como si sus piernas estuvieran siendo engullidas por la tierra, caminó hasta él con toda la fortaleza que aún mantenía, deseando que lo imposible sucediera en ese momento y que le concediera ese deseo.
Su mente traicionera la llevó nuevamente a semanas atrás y vio a Denki y Sero encadenados a ese árbol, sin vida. Sus manos temblaron apenas estuvo a unos centímetros y su respiración se entrecortó.

  — Si rompes los grilletes, ellos sabrán que estas aquí.— murmuró a duras penas Torino, con el dolor de su cuerpo. Se sorprendió cuando Aiko cayó de rodillas frente a él, dándole la espalda a los demás heridos y tapando sus ojos con su mano izquierda ya que en la derecha aún mantenía su espada. En silencio una lagrima se escurrió entre sus dedos y su labio inferior temblaba. Torino entendió lo que sucedía, recordando lo último que había perdido y echando un vistazo detrás de ella y a los que Aiko había estado mirando por un rato. Notó el alivio de la exgeneral viendo que aún estaba vivo y no la culpaba.

Torino rió un poco triste, tratando de apaciguar el ambiente e intentando repetir la advertencia que le había dado sobre los soldados del reino, pero apenas quiso volver a abrir su boca, Aiko ya había cortado las cadenas que lo apresaban con su espada.
Se puso de pie, con los ojos enrojecidos, dándole la espalda para ir en busca de medicinas.

  — ¡Niña terca! ¿No escuchaste lo que acabo de decir?— gritó cómo pudo mirando sus cadenas cortadas, pero ella no se inmutó.

  — Está bien.

  — ¿Qué? ¿Qué está bien, dices?— preguntó con indignación.

La tranquila mirada de Aiko cuando volteó lo alarmó, ella simplemente le dedicó una sonrisa, tratando de decirle que todo estaría bien, pero dentro suyo Torino supo no podría hacerla cambiar de opinión sobre lo que iría a hacer.

  — Sí. Todo va a estar bien.

***

Buenas, ¿qué les pareció el capítulo?

Espero les haya gustado. Gracias por leer.

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