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•22•

En aquel apartado estudio no había nadie que pudiera oírlo a él o a sus bufidos de molestia. El desorden que estaba haciendo Bakugo Katsuki por buscar los documentos correctos para comenzar los procedimientos que necesitaba era algo impropio de él, decenas de escrituras, pergaminos y libros estaban dispersos sobre el suelo y la mesa, milagrosamente ninguno había sido manchado por la pluma con tinta que mantenía en su mano derecha.
Estaba estresado por lo que había sucedido últimamente y por la nueva información que Aiko le había brindado, Izuku estaba lejos, Kirishima y Mina estaban dormidos y Denki y Sero muertos, no le quedaba mucha gente cercana que impidiera que destruyera su estudio o la humanidad a esas altas horas de la noche.

Trataba de darle el mayor cuidado que podía a sus documentos, era un Rey, no un bárbaro después de todo. Luego de unos largos minutos donde centró su atención ya tuvo todo listo para presentar ante su Consejo, la evacuación y redistribución de alimentos debería hacerse lo antes posible. Ya era una bandera roja que los soldados estuvieran custodiando toda la frontera, aunque les fuera imposible pasar por la barrera.
Se rascó la cabeza con fuerza, tratando de encontrar claridad en sus pensamientos y dejar de desviarlos a la mujer rubia que descansaba en alguno de los aposentos de su Palacio, pero desistió de hacerlo luego de intentar leer tres veces un mismo párrafo sin ningún éxito. Dejó los papeles sobre su escritorio, apagó las velas y se dirigió a sus propios aposentos. Al menos había organizado los papeles que le serían de ayuda, no podría decir lo mismo del resto de la habitación.

Las tácticas de guerra no dejaban de repasarse de forma automática por su cabeza a cada paso que daba, el reconocimiento de su terreno iba haciendo que generara nuevas estrategias a las cuales les iba encontrando puntos débiles y fuertes. No podía detener la maquinaria de su mente por más que el estrés hiciera que se le cayera el cabello; hacía algunos días que no conciliaba el sueño y ya con sus nuevas ideas en proceso, aceptó su destino de ser consumido por el insomnio de nuevo.

Cincuenta mil soldados eran los que tenía a su disposición luego del reclutamiento, pero de nada servirían los números si no eran capaces ni de hacerle un rasguño. Lo mejor que tenía a sus manos eran sus subordinados más cercanos, no podría pedirles que gastaran el poco y valioso tiempo que poseían entrenando a sus tropas. Tal vez hasta debería hacerlo por sí mismo.
Frente a las puertas de sus aposentos se paró en seco, sin llegar a tocar la madera y volteó amenazando con su magia a lo que fuese que estuviera detrás de él.
El par de ojos carmín iguales a los suyos lo miraron con burla. El imponente lobo estaba sentado sobre su cola como si la amenaza del rey no le causara ni un ápice de temor.

  — Las dríadas dicen que te sientes culpable, los sílfos y sílfides también andan murmurando sobre eso.— dijo en tono suave, sin siquiera desgastarse en formalidades primero.

  — No tengo tiempo para tus acertijos, saco de pulgas. Si no vienes a avisarme que las tropas de los Todoroki están a mis puertas, entonces no me interesa que tengas para decir.— casi gruñó en respuesta Katsuki. El animal, por su parte, sólo dio un suspiro cansado y se río levemente de la persona frente a ella.

  — La deuda ya fue pagada, Rey Dragón. Ya nada me retiene en la capital. Ni a mí, ni a mis cachorros.— informó en un tono suave que usualmente, únicamente empleaba para sus hijos.

  — Bien por tí.

  — Sin embargo... Piensa muy bien en lo que harás a continuación. Ir a la guerra con los engañosos humanos siempre es una desventaja para cualquiera.

  — No iremos a guerra. Aún.

  — Eso es lo que quieres creer, pero es inevitable. Aunque hayas colgado en la puerta de tu palacio el cuerpo de la espía y hayas dejado huir a esos pocos humanos restantes para que iniciaran el rumor del Sello de la reina, no hay probabilidad para Bishajin de evadir una guerra.— objetó de manera seria, haciendo que el rey apretase la mandíbula. Él ya sabía eso.— Ellos atraparon al niño verde, Rey Dragón. Bloquearon los flujos de magia de un Lobo blanco e incluso de tu tonto amigo dragón carmesí, ¿que posibilidad hay de ganar?

Volteó molesto, los ojos rojos del animal estaban entornados juzgandolo de forma profunda  al igual que lo acababa de hacer con sus palabras sobre sus siguientes acciones.

  — Entonces, perro, ¿que sugieres?— terminó por preguntar con su mandíbula bien apretada de irritación. Esa vez y justo esa noche, el rey no se hayaba en ánimos de iniciar una pelea verbal con aquella criatura de la cual estaba seguro, si le daba las razones suficientes, se le lanzaría al cuello sin dudar.

  — Cierra por completo la barrera.— Katsuki levantó las cejas, con sus ojos abiertos y su ceño se frunció en interrogación.

  — Sería perjudicial.— imprecó con rapidez, teniendo en cuenta a los cientos que aún no volvían.

 
  — ¿Arriesgarás la vida de miles por tan solo unos pocos? Escuchame bien mientras te digo esto, Rey Dragón, hay mestizos de tu pueblo y de humanos allí afuera que están impacientes a recibir la orden de masacrar, quemar y violar en Bishajin porque consideran que la única parte pura de ellos es su porcentaje humano y odian a la otra mitad. Lo he visto en mis doscientos años de vida, con estos ojos míos. Mientras no se cierre la frontera ellos podrán pasar a éste lado impunes, tal vez ya se hayan dado cuenta de la condición en la barrera, tal vez estén juntando a todos estos mestizos para que pasen.— el regaño del lobo estaba siendo severo, no tenía pelos en la lengua mientras reprendía al monarca sobre sus opciones de batalla.— Debes hacerlo, Rey Dragón. Tu ejército está hecho de estudiantes, granjeros y gente que nunca siquiera ha temido a la guerra. Gana tiempo, envía a alguien a buscar a quienes aún no vuelven a casa, entrena a esos soldados para que defiendan su tierra y al menos puedas darles una muerte digna.

La loba blanca se retiró apenas terminó de decir lo que había en su mente, dejando a Katsuki únicamente viendo por donde se había ido.

Katsuki mordió su lengua, volviendo a pensar en lo que la loba le había dicho. Debía jugar bien sus cartas si es que quería mantener la paz en el reino y ya se le había ocurrido algo para resolver uno de sus muchos problemas. Detuvo su amague por volver a su oficina entrando a sus aposentos, la guerra podría esperar al día siguiente pues si no pegaba un ojo esa noche, juraría que destruiría la alde humana más cercana con tal de solo detener su dolor de cabeza.

...

Los días parecían transcurrir con lentitud en lo que la mantenían postrada en esa cama, en algún momento de esos tres días se había cuestionado si acaso el rey habría descubierto sus planes de dejar el palacio lo antes posible y que él podría ser la razón detrás de que aquellas dos personas no se despegaran de su lado.

Kirishima Eijiro y Ashido Mina habían sido quienes se habían encargado personalmente de cuidarla en la mayoría de sus ratos libres, mientras Kirishima le contaba como había sido su día de entrenamiento, Ashido le contaba sobre su naturaleza mágica y su lugar de nacimiento. Aiko no se encontró disgustada con ninguna de las dos presencias, para ella aquellas dos personas eran madera del mismo árbol y almas de igual brillo que el sol, mas era problemático para su ida el que, incluso, hubieran cambiado sus habitaciones para estar más cerca suya.

La sirvienta que estaba con ella cuando aquellos dos no estaban por sus aposentos le había narrado con lujo de detalles como es que la mano derecha del rey y uno de sus más leales súbditos trataban de hacer todo lo que tuvieran lo más pronto posible para ir con ella e inclusive ellos habían dado estrictas ordenes con respecto a su alimentación. Aiko simplemente podía reír agradecida ante aquello, a sus ojos parecía como si Kirishima y Ashido se estaban esforzando por no dejarla ir.

  — Querida, ¿podrías pedirle a Eijiro y Mina que no vengan hoy? No me siento muy bien y quiero descansar.— la cara atemorizada de la sirvienta fue lo que primero llamó su atención apenas dijo sus palabras, dedujo que aquellos dos le habrían dado estrictas ordenes al igual que al resto del personal.— No te preocupes niña, yo lidiaré con ellos mañana.

La criada asintió no muy convencida y la dejó sola cerrando la puerta detrás de sí. Cerró sus ojos, cubriendo su cuerpo con las mantas de su cama.

Debía salir de ese lugar lo más pronto posible. Era un detonante de guerra que ella estuviera en Bishajin, lo más inteligente sería abandonar el reino y pasearse por Musutafu, generar rumores que llamen la atención de la realeza y milicia de los Todoroki y poder alivianar un poco del peso que había estado teniendo Katsuki sobre sus hombros.
Los bloqueadores de mana podrían ser el mayor obstáculo a la hora de plantear una estrategia, por lo que si tenían a alguien que pudiera destruir esos grilletes, jaulas y cadenas que pondrían en desventaja a Bakugo, todo sería más simple. El material utilizado para bloquear era de lo más extraño, era sucetible a los cambios y a las diferencias de poder, esa era la razón por la que a Eijiro lo habían clavado a una madera con decenas de estacas y que a Izuku lo hubieran retenido en una de las jaulas con los barrotes más gruesos y pesados. Dependía de a quien querían bloquear la cantidad de material que irían a necesitar.
Por eso ella era perfecta para ir a destruirlos. Su mana normal estaba cerca del cero, no podrían bloquear algo que ella ya tenía bloqueado.

Todo se resumía en que debía abandonar el reino e irse para destruir la desventaja, tan sólo para devolver el favor de todo lo que esa gente había hecho por ella.

Salió un poco de sus pensamientos y miró por la ventana, la nieve había cesado su caída dejando como consecuencia de la tormenta unos dos metros de separación entre la superficie y el suelo, el sol apenas se asomó por las grises nubes anunciando el fin de la tormenta y el fin de su estadía en ese lugar.

Se levantó de su cama, las plantas de sus pies tocaron el frío suelo y enseguida se dirigió al armario el cual era una puerta en la pared de aquella habitación, se sorprendió al ver el tamaño del mismo pero no tardó mucho tiempo contemplando el lugar. Allí había ropa como para una reina, cientos de vestidos, zapatos y joyas que ella nunca podría utilizar. Revolvió entre los objetos hasta que halló unos pantalones a los que se podía ajustar, camisas, suéteres y capas de pieles, perfectas para el invierno. Lo más difícil de hallar en ese armario fue un calzado decente, pero después de algún tiempo, unas botas para montar fueron la mejor opción que pudo encontrar entre tantos zapatos con joyas y de tacón alto.
Tratando de no hacer ruido, se cambió dentro del armario y cerró la puerta. Estaba segura que los de fuera entrarían al mínimo sonido fuerte y no deseaba llamar la atención, menos en ese momento. Controlando cada mínimo paso, llegó hasta su cama y empuñó a Takeshi, atandola con un cinto a su cadera.

La puerta se abrió de forma abrupta, ella enseguida se irguió dirigiendo su mano derecha al puño de su espada.

  — ¡Discúlpeme, Señorita! ¡Su Majestad deseaba entrar y yo...!— el aire enseguida abandonó sus pulmones cuando vio ingresar por el marco de la puerta al Rey de Bishajin, sin previo aviso, sin haber hecho siquiera un sonido que pudiera alertarla.

Katsuki levantó sus cejas en cuestionamiento, paseando su mirada desde sus pies a su rostro, para terminar por ver su mano derecha a punto de esgrimir su espada.

  — Déjanos solos.— mangoneó a la sirvienta y ella enseguida acató. Rápidamente la chica cerró la puerta, las miradas de ambos se volvieron a encontrar.

  — Es hora de que me vaya, Rey.— anunció con una voz neutra.

  — No podrás salir del reino. La frontera fue cerrada completamente.— contestó sin perder el tiempo, con su típica forma brusca de hablar, pero eso no hizo que la mirada de Aiko se doblegara.

  — Tengo mi espada, puedo destruir la barrera.— la amenaza causó que Katsuki alzara una ceja en cuestionamiento.

  — Sí, pero no lo harás. Si rompes la barrera, será una brecha para el enemigo, ellos aprovecharían para pasar a este lado y atacar a los pueblos más próximos.— Katsuki contestó con toda seguridad, sin siquiera titubear, su mirada no tembló ni un poco mientras le decía a Aiko todo lo que había visto de ella con sus propios ojos.

  — Yo no pertenezco a Bishajin, Rey. No es de mi incumbencia lo que suceda con su gente.— escupió esas palabras de la forma más dura y fría que pudo. Estaba mintiendo. Si algo le sucedía a la cálida gente de Bishajin por su culpa, simplemente nunca podría perdonarselo.
De forma inconsciente apretó su mano sobre la empuñadura de su espada y Katsuki notó esto, su ceño se frunció y no pudo evitar contradecirla.

  — Deja de decir estupideces, Ángel. Alguien que se dejó vencer para que no asesinaran a un niño pequeño no haría algo tan imprudente. Tus palabras me dicen algo, pero tus acciones son las que hablaron por ti todo este tiempo.

Aiko cerró los ojos y dejó salir un profundo suspiro de agotamiento, no tenía la energía o el tiempo suficiente para seguir contradiciendo a ese terco rey. Mientras más pronto abandonará esas tierras, más pronto podría desviar la atención de la armada de Musutafu.

  — Debo irme, Katsuki. Te pido, no me retengas más tiempo.— La voz cansada de la espadachín provocó que él cerrase sus ojos, negando con su cabeza. Aiko apretó aún más la empuñadura de su espada con frustración.— ¡Necesitas que me vaya de tu reino, Katsuki! Monoma dejará de estar interesado en Bishajin en cuanto sepa que yo ya no estoy aquí. ¡Es a mí a quien necesita! Déjame ir y prometo que haré lo imposible porque quedes fuera de esto.

El tono de voz acelerado y a un tono más alto que lo que acostumbraba llamó la atención de incluso la gente fuera de la habitación. Katsuki miró fijamente dentro de esos orbes verdes que le estaban pidiendo algo simple pero complicado a la vez, con sus ojos entrecerrados, volvió a dar su veredicto.

  — No puedes irte, Ángel.

Aiko aflojó todo su cuerpo, derrotada. Las palabras no servirían con él. Con la última gota de esperanza que cabía en su cuerpo, volvió a preguntar, esperando que esta vez la respuesta fuera la que esperaba obteniendo para su desdicha las mismas palabra dpor parte del monarca. Su expresión de endureció y todo rastro de emoción abandonó su rostro, sacando la mano de su espada, miró penetrante dentro de los orbes de aquel que no permitiría que se fuera de forma pacífica.

  — Bakugo Katsuki, Sol de Bishajin y Rey de los Dragones, yo, Himura Aiko, lo reto a un duelo.

***

👁️👄👁️

Buenas, ¿qué les pareció el cap? Muy informativo.

Gracias por leer.❤️❤️

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