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Un campamento en un claro era escondido por el frondoso bosque, las tiendas de campaña a simple vista sólo aparentaban un campamento normal pero hacía falta agudizar los sentidos para descubrir lo que se escondía detrás de todo aquello. Los sollozos de decenas de brownies y hadas no podían ser acallados, por más que golpearan sus jaulas con una vara de metal acompañado de palabras de amenaza.

Aiko buscó con la mirada a su informante, encontrandolo al poco tiempo, Kaminari Denki siempre había sido una persona extravagante en su forma de vestir, su sombrero adornado con una pluma colorida ya anunciaba de quién se trataba. Sus ojos se toparon con él a un lado de una fogata, mientras bebía algo de vino y contaba anécdotas a las plagas que lo rodeaban con ojos expectantes por cuál sería la próxima graciosa estupidez que saldría de su boca.

Aiko se adentró en el campamento con paso firme, bajo las asesinas miradas de todos los hombres allí presentes, dirigiéndose hasta donde estaba su informante. Los oyentes del chico se callaron al verla apoyar su mano en uno de los hombros de éste. Kaminari sintió el tacto conocido y volteó de inmediato a quién se alzaba detrás de él.

Su aspecto oscilaba entre unos rasgos femeninos pero oculto en su ropa, manera de caminar y en la forma en la que arregló su cabello. No era de extrañar por aquellos lugares el encontrarse a hombres con rasgos androginos como aparentaba la General, después de todo, los bandidos llegaban de cada rincón del reino y de países vecinos.

  — ¡Oh! ¡Es la persona de la que les hablé!— exclamó con felicidad a los bandidos que quitaron la mirada despectiva, formando una sonrisa amigable en sus rostros—. ¿Tu nombre era...?

— Akira Himura— musitó con unos tonos más graves de lo que su voz era. Kaminari quedó en seco pues su general había decidido por utilizar su apellido en vez de inventarse uno, aunque bien sabía que sí todo eso salía mal, nadie podría encontrarla por su apellido ya que el odio que guardaba a éste había tenido como consecuencia de que su fama se hallara en su nombre y apodos.

  — Ah, claro, Himura-dono, acompáñeme, le presentaré al líder— asintió para luego seguirlo, sin despedirse de los repulsivos hombres que podría jurar habían visto sus hostiles intenciones de rebanarles el cuello con la espada que llevaba a la espalda.

Kaminari la llevó por entre jaulas repletas de criaturas mágicas como brownies, hadas, lobos blancos, pequeños duendecillos del bosque y extrañamente un perro negro que miraba con sus ojos carmines con desprecio a cualquier hombre que se paseara por los alrededores. Era un lugar lúgubre, con una energía que te haría huir pitando y magia que no gustaba para nada a la general quién observaba las vías de escape y las brechas que podría crear para liberar a la criaturas al Valle Prohibido.

El soldado llamó su atención cuando estaban por llegar a donde el líder, apuntando a una tienda de campaña más grande que el resto. La presentó por su nombre falso y con objetivos que estaba segura Kaminari se habría inventado en el momento, al igual que el nombre falso que él mismo se había dado. Lo habría inventado al momento de infiltrarse allí.

  — Me da gusto conocerlo, Kurogiri-sama, Kagami-dono me ha hablado mucho de sus magníficas hazañas y es un gran honor poder tener de frente por fin al hombre que logró matar a un dragón— el líder vestía de manera elegante, como un Duque que gozaba de gran riqueza. Su rostro era una bruma negra producto de prácticas con magia prohibida. Magia de portales, pensó Aiko.

  — El gusto es mío, Himura-dono. No muchos logran desertar del Ejército real sin morir antes. Tienes suerte, muchacho— dijo Kurogiri de espaldas a ella, mirando un mapa sobre una mesa de madera de roble tallada al momento que escribía y tachaba algunos puntos.

  — Parecerá ególatra, pero los generales poco pudieron hacer contra mis habilidades— ese comentario llamó la atención del hombre frente a sus ojos, haciéndolo abandonar sus actividades y dedicándole una mirada de duda.

  — ¿Incluso La Dama de Guerra? Dicen que esa niña es aterradora, por más que sea una chiquilla— Aiko mantuvo su ceño firme por más que tuviera unas inmensas ganas de replicar por el viejo apodo por el que se había referido a ella y por el hecho de que continuaran llamándola niña, siendo que ya era una mujer de veinticinco años.

  — Una mujercita poco tiene que hacer frente a un hombre, su título de general no fue más que un regalo del Rey por haber crecido bajo su ala — sus palabras lo hicieron sonreír al punto de sacarle una risa.

  — Me agradas, chico.

Allí se terminó su conversación. Kaminari la guío hasta dónde podría descansar, una vieja tienda de campaña desgastada y alejada del resto, era la que más cerca se hallaba del Valle prohibido y la gente escaseaba al rededor de ésta.

  — Dormirás aquí ésta noche, Himura-dono— Aiko no respondió e ingresó a la desgastada tienda hallando un antigüo y fino colchón de lana de oveja sobre la sucia alfombra del suelo, sin amueblado pues lo único que tenía allí era aquello, haciendo excepción en un pequeño botiquín que halló poco después.

  — Para conseguir huir rápidamente se vuelven minimalistas dejando que las únicas tiendas ostentosas sean las de los líderes — susurró para sí su propio razonamiento.

Dejó su equipaje en el suelo, sacando un mapa y a la luz de una vela que Kaminari le había facilitado, comenzó a marcar las posibles vías de escape que veía y a maquinar cientos de planes para destruir todo aquello desde dentro, aunque en todos los planes implicaba camuflarse entre esas lacras hasta ganar la confianza de todos y cada uno, inclusive el líder.

Se deshizo de sus botas acomodándose para descansar, dejando a su alcance las armas que había traído preparada para cualquier ataque nocturno.

El día siguiente iniciaba su misión, lo mínimo que podía hacer por ese día era dormir un poco y prepararse para el infierno que iba a desatar.

...

Tres meses y contando. Más de una vez Aiko había deseado cortar las cabezas de los imbéciles que debía de aguantar para hacer que su trabajo quedase perfecto. Ya se había ganado la confianza de más de la mitad de los bandidos quienes ya la consideraban un "colega".

Deseaba ver sus caras si alguna vez descubrían el hecho de que la persona que les ganaba en competencia de tragos era considerada una Dama de alta clase en el castillo cuando se convocaban los bailes reales o fiestas por algunas festividades.

Había reconocido a los traidores y uno de ellos se hacía llamar Stain. Por otro lado, otro camarada suyo había sido mandado en esos últimos meses para acompañar a Kaminari y a ella en el reconocimiento de los traidores: Monoma Neito. Gracias a su extravagante personalidad, éste se había podido camuflar sin ningún problema.

Gracias a que había creado una relación de casi compañeros hasta con el líder, la entrega de criaturas mágicas había sido pospuesta por haber propuesto una lucha al mejor postor. Básicamente, que los nobles se pelearan con uñas y dientes, desgastando hasta su última moneda de oro por subir al puesto de poder comprar criaturas mágicas.

Ese día llegaba al campamento una nueva carga, según lo que había escuchado esa carga era mucho más valiosa que cualquiera que se hubiera obtenido anteriormente.

Le produjo gran intriga el hecho de que no mencionaran qué tipo de criatura era cuando normalmente así lo hacían.

Se tomó el trabajo de recibir a la gran carreta que traía a los prisioneros, siendo no muy gratamente sorprendida por ver a un hombre humano de cabellos verdes encerrado entre los barrotes de madera, amordazado y con las manos atadas a su espalda.

  — ¿Puedo saber el porqué de secuestrar a un niño humano?— preguntó dirigiéndose a Kurogiri que también había ido a recibir la carga.

  — No es cualquier niño humano, ¿sabías que es mejor amigo del Rey Dragón?— no pudo evitar soltar una exclamación de sorpresa, no por lo que le acababa de decir, sino por la osadía de esos bandidos de querer meterse directamente con el Rey Dragón, como si fuera como cabrear a un conejito.

  — ¿El Rey Dragón? ¿Y porqué ésta decisión tan suicida de tal vez provocar su furia?

  — Hay algo que él tiene que nosotros queremos, le propondré un trato: le daré al chico si él nos entrega a su dragón escarlata — Aiko sintió sus articulaciones petrificarse y su corazón dejar de latir. Con la boca seca, volvió a hablar.

  — Creí que ya tenían uno.

  — La Dama de Guerra interceptó a nuestros proveedores y liberó al Dragón — cuando le confirmó lo que deseaba saber, Aiko apeló a todo su autocontrol para no echar a perder un plan de tres meses y arrancarle la tráquea al líder de un sólo movimiento—. En fin, pronto lo tendremos de nuevo, Himura-dono, no debe de preocuparse por los detalles. Ahora debemos preocuparnos por festejar esta noche el regreso de Tomura Shigaraki del mar, nuestro líder.

Hace poco tiempo había oído hablar sobre Tomura. Era el joven amo de toda esa panda de bandidos que por negocios debió levar anclas y navegar hasta un reino al otro lado del mar. Esa misma noche regresaría con sus seguidores más fieles, por lo que había averiguado.

Cómo era costumbre allí, festejarían el regreso del joven amo tomando demasiado alcohol, bajando la guardia más que nunca, dejando una brecha que la primer general no desaprovecharía en lo más mínimo para dejar libres a un gran número de seres mágicos y de matar unas cuantas ratas bipedas.

La noche se asomaba por el horizonte, comenzando a oscurecer los rincones más recónditos.

El hidromiel ya había hecho acto de presencia al igual que el verdadero líder y sus perros. Se memorizó el rostro de cada uno mientras observaba la fiesta que se montaban a la lejanía. El líder, Shigaraki Tomura, pálido y delgado, con cabello celeste claro desordenado un poco por arriba de sus hombros recogido en una pequeña coleta, una pequeña cicatriz atravesaba verticalmente su ojo derecho y otra en la parte izquierda de sus labios, de apariencia desordenada y todo lo opuesto a Kurogiri, preocupándose poco o nada por su aspecto.

Luego estaba la chica llamada Himiko Toga, de ojos dorados y cabello rubio, unas cuantas palabras de su boca eran suficientes para notar la falta de sanidad en su mente. Su cabello estaba recogido con dos moños y estaba rodeada de un aire de inocencia tan pura como mortal.

Dabi era el tercero que pudo registrar. Algo en su aura le resultaba familia, pero no podía deducir que era. Se encontraba totalmente vestido de negro, con ropajes similares a los de un pirata. Su mirada calculadora y celeste observaba todo con precaución. Su cabello era igual de negro que su ropa y un gran porcentaje de su piel se hallaba cubierto por feas cicatrices violáceas hechas con fuego.

Los demás miembros ya los conocía y pudo identificarlos sin problema, pues, eran los que habían permanecido en el campamento con Kurogiri después de todo.

Se fue retirando poco a poco sin levantar sospechas y sin haber bebido ni una gota de todos los barriles que se habían tomado aquellas lacras. La trampa principal y todos y cada uno habían bebido de ella.

A veces su trabajo le resultaba demasiado fácil para la seriedad con la que la mayoría se lo tomaba. Aunque la facilidad con la que le estaban saliendo las cosas le hizo sospechar levemente.

Despejó la zona de las cargas de los pocos hombres que aún habían quedado en pie, revisando por segunda vez el perímetro para cerciorarse de que no había nadie cerca que fuera consciente de su traición.

Del otro lado del campamento más temprano había dejado explosivos y un camino de pólvora que antes de estallar, le sumarían unos minutos más para encubrir sus actos. Era un plan B por si el somnífero no afectaba a todos.

Se deshizo de las cosas que le hacían parecer un hombre, retomando su apariencia femenina y carraspeando para aclarar su voz.

Los duendecillos, brownies y demás criaturas allí ya no gritaban cuando veían a un humano acercarse, sólo se limitaban a reunirse en el centro de sus jaulas mientras se abrazaban unos a los otros, lejos de las manos y agresiones humanas.

Aiko cerró la gran tienda de campaña que resguardaba a las criaturas, trazando la ruta de escape más segura y abriéndoles el paso, echando de vez en cuando un vistazo a que la fiesta continuaba aunque un poco menos ruidosa, el somnífero debería de estar haciendo mella entre los bandidos por esos momentos.

Todos la observaban como apilaba cuerpos de hombre inconsciente y los ataba al poste de madera que mantenía aquella tienda en pie, sin dirigir mirada a las asustadas criaturas y a algunas bestias llenas de cólera por sangre humana.

Ya al haber terminado de atar a los guardias, se hizo con la llave maestra de todas las jaulas, comenzando por liberar a los duendecillos del bosque.

  — Mi nombre es Aiko, Himura Aiko, soy la primer general del reino de Musutafu. Por favor, vayan rápido por la senda que he marcado, tenemos poco tiempo — susurró para los duendes, aunque con el silencio que hacía en esa parte del campamento todos allí pudieron escucharla, hasta el joven de cabellos verdes que hace poco había recuperado la consciencia.

Abrió la primera jaula, poniendo todo su esfuerzo en evitar el rechinar que éstas usualmente hacían, siguiendo con la segunda y la tercera. Aquellas jaulas impedían el uso de magia por lo que al abrirla, criaturas casi etéreas como los perros negros se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos.

Los brownies, hadas, lobos blancos, duendes y demás siguieron dudosos pero de manera rápida la senda que ella les había marcado. Ya habían sufrido durante meses, si esa no era la salvación entonces nada peor a todas las torturas de antes podría depararles.

La muerte les pareció un final más digno que estar esclavizados por la eternidad.

Lo último que le quedaba era liberar al amordazado muchacho, tomando la precausion de antes fijarse que sus pequeños y grandes rescatados iban por el camino correcto.

Abrió la estrecha jaula de un tirón, soltando un taco junto con una maldición al ver que las cuerdas que ataban las manos del peliverde iban a dejar marca. Sacó su cuchillo, dispuesta a la liberarlo de una vez por todas.

  — No temas, me llamo Aiko, soy la primer general del Rey Enji Todoroki. No temas, pronto ya estarás a salvo — susurraba a medida que lo liberaba de sus mordazas. Lo sacó de la jaula para poder cortar las cuerdas a sus pies y con unos movimientos más, el chico ya estaba libre, aunque si era usuario de mana, tardaría unas horas en poder volver a usarla debido a las repercusiones de la magia de sellado de las jaulas en los humanos.

Ambos orbes verdes se encontraron por unos segundos pero Aiko lo ignoró, empujando al chico sin saber siquiera su nombre a la salida por donde se habían ido los otros.

Tomó su espada, demasiado tarde para el dolor que atravesó su abdomen y para la mirada de pavor que le dedicó el peliverde que había tardado en huir.

  — ¡Huye!— con esa orden, clara y directa, él se echó a correr dejándola con un filo atravesando su cuerpo de lado a lado. Había sido lo mejor. El deteriorado estado del joven solo habría sido una molestia si decidía interponerse.

  — Nunca pensé encontrarte en un sitio como éste, Aiko — la voz le heló la sangre y miles de memoria que había intentado borrar volvían como un huracán de emociones.

  — ¿To... Touya-sama?— por primera vez en unos cuantos años, su voz tembló atormentada por la presencia detrás de ella.

  — Ha pasado tiempo, pequeña.

Las ganas de caer desconcertada de rodillas casi le ganaban, pero el deber estaba ante cualquier otra cosa. Maniobró con su espada, obligando a Touya a retroceder y a sacar el filo de su abdomen.

Los ojos verde de Aiko se encontraron con los fríos celestes de Dabi. Su expresión pasó de sorpresa a una melancólica. Eso era lo que no había podido deducir.

El Touya que ella recordaba tenía su cabello de color blanco como la nieve y su piel era pulcra, sin la más mínima cicatriz.

Se tambaleó un poco, la herida era grave y mortífera, mas no tenía tiempo de estabilizarla cuando tenía a un enemigo frente a ella.

Comenzaron una pelea, golpeando sus espadas con gran fuerza, sin ninguno queriendo dar el brazo a torcer. Aiko tuvo dificultad en esquivar alguno de los movimientos de su contrincante, agregando a su herida pequeños cortes y la camisa blanca de lino que se iba despedazando poco a poco.

No logrando mantenerse más en pie, cayó de rodillas frente a su príncipe.

El príncipe que no había podido salvar del incendio, se alzaba frente a ella como un fantasma del pasado en carne viva y que le brindaría la muerte como castigo a su incapacidad de cumplir su deber.
Y estaba bien. Aunque un poco del peso de su corazón se liberó al saber qué seguía con vida.
La misión de reconocimiento había sido exitosa, Kaminari sabía la información que había recolectado. Podía morir a manos de su príncipe, sería un descanso para su maltratada alma morir en aquellas manos.
Recordó la promesa que había hecho y se sintió culpable. ¿Estaba bien encontrar el descanso a costa de incumplir su palabra? Tomó con fuerza la empuñadura de su espada que sus dedos habían soltado y levantó la vista.

Eran unos ojos gélidos que la observaban desde la altura, como con burla y rencor.
Le iba a dar el golpe final, mas una explosión no muy lejos la salvó momentáneamente de su fatídico destino. Touya oyó su apodo a lo lejos, siendo llamado por su ahora líder. Apretó los dientes y la empuñadura de su espada, dándole la espalda a una parte esencial de su pasado y la luz más brillante que podía ver en él.

Aiko frunció el ceño con la sangre descendiendo por su barbilla. Lo había pensado todo malditamente bien, tan bien como para evitar su destino.

  — La próxima vez que nos crucemos, será la última vez, Aiko Himura.

Y la abandonó a su suerte.

Inhaló y exhaló repetidas veces, reuniendo un poco de su energía restante en acercarse al baúl con vendas que había en todas las tiendas de campaña de aquel campamento. Se las colocó de manera rápida, el tiempo se le agotaba como la vida a cada gota de su líquido vital que caía al suelo.

Se estaba ayudando con su espada cuando una voz a sus espaldas la alertó.

  — Vaya, vaya, ¿no es la primer general la que tenemos aquí? ¿Cómo es que acabaste en un estado tan penoso, Aiko-sama?

Mientras se erguía para enfrentar a su nuevo enemigo, pensó en lo ciega que había estado.

El rubio a sus espaldas sonreía de manera arrogante al mismo tiempo que desenvainaba su espada en contra de su general.

  — Debo de admitir que nunca me caíste bien, Monoma, hijo de puta.

  — ¡Oh! ¿Esa es la boca de una dama de clase perteneciente a la aristocracia? ¡Me apena, Aiko-dono!— gritó de manera burlesca, lanzándose con un salto al ataque de la herida mujer.

Para sorpresa del rubio, ella bloqueó su ataque y con su destreza natural, golpeó con la empuñadura de su espada su hombro, sacándolo de su lugar con sólo un golpe.

Aprovechando el dolor del rubio, Aiko tomó el sendero que había hecho para los duendes, corriendo lo más rápido que sus piernas se lo permitían.

El amanecer estaba cerca así como el final del efecto del somnífero.

Con su espada iba deshaciéndose de los obstáculos en su camino, rezando por encontrar un refugio antes de caer inconsciente en el medio de la nada.

Su vista comenzó a desencofarse y los jadeos no se hicieron tardar. A lo lejos oyó el galope de los caballos, en su interior fue reemplazada la iniciativa de salir de allí con vida por la pregunta de cómo podían andar a caballo en un bosque tan frondoso como aquel.

A cada paso que daba más subía la altura y el aire le faltaba, su insistencia en seguir viviendo le metió una idea en la cabeza: ir al Valle prohibido.

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