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•18•

Caminaba arrastrando sus pies entumecidos, había yacido sentada por horas en el mismo lugar donde sus ojos contemplaron el asesinato de sus amigos, sola, impotente y con nuevas heridas. Las lágrimas no habían dejado de correr por su rostro, en su mente todavía estaba demasiado fresca la voz de Denki en su última despedida y el sonido de la carne de ambos siendo perforada, le atormentaba ese tétrico ruido repitiéndose insesante en sus oídos y por alguna razón el olor a su propia sangre le estaba dando ganas de vomitar.

Sangre. No quería verla más. Las brillantes sonrisas de sus queridos se habían perdido manchados de ella, sintiendo dolor, culpa, rabia. Y Aiko, como si solo pudiera sentir algo a la vez, solo podía sentir culpa.
La atormentaba el pesar, su consciencia y su debilidad. En vida los había recriminado una y otra vez, les había pedido que la abandonaran porque ellos tenían personas por la que vivir y amar, pero ella no tenía nada de eso, tampoco tenía un lugar donde volver. Su realidad la golpeó de forma abrupta justo después de ver a esos soldados llevárselos, porque, en ese tiempo, Hanta y Denki se habían vuelto su lugar para volver. Pero ellos ya no estaban. Nunca más lo estarían.

Los sollozos se escapaban de su garganta mientras se apoyaba en algunos árboles para no detener su andar, estaba débil pero no por sus músculos, en su pecho ardía la tristeza y su corazón gritaba por justicia, venganza, eran dolorosos sentimientos los cuales ni siquiera eran mitigados por la culpa que sentía y su propio dolor físico.
Quería volver a verlos, cenar con ellos, apreciar sus hermosas presencias en silencio como siempre había hecho y oírlos hablar de lo que deseaban para el futuro.
Pero ahora tan solo podía añorar un recuerdo y no detenerse.

La habían hecho cruzar a Bishajin y desde ese punto, ella sentía la presencia de su espada incluso a la lejanía, ya que la barrera no estaba irrumpiendo la conexión.
Tan solo debía volver a hacerse de su espada, tal vez retar a Bakugo Katsuki y Kirishima Eijiro. Recordó la brillante presencia que emitía aquel dragón escarlata, sería un poco más difícil para ella enfrentarse a él, puesto que no podría evitar ver reflejado a sus difuntos en él.
Pero en realidad ya no le importaba, no del todo, una parte de ella había muerto junto a Hanta y Denki. Siempre la habían alentado a la autonomía y la libertad del alma, tan sólo al haberlos perdido les iría a hacer caso, por más doloroso que fuera. Le habían sacado de encima una cadena que la había restringido durante años.
Nadie que no lo mereciera volvería a tener su respeto.
El dolor del ayuno prolongado se situaba en su estómago, pero no se detuvo a buscar algo de comer. No conocía el terreno ni la flora autóctona de ese reino, tal vez lo que para ella parecieran bayas fuera algo venenoso. Habían demasiados riesgos, mucho que perder. Aunque lo único que le quedaba a esa altura era su propia vida, pero mientras el aire entrase a sus pulmones y su alma continuara en ese cuerpo, lucharía con la vida que sus dos amigos habían ganado para ella, por el precio de las suyas propias.

Hace algún tiempo había leído sobre las dríadas, seres individuales los cuales vivían dentro de los árboles, hadas que mantenían bosques enteros y que a la vez, eran el bosque mismo. La forma anormal de moverse de los árboles le alertó de la posible presencia de aquellos seres. A las dríadas no les gustaban los extranjeros, sobre todo aquellos con aversión a la naturaleza o con aires de grandeza.
Aiko no halló problema, tal vez a ellas les molestara el ruido de su llanto, pero no podría complacerlas en todo, tan solo estaba de paso por allí.
El bosque la acompañó con su tristeza en su paso por allí, las brisas suaves y los leves sonidos de la naturaleza la relajaban un poco. No había saturación, incluso los aromas eran leves y agradables. Pensó, soltando una risa seca, que de seguro Kaminari Denki no podría haber disfrutado de ese silencio por su imparable parloteo, en cambio, sería Hanta quien oiría la naturaleza a su lado.

— La persona que perdiste debe estar descansando en paz, no deberías llorar como una Banshee.— a esa altura, la voz femenina no le sorprendió. Detrás de ella, saliendo del corazón de un árbol, había una forma humanoide con piel de madera, con un rostro de trazos finos y ojos grandes, completamente negros.

  — Las almas renacen en lugares donde van a ser amados, solo si quienes lo amaron en vida lo lloran en su muerte.— respondió Aiko con la voz un poco rota, con sus pies y rodilla adolorida sosteniendo todo el peso de su caminar.— Tengo que asegurarme que la gente que perdí renazca en un lugar cálido y brillante, donde no exista el dolor y todos los días sean felices. Una vida pacífica, eso quiero para ellos.

Las curiosas dríadas comenzaron a asomar la cabeza desde sus árboles para escuchar un poco de la espontánea conversación, todas se miraron entre sí al oír la inesperada respuesta de la fémina que lentamente se abría paso.
De repente, las curiosas hadillas irrumpieron su camino, poniéndose justo en frente a ella.

  — ¿Cómo murieron?

  — Flechas.— respondió sin pararse a conversar, haciendo delicadamente a un lado a las juguetonas dríadas que una y otra vez se cruzaban en su camino.

  — ¿Por qué no te quedas?

  — No puedo, tengo un Rey con el cual luchar, conseguir mi espada, detener un golpe de estado y posiblemente morir en una guerra.

  — No suena como un destino agradable.— refutó una de ellas, curiosa por las heridas y el cabello color carmín que denotaba su verdadero color apenas en las puntas.

  — No lo es. Pero si no consigo justicia por quienes me permitieron estar hoy aquí, probablemente yo... Tendría esta vida en vano.

Con esas últimas palabras, las dríadas parecieron entender la situación, la dejaron ir y ninguna siguió a ese interesante individuo, el cual guardaba un atractivo poder mágico a ojos del bosque.
Lo que le quedaba por recorrido prometía ser aún más peligroso que unas dríadas pidiendo silencio, no todas las criaturas oriundas de aquel mal llamado Valle serían capaces de entablar una conversación, pero ya iría a ver cómo lidiar con aquello.
Mas, aunque las plantas de sus pies comenzaron a doler pidiendo un descanso, sus oídos se tapaban a medida iba tomando altura en su escalinata en la montaña, y aunque, su herida en cabeza y manos no dejara de escocer, no se detuvo. El hambre quemaba las paredes de su estómago, el agua era lo único que entraba a su cuerpo, la niebla y el rocío a esa altura no podían ser más que una bendición.
Llegó a la cima. No era tan alta ni tan empinada como habría creído, aunque el oxígeno escaseaba por allí. Bajó sin pensarlo mucho, desde la altura se podía ver el llamativo castillo de mármol blanco que pertenecía a la realeza de Bishajin, eso le servía ya que sabía hacia dónde dirigirse.
El frío había tornado su nariz roja y sus labios morados, el hambre cada vez la debilitaba más y fue cuando su vista se apagó justo en una bajada difícil, que decidió que tendría que comer algo. Morir de inanición o de baja presión por anemia haría que Sero y Denki se burlaran de ella cuando se encontraran.
Al bajar de la montaña, medio día después, buscó lo más parecido a algo comestible a sus ojos, hallando un árbol de unos veinte metros y con un tronco tan ancho que si lo abrazara, sus manos nunca podrían tocarse. Era un árbol anciano y aún con el frío del invierno, sus ramas estaban adornadas con sus frutos y con animales silvestres tomándolos. Reconoció al árbol gracias a sus frutos: un nogal, el cual estaba repleto de nueces.
Parecía irónico hallar un fruto tan común en un lugar como ese, mas no se detuvo a protestar. Tomó los que estaban caídos y por ende, los maduros y más fáciles de abrir. Llenó su boca de ello, era un alimento atractivo para alguien sufriendo de anemia y sin otra mejor opción.
Llenó sus bolsillos con las nueces ya sin cáscara que podría comer en el camino, y en una reverencia, agradeció al árbol por su rara ubicación y por la bendición de sus frutos.

  — Eres una niña rara, Himura Aiko.

Con sorpresa, alzó la cabeza hallando a un nuevo tipo de dríada, la perteneciente a aquel místico nogal. Aquella hada tenía medidas humanas, un largo cabello del color de las hojas de su árbol y una piel oscura como las nueces, igualmente sus ojos eran dos completas obsidianas que la observaban con curiosidad a unos dos metros de altura, desde la comodidad de su hogar.

  — Oh, gracias por sus frutos, dríadas del nogal.

La dríada sonrió, bajando de su árbol y quedando cara a cara con Aiko.

  — Ningún extranjero pasa impune por el bosque de las dríadas, es extraño que tú lo hayas hecho.— murmuró en un tono juguetón, observando las hebras de la mujer frente a sí.

  — Fueron agradables conmigo. Su bosque se sentía como un lugar pacifico y reconfortante.

Como si estuviera analizando al individuo de carne frente a sí, la miraba con una mano en su barbilla, a la vez que asentía a preguntas silenciosas que se hacía a sí misma.

  — Ya veo, ya veo, en verdad respetas a la naturaleza. Normalmente, quienes pasan por allí suelen ganarse una maldición.

Aiko simplemente asintió, sabía esa información pero había estado tan ocupada en su camino al palacio y en su momento, había quedado absorta en la tranquilidad del bosque, al menos era un alivio poder seguir con su camino.

  — ¿Cómo es que sabe mi nombre?

La pregunta surgió espontánea, sin que Aiko tuviera que pensar a profundidad si hacerla o no. La dríada sonrió juguetona.

  — Estuve observando, tu nombre salió tanto de la boca de un dragón escarlata, una bruja y un híbrido buscando tu inocencia, como de un monarca enojado consigo mismo. Ese nombre resuena en el bosque.— canturreó a la vez daba vueltas a su alrededor. Lentamente fue volviendo al corazón de su árbol, mirando fijo con sus obsidianas a las esmeraldas de la arcana.— Es lo más interesante que ha sucedido en un buen tiempo, Bahamut fue un tema interesante mientras duró, pero también fue estresante. Espero que no me decepciones.

Desapareció volviéndose de nuevo parte de su tronco, sin siquiera despedirse y tan solo con mensaje simple para su nueva diversión. Aiko limitó sus movimientos a una reverencia, tomando rumbo nuevamente al palacio.
Aquel último individuo había sido de lo más extraño. Mas no se detuvo a pensar, pues mientras más cerca se iba hallando del palacio, más sentía como la fuerza volvía a su cuerpo y aún más aumentaba su culpa.

...

El olor nauseabundo a muerte y moho de las mazmorras revolvía el estómago del desacostumbrado anciano. Sin piedad, habían esposado sus manos a su espalda y para impedir su escape, también tenía dos pesados grilletes en sus tobillos.
Sorahiko no había estado presente el día de la ejecución fraudulenta de Aiko, pero había escuchando sobre la soberbia de los oficiales con aquella exgeneral y no pudo evitar soltar una risa, ver como tomaban cada mínima precaución con un anciano parecía casi una broma cuando dado el caso, tendrían que tener más temor a la aclamada Dama de Guerra y no a Gran Torino.
En silencio se burló de las nuevas generaciones y su falta de raciocinio.

En su mente no lo abandonaba el pensamiento sobre aquellos niños y la incógnita sobre sí habrían conseguido pasar. Aiko había estado débil y estaba seguro que no fue quien dio mejor batalla, pero los talentosos muchachos que habían ido con ella tenían capacidad de sobra para poder enfrentarse a un pelotón de soldados y salir sanos. O a unos.

El chirriante sonido de las bisagras de la pesada puerta que cerraba su prisión le alertó de la llegada de gente. Los pasos igual de pesados que los aires de grandeza de la persona frente a sí hicieron que elevara su cabeza con orgullo. El niño frente a él sonreía de forma divertida, como si le hubieran contado un chiste excelente pero de un pesado humor negro. El traje que traía puesto aquel niño de cabello platinado desentonaba con el ambiente, el azul hacia que resaltar entre aquellas mohosas paredes iluminadas apenas por algunas velas.

  — Los ancianos se volvieron entusiastas últimamente.— su tono estaba lleno de mofa, le había parecido algo cómico que soldados retirados por dolores de cadera se atreviera siquiera a pensar en irse en contra del ejército real.

  — Deberías preocuparte por la inutilidad de tus soldados. Con mis dolores de rodilla aún así se necesitaron cincuenta para encarcelarme.— el anciano devolvió la burla. A sus sabios ojos, esos soldados eran tan inexpertos en la guerra como un campesino común y había sido pan comido ganar tiempo.

  — Tu desesperado acto no sirvió de nada, abuelo.— Las cejas de Gran Torino se alzaron en cuestionamiento.— Dos de las tres personas en las que pusiste tu fe vuelven a la capital como cuerpos. El Primer General ya confirmó sus muertes.

Monoma se carcajeó ruidosamente cuando la mirada del anciano se llenó de un poco de tristeza. Hilarante, aquellos humanos eran hilarantes a sus ojos.

  — No tardarán en hallar a Himura Aiko, tal vez muerta, tal vez del otro lado de la frontera, tal vez mañana en las puertas del castillo buscando desmembrar mi cuerpo.

  — La tercera opción suena más atractiva.— acotó Sorahiko, no dándole lo que quería.

  — ¡Lo sé! Por eso reto a su paciencia. Sería más fácil para todos si ella misma decide romper su sello deseando destruir Musutafu, ¿no lo crees? Una Aiko con su alma profundamente destruida, sin nada que perder y con un profundo odio y tristeza, ¡magnífico! — sus palabras sonaban insana y sobre todo, la sonrisa en su cara desentonaba con lo que decía—. Tal vez deba asesinar a alguien más, fue una inmensa pérdida la muerte de prodigios como Kaminari Denki y Sero Hanta, pero, ¿que opinas de si son extranjeros?

Torino frunció el ceño, estaba sospechando que ese niño deseaba iniciar una guerra, pero no habría pensado que buscaba la destrucción del reino. Las palabras siguientes de Neito antes de retirarse de la habitación, le causaron un escalofrío.
Él lo miró fijo, con sus ojos helados y sin abandonar su cínico sonreír.

  — Tal vez deba ir a cazar, los dragones escarlata son populares hoy en día.

***

Monoma es genial, tiene una dualidad perfecta para un Villain Au 😚❣️

¿Qué les pareció el capítulo? Es un punto de inflexión.

¡Muchas gracias por leer!

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