•17•
Entre la penumbra de la noche, los dos exsoldados buscaba con desesperación a su general. Ya eran más de las nueve y media de la noche y ella aún no había regresado, cosa que nunca había sucedido antes, Aiko apenas se habría retrasado uno o dos minutos en su camino a casa y ahora llevaba unos veinte minutos sin aparecer.
Hicieron todo el camino de ida a su trabajo, pasando por el camino donde ella se volvía y donde casi siempre la alcanzaban cuando estaba llegando algo tarde a la casa. Apenas a unas cuadras de la casa había en el suelo un charco no muy extenso de sangre, sin perder tiempo, siguieron las gotas oscuras que el suelo aún conservaba.
Las antorchas encendidas en el medio de la plaza llamó la atención de ambos, encontrando una aglomeración enorme de gente, allí habían desde sus compañeros pesqueros hasta gente desconocida que supusieron habrían llegado en el último barco de la semana.
Con desesperación, ambos empujaron hasta quedar en el medio del gentío y logrando ver el tétrico espectáculo que se estaba armando allí. Aiko estaba atada al poste central con las manos hacia atrás, de rodilla y estaba notablemente inconsciente, con su cabeza colgando hacia delante.
Dos de las cuatro personas que parecían los carcelarios de Aiko tenían el rostro con sangre y algunos moratones que lentamente iban apareciendo y una de las mujeres, igual de amoratadas sostenía un madero manchado en sangre.
Uno de los matones gritaba, para que su voz llegase a todos los presentes.
— ¡Una desertora que se atrevió a golpear a gente inocente del reino como nosotros sin ninguna provocación! Pero volvió a caer en la misma humillación...
Quedaba claro para la mayoría de los presentes que eso era una especie de venganza a la fémina por haberlos vencido, por la mente de los dos pasó aquel terrible día donde Musutafu decidió exponer a Aiko y les comenzó a hervir la sangre. El público gritaba en contra de los verdugos y quien parloteaba tantas sandeces en un tono de voz tan alto tuvo que aumentar su voz, provocando que orbes verdes de la fémina se abrieran.
Los gritos de la gente fue lo que lentamente la sacó de la inconsciencia. Su cabeza dolía, era dificultoso el conseguir enfocar su vista, todo se miraba demasiado distorsionado agregándole los ruidos que parecían que en cualquier momento harían estallar sus tímpanos. Reconoció enseguida el punzante dolor de heridas abiertas, más exactamente detrás y en su sien derecha. Recapituló un poco los hechos y como una semilla comenzando a germinar, un extraño sentimiento se situó en su pecho.
De nuevo, había creído ciegamente en una apariencia y en unas palabras. Que tan ingenua podía ser. Los rostros golpeados de ambas mujeres fue lo que la hizo retroceder y el miedo que calaba desde sus almas en cada temblorosa palabra que le habían dicho. Una vez más, sus ganas de creer en los demás le estaban cobrando demasiado caro, ahora había sido esa lesión, pero tal vez en el futuro le costaría algo más importante.
Lo que se encendía en su pecho era algo más antiguo que nuevo cuando comenzó a saborearlo, alguna vez lo había degustado pero nunca antes había experimentado tan en carne viva. Era amargo como una hiedra venenosa, del tipo de emoción de la que había desistido de experimentar hacía tiempo, desde la presunta muerte de Touya Todoroki hace tantos años.
Quería gritar de frustración, llorar, destruirlo todo. Ella, quien había entregado todo por ese reino y lo había perdido todo por él, le estaban dando la espalda cuando su cuerpo estaba marcado por su lucha para mantener a paz de la que ese reino gozaba y presumía.
Estaba tan triste y tan llena de rabia, mordió su lengua para que las lágrimas no corrieran por sus mejillas. Frustración era lo que quemaba en su cuerpo y que se intensificaba a cada momento que perdía más y más sangre.
Estaba segura de que Monoma era un patán, que había manipulado al rey y que solamente la estaba sacando del camino, pero era tan injusto.
Un deja vu del día de su ejecución pasó por su mente cuando, uno de los hombres que había golpeado, comenzó a vociferar falacias sobre ella. En algunas cosas no mentía, pero cuando mencionó al difunto primogénito de los Todoroki, tocando algo que no debería ser mencionado nunca, su mente quedó en blanco.
— ¡Ella! ¡Aiko! ¡Fue la culpable de que el Primer príncipe Touya-Sama perdiera la vida!
Su garganta se secó. Un pitido ensordecedor se situó en sus oídos, seguramente por toda la sangre que perdía por la herida en su cabeza y sien, sangre que lentamente iba tiñiendo su cabello rubio a un profundo color carmín.
Touya había sido su vida, quien la había sacado de las garras de los esclavistas, quien le había enseñado la belleza del mundo y le había dado motivación para ser fuerte. Habría dado su corazón y alma por que tan solo el Rey Enji le hubiera permitido entrar a esa sala en llamas, habría dado su fuerza y ojos de ser necesario por tan sólo volver al pasado y hacerlo a tiempo.
Entonces se dio cuenta, entre su padecida agonía y las acusaciones de su auto proclamado verdugo, que no había sido su culpa. Solo había sido una niña de trece años a la cual la habían mandado a luchar contra la muerte misma y la habían detenido justo cuando decidió mirarla a los ojos.
Como se atrevía ese hombre a decir que ella había dejado morir a la luz de su vida. Se lo habían arrebatado, a su príncipe, se lo robaron de las manos justo cuando guardias mucho más capaces que ella la detuvieron de entrar a un cuarto cayéndose en pedazos. Luego fue su Capitán General y ahora querían tomar su vida y por lo que gritaba, también comenzarían a cazar la vida de sus dos más recientes y amados amigos.
Como se atrevían.
Las sogas con las que ataron sus muñecas eran gruesas y estaban bien apretadas, no podría deshacer su atadura sin romper su piel o sin que alguien la liberara. Pero la llama en su pecho hizo que su miedo al dolor se viera inhibido, comenzando a tirar de la soga, quemando su piel y con la mandíbula bien apretada.
Sus orbes borrosos hallaron a los rostros de Denki y Sero en el público y ella negó enseguida los vio, advirtiéndoles que no debían intervenir, al menos por ese momento. La expresión de ambos le indicaba que en cualquier momento causarían una gran conmoción y que ellos, a diferencia de ella, no se contendrían y si lo irían a destruir todo.
Denki estaba horrorizado, nunca había visto ese tipo de expresión en su amiga y que su bellas hebras se fueran colorando de la tonalidad de la sangre despertó sus alarmas. Si ella no se liberaba en al menos un minuto, deberían intervenir. Una cantidad tan exuberante era ya crítica, sobretodo para el debilitado cuerpo de Aiko quien aún era afectada por la deficiencia.
Sero por su parte, lentamente iba abandonando su pacífica forma de ser. Ya estaba viendo puntos débiles para escapar rápido con su General, él era el único que podía actuar, Kaminari no contaba con su equipo y no podría utilizar su poder en tan sólo una persona, su control aunque era mejor que años anteriores, aún así afectaría a gente inocente y por la prisa, el exmosquetero había olvidado su arma. Sería tan sólo él quien pudiera hace algo, pero no podía concentrarse debidamente, el hombre estaba hablando demasiadas patrañas que no podía ignorar, por respeto a su amiga.
Cuando estuvo a punto de lanzarse a puño limpio contra aquel pueblerino, lo inesperado pasó. El olor a sangre y carne quemada llenó sus fosas nasales, confirmando su temor un segundo más tarde al ver a los brazos de Aiko.
Las rojizas marcas en sus muñecas alertaron a todos, más aún a los que habían decidido entregarla. El aura alrededor de la mujer era peor que la de una bestia salvaje y se imponía a aquellos que habían actuado feroces a ella.
— Yo...
Sus captores no le permitieron hablar, volviendo a intentar, con el mismo madero, de golpear su cabeza. Aiko lo esquivó, habían activado algo que hace años había enterrado: Su instinto de guerra. Estaban en guerra, ahora lo asimilaba; y si no volvía a ser quién fue en un pasado, moriría por alguno de esos mal nacidos.
Tenía sueño, quería dormir, su agotado sistema rogaba por la rendición del descanso eterno, pero su alma fue lo que mantuvo a su cuerpo de carne y hueso erguido. La frustración en su sistema no hizo más que actuar como adrenalina e hizo que se mantuviera en pie, agudizando sus afilados instintos y peleando con sus puños limpios.
— Estoy cansada, estoy cansada, estoy cansada... Esto duele mucho, quiero descansar, no quiero ver más sangre, quiero ver sonreír a la gente que quiero, ¿por qué es tan difícil eso?
En su cabeza se repetía una y otra vez las mismas palabras. Solo quería que todo terminara, pero en cuanto tuvo a sus captores debajo de las suelas de sus zapatos, parecía que se iba a volver más complicada la situación.
Los soldados del rey aparecieron en la escena y uno de ellos se lanzó al ataque. Aiko esquivó su espada moviéndose para la izquierda de su adversario y en una brecha, golpeó con su codo la tráquea del hombre, aplastandola en el proceso. En un intento desesperado por llenar de aire sus pulmones, el soldado hizo un horrible sonido y de inmediato sus compañeros lo abordaron.
Aiko por su parte, tomó el arma del soldado, empuñandola con sus dos manos y bajo la atenta mirada de todo el público, el cual parecía estar un poco horrorizado de lo que le había hecho a su atacante, pero que no habían ni suspirado de horror por su propio estado lamentable o al menos ella no lo había oído con sus tímpanos ensordecidos.
— ¡Yo...! — se tomó un segundo, antes de expresar las palabras en la punta de su lengua. Levantando el arma que había robado, se impuso. — ¡Viví por Musutafu, serví Musutafu, defendí Musutafu con mi sangre, sudor y dolor, pero no es mi momento de morir por él!
Infló su pecho con aire y las palabras salieron como cuchillas para todos los presentes, envenenadas con su frustración y en un tono tan alto que era anormal en Aiko, como el aura turbia que había infectado su pura presencia.
Cuando la rodearon los soldados, de entre la multitud salieron sus dos caballeros de reluciente armadura, pero que no llevaban una. Ambos tenían una expresión fiera en sus rostros e impidieron cualquier brecha que diera paso a la herida mujer. Sero robó una espada y derrotó a todo aquel que intentara arrebatarle a su querida amiga y Denki hacía uso de su magia, los soldados estaban en desventaja con él usando esas armaduras de metal, ya que, la magia de Denki Kaminari no era nada más y menos que la manipulación de rayos con sus manos, o al menos así lo describían los magos que habían visto su rara naturaleza mágica.
Los soldados presentes cayeron uno a uno bajo el poder de los tres rebeldes.
Aiko no dudó en tomar a Denki y Sero sacándolos de allí en la primera brecha. Cada paso que daba era como si intentase correr bajo agua, su cuerpo era demasiado pesado a esa altura. Los ruidos y su entorno comenzaron a distorsionarse aún más y llegó un punto en el que Denki tuvo que cargarla en su espalda.
— Aiko-chan, por favor, no te mueras, el príncipe Shoto destruiría todo el reino y yo aún no conozco al amor de mi vida.
Denki parloteaba cosas mientras corría con la exgeneral en brazos, Sero era quien iba limpiando el camino y llevaba la guía. Ya sabían de la situación de Aiko y su sello de mana, el cual se hallaba en su espada, a espaldas de su amiga habían planeado cruzar a Bishajin en secreto para que ella pudiera recuperarse. Sabían los riesgos, Aiko jamás les permitiría llevar a cabo un acto tan suicida, si sospechaban que ella estaba aliada con Bishajin entonces habría tropas desplegadas por toda la frontera y sobre todo por el único camino fácil para ingresar al reino vecino.
— ¡Niños! ¡Por aquí! — frente a ellos se cruzó Torino, el jefe de Aiko. Dudaron un poco pero lo siguieron, él los guió hasta dos caballos cargados con bolsos con provisiones y sillas de montar.— Más les vale huir rápido, somos viejos y no vamos a poder contener por mucho tiempo a los soldados.
El viejo les apuntó a la salida mientras estiraba sus músculos, como si fuera a batirse en duelo con la muchedumbre de soldados que los venían siguiendo.
— Gracias por hacer esto por Aiko-chan, ella estaría feliz.— expresó Denki, profundamente conmovido.
Sero por su parte, vendó la cabeza de la general luego de desinfectar y aplicar una pomada, esperando que eso fuera a detener la hemorragia. La subió a su caballo, atando a su cuerpo a la inconsciente mujer con las cintas que producía su magia, dejándola inamovible pegada a su tórax.
— Vamos, Kaminari. Deberás dar todo de ti esta vez.— le advirtió Sero, ya encima de su caballo con Aiko.
— ¡Dejamelo a mí! Estos bastardos se arrepentirán de haberse metido en medio de mi sorpresa.
Comenzaron a cabalgar tan rápido como la velocidad de los caballos alcanzaban, los soldados no los siguieron en cuanto dejaron Marleia por lo que supieron que Torino les había ganado una buena cantidad de tiempo. La noche estaba clara gracias a la luna y pudieron perderse aún más metiéndose por un camino en un bosque fronterizo a Marleia. Tardarían un día en llegar a la frontera más cercana de Bishajin y desgraciadamente deberían pasar por encima de una montaña, solo existía uns parte de la frontera entre Musutafu y Bishajin que no fuese parte de una extensa cadena montañosa y estaba comprobado que los soldados estarían custodiando ese pasaje.
Se tuvieron que esconder para poder dormir, fue la noche de menos descanso de sus vidas, Sero seguía llevando a Aiko como si un bebé fuera, ya había curado la herida de su cabeza y le suministraba medicina para que pudiera despertar pronto. Kaminari, quien estaba encargado de proteger, apenas y pudo pegar un ojo, su instinto de guerra lo hacía tener su mano buena con su pistola cargada punto para disparar y la otra lista con una descarga abismal que podría matar a todo un ejército con el conductor correcto.
Apenas y el sol les indico estar cerca de las nueve de la mañana volvieron a los caminos de tierra poco transitados por ese frondoso bosque. Habían parado solo por tres horas para que los caballos descansaran. El frío del invierno era una virtud en ese caso, el cabalgar a esa hora en un día de verano habría sido sin duda algo mortal y Sero no podría llevar a un herido así, el calor habría aumentado las probabilidades de infección.
Las horas pasaron, solo se tomaron descansos de una hora o dos para que los caballos descansaran, hasta que finalmente llegaron. La barrera era visible para los acostumbrados ojos de ambos y Denki, feliz de llegar a un lugar seguro, se lanzó a cruzar para el otro reino, siendo rechazado estrepitosamente por el hechizo.
Ambos se quedaron de piedra, mirando asustados a la barrera sin poder creer lo que acababa de suceder. Sero, quien había bajado a Aiko de su prisión de cinta, golpeó a Denki.
— Oye, imbecil, ¿que hiciste? ¡Necesitábamos cruzar! Los soldados llegarán en cualquier momento y Aiko-chan...
El sonido del galope de los caballos comenzó a oírse a la lejanía. Había sido de pura suerte no encontrarlos rodeando incluso esa parte de la frontera y la suerte ya se les había agotado. Denki trató nuevamente de cruzar la frontera ganando la desesperanzada mirada de Sero, pronto serían rodeados, Aiko estaba inconsciente y las tropas que custodiaban la frontera habían estado al mando del Capitán General Yagi, significando un enfrentamiento incluso más feroz de lo que habían tenido en Marleia.
El aire comenzaba a ser más pesado y la desesperación hizo que ambos intentaran algo alocado. Se miraron, cómplices y miraron la barrera, estaban pensado lo mismo.
— Si es sólo Aiko-chan... Sería suficiente, ¿no lo crees?— murmuró Hanta, riendo un poco de lo que estaban a punto de hacer.
— Conociendo a Kacchan, él hubiera puesto una barrera que no permita a los humanos pero... Aiko-chan es un arcano, ese tipo escalofriante lo dijo.
— Lo sé, Kaminari.— respondió Sero con su típica sonrisa, aunque un poco melancólica. Tomó las armas de ambos caballos y cuando les sacó las cosas que serían útiles, los dejó ir.
— ¿No te arrepentirás de no despedirte de tu prometida?
— Nah, ella sabía que si mis amigos están en peligro, yo iría a entregar mi cuello.
Denki tomó a la mujer en sus brazos, riendo en poco e imaginando que ella estaría furiosa si estuviera consciente en ese momento y bajo ninguna circunstancia los dejaría hacer la locura que estaban a punto de cometer. Sonriendo triste, Kaminari juntó su frente con la de Aiko, en una despedida silenciosa, Hanta besó el dorso de su mano y delicadamente, la hicieron pasar con éxito al otro lado de la barrera.
Aiko abrió los ojos enseguida perdió contacto con el tacto de sus amigos, en un movimiento por reflejo estiró la mano hacia ellos, hallando un impedimento de por medio. Ambas cejas de la mujer se alzaron e ignorando su dolor, ella se puso de pie posando ambas manos en la transparencia que le impedía llegar a sus amigos.
— ¿Sero? ¿Denki? ¿Qué está pasando? ¿Qué están haciendo?
Los dos la miraron con una sonrisa de medio lado e hicieron una reverencia ante ella con la mano derecha sobre sus corazones, en muestra de un profundo respeto y en caso de ellos, afecto. Aiko golpeaba la barrera, gritando en busca de explicaciones, su rostro se deformó de terror al ver los soldados rodearles, soldados con el escudo del capitán general.
— ¡Huyan! ¡Chicos! ¡Huyan, por favor!
— Está bien, Aiko-chan.
Sus expresiones demostrando que todo estaría bien solo causó lágrimas en los orbes verdes de la arcana al otro lado de la barrera, que con toda su debilitada fuerza comenzó a golpearla, gritando que por favor, huyeran.
Los soldados del capitán general eran duros de roer y no paraban de llegar, Kaminari disparaba a diestra y siniestra, acertando todos sus tiros y Hanta ya se había desecho de tantos soldados como su amigo tan solo con su espada. Los minutos pasaban y las lesiones se iban acumulando en sus desgastados cuerpos, al igual que en las manos de Aiko que nunca habían dejado de golpear la barrera.
Los hombres cayeron y los únicos en pie eran los desertores, quienes respiraban pesadamente. Cuando Aiko creyó que podría respirar tranquila, el aire repentinamente dejó de entrar a sus pulmones. Se negó a creer lo que sus ojos veían, porque si aquello era verdad, su débil alma decidiría romperse.
Tan solo un segundo fue necesario, un segundo en los que apartó la vista. Como una cruel e irónica broma, las flechas cayeron como gotas de agua en aquel claro en el bosque. Sero yacía inmóvil en el suelo y Kaminari se rehusaba a caer, pero las punzantes armas también lo habían atravesado.
En vez de seguir dando batalla, el de los orbes dorados miró a su compañero caído y le dedicó una risa, volteando a Aiko para darle su última sonrisa.
— Mi hermosa Aiko-chan, te dejo el resto.
Cayó de espaldas y Aiko quedó con la vista justo donde antes habían estado los ojos de su amigo, pero ahora sólo había un inminente vacío. Sus lágrimas corrían por su rostro y el nudo en su garganta cortó su habla. Se quedó en ese lugar, inamovible con ese horroso sentimiento creciendo en su pecho, memorizando a fuego los rostros de quienes se estaban llevando a sus amigos a rastras.
Quería suplicar, pedir que por favor le dejaran ir con ellos, que le dejaran tocarlos por una última vez, pero al parecer nadie la veía al otro lado de esa tortura. Otra vez, entregaría su alma por tan solo verlos pararse y sonreír de nuevo.
Nadie vio su rostro triste, tampoco sus manos heridas por tratar de cruzar o sus lágrimas que no parecían querer parar.
Nadie vio como la mirada verde de Himura Aiko perdió un poco de su brillo.
***
Me duele el corazón.
Si yo lloré que lo escribo no sé ustedes que lo leen.
¿Qué les pareció el capítulo?
¿Quieren dejar alguna teoría de lo que podría pasar?
Por favor, aprecien la belleza de los lazos de Denki y Sero con Aiko. Los amo mucho.
Gracias por leer.
- Nynia, la escritora triste.
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