•16•
Los pesados pasos resonando fuertes por los pasillos del palacio de Bishajin daban aviso a la servidumbre que su rey se hallaba más enojado de lo habitual, y luego de escuchar lo que Kirishima tenía para decir, no era para menos. Se dirigía con una total concentración hacía una de las salas más importantes del palacio: La sala de la Frontera, allí era donde todos los magos podían modificar la barrera que cubría en totalidad la frontera terrestre y las costas de Bishajin.
Katsuki había tenido mucho tiempo para pensar. Demasiado. Al haber vuelto de Musutafu había confirmado luego de una exhaustiva búsqueda de tres días, que el sello de la Reina, su madre, había desaparecido de su escritorio personal y del palacio en su totalidad. Ese día no fue difícil encontrar al traidor y ejecutarlo, o mejor dicho, traidora. No recordaba exactamente su nombre, pero aquella mujer de cabello verde como enredadera y lleno de espinas era en realidad una humana, que al haber sido bendecida, o más bien maldita, por una dríada, tenía su aspecto físico similar a alguien de su gente.
Ni siquiera pestañeó en cortarle la cabeza, aunque aquella mujer hubiera querido brindar información, no necesitaba que nadie más envenenara su mente. Estaba seguro que más tarde aquel sello volvería a sus manos, aunque no lo quisiera, ya que lo que pertenecía a Bishajin, tarde o temprano volvía a Bishajin.
Ahora, teniendo la noticia que le traía Kirishima, no podía quedarse quieto ni aunque hubiera decapitado a alguien esa misma semana.
Querían asesinar a su gente.
Su sangre hervía ante la sola noticia, los inmundos humanos se habían atrevido a dar la orden de capturar a todos los seres mágicos y según Eijiro, la persona que habría casi asesinado a Aiko era también la persona tras los hilos, confirmando sus sospechas.
Apenas entró a la Sala de la Frontera, se dirigió inmediatamente al orbe que se encontraba en el centro de la misma brillando de un apacible color blanco. El orbe, similar a una esfera de cristal, concentraba el mana que todos sus subordinados y él mismo habían depositado allí, creando una barrera poderosa incluso ante todo tipo de elementos. Pero a la barrera se le debía añadir una nueva orden: No dejar pasar a los humanos y no dejar salir a quienes se encontraran dentro del reino.
De esa manera, Deku y Ochako podrían pasar sin problema ya que Izuku era un híbrido de humano y ser mágico y Ochako era descendiente de un clan de brujas de antaño.
Por su cabeza pasó la mujer de cabellos dorados y ojos verdes. No podía hacer nada por ella. Devolver su espada tal vez era lo único que haría en su beneficio, dar asilo a un traidor del reino vecino inmediatamente daría más razón a Musutafu para declararle la guerra, aunque indirectamente ya lo habrían hecho con quebrantar el tratado.
Lamentaba en silencio el hecho de que, probablemente, ellos nunca se volverían a ver. Él quería saber la verdad detrás de las memorias que había visto, conocer la razón detrás de una habilidad tan inmensa y porqué su poder era sellado por un arma.
También quería saber, de cierto modo, porqué la mujer que había llamado tanto su atención como ninguna otra, la cual no había perecido al dolor de la deficiencia mágica, había sido herida cuando la encontró en aquella cueva, andrajosa, al borde de la muerte. Él apenas podía encontrarle una brecha y alguien la había herido de muerte.
Supuso que tal vez habría pasado lo que en el día de su ejecución. Era una mujer fuerte con los fuertes y débil con los débiles. Suponía que Toshinori Yagi le habría enseñado eso en sus años de vida y que, de igual manera, Toshinori le habría heredado su complejo de mártir a la ahora fugitiva de la nación vecina.
No podría hacer nada por ella, aunque la culpa lo estuviera comiendo. Él no podría ir hacia Aiko y de la misma forma, Aiko no podría ir hacia él.
Bishajin debía mantenerse y Katsuki debía proteger a su gente, una vez más.
...
El sonido del anciano golpeando la masa, destinada a ser alguna de las delicias que caratirizaban su tienda, era lo único que llenaba el espacio. Su empleada limpiaba todo al rededor en completo silencio y si se quedaba sin algo por hacer, se ofrecía a ayudar a llevar la tienda, aunque sólo en el área de recepción. Torino ya había confirmado que sus capacidades culinarias eran en extremo nulas.
El viejo puso en el gran horno a leña a hornear la mercancía para el día siguiente, enseguida se separó de su área de trabajo finalizando lo que había estado haciendo, Aiko se puso a limpiar y barrer, pasando de la recepción a la parte de atrás de la tienda y Torino se fue a la parte delantera, por si venían clientes.
El añejo reloj de pie que yacía a su derecha marcaba con sus manecillas las seis p.m en punto, por ese horario todos los pescadores que volvían del mar pasaban por su tienda a comprar con la ganancia del día, pero la noche fue adentrándose más y más y nadie aparecía por allí.
Era una noche sin ni un ápice de aparición de la luna por las espesas nubes que cubrían el cielo y Torino se mostró un poco preocupado. Gritó desde su sitio a la mujer en la parte de atrás de la tienda.
— ¡Señora Hanta! ¿Su esposo y hermano no fueron a pescar hoy?
Con un delantal y secándose las manos humedas, Aiko se asomó hasta donde estaba el anciano.
Aunque aún no lograba acostumbrarse a que la llamase de esa forma, había sido la única forma posible de disipar cualquier rumor y de darle más credibilidad a su historia. Denki era muy similar a ella, exceptuando sus ojos, mientras él los tenía de un precioso color oro, los suyos eran verdes, por lo que él estaba jugando el papel de su hermano en aquella farsa y Sero el de esposo.
— Me temo que no, Señor Torino. Los pescadores dijeron que las nubes prometían una tormenta brutal, ellos se quedaron en casa por hoy.— le contestó en un tono suave y el anciano sólo respondió con un monosílabo, mandándole de vuelta a limpiar.
Apenas Aiko abandonó la parte de recepción, tres hombres con armaduras pasaron por el umbral de la puerta. Los tres estaban bien equipados y parecían estar tensos, atentos a todo para poder sacar su espada a tiempo.
Torino les dio la bienvenida a su tienda, sin dejarlo terminar de hablar uno de los hombres sacó un papel de entre su equipo.
— Estamos buscando a esta mujer, es una desertora de Musutafu.— al oír la conmoción, Aiko se acercó sin mostrarse, para oír más claramente.— Es la ex Primer General Real, Himura Aiko.
Aiko se tensó desde su escondite, habían tardado sólo dos semanas en pasarse por Marleia desde el día de su ejecución. Temió que Torino la entregara y lentamente fue retrocediendo, planeando escapar por la puerta trasera y alertar a sus compañeros. Pero la risa del hombre la sacó de su tensión.
— Es una muchacha hermosa, recordaría si la hubiera visto. Este pueblo es un puerto, se ven caras nuevas todo el tiempo. Tal vez serviría preguntar a los pescadores o a las señoras de la lavandería, ellos siempre saben todo lo nuevo.— el comentario del viejo amansó el ambiente, los soldados destensaron sus músculos y suspiraron resignados.
— Entiendo. Debemos recordar que ocultar un traidor o un ser mágico es penado con la muerte.
— ¿Un ser mágico? Eso es algo nuevo.
— El nuevo decreto será colgado en la plaza central. Buenas noches.
Aiko no se movió, siquiera cuando los hombres ya habían abandonado la tienda. Castigar con la muerte a quienes protegían a los oriundos de Bishajin, eso significaba que el tratado se había ido a la basura. No le sorprendió, del todo, ella ya conocía el estado de corrupción del ejército, el cual parecía fomentar la esclavitud. Ahora ser volvería peor, los seres mágicos serían algo incluso más exótico que en el pasado ya que se habían vuelto algo ilegal, prohibido.
— Sé que has oído todo, niña. Puedes salir.
A pasos lentos, asomó a la recepción y con una voz baja, por las dudas que los soldados se mantuvieran al otro lado de la puerta, se dirigió a su jefe.
— Señor Torino, ¿por qué?
— Toshinori me habló de ti la última vez que vino. Ya sabía que algún día tendrías que huir por ser de Arthinea, puede que el príncipe Touya y la familia real te hayan aceptado, pero él sabía que en cualquier momento querrían sacarte del medio.
— ¿Toshinori-dono? Entonces... ¿Usted es Gran Torino, no?
— No había oído ese apodo en años...— murmuró el anciano, rememorando sus años de gloria, los cuales ya distaban bastante de ser gratos.
Dio un profundo suspiro y volvió a hablar.
— Ese dibujo está horriblemente hecho, no te reconocerán de inmediato, pero lo mejor es que traten de buscar otro lugar. La gente del pueblo no te va a entregar, Aiko, al menos los más ancianos, todos ya sabíamos quien eras desde que pisaste ésta tierra.
La sorpresa no fue una expresión extraña en su rostro, con la boca un poco abierta y apretando el trapo en sus manos, perdió por un momento la compostura tartamudeando una pregunta.
— ¿Habla en serio?
— Claro que sí, niña. Esta gente nunca podría olvidar a la general que llenó sus platos de comida luego de una guerra marítima.— Sorahiko Torino rió cómo si estuviera hablando de una obviedad, mas Aiko había olvidado que había brindado una mano a ese pueblo pesquero destruido por la guerra, hace algún tiempo y en un crudo invierno.
— Pero siempre se dijo que Marleia era un pueblo conservador, no esperaba que se enteraran de quién había enviado los suministros...
— Por supuesto que sabían. Por eso te enviaron a mí, supongo que pensaron que en un local tan tranquilo como el mío sería más difícil encontrarte. Y tal vez hayan tenido razón.
Aiko sonrió levemente, era un hombre en extremo amable el que estaba frente a sus ojos y quien le hizo esbozar una sincera sonrisa. Inclinándose para brindar respeto como lo haría una dama, habló.
— Gracias, Señor Torino.
— No debes agradecerme, niña. Eres parte del futuro brillante de este reino podrido, no puedo entregar esa luz a cualquiera.
La noche los abordaba en ese cómodo ambiente de honestidad. Las nubes comenzaron a disiparse, llegando la hora en la que Aiko debería terminar su turno y volver a casa con sus amigos.
Un dolor se situó justo debajo de su esternón, comenzando a esparcirse por todo su cuerpo y generando una dolorosa incomodidad para tensar sus músculos e incluso respirar, ese dolor se contivirtió en debilidad y sus brazos y piernas le pesaron más de lo común, sus latidos se enlenrecieron y su tez tomó un color blanco enfermizo. La deficiencia mágica la volvía a abordar luego de dos semanas sin síntomas.
Sorahiko se dio cuenta de su estado e inmediatamente miró por una de las ventanas de la cocina hacia fuera, viendo la redonda luna llena resplandeciente en el cielo como una retorcida burla al estado mágico de la fémina. Eso sin duda era una mala señal.
— La luna llena intensifica los flujos de mana y alguien como tú que parece tenerlos bloqueados... Será mejor que te acompañe esta noche, niña, las calles son peligrosas y están esos soldados rondando.
De forma casi automática, Aiko se negó a su ayuda con un ademán de su mano.
— No podría darle más problemas, usted ha cuidado muy bien de mí hasta ahora. No sé preocupe, Sero y Denki saben mi hora de llegada y siempre vienen a buscarme cuando me retraso, estaré bien.
No muy convencido, el anciano la dejó marchar con la condición de que la seguiría con la mirada hasta que doblase en la esquina de camino a su residencia. Y cumplió con su condición, pero cuando Aiko dobló la esquina no pudo quedarse tranquilo, tenía a sensación de que algo malo iba a suceder.
Comenzó a cerrar su local cuando frente al mismo, en las casas de la gente, las vio tapizadas de afiches con la cara de Aiko que le habían traído y con la jugosa recompensa puesta abajo. No demostró en su rostro su sorpresa, miró a ambos lados de la calle y rápidamente se dirigió a su casa. Si algo malo iba a suceder, tendría que estar preparado.
Aiko caminaba muy lentamente, se había fijado la hora en el reloj de pie de la panadería y había salido unos minutos antes de lo habitual, normalmente a las nueve en punto se retiraba, pero supuso que fue debido a la falta de clientes y la charla que ese día podía irse temprano. Sus articulaciones casi rechinaban por la pesadez de sus músculos. Tal como si su presión arterial hubiese bajado por algún tipo de anemia, su vista comenzó a fallar y por momentos vio todo negro, teniendo que parar su andar para recobrar un poco el aliento, apoyandose en un muro y con una mano sobre su rostro.
Escuchó múltiples pisadas y optó por acabar con su descanso y volver a casa. Reconoció que esas pisadas distaban de ser Sero y Denki yendo a buscarla, el ruido de sus pasos siempre era casi inaudible y reconocería el aroma de ambos aunque el viento estuviera en contra. Temblando como una hoja, retomó su andar a un paso lento y oyó como los dueños de las pisadas detenían su camino, las múltiples voces comenzaron a susurrar cosas que sus oídos no pudieron descifrar pero tampoco quería hacer mucho caso, esa noche Denki había prometido tenerle un regalo y Sero parecía igual de emocionado. Tan solo debía llegar a regañarlos, tan sólo debía... Llegar. Debía contarles la situación crítica del reino y que los soldados ya habían llegado, no podría perdonarse si los reconocían a ellos dos, tendrían que huir de ese pueblo lo antes posible.
Una de las voces pronunció su nombre con sorpresa y ella solo siguió con su camino, podría tratarse de un exsolado o alguien reconociendola de los papeles que había visto pegados por todos lados, no planeó quedarse para descubrirlo.
El conocido sonido de un golpe cortando el aire desde detrás de sí activó sus alarmas y logró esquivarlo a tiempo. Se volteó, viendo dos mujeres y dos hombres, los varones parecían dispuestos a luchar mientras que las féminas se mantenían apartadas.
Por la postura de ambos dedujo que estaban acostumbrados a las peleas callejeras y a golpear con sus puños, los delató a también su masa muscular y su atuendo. Esa gente eran o bien mercenarios o en el peor de los casos, cazarecompensas.
Fue difícil atender a una pelea dos contra uno en su debilitado estado, pero su fuerza no debía ser subestimada y aunque le costó mucho de energía, venció.
Giró a las dos mujeres, buscando armas y dispuesta a seguir luchando con su pesada respiración. Ambas parecían aterrorizadas. Rogaron que no le hiciera daño, que habían sido obligadas por los hombres, tomadas como mujeres de compañía a la fuerza, dando como pruebas los cardinales que cubrían sus cuerpos. Y les creyó.
Les dio la espalda, pensando en que había tardado mucho y en que Denki y Sero no tardarían en ir a buscarla. En su cabeza resonaron dos golpes y sin poder evitarlo, sucumbió a la inconsciencia.
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