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•15•

Los días fueron pasando así como las dudas en su mente seguían creciendo, las palabras que le había dicho el lobo blanco seguían en su cabeza en un incesante eco.
Tal y como él lo había dicho, el reclutamiento del ejército se llevó a cabo y los campos de entrenamiento de su palacio que alguna vez se encontraron casi vacíos, se hallaban repletos de hombres y mujeres de todo tipo de especies y razas. Apenas los soldados vieron al rey con su característica ropa informal, se pusieron en filas y columnas para saludar respetuosamente, Katsuki por su parte no les prestó atención y se dirigió al centro del campo de entrenamiento donde tradicionalmente se daban los combates y con un ademán de su mano, retó a los nuevos.

  — Demuestren que sirven de algo, extras.

Nadie hizo caso al inicio. El rey tenía sus manos desnudas y apenas era cubierto con tela en su pecho, herir a la realeza sería considerado traición y una muerte pública asegurada. Katsuki tuvo que repetirse, aumentando su mal humor y el primer soldado se acercó a él, apretando su mandíbula con nerviosismo.
La muchacha empuñaba una afilada arma que con sólo un vistazo daba cuenta de cuán peligrosa era, pero al rey no le importó. Tomando la espada por su filo con una mano, asegurando que las articulaciones de sus dedos no hacían contacto con el filo, tiró del arma dejando al soldado desarmado y en una posición en la que era incapaz de retomar.
Todo en menos de un minuto.

  — Siguiente.

El que continuó fue casi igual, sólo que los intentos de mantener distancia del recluta se volvieron totalmente inútiles frente a Katsuki. Él utilizó el amenazante filo de manera alocada, tratando de que el rey no se acercase lo suficiente mas dejó demasiadas brecha, en cuanto realizó un ademán hacia arriba con su arma, el puño de su contrincante golpeó de lleno debajo de su esternón, quitándole el aire y la fuerza en sus manos, dejando caer su arma.

  — El próximo.

La mañana de entrenamiento que habría parecido ser prometedora para los nuevos reclutas se extendió hasta que los trescientos nuevos soldados probaron la derrota por parte de su rey, ya con el sol cayendo y el cielo siendo coloreado de colores anaranjados. La mayoría se quejaba de dolor o tiritaba de frío, sería descortés abandonar el campo sin permiso de la realeza y bien parecía que Katsuki no pretendía retirarse hasta acabar con todos y cada uno.
Entre los soldados se comenzaba a envidiar las capacidades de Katsuki Bakugo, él ni siquiera tenía un solo corte y no jadeaba de cansancio a pesar de solo haber utilizado sus capacidades físicas; mas los reclutas debían agradecer la consideración del monarca, sí él hubiera decidido utilizar su peligrosa magia o su espada, muchos de allí habrían terminado en peores condiciones.
Cuando la última persona cayó, todos tuvieron que ponerse de vuelta en filas y columnas. Algunos lloraban de dolor por la brusquedad del combate, otros simplemente se veían agotados.

  — Si no pudieron ni atinarme un golpe, no lograrán siquiera proteger a un ciudadano. Solo tienen una opción: volverse fuertes. Desaparezcan de mi vista.— mangoneó, la multitud se apresuró a dispersarse, buscando algo de atención médica.
Katsuki por su lado, camino lentamente de vuelta a sus aposentos. Como había predicho, eran débiles. Algunos parecían ser prometedores por cómo había iniciado en un comienzo el enfrentamiento, pero todos y cada uno habían perdido en un minuto.
Subir la larga escalera caracol a su habitación le daba tiempo para pensar, ahora que ya había desgastado algo de frustración con los reclutas.
Apenas llegando a donde se dirigía, la vista de la persona frente a su puerta no lo sorprendió. Eijiro Kirishima se había ausentado durante algún tiempo, pero se veía exactamente igual a la última vez. Katsuki solo debió analizarlo superficialmente para prever que su subordinado tendría muchas cosas que decirle, puesto que Eijiro nunca había tenido pelos en la lengua en cuanto a él.

Cuando entró a su habitación, él entró detrás de sí, cerrando la puerta sin hacer mucho estruendo y con pisadas casi inaudibles, aunque no para el rey.

  — Katsuki, siempre te he sido fiel pero... Lo que hiciste con la General me hizo replantear mi fidelidad.

El monarca lo volteo a ver por encima del hombro, con sus orbes camines amenazantes.

  — ¿Estás diciendo que me traicionaste, Kirishima?

  — ¡No! No podría, tú me salvaste de mi muerte, me has dado un hogar y lugar al que pertenecer, pero... Aiko también me salvó y no puedo pasar por alto lo que hiciste. — apretando sus puños con frustración, trataba de seleccionar las palabras correctas para que Bakugo no malentendiera su mensaje—. Aiko... Ella...

  — Ella no ha muerto. Aún.— rectificó el rey.

  — Lo sé. En el tiempo que estuve fuera, me tomé la libertad de investigar que sucedía en Musutafu. No te va a gustar lo que te voy a decir...

Eso último llamó completamente la atención de Katsuki, quién sin pensarlo, volteó decidido a oír lo que tenía para decir.

  — Habla.

...

El príncipe caminaba algo intranquilo. No había recibido noticias de Aiko últimamente lo cual por un lado era bueno ya que significaba que estaba bien oculta, pero por el otro lo llenaba de una inmensa preocupación.
¿Dónde estaba la mandoble de Aiko? Hasta ese momento se hizo la misma pregunta una y otra vez. Sabía de la deficiencia mágica que había padecido su amiga hasta el último momento y ella aún así se había podido defender de sus agresores en aquella plaza de ejecución.
Tan solo recordar aquello lo hacía temblar de pura y simple ira.

Últimamente las paredes del palacio del príncipe tenían más oídos que de costumbre, varios ojos nuevos lo observaban fijamente y oía a la perfección los cuchicheos que pasaban información de su situación de aquí para allá. Ya había ordenado a sus hombres de confianza de reconocer e interrogar a cada una de esas personas.
Entró a su biblioteca personal, lugar que alguna vez había compartido junto a su madre. Los estantes de roble pulido y los asientos del más fino satén combinando perfectamente demostraban que todo eso le había pertenecido a alguien que apreciaba la lectura, como lo había sido Todoroki Rei.
Observó a su alrededor, buscó presencias mágicas, ojos indecorosos o respiraciones nerviosas y cerró la puerta de su biblioteca, cerrando un poco también las pesadas cortinas que tapaban los grandes ventanales que daban paso a iluminar toda la habitación.
Detrás de un tapiz con la figura de su madre, había una puerta que lo llevaría a su destino. Bajó las escaleras con el sigilo que caracterizaba su persona, cada paso lo llevaba a estar más cerca de volverse un traidor, pero eso ya no le importaba. Ya no más.
Abrió la pesada puerta de madera, anunciando con las chirriantes bisagras de su llegada, hallando allí a sus más cercanos camaradas y a uno de sus más queridos y viejos amigos.
Midoriya Izuku no había cambiado nada en los años que no se habían visto, la única diferencia erradicaba en su altura y en su masa muscular.

Sobre una larga mesa con los años contados se hallaba un derruido mapa de todos los reinos, con ya varias indicaciones sobre él.
Los ojos sobre él sólo lo hicieron sentir tranquilo, las cinco personas presentes allí era en quienes más podía confiar en ese momento ya que sus intereses en común era proteger la vida de alguien amado como lo era Aiko.
El primero en hablar fue el ahora Primer General Iida, sin desgastar tiempo en saludos o presentaciones, dirigió su severa mirada al mapa, apuntando con caballos de madera la única brecha de llanura entre la inmensa cadena montañosa que separaba a Bishajin de Musutafu.

  — Cerraron la frontera, príncipe. Se están moviendo las tropas del Capitán General, Toshinori-dono, justo en este momento.

Los heterocrómicos ojos del heredero a la corona representaron su sorpresa ante la nueva noticia. Dedujo de inmediato que se habían movido para no ser vistos.

  — ¿Acaso ese viejo está loco? Mover esas tropas a ese punto podría generar una guerra, el tratado permite a los seres mágicos ingresar a Musutafu a placer por allí, ¿acaso quiere cortar la fuente de ingresos de los comerciantes? — el aparente nuevo movimiento generó controversia en la sala, el Segundo General impuso calma y tensión con sólo unas pocas palabras.

  — No, príncipe. Es una caza. De alguna forma ese muchacho consiguió convencer al Rey Enji de romper el tratado de paz. Ningún ser mágico podrá salir ni entrar, planean capturarlos a todos.

  — Parece que Monoma quiere ir a la guerra con Bishajin utilizando la prueba de las cartas dadas en la condena de Aiko. De ser así y cancelando el tratado justo en el momento en que partieron las tropas, los soldados no estarían rompiendo la ley ya que la ley que amparaba a los oriundos de Bishajin se derogó justo cuando salieron—. Analizó Izuku, hablando por primera vez en la reunión, todas las miradas se dirigieron a él.— Pero... es imposible que los del otro lado sepan y tardará días en extenderse por todo el reino, por lo que supongo que los seres mágicos que se aproximen aquí, al no conocer las nuevas reglas, van a poner resistencia y por lo pronto, tendrán otro motivo para llevarlos al calabozo.

  — Pero... Cancelar el tratado... No debería ser tan simple.— Jirou dijo lo que pasó por su mente. A decir verdad, ella no era tan buena en estrategia y política como sus allegados, simplemente estaba allí por petición de Shoto, al igual de Yaoyorozu Momo, su amiga más preciada.

  — No lo es, Kyoka-san. De hecho, es una directa declaración de guerra. Si el rey hizo un movimiento tan osado, esas deben ser sus claras intenciones, tomemos en cuenta también la latente amenaza de enviar a los soldados de la élite del Capitán General y no soldados menores, eso agrava la situación.— acotó Momo.

La incertidumbre en la sala no hacía más que aumentar. Los segundos pasaron lentos.

Una guerra.

Aizawa se estremeció con sólo recordar los cuerpos demacrados por la violencia que había contemplado en su niñez, luego de la última gran guerra. Extremidades mutiladas, capacidades perdidas, heridas que nunca dejarían de doler por más que cicatrizaran. Si debían ir a la guerra, él debería ir, dejar sola a la niña que lo esperaba en casa y al muchacho que lo consideraba un padre. Aunque sabía que Eri y Shinso podrían entender su muerte, no aceptaría irse y dejarlos en la tristeza.

Izuku sólo atinó a pensar en lo furioso que se pondría Katsuki cuando le tocara enterarse de que se habían metido con su gente, de nuevo. No sabría decir como iba a reaccionar el Rey esta vez, pero luego de ver como humillaban a Aiko, dudada que justo Bakugo Katsuki fuese a demostrar piedad.
Porque los humanos no la habían mostrado tampoco.

  — No podemos quedarnos quietos ante ésto, príncipe.

Jirou no dejó terminar de hablar al Primer General, irrumpiendo con su duda de forma ruidosa.

  — Esperen, esperen, antes de que se pongan a traicionar a la corona, ¿quién está dirigiendo las tropas del Capitán General? ¿Toshinori-sama volvió?

Aizawa Shota, algo cansado de los últimos sucesos, recordó gracias a la irrupción del soldado, algo que le molestaba mucho más que una guerra.

  — Hay un nuevo hombre en el cargo. Capitán General Monoma Neito.

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