•14•
Hacían más de dos días que había logrado ponerse de pie a pesar de las negativas de Denki y Sero, los cuales insistía que debía de mantener reposo. Sus dos amigos no habían logrado que se quedara quieta.
Aiko seguía sufriendo de la deficiencia de mana, sus hombros seguían pesando y su cabeza dolía al más mínimo ruido fuerte, pero aún así eso no la había detenido. Analizó la situación en la que se encontraban brevemente, aunque sus allegados habían tomado dinero para poder mantenerse una vez que lograran desertar, no era suficiente. El plan idealista de los chicos era que lograrían pagar tres habitaciones separadas, para cada uno y que hasta sobrevivirían un mes sin preocuparse de que los sabuesos de Enji los consiguieran cazar. Aunque cien monedas de oro fuera una gran suma, deberían hacer recortes; cada noche en las habitaciones costaban dos monedas de oro, siendo que suponía que era una buena posada debido a la vista privilegiada desde su cama, pero era un gran gasto a largo plazo.
- Escuchenme, si se supone que debemos mantenernos al margen de Musutafu por ahora, no podemos arriesgarnos a depender del príncipe, tampoco pueden retirar dinero del banco. Dos monedas de oro por habitación nos va a fundir y no lograremos completar el mes, propongo que solo rentemos una habitación.- dijo, mirando fijamente a sus camaradas. El rostro de ambos se coloreo y antes de que pudieran rechistar, Aiko siguió hablando.- Rentemos en otra parte. Es común poder conseguir alguna casa pequeña en esta zona por mucho menos que 10 monedas de plata. Por otra parte, buscaré empleo.
- Pero, Aiko, si haces eso...
- Está bien. Puedo esconderme, ustedes también deberían buscar algo, además de que si estamos en contacto con la gente podremos recaudar información de primera mano.- suspiró luego de su larga explicación.- Su alteza fue quien planeó todo esto, ¿no? Él debe esperar que estemos atentos, no vamos a lograrlo si nos escondemos en unas lujosas habitaciones.
- Si, si, entiendo tu iniciativa, Aiko, pero Marleia no es como la capital, es un pueblo costero misogino, si quieres llamarlo así. Los hombres son la mano de obra, no podrás abrirte paso con tus habilidades de General, sumando a que de seguro te buscarán intentando sobrevivir con tus capacidades.- acotó Hanta ante la vista de cómo su exgeneral se vestía con sus botas como preparándose para mover un navío entero con sus manos por dinero.
El punto de vista objetivo de Sero calmó un poco su vívida marcha. Había tenido sospechas de donde podrían encontrarse, pero habría querido descartar a Marleia. Sus opciones se habían reducido, para los pueblerinos era hasta insultante el ver a una dama tratando de hacer el trabajo que correspondía a otro sexo, ese pueblo era uno de los rincones más conservadores que aún permanecía en Musutafu. Tampoco podría forzar su aceptación demostrando su talento, dada su situación actual, levantaría la atención de los alrededores y los soldados del Rey podrían tomarles la pista. Se negó a cometer tal imprudencia, exponer a sus compañeros sería una mancha más en su honor que no podría perdonarse
Sero y Denki se miraron algo apenados, la fémina había guardado silencio sumiendose en sus pensamientos, ambos creyeron que se podría haber ofendido.
- Fue una decisión estratégica, lo sabes, ¿no? Para ganar tiempo, si esperan que vivas de tu capacidad física, primero te buscarán en pueblos menos conservadores. - Denki trató de apaciguar el ambiente que creía Hanta habría arruinado, pero cuando los ojos de la fémina los encontraron, sólo recibieron una sonrisa.
- Lo sé, chicos, hicieron una prediccion y decisión excelentes, mi emoción cegó mi juicio por un momento.
Ambos suspiraron aliviados ante sus palabras, luego de todo lo ocurrido, no sabían cómo Aiko podría reaccionar. Sabían bien que trataba de no pensar mucho en los últimos sucesos, pero era un hecho que Aiko había sido traicionada por Musutafu y no al revés, por lo que trataban de hacer que ella se mantuviera estable y no sucumbiera a odio u tristeza. El plan del príncipe heredero dependía puramente de Aiko y de las decisiones a tomar de la misma, por lo que tenía que mantener su temperamento en frío.
Empujados por su amiga, Sero y Denki se vieron obligados a moverse ese mismo día en busca de empleo y un nuevo alquiler. Aiko por su parte emprendió camino en búsqueda de algún empleo que le permitiera mantener un perfil bajo, mas luego de caminar por las calles de ese pueblo por dos horas, ya la habían rechazado en varios lugares por sus modismos o forma de vestir. Experimentó en carne propia lo conservadora que podría ser la gente en aquel lugar.
Salió de una lavandería, allí tampoco la habían aceptado aunque las mujeres se habían visto más empaticas respecto a su inventada situación. Se había visto en la necesidad de inventar un justificativo para la ropa de hombre que estaba llevando, terminando por crear una historia en donde se había mudado con sus hermanos a esa ciudad en busca de una mejor vida y se había visto obligada a vender sus vestidos con tal de pagarles la comida a su familia. Pero aún así, su teatro no había dado resultados.
Su próximo objetivo fue una panadería, el delicioso aroma a recién horneado era una tentación luego de haber caminado tanto. De detrás del mostrador había un hombre viejo vistiendo un delantal y amasando lo que supuso sería próximamente un pan.
Carraspeo para llamar su atención y enseguida se encontró con un ceño fruncido.
- ¿Qué quieres, niña? - le respondió una voz igual de malhumorada que su expresión. Brevemente explicó sus intenciones, sin mucha esperanza. Era un hombre bajo, de apenas un metro y veinte, aún así se subió a un banco pese a su vejez y a los sonidos desgastados de sus articulaciones para observar más detenidamente a la persona frente a su mostrador. Solo fue una mirada rápida y se volteó saltando al suelo para volver a su pan.
- Comienza lavando la cocina y no quiero recibir ninguna queja.
Aiko lo miró desconcertada, el anciano siquiera había preguntado por su nombre y ya había conseguido empleo.
- Soy Aiko, cuide bien de mí.- el anciano ni siquiera miró por encima de su hombro cuando se presentó.
- La gente me llama Torino.
Aiko alzó levemente las cejas en sorpresa, el nombre Torino, o más bien, Gran Torino, era uno no muy conocido pero que el Capitán General habría mencionado alguna vez en su vida como alguien que había sido su mentor y un poderoso caballero. Inmediatamente, descartó la idea, el anciano ni siquiera llegaba a medir un metro cincuenta y cinco que era lo requerido para ser aceptado como caballero de la guardia real y sus manos parecían bastante acostumbradas a amasar pan.
Sin tardarse un segundo más, comenzó a lavar los platos en lo que su jefe cocinaba.
...
El clima era demasiado gélido como para estar fuera sin mucho abrigo, los sirvientes corrían de un lado a otro preparando todo para el necio Rey que se encontraba con el torso descubierto en el campo de entrenamiento, haciendo flexiones como si la invernal temperatura no lo afectara.
Katsuki tenía sus dedos y nariz roja, pero gracias al calentamiento no sentía mucho frío. Su mente llena de bruma de pensamiento sólo se despejaba cuando se cuerpo se movía, permitiéndole pensar con claridad. Enseguida había vuelto a Bishajin había declarada reabiertas las inscripciones al casi fósil ejército real, los soldados que habían allí habían logrado ingresar por rigurosos entrenamientos o siendo graduados con honores de la academia imperial que se hallaba en el otro extremo del reino.
Katsuki nunca consideró necesarios los soldados, con él y sus subordinados de más confianza habían derrotado cualquier amenaza que se hubiera intentando cernir sobre el Reino Dragón, pero desde que habían atrapado a esos traficantes y siendo testigo de lo frágiles que estaban las relaciones con Musutafu, se había vuelto más meticuloso. Los soldados no serían para proteger las fronteras si estallaba una guerra, él sólo era capaz de encargarse de unos cientos de patéticos humanos; los soldados eran para proteger el pueblo.
Estaba bien enterado de los trucos sucios que gustaban usar los del otro lado de la frontera, había estudiado las tácticas de batalla que se habían empleado contra su tierra en la última gran guerra y a muchas casi se les podía decir que eran trampas empleadas contra el rey anterior a su madre, quien habría perecido a manos de los del otro lado.
No podía ignorar lo problemático que sería irse a una guerra con los humanos como tampoco podía ignorar la fe que la gente tenía puesta en él o en los Dragones en total. Bishajin habría sido un reino sin monarquía hasta hace quinientos años, donde el mismo pueblo consagró reyes a la raza más poderosa habida y por haber en esas tierras, la gente construyó un castillo para los reyes sin pedirles nada más que protección y así se había mantenido la paz durante cinco siglos. La economía era estable a pesar de mantenerse muchas tribus retraídas en el territorio que no les gustaba el contacto con el exterior, su gente vivía bien, pero la paz desde hace treinta años los volvía débiles y necesitarían más que un rey y sus cercanos para lidiar con la raza humana.
Al pensar en la debilidad del pueblo y la crueldad de los humanos, sus pensamientos volvieron a la plaza de ejecución de Musutafu y tomó un bokken para cambiar de entrenamiento. Inevitablemente, cuando recordó a Aiko cayendo de rodillas rendida por la amenaza del soldado que mantuvo como rehén a un niño, su bokken cortó con fuerza de más el aire cortando así también el suelo, pero eso no lo detuvo. Su rabia que alguna vez había estado dirigida a los humanos en total, ahora se centraba en la guardia real de Musutafu.
Ni siquiera él, quien había sido llamado un sanguinario con quienes se metían con sus tierras, tomaría a un niño para obtener la rendición. Le parecía injusto y tonto de parte de la exgeneral, ella podría haberlos derrotado a todos de no ser por el asqueroso truco de ese soldado.
Un sonido lo alertó a sus espaldas y sin fijarse si era una amenaza, volteó y esgrimió su espada de madera en contra a la nueva presencia.
- Si quieres que te clave mis colmillos, sólo debes decirlo, Rey Dragón.- la molesta voz en su cabeza le provocó un escalofrío. La loba blanca lo miraba con desdén y eso le molestaba aún más.
- Llenarás mi capital de pelos, perro, creí haberte dicho que vuelvas a tu cucha.- contestó, dándole la espalda. El animal en cambio entrecerró los ojos con burla y se rió en la mente del rey.
- La capital de Bishajin es más cálida de lo que esperaba, mis cachorros se encuentran muy cómodos por aquí.- rectificó con arrogancia la loba, apuntando con su cabeza no muy lejos a los cachorros blancos que jugaban con una de sus subordinadas, Ashido.
No los había notado, estaba tan centrado en entrenar que las risas y los ruidos de los lobos no habían llamado su atención.
- Lárgate de una vez.
- Sabes que no puedo hacerlo. Te advertí que si tu impulsividad se volvía la tristeza de mis cachorros, habría represalias, mi raza nunca se ha inclinado a los reyes y lo sabes.- un gruñido profundo salió de la loba blanca pero eso no alteró a Katsuki.
- Deja de parlotear si ni siquiera vas a atacarme.- sentenció finalmente, mirándole sobre el hombro.
- Por supuesto que no. Suelo devolver los favores que hacen por mí, entregaste a Aiko a su muerte antes de que pudiera hacer nada, al menos debo cuidar lo que queda de ella.
Le fastidio el último comentario por parte de la indeseada compañía. No sólo bastaba con sus subordinados recriminando sus acciones sino que ahora también lo hacía un perro.
- No está muerta.- respondió, tirando su bokken por ahí y dispuesto a irse para no seguir oyendo esa voz en su cabeza.
- Lo sé, de haber muerto la espada que mantienes confiscada dejaría de acumular mana y el sello se rompería.
Se detuvo a mitad de camino sin voltear pero mirando por el rabillo del ojo detrás de sí.
- ¿Sello? Las pulgas hacen daño a largo plazo.
- Tan aclamado el más fuerte del reino y siendo incapaz de reconocer algo tan simple, la sangre fría de las lagartijas a veces les impide pensar.- se burló nuevamente el animal.
Katsuki ya estaba rojo de furia, pero no podría exigirle subordinación o sumisión a un lobo blanco, eran una especia que vivía oculta en su reino pero que no sentían ni un ápice de lealtad a los reyes.
- ¿Un sello con una lengua muerta? Es decir estupideces.- las palabras apenas salieron de su boca por lo apretado que tenía sus dientes. Estaba por cumplir su amenaza de hacer de su pelaje su nueva capa.
- Arthinea murió, pero su gente sigue pululando por el continente y las hadas conocen todos los origines y lenguas de sus seres amados, tonto Rey. Apresurate y devuelve eso a su dueño, un sello de mana y con tantos kilómetros de distancia significa una dolorosa abstinencia mágica.
La loba se marchó de vuelta con sus cachorros enseguida terminó su reprimenda, dejando a Katsuki pensativo nuevamente. Un montón de preguntas se acumularon en su mente y renegandose a que se aclararan, tomó rumbo para sumergirse en agua helada.
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