•11•
Como si de un saco de papas se tratase, Katsuki les lanzó a Aiko a sus pies, inconsciente y con un vestido.
— Tomenla y no vuelvan. Arreglen el malentendido.
— ¡Gracias! — nadie se esperaba que el más callado de todos fuese a levantar la voz, pero así fue. Con un potente grito, Shoto alcanzó a Katsuki con su voz.
El camino fue extremadamente duro, por tres días y dos noches caminaron por entre los bosques de Bishajin y sus caminos, evitando bestias y seres magicos, aunque sabían que los seres más peligrosos del reino ahora se encontraban en el corazón del mismo.
Al parecer, habían puesto a Aiko en un hechizo de letargo o eso creían, a todos le parecía extraño que ese tipo de magia pudiese afectar a la general, pero al ver la falta de su espada, Kaminari, el teniente y Shoto entendieron todo, dejando ajeno a Ojiro.
Un tiempo de poner un pie fuera de Bishajin, Aiko despertó sobresaltada, como si hubiera estado en una larga pesadilla. Respiraba a bocanadas, mirando todo con extrañeza por no reconocer donde estaba, con las pupilas dilatadas.
Sus ojos dolieron por la luz del día y se notaba el malestar en su tez, no reconocía su entorno ni a la gente en él, sus dientes castañaban y había unos profundos circulos negros al rededor de sus ojos. Parecía estar padeciendo de una complicada fiebre, el sudor perlaba su frente pero sus mejllas estaban rojas y no paraba de temblar.
Tan solo con su fuerza bruta, tomó por el cuello a Shoto mientras respiraba erraticamente, aturdida.
— ¿Donde estoy? ¿Quienes son ustedes?— su voz tembló por momentos y no conseguía enfocar su vista. Antes de que alguien le respondiera o de que usaran fuerza bruta para intentar hacer que soltara a su víctima, vacío el contenido de su estómago en el príncipe heredero.
No ocurrió el hecho de que alguien se molestara, es más, todos se hallaban angustiados por tan lastimera vista. Era una incógnita que era lo que había enfermado tanto a la general, en todos esos años nunca había padecido enfermedades o heridas que amenazaran con postrarla en su cama.
Tuvieron que parar para asearse y conseguir más mantas, Aiko seguía tiritando aunque incluso la capa del príncipe formase parte de su abrigo.
— Es como si no tuviera sistema inmune... — susurró Ojiro al megane.
Iida era quien más angustiado se hallaba, no podía decir que conocía a profundidad todos los secretos de su general, pero sin duda nunca la había visto con ese aspecto tan vulnerable. Miró por todos lados y notó la ausencia del objeto que Aiko siempre cargaba como extensión de su cuerpo. No recordaba haber recibido el arma por parte del soberano de Bishajin y temió lo peor. La buscó por todos lados, pero confirmó su miedo.
En ese momento, su general era igual a un bebé, con el flujo de mana nulo, lo que bajaba considerablemente sus defensas. Era débil y corría riesgo de morir.
— Debemos llegar lo antes posible a la capital.
***
Como si no hubiera cometido un inminente error, Katsuki volvió a su palacio. A las puertas le esperaban sus subordinados, pero no sus amigos. Apenas puso un pie dentro de la edificación, tuvo que esquivar el objeto que le fue lanzado con rabia.
Ochako no era de tener un mal temperamento, pero sin duda la ultima acción del rey la habían sacado de sus casillas.
— ¿Que mierd-?
— Vas a cerrar la boca y vas a oírme, Rey.— La rara magia de gravedad a la que Ochako tenía una inmensa afinidad se iba notando a su alrededor por las cosas que hacía flotar sin querer. Uraraka le mostró un mapa y con un movimiento, generó un punto de luz en un lugar dado.— El punto de luz del mapa apunta a una caverna de cacería que no es usada hace algún tiempo. Se supone que quien tiene mi rastreador puesto es una ama de casa, sin embargo, ¿que hace en ese lugar?
— ¿Para qué mierda pusiste un rastreo en una ama de casa?— de mal humor, apenas podía entender lo que la fémina le decía.
— Aiko y Uraraka-san descubrieron algo, Kacchan.— Oir ese apodo y ese nombre de la boca de esa persona simplemente lo crispo, iba a perder la calma nuevamente.— El quitar la "visión de Dios" del entrenamiento básico, les sirvió de ventaja a los contrabandistas. Los soldados no reportarían actividad mágica extraña y no serían descubiertos.
— Aiko se percató antes que yo, por más vergonzoso que suene. Esta mujer, nuestro objetivo, cuando usé el ojo de Dios añadiendo un hechizo de reconociemiento sobre ella, tenía un hechizo de camuflaje bastante complejo, admito. Un hechizo de tipo espejo.— finalizó Uraraka.— Si se supone que es una ama de casa, ¿por que debería de utilizar tan complejo hechizo en el pueblo? También la naturaleza del mismo es sospechosa y bastante problemática, reacciona reflejando los pensamientos de la primera persona a la que se dirige y así consigue una coartada, mimetizandose con su alrededor.
— Si están en lo correcto, es con este hechizo que logran atravesar la barrera. Por eso la organización permaneció tanto tiempo fuera de nuestro poder, este es el hechizo correcto, el que hemos estado buscando.— Eijiro habló con entusiasmo, sacudiendo el hombro de su Rey en un gesto amistoso, mas Katsuki se hallaba perdido en sus pensamientos.
Aproximadamente habían unas sesenta cuevas similares en su territorio de las que tenía conocimiento, pero algunas eran tan antiguas como la Reina misma y corrían riesgo de derrumbe. Le pareció absurdo, habían repasado alguna vez la posibilidad de que aquel hechizo fuese el que usaban, pero pronto habrían descartado la posibilidad ya que pocas personas podían realizarlo, para hacerlo la naturaleza del mana debería ser compatible con el elemento de la oscuridad.
Pronto se marcharon junto a sus subordinados, emocionados ellos por su nueva aventura, añadiendo a una que otra vieja amistad hecha por viejas hazañas, pero Katsuki permanecía algo adormecido. Por más que sus puños rompieron tabiques y quijadas, por más que sus palabras habían amenazado y traumado las almas de aquellos criminales, se sentía raro. Tenía una incomodidad en el pecho, como la sensación de que había hecho algo mal o de que algo malo iba a suceder por sus acciones, en un irreversible efecto mariposa.
No se inmutó al arrastrar aquellos inmundos humanos por el pueblo, las habilidades de los magos, brujos y hechiceros de su corte difícilmente podría ser superada por un grupo de criminales. Ochako y Tokoyami Fumikage, un mago oscuro, habían hallado rápidamente la forma de deshacer el hechizo, mientras que con Ashido Mina, una de sus subordinadas más fieles, habían llevado a cabo el trabajo para recabar información por medio de persuasión y tortura, más tortura que persuasión. Logrando más de lo que habrían esperado.
Les pareció que algo olía mal, apenas les quitaron los ojos de encima los torturados estaban muertos con espuma blanca saliendo de su boca. Los examinaron y se dieron cuenta de que a todos les faltaba un diente. Supieron de inmediato de que aquello eran prótesis conteniendo veneno.
Era algo probable, después de todo, mas no se esperaban que unos humanos cobardes se atrevieran a llegar a ese extremo. De todas formas, ninguno de ellos eran necesarios, ya habían obtenido más que suficiente para hilar los hechos y que las pistas los llevaran a la cabeza principal. La cobardía les había hecho hablar lo suficiente y suicidarse tarde.
No había sido fácil, por más que sonara así. Una semana entera les tomó llegar a ese punto, hacer todo tan meticulosamente como para que los hilos se mantuvieran intactos y que los involucrados no pensaran en huir. Katsuki mismo había pensado en aquel plan y lo habían llevado a cabo a la perfección. No podía perder la pista, no ahora.
La calma se mantuvo luego de esas encadalosas muertes, pero el rey seguía inquieto, incómodo, algo tal vez le estaba faltando en la ecuación y no podía deducir qué, o simplemente era su consciencia pesandole.
El olor a carne podrida persistía y el mal presentimiento de su pecho no le dejaría conciliar el sueño.
***
Una semana.
Entre agonía, debilidad y dolor, aún así la habían mantenido entre barrotes en una de las más hostiles mazmorras que el reino pudiera ofrecer.
Hacía frío y estaba húmedo allí abajo, pero aunque sus articulaciones crujeran con cada movimiento y su cabeza doliera al minimo ruido, no había dado ni una sola alabanza a cualquier figura de poder que fuese a mostrarse ante sus ojos.
Así habían ido desde condes que nunca había visto hasta duques, como Iida. Pocos le ofrecían palabras de aliento, lo más dulce que le habían dicho en su estadía allí eran burlas hacía su estado e integridad, del tipo más soez de burla que se le pudiera hacer a una mujer. Mas ninguno había tenido el gusto de irse sin una buena respuesta.
En su estado tan reciente de debilidad, había descubrieron algo interesante. Los soberbios nobles solían confiarse de la seguridad que unas barras de hierro podrían brindarles para alejarlos del agarre de un prisionero y solían acercarse para burlarse más de cerca. Más de uno había huido con bufidos enfadados, sin un diente, con un labio roto, una nariz sangrante y a algunos había llegado a arrancarles el peluquin con el que pretendían esconder su falta de cabello.
A ella no le hacía la más mínima gracia, pero al parecer a sus guardias sí.
Había oído por parte de su exteniente que los altos mandos creían que no sería agresiva si ponían a mujeres como sus guardias. Aunque estaban en un grave error, ya que Aiko solo era agresiva con quienes intentaban sobrepasar los límites de su paciencia.
Las había analizado, a sus dos guardias. La postura con la que se mantenían era extremadamente recta, conveniente si eres una dama de la nobleza, incomoda si eres un soldado con guardias. Pero no era algo malo, el poder mantener una buena postura significaba que no tendrían el problema de la postura erguida para levantar una espada.
Ella era una tumba, pero aquellas mujeres siempre intentaban sacarle una charla amena. Era extraño en cierto punto, pero gracias a eso había podido saber sus nombres.
Yaoyorozu Momo y Jirou Kyoka. Ambas damas de la nobleza que no había tenido el gusto de conocer ya que nunca le había tomado el gusto a asistir a bailes o fiestas, era ridículo a sus ojos ir a pavonearse con incómodos corset y faldas más pesadas que una espada. Difícilmente la habían hecho abandonar la comodidad de faldas livianas, pantalones y camisas que no comprimian sus pulmones.
Poco a poco, se iba acostumbrando a estar sin mana. Era problemático, su cuerpo dolía, pero su estado físico no se había visto tan deteriorado como habría creído. Podía dar lucha, sin embargo, iba a cansarse más rápidamente.
No había sabido nada de los príncipes, la princesa o el rey, simplemente la habían mantenido allí, como si esperaran que la fiebre la matara antes que la guillotina.
— Aiko-san
Era problemático, ni siquiera le habían dicho el por que de su supuesta traición, no había manera de refutar sus argumentos si no sabía la razón.
— ¡Aiko-san! — la suave voz la sacó de sus pensamientos. Yaoyorozu estaba frente a su celda, frente a ella.
Solía perderse en sus pensamientos cuando comenzaba a meditar y así había vuelto a suceder.
La soldado, que había renunciado a usar un yelmo, había tomado la confianza suficiente para acercarse peligrosamente a la celda. Fácilmente habría podido romperle el cuello a esa distancia, pero le había tomado cariño a Momo.
— Dime, querida, ¿ya es hora de quedarme sin cabeza?— habló con suavidad y dulzura. Era tal tranquilidad que sus guardias se sintieron mal.
— Tienes visitas, Aiko-san. La princesa Fuyumi desea verte.
Se sorprendió un poco, pero no se negó a la visita. La princesa, vistiendo unas hermosas y modestas ropas, llevando una cesta que desprendía un aroma apetecible, tenía un rostro angustiado. Se pegó a los barrotes enseguida la vio y comenzó a sonreír.
— Ai-chan, Ai-chan. Acércate, dejame ver tu rostro.— no se resistió, dejando que las suaves manos de la princesa tomaran su rostro. Como una hermana mayor amorosa, preguntó por su estado, toqueteo su rostro, manos y cabello. — No me dejaron venir a verte, lo siento tanto.
— Princesa, con todo respeto, ¿podría decirme por qué desperté en una celda?
— Un soldado llegó con un hombro dislocado un día después de que explotaste el campamento de los bandidos. Llegó con Lord Kaminari inconsciente, Aiko. Él, este soldado dijo que los atacaste, que planeabas unirte a Bishajin salvando a su pueblo para que el Rey te favoreciera.— Aiko mantenía una expresión estoica a la vez que Fuyumi le iba pasando comida que había traido en su cesta.— ¡Natsuo, Shoto y yo sabemos que no es verdad! ¡Incluso Lord Kaminari! Pero, padre... Él... Creyó la historia y te declaró una traidora de Musutafu.
— Suena a un plan demasiado ridículo.— no cambió un ápice en su rostro. Los soldados y la princesa rieron, pero sabían que allí había algo más.— Tenía un reporte que hacer al Rey, pero veo que va a ser inútil. ¿Podría dárselo a usted, Princesa?
Ella asintió y así fue como Aiko comenzó a hablar.
— Habían soldados de nuestras tropas allí, el tal Stain participaba del tráfico ilegal y de las torturas. También, un soldado, Monoma Neito, él declaró ante mi claramente sus intenciones maliciosas y de como estaba actuando como espía en nuestro ejército.— de momentos recordó a Touya, pero creyó innecesario esa información. Revelar que el legítimo heredero al trono seguía con vida simplemente enturbiaría más las aguas.
Fuyumi estaba un poco pasmada, le pidió que repitiera el nombre del soldado y así lo hizo. Con un rostro de horror, enseguida mandó a uno de sus guardias a pedirle una audiencia con el rey. La ahora exgeneral, confundida, preguntó.
— Monoma Neito... Ese es el soldado que declaró tu culpabilidad.
No pudo evitar sentir una pizca de enojo, pero odiar no era algo que hiciera seguido.
Fuyumi se despidió e inmediatamente, fue a acudir a la audiencia con su padre, dejándola sola en esa cárcel de metal.
Comenzó a recordar las palabras del rey de Bishajin, comprendiendo sus acusaciones. Para ella eran simples estupideces, todo aquel que la conociera sabría que ella sería incapaz de hacer tal cosa, pero si el Rey Enji había creído aquello, seguramente su sentencia no cambiaría.
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