•10•
Llegaron al palacio más rápido de lo que habrían esperado. Ochako comenzaba a preocuparse, en la mente de la general había una bruma de inquietud y por medio del canal telepático, se podía percibir.
En la puerta del palacio, estaban hablando un sirviente e Izuku, ellos las saludaron pero Aiko no les dio tiempo de respirar. Aunque el pobre sirviente, apenas vio a la general, se excusó y salió corriendo rápidamente.
— ¿Que posibilidades hay de que un humano pueda ser percibido en el pueblo?— arribó con una pregunta directa, penetrando al peliverde con sus orbes. Izuku titubeo un poco antes de responder, un tanto sorprendido por la pregunta.
— ¿Qué? Bueno, los pueblerinos los perciben bastante fácil, por el aroma, facciones o forma corporal.
— Entiendo, entonces, ¿el Rey puede percibir a cualquiera que entre o salga de su tierra?
Izuku miró a Ochako, normalmente eso no debería ser algo que se le dijera a una extranjera siendo que pondría al reino en una situación delicada si aquello llegaba a filtrarse. Cuando la brujita le dio el sí desde detrás de la general, respondió.
— Sí, Kaachan tiene desplegado un encantamiento en absolutamente toda la frontera, cualquiera que pase por ella, el equipo de inteligencia va a saber su raza.
— Pero no podrían saberlo si hubiera un fuerte encantamiento de por medio, ¿no? Un encantamiento ilusorio, de espejo. Por ejemplo, si te hicieses pasar por otra persona, la primera imagen que se refleje en ti de la primera persona a la que le dirijas la palabra, es la imagen que los demás verán.— agregó Uraraka. Sabía por donde estaba yendo la general. Había reconocido gracias a ella ese tipo de encantamiento que habían visto en el pueblo.
— Sí hubiese alguien dentro del reino que pudiera usar ese tipo de encantamientos ilusorios, explicaría el por qué de que Su Majestad no se dio cuenta de como tomaron esclavos.
Entre ambas terminaron de armar el rompe cabezas, mirándose desconcertadas, sin creerse que lo que habían deducido tenía demasiado sentido.
Izuku miró soprendido a como habían llegado a esa conclusión. En varias ocasiones, había discutido con Kirishima y Katsuki las posibles vías que podrían estar utilizando para que nadie se percatara de la salida de esclavos del reino, habían revisado cientos de mapas y él mismo había planeado con Ochako ser secuestrado para poder saber cual era el mecanismo, pero había sido inútil. También debía tener en cuenta que habían anulado sus capacidades magicas y habían restringido la salida de su mana, por lo que Uraraka le había perdido el rastro.
— Nadie cuenta con que los soldados usen mana en su vista, así sería posible detectar los encantamientos, ¿no? Desde que terminó la guerra, se quitó esa enseñanza del ejército ya que los soldados terminaban con su vista fatigada.— añadió Izuku, tomando el hilo de la conversación.
Sacó su libreta y comenzó a escribir los detalles nuevos que podrían ser útiles.
— Pero en caso de que sea así y estén utilizando encantamientos, debe de haber un lugar donde se guardan a los esclavos. Si bien las desapariciones de dieron gradualmente, todos los pueblerinos fueron entregados como si fuesen un lote completo.
Esos tres parecían más emocionados por las conjeturas de lo que realmente deberían estar, si se estaban acercando a lo cierto, los esclavistas habían estado justo en frente de sus narices y por una tontería no los habían podido encontrar.
— ¿Tendrás algún mapa? Los encantamientos a lugares resisten más si se hacen en lugares con más carga de mana. También el lugar donde los están almacenando debe de estar en la capital y tiene que haber alguna forma de que los saquen sin que quede algún testigo, no hay que omitir la posibilidad de la existencia de minas o túneles subterraneos. — objetó la general.
Midoriya no quiso perder tiempo, saliendo de inmediato a buscar los mapas que había estudiado cientos de veces con el Rey.
— Aiko, ¿te das cuenta de lo que has hecho? ¡Gracias a ti podríamos haber encontrado a los infiltrados! — exclamó la de mejillas regordetas, al tiempo que tomaba la mano de la rubia entre las suyas y la sacudía con emoción.
— Realmente no hice nada. Fue gracias a usted y gracias al señor Izuku que encontraron la fuente.
Refunfuñando, Uraraka se llevó a Aiko a sus aposentos, los cuales seguían siendo los aposentos del rey. Debían quitarle ese vestido antes de que Katsuki llegase o se enteraría antes de tiempo que habían bajado al pueblo.
Antes de comenzar a desatar las cuerdas del corset, Ochako le dio la bolsa de dulces que había comprado en el pueblo. Los ojos de la general, tal como los orbes de un niño pequeño, la miraron en cuestionamiento, como preguntando si se lo estaba dando.
— Si, Aiko. Son todos tuyos.— sin embargo, Aiko negó con su cabeza.
— No podría, a la chica que me vistió la última vez podrían gustarle también, a Ochako-san también y a Eijiro-kun, tengo que guardar para todos.
La bruja sonrió enternecida, no habría esperado que tal general de renombre pudiera guardar tan amable corazón en ese impenetrable pecho.
Comenzaron a hablar, sobre las cosas que había visto en el pueblo y sabía lo que significaba esa pequeña subida de tono en su voz, era emoción lo que reflejaba.
Sin embargo, había olvidado sacarle el vestido a Aiko, se perdieron un rato en su charla mientras esperaban a Izuku y Ochako le contaba sobre los festivales del pueblo y la gran variedad de comida que se veía en estos. Ella la oía tan atentamente que la incitaba a seguir hablando, tanto se metieron en su charla que no notaron la llegaba de dos nuevos individuos a la habitación.
Katsuki no fue para nada sigiloso, sus gruñidos enfurecidos anunciaron su presencia.
Aiko se enderezó rápidamente, poniendo sus manos a sus espaldas y reverenciando levemente con un saludo al rey, en cambio Uraraka solo lo miró extrañada.
El rey, que había sido seguido de cerca por su fiel amigo, estaba envenenado por las palabras que le habían dicho. No creía poder pensar con claridad, el solo pensamiento de que ella intentaba ganarse su favor por medio de su gente le sabía demasiado amargo. Echó a todo mundo fuera antes de siquiera dirigirle la palabra a su objetivo, al objetivo de su cólera.
Posó sus ojos en ella y en vez de bajarle la mirada, se la mantuvo con una expresión estoica. Llevaba puesto un vestido rojo y negro a cuadros, algo que veía muy común en el pueblo y su cabello estaba trenzado torpemente, pero no se paró a pensar en el porque de su ropa o de sus mejillas sonrosadas.
— ¿Esa mierda querías? ¡¿Que te debiera un favor?! — no midió sus palabras, estaba completamente furioso y tan solo al comenzar a hablar, explotó. Los imbéciles esos desconocían lo que significaba mentir.
Aiko no respondió, no tenía idea de lo que estaba hablando. Poco a poco, la alegría de su día se fue apagando en sus ojos, mientras más le gritaba el rey y más le recriminaba el fatídico final que tendría por mentirle.
— ¡¿No dirás nada?!
— Me temo que no sé de que está hablando, Su Majestad.
Fue la gota que rebasó el vaso. Cegado por la furia, llamó a Uraraka. La brujita miró con tristeza a la general ni bien entró a la habitación, ella mantenía su frente en alto mientras que con sus manos aprentaba con añoro los dulces que le había comprado.
— Quiero que te fijes en sus recuerdos lo más cercano a antes de venir para Bishajin, cuando le encomendaron la misión— con indignación, Uraraka replicó.
— ¡No puedes! Aiko no miente, siento que hubo un mal entendido, ella no-
— No sabes nada. Es solo una extranjera que recuperó la conciencia hace menos de dos semanas— respondió, en voz gutural.
Aiko miró a Uraraka. Aún mantenían la conexión telepática y por medio de ella, le dijo que todo estaba bien, que no tenía problema si veían en sus memorias ya que no tenía nada que esconder. Entendió y comenzó a prepararse, tomando su libro de hechizos ya que no acostumbraba a usar magia tan bárbara.
Como si se tratase de una prisionera, Katsuki esposó con grilletes sus muñecas a sus espaldas, habiendo hecho sus restricciones con magia, haciendo que se removiera incomoda pero no consiguiendo que soltara sus dulces. No le gustaban los grilletes en sus muñecas, siempre desencadenaba una serie de recuerdos que trataba de olvidar, pero que no podía dejar de recordar. Uraraka sintió la inquietud que estaba experimentando y un sentimiento horrible le inundó el pecho, deteniéndose a mitad de su magia.
— No puedo mirar sus memorias así, por favor, sacale esos grilletes— murmuró. El sentimiento en su pecho le estaba haciendo un nudo en la garganta y ni siquiera era una emoción suya, sino que puramente de la general con expresión estoica frente a sus ojos.
Katsuki gruñó irritado, arrebatandole a la bruja su libro de las manos y leyendo con rapidez el hechizo. Debía poner a la persona en cuestión frente a un recipiente con agua y recitar las palabras, luego el agua le mostraría lo que deseaba ver. Y así fue. Aiko entró en una especie de letargo cuando el hechizo se llevó a cabo comenzó a ver, desde el momento en el que le encomendaron la misión hasta cuando liberó a su gente. Su misión había sido recolectar información sobre los traidores y sobre los bandidos, reconocer como era posible el tráfico de seres mágicos, o eso era lo que Enji Todoroki había encomendado de forma verbal. Y ella lo habría resuelto todo de no ser por "Dabi", había una parte más reciente donde sólo miraba a una mujer con un aura verde oscuro que se llevaba a una niña, significando que habían ido al pueblo.
— ¿Lo ves? ¡Ella es inocente! Por favor, sueltala.
Las palabras de Uraraka parecían haber llevado las memorias de Aiko a otro lugar, ella mantenía un rostro de piedra mientras que el agua frente a sus ojos le mostraba que era lo que pasaba por su mente. Un lugar oscuro, frío, que no le tenía piedad al fuego ni a la tierra y todo lo que podían ver eran cadenas atando unos pies sucios y heridos, sangrantes.
El sonido que había oído, ahora se reproducía para los espectadores. Los sonidos estridentes, voces gruesas y el tétrico ruido de la carne siendo desgarrada los dejaron con la boca abierta. La Aiko de esas memorias estaba llorando, pidiendo con una voz infantil que se detuvieran pero solo aumentaba la violencia.
— B-basta, Bakugou-kun, termina el hechizo.
Katsuki retrocedió dos pasos sin despegar la vista. Su subordinada estaba llorando mientras tapaba sus ojos, él desconocía del encantamiento, que Uraraka se había olvidado de deshacer, que aún las mantenía unidas y con su canal abierto, había experimentado a carne viva todos los sentimientos que la Aiko de esos recuerdos había sentido. Tenía miedo y una profunda desesperación, su pecho se cerró en agonía y le comenzó a doler el cuerpo. Unas inmensas ganas de vomitar casi la hicieron salir corriendo.
Aiko había querido morir.
La voz infantil quedaba como eco en su cabeza, confundido por volver a oir algo tan similar a lo que alguna vez tuvo. Deshizo el hechizo sacando a la general de su letargo y le quitó los grilletes, sin embargo, dio su veredicto apenas los ojos verdes lo encontraron.
— Te iras de inmediato, tu gente ha venido a por ti. Dicen que eres una traidora, debes de arreglar ese mal entendido y nunca más volver a pisar mi tierra— Kirishima, quien oía desde la puerta, apareció para replicar lo que su rey había dictado.
— ¡Katsuki! ¡Eso no es-!
— He tomado mi decisión.— culminó el tema con una mirada a su amigo. Aiko podría haberse levantado para replicar, podría haber dicho todo lo que habían descubierto ese día, decirle que estaban más cerca de lo que creían, pero las palabras del rey la dejaron fuera de lugar, mirando a un punto fijo.
Una traidora.
Eso era ahora.
¿Que había sucedido? Estaba tan cerca de saber como habían capturado a los seres mágicos, de como habían capturado a Eijiro dentro del territorio, tenía esa primordial pista para conseguir la paz entre reinos y para derrotar a aquella gente perversa.
Debía volver a Musutafu, habría una equivocación, estaba segura. Shoto, Natsuo y Fuyumi la estaban esperando, les había prometido que iba a volver a casa.
— Tu espada, sin embargo, la conservare.
— No puede hacer eso, me temo. Le tengo aprecio a esa arma.— le contestó sin pensar, aún mirando a un punto fijo. No parecía estar abierta a negociaciones y el rey tampoco. En un acto que a Ochako le pareció de lo más osado, Katsuki tomó el arma que permanecía aún dentro de aquella caja transparente de color rojo. Al principio su brazo cedió levemente por el peso de tal arma formidable, pero se recompuso un segundo después.
— No volverás a mi tierra.
Y cortó la palma de su mano bajo la mirada de Aiko. La promesa de sangre se activó al tan solo recibir una gota de sangre de un ciudadano de Bishajin y ella, con los ojos abiertos, pasmada, apenas pudo hacer un ruido de sorpresa, antes de comenzar a retorcerse de dolor. Cayó de rodillas, con la mandíbula apretada, antes de dar de cara al suelo. Era como si un rayo la hubiera atravesando. El rey miraba a la inconsciente general con su ceño un poco más blando y las cejas alzadas.
Había visto como actuaba la promesa de sangre antes, normalmente la persona solo quedaba inconsciente a la merced de a quienes les había incumplido la promesa, pero ninguno se había retorcido de dolor como la general.
Ochako inmediatamente se lanzó a socorrer, Aiko aún tenía espasmos luego de retorcerse tan dolorosamente y su rostro seguía contraído en una mueca de dolor.
— ¡¿Eres idiota?! ¡¿Como se te ocurre hacerle eso?! ¡Aiko es una general! Mientras más poderoso sea quien hace la promesa de sangre, más severo será el castigo autoimpuesto— Uraraka dijo aquello como si de una obviedad se tratara, pero ni Katsuki, ni Kirishima, que se encontraba aún presente mirando la escena, sabían sobre ese detalle.
— ¡Pudo haber muerto! ¡Tú, Rey idiota! ¡¿Por qué razón crees que los dragones no pueden hacer pactos de sangre?! ¡El resultado sería peor! — la bruja había salido de sus casillas, únicamente la había visto así cuando se había metido con Deku, en algún pasado lejano. El susodicho llegó a escena, atraído por los anormales gritos de la fémina. Traía consigo los mapas que le había prometido a la general, pero al verla inconsciente en el suelo, con Ochako a un lado de ella y con Katsuki sangrando, temió preguntar.
— ¿Aiko-san...? — Katsuki no dejó que terminara de hablar, tomando a la fémina inconsciente, tal como si solo pesara una pluma y se lanzó del balcón con ella en brazos. Había dejado atrás los gritos entre tristes y furiosos de Ochako y las palabras de Kirishima, sin embargo, por más que les doliera, aquella mujer no podía permanecer ni un segundo más allí. Pues a sus ignorantes ojos, estaba haciendo más mal que bien.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro