•1•
Afilaba su esplendorosa espada mientras echaba un ojo a los nuevos reclutas. La mayoría eran niños cegados por aires de grandeza de la nobleza enviados bajo su mando para intentar que fueran hombres de provecho. Esperó encontrar a alguna chica, pero una vez más ese año su deseo no fue escuchado, después de todo la mayoría creía que la guerra era para hombres y que una mujer no podía dar cara a la muerte. Vió su reflejo en el metal, decidiendo que ya estaba lo suficientemente afilada como para cortar huesos.
Se sentía un poco asfixiada entre los muros del castillo, por más que fuera como su hogar y entre ellos había crecido rodeada de personas que llegó a amar como a su familia, pero siempre se había considerado alguien más de campo. Prefería unas cuantas veces dormir bajo el cielo estrellado que mirando un techo cubierto por el fresco de algún artista a quién le gustaba mucho pintar mujeres desnudas.
No prestaba demasiada atención al cabo que instruía a los nuevos en el uso de la espada, sobre cómo blandir y los errores que no debían cometer en la guerra.
— Para demostrar eso, le pediremos a nuestra amada y hermosa Primer General que nos ilustre en el arte de la espada—el comentario de Sero le sacó un suspiro de burla, sí que era verdad que él era cruel con los nuevos. El bromista de Hanta se había ganado su simpatía y siempre había usado su nombre para poder reírse de las caras de susto que normalmente tenían los nuevos en los primeros días de entrenamiento.
Los jóvenes dirigieron su mirada en la fémina de rostro grácil que plácidamente había estado afilando un arma las últimas dos horas de entrenamiento. Ella se levantó, tomando la gran espada como si fuera tan ligera como una pluma y envainandola en la vaina de su cintura, arrebatándole a Hanta su arma de las manos, siguiéndole un poco el chiste.
Nadie retrocedió o hizo un gesto de miedo a los que tanto Aiko como Hanta estaban acostumbrados cuando la fémina hacía mínimo acto de presencia, sino que la risa y comentarios despectivos brotaron de la mayoría de los hombres sin falta.
— ¿Que está diciendo, Sero-dono? ¡Ésta mujer no podría con ninguno de nosotros ni en mil años!
Hanta borró la sonrisa de su rostro al escuchar el soberbio comentario del novato, dando un paso adelante para defender a su superior mas no fue necesario, el brazo de Aiko entregándole su preciada espada lo detuvo. Tomó la espada sin esperar encontrarse con algo tan pesado, algo con lo que seguramente él no podría luchar ya que apenas había logrado que no se cedieran sus manos ante tan incómodo peso.
La joven blandió su espada con una expresión neutral, retandolo sin siquiera tener su armadura cuando su atacante verbal tenía sus puntos vitales protegidos por una malla de metal, en cambio el cuerpo de ella solo era protegido por una holgada camisa de lino y sus piernas estaban enfundadas en pantalones de cuero. No había un ápice de armadura que la protegiera de las heridas.
El joven adulto de unos veinte años dió unos pasos para ponerse a la defensiva, subestimando a su general y viéndola como una presa fácil.
—No me culpes si luego lloras, mujercita— sonrió con superioridad y Aiko mantuvo su posición firme, repleta de perfección para los amantes del arte de la espada.
El varón fue el primero en atacar corriendo directamente a clavar su espada en su carne, mas ella lo esquivó con naturalidad, culminando el combate con un golpe en la nuca con la empuñadura de la espada a su agresor. Se había movido de manera brusca, evidencia de que no entendía a su espada en lo más mínimo, balanceando el arma como se haría con una rama y perdiendo fácilmente el centro de gravedad.
Mantuvo una expresión estoica hasta que despojó al novato de su arma y armadura.
Giró a los demás, mostrando a su primer retador como un ejemplo.
— Nunca subestimen a su enemigo. Podrán creer que las mujeres son débiles, pero en realidad, algunos asesinos de la historia fueron mujeres, tanto con habilidades como sin. Subestimar a una mujer más que a un hombre, eso es lo que les podría traer una muerte inmediata y más si hablamos de la guerra. El campo de batalla no diferencia género y la gente puede lograr de todo con tal de sobrevivir. No olviden — su tono gélido calaba las almas de todos, dejando una huella y un recordatorio que no importaba cuanto fuego aplicasen nunca podrían borrar.
Los entrenamientos siguieron bajo la dirección de Sero luego de la pequeña lección que les había brindado su general.
Fue citada a una audiencia con el Rey justo cuando iba a ingresar a sus aposentos, a altas horas de la noche. Apenas había tomado un baño luego de haber planificado algunas estrategias y haber ayudado a algunos nuevos reclutas, ese había sido un día agotador, sin embargo.
Enji Todoroki nunca había sido un hombre de muchas palabras, la mayoría de los recuerdos que guardaba de él no eran muy placenteros, hacía sufrir a la reina, a su hijo menor y aunque no lo demostraran, también a los hijos mayores. Aunque estaba cien por ciento segura de que la princesa Fuyumi ya había perdonado por todo a su padre al igual que la hermosa reina, aunque ese no era el caso de Natsuo o Shōto.
Ingresó a la sala del Rey presentando sus respetos pero sin bajar la cabeza, era un mal hábito que después de todo al rey le hacía gracia, pero que luego de pasados tantos años deseaba doblegar. Apoyó una rodilla en el suelo inclinándose con su mano derecha sobre su corazón cerrando los ojos hasta que el mayor le ordenó que se pusiera de pie.
— Hay una misión que sólo tú puedes completar, General Aiko — esperó hasta que le fuera encomendada la misión, sorprendiendose un poco por la ubicación de ésta.
— Está demasiado cerca del Valle prohibido, ¿que está ocultando, Enji-sama? — no hubo respuesta inmediata, más que las pocas palabras le sorprendía que fuese el Rey directamente a encomendarle una misión cuando normalmente eso lo hacía el Capitán General, el único hombre que la superaba en rango entre las tropas—. ¿Dónde está Toshinori-dono?
— Han habido rumores de que se comenzó un tráfico ilegal de Bestias míticas, su compra o venta está prohibida en nuestro territorio. Según nuestro informante, soldados pertenecientes a nuestras tropas han estado frecuentando con éstas personas preguntando por lobos blancos, brownies y dragones rojos — Aiko apretó con fuerza su mandíbula, inevitablemente cerrando sus manos en puños también y clavando sus uñas en lo profundo de la carne de su mano. Tan sólo pensar que alguien de entre sus tropas podría haber deseado traficar a ese hermoso dragón rojo le hacía hervir la sangre—. Deberás irte por la mañana, ya está todo preparado.
Aceptó la misión, ignorante a la persona que escuchaba sus órdenes a escondidas detrás de la gran puerta de madera tallada. Se retiró a sus aposentos, preparando sus pertenencias y envolviendo la empuñadura de su espada con una cinta blanca, escondiendo su rango y quién era.
Comenzó con los preparativos, haciéndose con la ropa más masculina que encontró, aplanaría su pecho con unas vendas blancas a sabiendas de que los bárbaros y bandidos nunca aceptarían negociar o tener entre sus aliados a una mujer.
La sala del trono quedó carente de sonido una vez la mujer la abandonó.
— La enviaste a morir, pero eso querías al final, ¿no? Deshacerte de quién podría asesinarte en un pestañeo — la voz del segundo hijo mayor llenó la sala, rompiendo el melancólico silencio—. Si la descubren, la torturaran por información y bien sabes que no le podrán sacar ni una palabra, ¡pero aún con el riesgo, la enviaste, para morir!
Enji cerró los ojos para que Natsuo no viera la pequeña llama de culpa que comenzó a brillar en éstos.
— No puedo permitir que mi primer general sea una niña sentimental— susurró el Rey, aún así provocando eco en todo el salón—. Aiko es un General de nuestro Reino, una misión así no debería ser nada para ella. Si muere, significa que nunca fue digna de ese puesto.
— ¡¿Una niña sentimental?! ¡Salvó tu territorio siendo una niña! ¡Salvó a mamá, Fuyumi y a Shōto de un incendio! ¡Tú fuiste quién no la dejó entrar para salvar a Touya! ¡Sí no fuera por tu intento de ser un héroe, mi hermano mayor seguiría vivo! ¡Padre idiota!— una mano en el hombro del peliblanco detuvo su explosión de emociones, se encontró con los ojos grises de su hermana repletos en lágrimas y detrás de ella a su hermano menor quien había presenciado todo aquello. Apretó su mandíbula con fuerza, hablando entre dientes—. Sí Aiko no vuelve en un año, yo me volveré quién te mate, no ella como tanto temes.
El joven abandonó la sala siendo seguido por su hermana. El más pequeño se quedó mirando la puerta por unos momentos, para luego girarse a su no tan querido padre. Sólo fue una expresión estoica para retirarse luego él también.
El Rey sabía muy bien que estaba haciendo, conocía que esa niña terca que había arriesgado su vida por salvar a la familia real era la única capaz de cumplir aquella misión o de morir en el intento.
...
Las puertas se abrieron en medio de la noche, se acercó a su cama observando cómo dormía, moviéndose para escapar de aquél ente que tanto la visitaba en cada sueño que tenía. Nunca había presenciado ocasión alguna en la que Aiko no fuera atormentada por los fantasmas del pasado, mas si era la única que había visto combatirlos con tanto fervor. Por más que éstos fuesen más fuertes y hasta llevara su peso marcado en su propia piel.
Acarició su mejilla cubierta por sus claras hebras. Ella dejó de moverse, acercando más su mejilla a su mano. En una abrir y cerrar de ojos se encontró debajo de ella, con un cuchillo amenazando con cortar su garganta y unos ojos fieros que no daban paso a la piedad.
Mantuvo su respiración, cualquier movimiento era justificación para rebanarle su cuello, sólo miró fijamente a los ojos verdes que aunque fuera de noche, sobresalían en la oscuridad como los orbes de un gato salvaje.
Su expresión se ablandó al reconocer quién era su visitante, no saliendo lo suficientemente rápido de encima de éste. La tomó por su camisón blanco atrayendo su cuerpo hasta encontrar la suavidad de su cuello y su dulce aroma, enredando su mano izquierda en los cabellos rubios, rodeando su cintura por su brazo derecho hasta que no hubo espacio que los distanciara.
— ¿Shōto-sama? ¿Sucede algo?— susurró con su voz siendo levemente amortiguada por el cuello del joven. Shōto rozó con sus labios su cuello, consciente de que todo aquello estaba mal, pero los sentimientos de años atrapados en su pecho parecieron controlarlo aquella noche de luna llena. Sólo era un títere ante las emociones que lo manipularlo hasta tenerla entre sus brazos.
— No me llames así, Aiko, sólo por hoy...— imploró sorprendiendola levemente. Después de todo, Shōto admitió para sus adentros de que no sólo eran los sentimientos de años, sino que su inevitable miedo a perder a su amiga para siempre.
— ¿Shōto-sama? ¿Está usted bien?
— ¡Estoy bien! Sólo... déjame estar así un rato más, Aiko — ella hizo caso al pedido de su príncipe, no moviendo ni un músculo de su cuerpo, permitiendo que él se relajara hasta que comenzó a quedar dormido. Se retiró con suavidad mas ésto fue algo imposible pues él no soltaba su muñeca—. Promete que volverás a casa, Aiko.
Ella alzó sus cejas con duda sobre lo que el dormido chico balbuceaba entre sueños. Shōto llevó su mano hasta que entrelazó sus dedos bajo la atenta mirada de la Primer General.
— Promete que volverás a casa, Aiko — un dejá vù pasó por su mente, ya había escuchado esas palabras, justo antes de meterse de nuevo en esa habitación llena de fuego para sacar a la reina. Un pequeño Shōto que no había logrado salir del todo ileso le hizo prometer que volvería entre lágrimas y su nariz congestionada.
«Pometeme que vodvedas a casa, Aidko-tan.»
Lo recordaba tan bien como si fuese ayer. El día que la proclamaron una heroína a sus tiernos 13 años pero también uno de las días más tristes de su vida.
Apretó la mano del bicolor somnoliento, besando su dorso en señal de respeto.
— Prometo que volveré, Shōto.
...
Le preocupaba un poco tener que dejar el castillo siendo que el nivel de bandidos había aumentado levemente en los últimos días, aunque confiaba en que su Teniente guardaría el control y dirigiría con sabiduría a sus soldados. Había partido esa misma mañana, dejando al príncipe Shōto durmiendo en sus aposentos, avisando a las criadas que pudiera que no se sintiese tan bien al despertar, sin mencionar el raro despliegue de emociones que había tenido el noble la noche anterior.
El carro de madera no se saltaba ningún bache, saltando de vez en cuando y provocando que tuviera que agarrar sus cosas a cada tanto para que no salieran despedidas como el cuarto de la paja que aquella amable pareja de campesinos llevaba originalmente.
Tardaría cuatro días en llegar a su destino a esa velocidad pero poco podía hacer. Se le había prohibido cabalgar o siquiera hacer uso de su espada a menos que fuera estrictamente necesario.
Según ella, ahora se llamaba Akira y era un soldado desertor de las tropas del segundo general, Aizawa Shota.
En primer día de viaje no hubieron grandes inconvenientes, hasta había podido recostarse en la paja para pensar en cómo Aizawa Shota era el segundo general si ya le había pateado el trasero numerosas veces en combate cuerpo a cuerpo y una o dos veces en combate armado. También se preguntó sobre cómo era posible que aquel apuesto caballero no tuviera esposa o descendencia aún.
No tomó en cuenta de que ninguna familia noble lo veía como un esposo digno ya que estaba más interesado en hacer de su pelotón más fuerte que de formar una familia o concretar matrimonios arreglados.
El segundo día fue un sufragio, debido al sol asesino del verano debió apelar a sus habilidades manuales creándose con la paja un sombrero para ella y para los amables señores que la estaba acompañando.
La camisa y los pantalones de lino se pegaba de forma incómoda haciendo el rol de una segunda piel, debió deshacerse de sus botas en algún momento.
No contuvo su emoción al ver un lago de agua cristalina en el que el señor paró para hidratar a sus caballos. Sin pensar en las consecuencias, se lanzó a nadar olvidando que su ropa revelaría sus femeninos atributos.
— Akira-chan, eso es malo, si te quieres hacer pasar por un hombre no puedes hacer ese tipo de cosas— se detuvo en seco al oír la voz de la señora—. Creo que ese no es tu nombre, de todas formas, ¿cómo te llamas, querida?
— Ahh, Chiyo-obasan me descubrió. Lo siento, pero eso es confidencial, por favor, no le diga a nadie— la señora rió, entendiendo la situación.
— Está bien, yo también tuve que hacer algo así hace unos cuantos años, ¿me permitirías darte algunos consejos?
Aquella señora le contó su historia, como debió hacerse pasar por hombre por su sueño de ingresar al ejército real y de cómo había encontrado el amor a fin de cuentas en su tropa.
Los cuatro días de viaje pasaron rápido entre sus charlas con la abuela, que después de todo esperaba poder encontrar nuevamente.
Veía alejarse más y más a los ancianos, pero no pudo evitar su impulso.
— ¡Aiko! ¡Es Aiko!— creyó que la señora no la habría escuchado, comenzando a internarse en el bosque donde comenzaría su misión.
— ¡Mucho gusto, Aiko-chan!— sonrió con ternura por el cálido y desconocido sentimiento en su pecho, mas no echó la vista atrás, caminó firme hasta hallar indicios de su destino.
***
Brownie: Duendecillo amigable que habita en los hogares, no les gusta ser vistos, ayudan en la limpieza pero sólo de noche, habitan en los lugares menos frecuentados de la casa como el ático o algún agujero en la pared.
Les gustan las gachas, miel, galletas y crema, limpian a cambio de regalos que consideran la comida, no les gusta que los humanos abusen o que llamen a la comida "pagos".
Rara vez intercambian conversaciones con los humanos, pero siempre hablan entre sí, son muy amorosos con los suyos.
Criatura perteneciente al folklore de Escocia e Inglaterra.
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