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Perdido en lo profundo

Sé que mis pasos y mis decisiones me trajeron hasta aquí. Dejando 7 años a la espalda y 18 de condena aún por cumplir. Me sentí demasiado confiado y no supe ver las señales que dictaban que algo no andaba bien. Pero ¿de qué sirve lamentarse ahora?

Aquí estoy otra vez, como ya era habitual todos los días, acostado sobre mi dura litera dentro de las inmundas, frías y húmedas paredes de mi celda.

Cruzo las manos detrás de mi cabeza, buscando inútilmente una buena postura y comienzo a mirar esas fotos que adornaban el techo. Las había visto tantas veces a lo largo de los años que las sabía de memoria, podría cerrar los ojos y aun así podría describirlas a la perfección con lujo de detalle, pero mantenerlos abiertos y verlas me ayudaban a centrarme en mi nuevo propósito.

Ella me había sacado de su vida de una manera memorable y con estilo, como todo en ella.

Esta era mi hora favorita del día, el único momento en todo el maldito día en que todo se mantenía en perfecto silencio, y mi mente, como buena máquina, no paraba de inventarse miles de fantasías donde el reencuentro era la escena principal.

—Vamos bellas durmientes, todo el mundo arriba— esa voz irritante y tan familiar arrasa con el silencioso pasillo antes de que el odioso pitido avisara que las puertas estaban por abrir.

Ya puedo decir adiós a mi maravilloso momento de tranquilidad.

—Muévanse que no tengo todo el día.

El sonido de la tonfa deslizándose sobre las barrotes de las celdas cual xilófono, es la melodía de que la teniente no estaba de buen humor, lo que significa que o recibió un regaño del director por pillarla prestando su teléfono a un preso otra vez, o no se la cogieron bien esta noche.

Yo me inclinaría más por la segunda.

La siento cada vez más cerca de mi celda y me relajo mientras una sonrisa perezosa va adornando mi cara al pensar de que manera puedo estresarla esta mañana.

—¿No escuchaste? Arriba.

¡Aquí vamos! quito la vista del techo y la dirijo a la mujer bajita, con curvas en los lugares precisos y con un carácter del demonio.

Suspiro pesadamente antes de hablarle.

—Buenos días teniente— digo con una sonrisa en los labios— ¿por qué de tan mal humor mujer? sé como hacer para que se te pase— palmeo el lado vacío de mi duro colchón y la veo como de a poco se va enojando aún más— sabes lo bien que le vendría a ese cuerpecito tuyo que lo hiciera temblar debajo de mi, soy muy bueno con los trabajos orales— saco la lengua provocativamente y la muevo de arriba abajo de manera insinuante, cosa que a ella no le hace ni puta gracia.

Entra como loca y me toma la mano, en un solo movimiento me alza y me pone de cara contra la pared con dicho brazo a la espalda, doblando en una posición bastante dolorosa.

—Eh, eh. Tranquila fierecilla, te puedo dejar al mando si quieres, se que lo disfrutaras igual.

—Si te gustan esos juegos puedo decirles a mis amigos que te disfruten en las duchas, y mientras gritas como una perra en celos, estaré riéndome en tu cara.

—¿Y te tocarás con el espectáculo? resultaste más traviesa de lo que imaginaba. Sé que me deseas muñeca, aunque si es en esa extraña orgía que fantaseas- fue terminar de decirlo y sentir como se me rompían los huesos de la mano.

—No me provoques princesita, puedo volverme tu peor pesadilla si lo deseo— presiona una última vez antes de soltarme y salir por la reja con ese humor de caballo indomable.

Desde que estaba aquí había aprendido a buscar distracciones para no volverme loco con el encierro. A veces no servía solo leer. A veces ni siquiera me servían las mujeres que dejaban entrar una vez a la semana para complacer los deseos mas carnales de los aquí presentes.

A veces solo servía torturarme los músculos con los hierros del patio hasta sentir mi cuerpo desfallecer, llenarme el cuerpo de tienta, o simplemente sacar a la teniente Gómez de sus casillas.

Tomo las cosas que ya tenía apiladas a un lado de la cama y salgo rumbo a las duchas. Bañarme rodeado de hombres ya se había vuelto algo normal con el tiempo. La regla era una sola, no provoques o todo podría terminar muy mal para ti en cuestión de segundos.

Me desnudo y me meto sin contemplación alguna bajo el chorro de agua fría. Si, cuando te ves en lo más bajo de tu vida por tanto tiempo terminas adaptándote a no tener las comodidades de antes.

A mis espaldas siento los silbidos y groserías del resto y me volteo para saber que es lo que pasa. Carlos, el chico nuevo, había entrado con sus pertenencias apoyadas al pecho como si temiera que en cualquier momento se lo arrancaran de las manos. Llevaba solo unos días aquí y se había vuelto centro de todas la atención malvada y maltratos de los veteranos.

—Mami, no tengas miedo. Yo te lavo la espalda— Coyote no había perdido el tiempo y se había puesto junto al chico que parecía apenas un palo de dientes en comparación a la musculatura y tamaño de Coyote. Su metro noventa intimidaría a cualquiera y más a un diminuto chico de 20 años.

—No. Ven conmigo muñeca. Te haré gozar tanto que tu muertita te oirá gritar desde el cementerio—otro viejo verde de los muchos que estaban aquí por violación de menores se acerca al pobre chico para lamerle la cara.

Se pusieron a cada lado del muchacho, dejándolo en medio como un corderito asustado. Suspire una última vez a mi pesar y miré el techo con aburrimiento antes de hacer lo que un tipo inteligente jamás haría.

—Déjenlo— mi voz resonó firme y alta entre las paredes, llamado la atención de todo el allí presente . Me giré con lentitud para encararlos— ¿no escucharon?

—Mira Dominic, que el director diga que no te podemos tocar no quiere decir que eres inmune a algún accidente, así que te aconsejo que te mantengas alejado de mis intereses— hizo énfasis en la última palabra y supe que no lo decía en broma.

Después de todo si existe un buen lugar para que ocurran "accidentes" esa es la cárcel.

Dentro de estas paredes no habían secretos y era un hecho que todo aquel que se interponía entre Coyote y su objetivo o terminaba muy mal en la enfermería, o de una, tenía un pie en el cementerio.

Y no es que le temiera, haber sido jefe de unos de los carteles más fuertes del país me había abierto a tener relaciones en todas partes, entre ellas; policias y guardias de prisión. Siempre tenía algún trabajo para ellos, desde buscar información de algún archivo policial hasta controlar la lengua de los hombres que trabajaban para mi y que estaban detenidos por una u otra razón. Asi que, aunque estar aquí no era lo que se podría llamar un paseo por el prado, mi padre y yo gosabamos de cierta inmunidad gracias a los favores que nos debían algunos peces grandes.

Pero como dije antes, por más intocable que te pensaras que eras, era mejor evitar cualquier tipo de problemas, y según la cara de los dos hombres que estaban delante ya los tenía, y muy grandes.

Comenzamos en una batalla de miradas Coyote y yo. Eran pocos los hombres que podían mantener el mismo nivel de intimidación que yo. Me atrevería a decir que estos años de reclusión habían servido para dedicarme exclusivamente en mantener mi cuerpo en mejor estado físico que hubiera estado nunca, en mí solo había músculos duros y temibles. Pero Coyote no se quedaba detrás en ese aspecto.

Le paso un brazo a Carlos por el cuello y lo atraigo a mi en un movimiento para separarlo de ellos. Vi como los orificios nasales de Coyote se ensanchaban y como cerraba las manos en puños. Ya sabía lo que venía a continuación y lo disfrutaría como un niño en el día de navidad.

Me agacho rápidamente anticipando sus movimientos, y en un giro de 360 grados con un pierna estendida logro que el grandulón caiga de espaldas sobre las resbaladizas lozas de la ducha. Con el estruendo que hizo al caer semejante cuerpo, los que se mantenían gritando a todo pulmón que hubiera pelea se callaron al mismo tiempo, envolviéndonos un incómodo silencio.

Sin perder tiempo me subí sobre él con el cuchillo de plástico que llevaba conmigo a todas partes, esos que se utilizan en los cumpleaños de niños, pero que en mis manos y con filo que le había creado con algo de mi tiempo libre, era un arma mortal. Pongo la punta afilada en su cuello, no muy fuerte tan solo haciendo algo de presión de donde se escapa una solitaria gota de sangre.

—No quiero problemas contigo Coyote, pero mi voz, en esta maldita pocilga, es la ley. No lo olvides nunca.

Me levanto con agilidad sin dedicar siquiera una mirada al cuerpo que permanecia aún acostado sobre el suelo y continuo bañándome como si lo ocurrido hace unos pocos segundos no hubiera pasado. Sentí la intensidad de su mirada sobre mi nuca, no necesitaba girame para saber que era él jurando vengarse en silencio. Pero él y toda la maldita jauria de perras que lo seguían, me comerian la polla las veces que se me diera la gana.

—Cuando las pricesas esten listas pueden salir, no hay apuro— el pito y el sarcasmo de la teniente llego alto y claro a través de los chorros de agua.

—Tranquila teniente, para usted también tengo un poquito de esto— me paro ante ella, desnudo y completamente mojado. Extiendo una mano justo frente a su rostro para alcanzar la toalla antes de enroscarla a mi cintura— espero que haya disfrutado de las vistas— digo apenas unos centímetros de su boca y me regala un pequeño estremecimiento en respuesta. Pero antes de que pudiera abrir la boca para mandarme al demonio como solía hacer cuando le tocaba los ovarios, me alejé hacía los pasillos.

—Espero que te hayas divertido esta mañana. No se habla de otra cosa— dejo caer la bandeja ruidosamente frente a mi padre, para luego tomar asiento en la mesa que teníamos reservada para nosotros en el comedor.

No sé si fue suerte o desgracia que nos pusieran a los dos en la misma prisión, pero ahí la llevabamos. A diferecia de mi, que me la pasaba haciéndome respetar entre el resto de los presos, él solamente se disponía a vivir un día después del otro.

Tal vez eso tenía que ver con el hecho de que le habían diagnosticado cáncer de pulmón poco tiempo después de llegar aquí y la humedad de este sitio tampoco era lo mejor para que pudiera mejorar su estado, al contrario, iba a peor.

—Hay mucha tranquilidad por aquí, solo les di algo de entretenimientos a estas viejas chismosas.

Sin proponerlo levanto la vista sobre el hombro de Francisco hacía el Coyote, este se encontraba a unas mesas de distancia, masticando su bazofia de comida sin despegar sus ojos de mi.

—Deja de comportarte como un imbécil y centrate en lo importante. Esta mañana vinieron Jota y el abogado, ya tenemos todo listo para esta noche. Los hombres ya estan preparados, el trasporte ya está en camino y el plan se pondrá en marcha en unas horas, solo quedas tu hijo mio. No voy a consentir por ningún motivo que te quedes en esta lugar.

—Que mal que eso no dependa de ti. Ya hemos hablado de esto, te ayudaré a salir de aquí como quedamos, pero no voy a participar en tu absurdo plan. Si quieres irte hazlo, pero no cuentes conmigo. Es mi última palabra.

—Sabía que seguirías con esa estúpida idea pero hay algo que que marcará la diferencia en cuanto a tu decisión. Dale una hojeada a lo que trajo Jota. Y como cambiarás de idea, porque  así será, te espero a la hora y el lugar acordado.

Me pasa un sobre marrón que tenía a un lado y que hasta ese momento no había notado.

Desconfiando en sus palabra y en la seguridad que mostró de que el contenido del sobre me haría cambiar de idea en cuanto a mis ganas de permanecer allí, decido arrancarme la tirita de la curiosidad de una vez.

Abro el dichoso sobre, y extraigo de su interior lo que parece ser media docena de fotos. Tenía en la punta de la lengua la pregunta dirigida a mi padre para que me explicara a donde quería llegar con esto cuando un rostro conocido me devuelve la mirada desde las fotos, cortándome todo poder de raciocinio de momento.

—Angie— es la única palabra que logra abrirse paso a través de mis labios.

Su cabello había dejado de ser castaño y se había vuelto de un rubio casi cenizo y algo más largo de lo que recordaba, pero sus fracciones, sus malditas fracciones eran las mismas. Era ella.

Esos ojos grises que deboraban todo a su alrededor adornados por un sencillo maquillaje, embellecían de por si innecesario, su precioso rostro. Su boca estaba timidamente ladeada hacía arriba, sonriendo a quien fuera el objetivo de su mirada. Y su cuerpo ¡por dios! debería ser un pecado capital ser tan condenadamente sexy. Esta mujer era una obra de arte en movimiento, y maldita sea, ella lo sabía, siempre lo había aprovechado ante mi confronto.

En la foto lucía un vestido veraniego sin mangas, con pequeño un escote y que se ceñía a su figura de diosa hasta medio muslo. Resaltando su esbelta figura con unos enormes tacones, dando la sensación de que sus preciosas piernas, que tantas veces rodearon mi cintura, eran interminables.

¡Demonios! ya había empezado a fantasear sin habermelo propuesto, así que me obligo a despegar la mirada de ella para seguir estudiando el resto de las fotos y no caer en la tentación de hacer uso de mi maquiavélica imaginación y la ayuda de mi mano que ya picaba a espera de acción.

En la segunda foto se veía claramente que, o mejor dicho quien era el objetivo de la sonrisa de mi Angie.

Una niña con no más de 6 o 7 años envuelta en un disfraz de princesa que saltaba en medio de las palomas. La foto estaba tomada desde lejos así que me fue fácil descubrir que ambas estaban en una especie de parque.

Al lado de Angie reconocí a Julián, al cual se le notaban los años transcurridos desde la última vez que lo había visto. Junto a ellos, la siempre fiel Ana, inseparable amiga de los hermanos. Unos cuantos hombres de seguridad y un tipo moreno, demasiado cerca de Angeline para mi gusto, era todo el cuadro de la segunda fotografía. Intento fijarme en su rostro pero la distancia no me permitía reconocerlo.

Paso a la siguiente, y curiosamente esta vez la niña miraba en dirección a la cámara, a la cual habían hecho zoom. Pude verla con claridad y el resultado me dejo en shock. Tenía el cabello castaño, peinado en un recogido que hacía resaltar una pequeña corona . Algo en su pequeño rostro que estaba cubierto por un flequillo me pareció extrañamente familiar, lo que me resultó raro ya que no conocía a esa niña de nada. Pero al acercar más la foto pude notar, que sin duda sus fracciones eran iguales a las de mi Angie. Sentí como el tiempo se detenía a mi alrededor mientras esa pregunta surgía a la superficie de mi mente.

¿Esta niña será su hija?, pero...

¿Cómo es posible? esta niña era muy grande para que la hubiera consevido después de lo que pasó. Eso, sin contar que me hubiera engañado durante nuestra relación pero lo descartaba con seguridad. Mi mente estaba procesando todo a la velocidad de la luz, hasta que un único pensamiento opacó al resto. Esa niña es mi...

Como si hasta ese momento mi cabeza tuviera una espesa neblina cubriendo mis ideas, en el momento que miro los enormes ojos azules que me devuelven la mirada desde el trozo de papel que sostenía en mi mano siento como si todas las piezas de un rompecabezas hubieran caído de una vez formando una única respuesta.

Esos ojos. Esa mirada. ¿Cómo es posible? De hecho ¿es posible?

Pero ¿Cómo? ¿Cuándo?

Ok ,esta bien, ahora estaba divagando. Puede que esas no sean precisamente las preguntas mas inteligentes que hacer en este momento, ya que el como y los cuando los recordaba, y vaya si los recordaba bien, pero ¿cómo yo no supe de la existencia de mi propia hija? porque apostaba mi polla en un picadero de que como me llamaba Dominic Villanueva, esa niña era mía.

—Jota lo acaba de confirmar. Se fue del país en cuanto nació la niña. Y creo que no debo afirmar lo que en tu cabeza ya debes haber adivinado. Felicidades hijo mio, ya eres padre.

Lo miro una vez, sin expresión alguna en mi rostro, antes de volver a mirar la fotografía.

—Se llama Audrey y según tengo entendido, esas fotos fueron hace unos dias, en su cumpleaños.

Siento una rabia desconocida crecer en mi interior, deslizándose por mis venas hasta apoderarse de todo mi ser ¿Me ocultó que tenía una hija? Está bien que estuviera dolida, está bien que quisiera vengarse y mandarme a prisión. Hasta justifiqué en mi mente su inesperado golpe de arrebatarme todos lo que tenía en mi poder, pero una hija. Es demasiado mezquino, incluso para la Angeline que conocí.

«Pero ella ya no es la misma mujer que conociste, tu la convertiste en lo que es ahora» Esa maldita voz en mi cabeza que no pierde razón no ayuda, solo me enfurecía mas.

¡No, esto no puede ser cierto! Me llevo las manos a la cara tratando de controlar lo incotrolable. De un manotazo tumbo la bandeja de comida al suelo en un estruendo monumental mientras un gruñido animal sale de mis entrañas, desgarrandome las cuerdas vocales como una maldita bestia de las cavernas. Todo en mi alrededor se queda en un inquietante silencio, todos me miran entre el asombro y el miedo, creí ver en algunos incluso temor de haber sido el motivo de mi alterado estado.

Paso la mirada por cada uno de ellos hasta regresar nuevamente a mi padre y luego a las malditas fotos que me acaban de abrir los ojos. Me sentía como si hubiera estado mucho tiempo en la sombra y de repente se hubiera hecho la luz con una verdad que ni en mis sueños podía haber imaginado.

—Después de todo, parece que te saliste con la tuya- le ladro sin siquiera detenerme en el significado de la sonrisa que adornaba su cara, pero baja la cabeza al ver que en este momento soy algo más parecido a una bomba de relojería.

Tomo las fotos en un movimiento y salgo de allí antes de convertir a alguien en saco de boxeo.

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