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El mal está en el aire

—Vamos otra vez, Audrey. Tu enemigo no esperará a que te recuperes para atacarte— la inconfundible voz de John, uno de mis oficiales de seguridad encargado de la protección de Audrey se encontraba en el entrenamiento diario de la niña en el patio trasero de la mansión.

Me detengo para descubrir que hacían hoy. Estaban trabajando en una especie de llave que en teoría deberías envolver tu pierna entres las de tu contrincante y con impulso hacerlo caer al suelo dejándolo momentaneamente fuera de combate debido a la sorpresa y debería ser suficiente para, o salir huyendo, o en un momento mas arriesgado intentar noquearlo con algún golpe en la cabeza.

Y digo en teoría porque Audrey estaba teniendo verdaderos problemas en desarrollar la primera parte.

—Deja que le enseñe como se hace.

Los dos me miran sorprendidos por la intromisión, pero superado el asombro inicial Audrey viene a mi reduciendo los pocos metros que nos distanciaban hasta colgarse de mi cuello, obligándome a sostenerla en brazos.

Sus risos se escapaban de su larga trenza, debido a tanto salto y su flequillo se le pega a la frente debido al sudor. La abrazo con todas mis fuerzas antes de separarla un poco y embriagarme con esa mirada azul electrizante que era copia exacta a los de su padre. Todos sus rasgos eran parecidos a los míos, el color de su cabello, su nariz, incluso compartíamos un lunar cerca de la oreja derecha, pero sus ojos, sus precisos ojos, era el espejo de los de Dom. Ese era mi castigo y un fantasma del que jamás me podría escapar.

—Mami, John me quiere enseñar una técnica nueva pero no logro hacerlo bien. ¿Me puedes ayudar?

—Claro mi princesa . Solo mira y aprende.

La dejo nuevamente sobre el césped y me quito los tacones para sentir la fina capa de humedad que cubría el recién podado césped en la planta de los pies. Agradecí interiormente haberme puesto un holgado pantalón de lino esta mañana ya que un entrenamiento cuerpo a cuerpo con John me obligaría a aferrarme a toda la elasticidad y agilidad de la que fuera posible.

Me posiciono frente al atletico e intimidante cuerpo de mi jefe de seguridad. Su cabeza calva y blanca me da la bienvenida. Sus ojos negros se posaron en mi con un rastro de diversión. Llevaba una camiseta de lineas finas lo que dejaba al descubiertos sus imponentes biceps, permitiendome apreciar el momento exacto en que el cuarentón que tenía en frente se prepara para atacar.

Opto por la posición de defensa que me había enseñado tanto tiempo atrás. A la espera de su ataque, él que no se hace esperar. Decide hacerlo por arriba por lo que con un movimiento medido, esquivo el golpe hiendo hacía abajo y sacando mi puño desde atrás hasta impactar con la línea de sus costillas antes de que un golpe doble de mi pierna derecha siga la misma trayectoria. Él se inclina atrás sorprendido al no esperar una respuesta tan coordinada.

—Había olvidado que eres mi mejor alumna. Será mejor que no te subestime— una sonrisa ladeada es toda mi respuesta.

En un movimiento ágil, demasiado para alguien tan grande como el suyo, me toma de la mano y la contrae en un doloroso ángulo y con impulso me hace rodar sobre mi cuerpo hasta que mi espalda impacta contra el suelo. Antes de que una sonrisa de victoria adorne su cara decido darle a mi hija el ejemplo perfecto de esa técnica que minutos antes no lograba realizar.

Aprovecho mi posición y entrelazo mis piernas entre las de John que permanecía parado a mi lado. Con rapidez y sin titubear lo derribo, tomo la ventaja y con mi llave favorita hago presión sentada en su espalda y con mi brazo presionando su cuello. Si quisiera en unos segundos lo habría asficciado. Da unas palmadas sobre la fina hierva como señal de rendición, lo suelto ante la escandalosa risa y aplausos de mi nena que estaba eufórica con la demostración.

—Eso ha estado increíble mami. Enséñame por favor. También quiero patearle el culo a John.

—Aun te queda mucho entrenamiento para eso jovencita. Pero es de honor reconocer la derrota. La señora Angeline dedico muho tiempo a su entrenamiento para llegar al nivel de destreza del que goza y no espero menos de ti.

—Si señor— Audrey seguía contenta porque alguien hubiera hecho morder el polvo a su estricto entrenador.

—Ve a descansar John ya me encargaré de esta señorita por hoy.

—Como desee mi señora— nos mira a ambas antes de tomar una botella de agua que estaba a un lado del área de entrenamiento y se va.

Estuvimos el resto de la tarde entre técnicas de defensa personal como otras un tanto más agresiva, nunca era suficiente cuando de la seguridad de Audrey se trataba. Solo esperaría un año más para integrar a su régimen las armas tanto las blancas como las de fuego.

Ya estaba bajando el sol, en un atardecer absolutamente precioso. Los tonos naranjas, amarillos y rojos se habían encargado de teñir todo el paisaje y la brisa fresca que corría a esa hora nos revolvía el cabello.

Habíamos puesto una manta sobre el risco que se elevaba unos 120 metros sobre el mar. Balanceabamos los pies sobre el borde mientras nuestras manos permanecían de apoyo a los lados. Se respiraba tanta paz. Todo mi mundo consistía en este pequeño pedacito, esta pequeña burbuja al lado de mi hija era toda mi felicidad.

Me giré a mi izquierda para sustituir la visión del hermoso ocaso por el de rostro de Audrey. La vi abriendo y cerrando los labios varias veces, como si quisiera hablarme de algo pero no supiera por donde empezar.

—Nunca podré aclarar tu duda si no formulas la pregunta— le doy un pequeño y amistoso roce de mi hombro con el suyo animandola a decirme aquello que la atormenta y temiendome saber el qué.

—¿Alguna vez lo amaste?— su pregunta me toma por sorpresa, creyendo que hablaba de Manu pero con el paso de los segundo me di cuenta que la pregunta iba en otra dirección.

Cada vez era más seguido la manera en la que Au se interesaba por saber de su padre. Ya estaba en un punto en donde perdía todo auntocontrol con la simple mención de su persona. Creí que para este entonces lo había superado. Debería, pero no lo había conseguido.

—Creo que le tendré que prohibir a Lola que continue dejandote ver esas telenovelas con ellas, no te hacen nada bien— un suspiro de irritación es todo lo que obtengo en respuesta— si Au, lo amé. Pero eso de nada importa ahora.

—Si que importa. No podría sentirme bien si supiera que no amaste a mi padre. Quiero entender porque nunca quieres hablar de él. ¿Era malo?

Me regalo unos valiosos segundos para responder, siendo consiente de que tan ansiosa estaba de una respuesta.

—Au, yo lo amé. De hecho creo que fue al hombre que más he amado en mi vida— mis ojos se acercan peligrosamente a las lágrimas pero logro controlarlas antes de continuar— y se que él también me amaba, a su manera me amaba. A veces cuando se es grande el amor no siempre es suficiente para que dos personas sean felices.

La mire por primera vez desde que comencé el relato y miré en esos enormes ojazos azules que tan bien conocía y vi expectación, curiosidad y puede que un poco de descepción.

—Se que eres grande y necesitas respuestas. Creo que ha llegado el momento de que sepas más al respecto, pero no será hoy. Debo irme por un viaje de negocio dentro de unas horas y aún debo prepárame— le tomo el rostro con las manos antes su gesto de resignación— pero te prometo que al volver responderé a cada una de tus preguntas.

—¿Me lo pormetes?— Pregunta esperanzada.

—Te lo prometo— le seco las lágrimas con los pulgares y rosar su nariz con la mía. Ese era nuestro pequeño saludo. Me levanto y extiendo una mano hacía ella, que no tarda en aceptar y ponemos rumbo a la casa.

—Princess, debemos irnos.

Era la quinta vez que Manu me llamaba pero no conseguía separame de Au. Sencillamente no tenía fuerzas para bajarla de mis brazos. Podría sonar irracional visto que solo serían dos días y que no sería ni la primera ni la última vez que me iba a un viaje de negocios, pero esta vez algo en mi interior me pedía que permaneciera a su lado. Que no me fuera.

Llámenlo una corazonada, tal vez la misión de esta noche no fuera tan peligrosa como otras, pero solo se que algo en mi interior en decía que algo iba a suceder y quería atesorar este momento con ella como si fuera la última vez que la fuera a ver.

Un sentimiento estúpido porque había todo un maldito ejército cuidando mi propiedad, cuidándola a ella y darían su jodida vida en cambio de la suya. Pero igual eso no mejoraba mi intranquilidad. Tal vez es a mi, tal vez soy yo la que esta a punto de vivir una situación peligrosa.

Me obligo a bajarla hasta el suelo y darle un beso en la frente antes de alejarme un paso.

—No llores pequeña, verás que estaré de vuelta antes de que te des cuenta— miro a John antes de continuar— en tus manos estoy dejando mi vida entera. Y me responderas con la tuya de como algo le pase.

—Si señora— es toda la respuesta que necesito. Y aunque mi inquietud no se va del todo se que estará bien si esta bajo el cuidado del ex comandante de la milicia colombiana.

No dilato más la despedida y me subo al coche no si antes mirar hacía atrás, hacía mi niña que permanecía junto a su nana mientras me despedía con una mano y se limpiaba las lágrimas con la otra.

—No importa cuantas veces debamos separarnos— digo

—Mi corazón siempre me guiara al tuyo— termina ella mientras su mano forma la mitad de un corazón y yo la sigo formando la otra mitad a la ditancia.

Podrán pasar años y puede que cada vez deba salir más debido a mi trabajo, pero nunca me acostumbraré a estar separada de ella, dile instinto de madre pero un pedacito de mi se rompe cada vez que me debo alejar. Aunque se que a mi vuelta ella siempre correrá a mi y saltara a mis brazos, aferrandose como si fuera su primer respiro después de mucho tiempo bajo el agua, y sin duda era algo que experimentabamos las dos.

—Princess, ¿hay algo de lo que me quieras hablar?— la pregunta de Manu rompe el silencio que reinaba en el coche.

—Podemos hablarlo después, concentrémonos en esta misión.

Asiente y entrelaza sus dedos con los mios antes de llevarselos a la boca para besarlos. Era un gesto tan suyo que sería extraño que no lo hiciera, de hecho creo que me sentiría ofendida. Se había vuelto algo muy nuestro y extrañamente me gustaba.

El aeródromo estaba a unos kilómetros de la mansión. Ocupaba un terreno abierto, dispuesto a pilotos expertos y como entretenimiento a visitantes, al menos hasta que nos hicimos con él y ocupamos las avionetas para recorrer mis rutas, satisfaciendo la demanda de mis clientes en cuanto entregas de mercancía tanto mías como de ellos.

Cada avioneta o jet, cada viaje y aprobación debía ser autorizado por uno de nosotros. Aunque en teoría seguía siendo para entretenimiento del público. De alguna manera debíamos justificar el número de viajes que se hacían por día.

En mi nómina contaba con los pilotos más experimentados y más competentes de toda la aeronáutica estadounidense, al igual que pilotos de lancha rápida. ¿Por qué conformarse con una flota de aviones cuando también puedes tener compañías de transporte navío?

Llegamos a la pista de aterrizaje donde ya la mercancía estaba empaquetada y lista para el viaje. Me bajo del coche y el viento fresco se arremolina a mi alrededor. El piloto se precipita escalera abajo para recibirnos y se queda a unos pasos de mi, desnudándome con la mirada más tiempo del debido.

Y eso que mi atuendo no era el mas descarado de todo mi armario, pero supongo que el pantalón de cuero negro que se pegaba a mis piernas resaltando lo que debía ser resaltado y la blusa de malla negra junto a mis botas de tacón resaltaban toda mi figura, y contando con su mirada apostaba que lo que veía era de su agrado.

Macho alfa a mi lado también es consciente de eso y se planta con toda la actitud de marcar territorio. Dios, los hombres podían a llegar a ser niños reclamando un juguete cuando querían.

—Señora, ya esta todo listo para el despegue y por lo visto hará un tiempo estupendo. No hay tormentas a la vista. Será un placer llevarla a su destino

—Gracias Sandro, pero esta noche me apetece tomar el timón— hace mucho no pilotaba mi avioneta, regalo exclusivo en mi primer cumpleaños aquí por parte de Manu.

—Pero señora..

—No pasa nada Sandro— le corto— tu mismo lo dijste, hará un tiempo estupendo y a menos que haya alguna razón de peso para que yo no pueda pilotar mi propio avión no veo el problema.

—No señora.

-—Bien. Por favor súbe las maletas, saldremos en 5 minutos.

—Yo diría que no, señora.

¡Dios! No puede ser. Sabía quien era el dueño de esa voz sin tener la necesidad de girarme. Pero lo hago a falta de opciones.

Lentamente me vuelvo, trantando de calmar mi humor y todas las palabras que se agolpaban en mi garganta y que si no me controlaba saldrían a la carrerilla y ninguna de ella agradable.

Ahí estaba. El comandante Rodrigo López. Cincuentón con barba tintada de cabellos blancos al igual que su cabeza. Ojos negros y un cuerpo delgado pero bien trabajado. Apenas media 1.70 al igual que yo pero cuando quería intimidar podría ganar unos centímetros de altura. Supongo que esa era su arma preferida, ya que se la pasaba día si y día también rodeado de maleantes. Y desde hacía 3 años exactamente se podría decir que yo me había vuelto su objetivo personal.

No se que sentirán las mujeres acosadas por hombres en la oscuridad de las calles, pero desde luego no era comparado con tener al comandate del departamento de policia de Cartagena, deseoso por poner sus manos sobre ti y no de la manera literal sino en el sentido policial. O sea, tras la rejas.

Se podía decir que el comandante aquí presente tenía una relación algo más que insana y algo más que obsesionada conmigo. Supongo que yo misma había alimentado su apetito de perro sahueso al burlarlo tantas veces. Había creido de encontrarme haciendo cosas ilícitas pero hasta hoy solo eran sospechas, pero como perro de caza que era, si tenía una pista, por mínima que fuera seguiría el rastro y mi policía aquí presente era el claro ejemplo de la testarudez.

Si algo era humillante para un hombre desde luego era que una mujer resultara ser mas inteligente que él, y yo desde luego lo era. A la vista estan las pruebas, 3 años después seguíamos en el mismo circulo vicioso. Yo ganando poder y el ganando arrugas a resultado del estres que le causo.

—Comandate, cuanto tiempo. Ya lo extrañaba— el sarcasmo goteaba venenosamente de mi lengua— veo que trae a sus fieles discípulos con usted. ¿Algún motivo en especial para que nos honren con su inesperada presencia?

Como siempre mi querido comandante venía seguido de sus dos perros salameros. Talhía Vengala, otra a la cual su mayor deseo era tenerme esposada en la parte trasera de alguna patrulla, y Domingo Herrera, entre los tres junto a otro policia que no se encontraba en ese momento podría considerarlos mis 4 caballeros del zodíaco personal.

—Es una buena manera de decir. Va de viaje por lo que veo— el comandante no quitaba los ojos de mi, sin contar los escasos segundos que se dedico a observar a mi acompañante.

—Una vez mas acierta, comandante ¿Qué come que adivina?

—Lamento decirle que no podrá salir esta noche. No a menos que nos deje revisar su avión. Espero no tenga ningún inconveniente.

—En absoluto, pero me temo que de como no tenga una orden de registro esta vez, no podré darle el gusto. Porque la tiene ¿verdad?— sus compañeros se tensan detras de él y me confirman sin palabras lo que yo ya me suponía— ¡oh vamos comandante! Ya hemos pasado por esto más veces de las que puedo recordar. Si no tiene la orden no puedo satisfacerlo. Por tanto no veo motivo por el que deba retrasar mi salida.

Para mi no era ninguna novedad, tener gran parte de policias, y jueces comprados me daba toda la ventaja que alguien en este negocio podría necesitar. No podía moverse un solo pelo en todo el maldito país sin que yo estuviera enterada, por lo tanto y resumiendo, era imposible que alguno de mis jueces pusiera dicha orden en manos de semajantes pirañas.

—Porque no nos ahorra estos momentos incómodos y se entrega por las buenas. Sabe tan bien como yo que es cuestión de tiempo en que tenga algo contundente en mis manos en contra de usted. Le estoy dando la opotunidad de que sea usted misma quien nos confiese y negocie su sentencia bajo sus propios terminos.

—¿Vengala como está su familia? Su hijo estuvo muy bien en su juego de fútbol el domingo. Y su esposo ¡Avemaria que papasito! No entiendo como ese rey se conforma teniendola a usted por mujer. ¡Herrera!— me giro hacia su compañero— felicite a su mujer de mi parte, supe que consiguió la licencia de conducción esta semana. Digale que se pase por los establecimientos de mis coches, estaré encantada de hacerle un descuento. Y Rodrigo ¿cómo sigue su mamá? ¿ya salió del hospital? Espero que se sienta mejor, un infarto no debe de ser nada fácil de superar, y menos a su edad.

—Si, la madre de Rodrigo esta mejor y cumpliendo el tratamiento del médico— Manu sale a mi respaldo del relato, dejandoles caer todo el peso en sus conciencia de hasta que punto teníamos ojos y oidos en todas partes.

Uno a uno van perdiendo el color en sus caras hasta quedar completamente pálidos.

—Un día no muy lejano, señora Ruiz, vendrá a mi por ayuda— dice Rodrigo en cuanto recupera la voz— y ese día la haré arrepentirse de todo lo que me ha causado.

—Espero que no se canse mucho en la espera, comandante.

La conversación llega a su fin y sin necesidad de escuchar los pensamientos del comandante que se agolpaban en su mente o escuchar lo satisfecho que estaría con mi muerte me doy la vuelta y subo la pequeña escalera. Me dirijo hacía la cabina de piloto con Manu pisándome los talones. Un vuelo con él de copiloto siempre era una delicia.

No sentamos cada uno en sus respectivos asientos y hago un pequeño control de los mandos mientras Manu pide permiso a la torre para despegar. Unos 5 minutos después las ruedas se despegaban de la pista del aeródromo, y nos adrentrabamos en la oscuridad de la noche.

Me permito apreciar la noche estrellada y las pocas motas blancas dispersas que eran las nubes. Nunca me sentiría suficientemente saciada de lo que se siente estar aquí arriba. Era como estar dentro de otra dimensión. Quedando apartada de todo tipo de preocupaciones y problemas. Respirando por primera vez desde lo que podría considerarse siglos, algo de paz. Inhalo una profunda bocanada de aire antes de dejarla salir en un sonoro suspiro.

—Fresca princess, tranquila. Sabes que ese perro viejo ladra, pero no muerde— Manu no lo sabía pero la amenaza del comandante me resbalaba, lo que realmente me tenía inquieta era esa sensación de que algo no iba bien. Pero no lo saqué de su error.

Después de un vuelo tranquilo como estaba previsto llegamos a tierras mexicanas, exactamente en el DF cerca de las 2 de la mañana. Al aterrizar la gente de Pablo ya estaban a la espera de mi llegada y no perdieron tiempo en comenzar a bajar la carga. Si alguno se asombró por el copo de nieve azul que estaba en el medio de cada paquete, lo disimuló muy bien.

Me apoyo en el capó del audi que estaba esperando por que lo conduciera hasta la resindencia que me había comprado tiempo atrás a las afueras de la ciudad. Mientras me fumaba uno de mis tan apreciados cigarrillos (no había perdido el vicio con los años y eso que durante el embarazo estuve a un paso de volverme loca) veía como Manu se desenvolvía entres los trabajadores asegurandose de que cada paquete fuera perfectamente descargado en los camiones para distribuirlo.

—Listo mamasita, la elehoina estará mañana por la noche en las calles. Hay que celebrar.

—No se diga mas.

Me puse tras el volante y Manu en el asiento de acompañante. Era bueno que no fuera de esos hombres que creían que siempre debían llevar el mando y si era de ellos había cambiado, porque era consciente que conmigo ese carro no caminaba.

En un exagerado giro del volante salí de la pista del pequeño aereopuerto zigzageando entre los pequeños caminos alternativos hasta llegar a mi residencia. Como era de suponer viajaba muchísimo dividiendo mi tiempo entre los territorios de mis socios y nunca fui de hoteles, por tanto me había regalado a mi misma una casa en cada pequeña parte del mundo.

—Veo que has mantenido la casa tal como me gusta. Buen trabajo— celebro con sinceridad a Sonia que se encargaba de mantener la casa en perfectas condiciones aun con mis escasas visitas.

Admiro mi gran vestíbulo que tanto me había fascinado al comprarla ya que a cada lado habían escaleras que se unían en la planta superior, creando un perfecto arco. La casa había sido una adquisición magnífica, pero aunque quería detenerme en los detalles mi cabeza estaba pensando en otra cosa.

—Sonia por favor, lleva al jacuzzi interior una botella de vino. O no, mejor dos. Y que sean de esa cosecha que tanto me gusta. Luego podrás volver a la cama. Será todo por hoy.

Asiente sonriendo. Desconozco si es por servirme o porque podrá volver a la cama. Después de todo eran pasadas las 3:00 am.

—¿Escuché bien o voy a darme una chapuzón con la mamasita más rica de todo el planeta?— sus manos rodean mi cintura acercando mi cuerpo al suyo.

El olor de su delicioso perfume invaden mis fosas nasales volviendolo más apetecible si es que eso es posible. Dejo de mirar su pecho que a mi 1.70 era tristemente a donde llegaba a su lado y me atrevo a mirarlo a los ojos. Esos bellos ojos verdes me devuelven la mirada y no veo diversión, no veo rastro de su actitud despreocupada. Vi determinación y lujuria.

—15 minutos. Vale— pongo las manos entre los dos pero sin romper el contacto visual.

Y lo dicho, 15 minutos después estaba descendiendo las escaleras hacía el área que tenía bajo tierra. El claro resplandor de las suaves luces contra el agua marcaba el movimiento de la misma sobre las paredes.

Me detengo un momento antes de descender el último escalón para admirarlo. Sin duda esta parte de la casa había sido la razón definitiva por la que di el si a la compra. De la pared rocosa de la izquiera estaba la caida del agua en forma de cascada a la enorme piscina. Justo al lado, el jacuzzi que tan prendada me tenía y dentro de él, con una suculenta copa de vino en la mano, estaba mi bombón con patas favorito.

El repara en mi precencia y se toma su tiempo en recorrerme de abajo arriba. Se detiene cada vez mientras ascendía por mis piernas, en el diminuto triángulo blanco que cubría mis zonas intimas, y como describir su gesto de aprobación cuando se topó con mi nada racatado escote que sobresalia de la parte superior del bikini. Llegué a su lado con lentitud dandole esos preciados segundos para que terminara su exahustivo inventario. Sin poder evitarlo mi piel se volvía chinita mientras me acercaba a él.

—Avemaria que es esta dicha princess. Me gané la loteria ¿o que?

Una risa nerviosa aflora en mi sobre todo porque podrán pasar siglos y me seguira volviendo loca el acento colombiano. Estaba demasiado nerviosa, tal vez por una sugerencia escondida o porque estábamos solos, y con nuestros trajes de baños como única barrera entre nuestros cuerpos.

Entro al jacuzzi mientras Manu me pasa una copa con ese elixir de la vida que era el vino.

—¿Por qué brindamos?

—Tengo mil y un motivo para brindar contigo. También por los negocios.

—Por esos motivos que te tienen junto a mi, pues— choca su copa contra la mia antes de llevarsela a la boca y saborearla a lo cual no tardo en imitar. Su gusto me inunda el paladar— está claro que naciste para este negocio, nadie se desenvuelve tan bien como tu.

-—Yo no pedí ser narcotraficante, el destino me trajo a esto.

—Con el destino te refieres a él ¿verdad? Al padre de Au

—Si. Pero no quiero hablar sobre eso.

— OK, porque quiero hablarte de algo— lo noto inquieto y puedo jurar que estaba nervioso.

—Dispara.

—Princess— toma mis manos y sus ojos se ponen a la altura de los mios desarmandome por completo con lo que ellos me gritaba. Amor— se que hemos hablado de esto en el pasado, y solo Dios sabe las veces que lo he intentado y que me has rechazado. Pero no puedo estar cerca de vos sin que me ataques estos hijoputas sentimientos. Angie, se que te consideras una persona rota, pero se que yo podré ganarme ese corazoncito. Daría mi vida a cambio de una sola oportunidad vos. No tienes que amarme ahora, solo intentalo, yo tengo suficiente amor por los dos.

Dios esas malditas pepas verdes me estaba traspasando y dejando mis emociones al desnudo, sin una coraza con la cual cubrirse. Si que estaba rota, si que me arrancaría el corazón con mis propias manos antes de permitirme enamorarme una vez mas, pero Manu. Manu era diferente. Él se había convertido en esa ancla a la cual aferrarme. Había sido mi salvación en momentos de oscuridad y lo quería. ¡Joder, lo quería! pero como se quiere a una persona cercana a ti. No sabría decir si podría llegar a amarlo alguna vez, pero si alguien sabría como llegar a mi y derretir cada una de las escarchas que cubrían mi corazón, ese era él.

—Creo que ha llegado nuestro momento, colombiano.

No son las palabras más romanticas del mundo ni las más acertadas para responder a una declaración del amor que él me estaba ofreciendo, pero yo aun estaba hecha de hielo y las frases emotivas ya no eran mi fuerte. El hecho es que él no las vio exactamente asi, como un pobre desamparado que gasta los últimos 5 dolares que le quedan en la vida en un billete de loteria y se hubiera sacado el premio gordo.

—Solo necesito eso.

Sin más que perder, me beso. Un beso que sin duda ha estado esperando con desesperación y ansias porque asi me lo demostró. Un beso en que desnudaba todo lo que sentía por mi y yo no hice otra cosa que corresponderle.

Joder debería estar penalisado besar así, tal vez era el hecho de que hacía años que no besaba a nadie, o quizas era que lo estaba besando a él. El caso es que con un solo beso ya estaba sintiendo como mis zonas bajas comenzaban a contraerse en un hambre más carnal.

—Maldición Angie, vos debes decirme si queres que vayamos despacio porque de lo contrario no tendré limites— su voz era entrecortada cuando nos separamos unos segundos después.

Sus palabras no me sorprendieron lo más mínimo. Pude notar como el deseo se expandía en una parte precisa de su cuerpo. Yo solo le podía responer sin palabras tanto porque yo también lo deseaba.

Me adentré más al agua caliente hasta quedar sentada sobre su rezaso. Deslicé mis dedos entre sus humedos rizos y tire suavemente de él para obligarlo a mirarme antes de hablar con una voz que ni yo misma reconoci, desprendía lujuria.

—No quiero ir despacio. Quiero que me hagas tuya. Que me cojas y que me hagas olvidar que el resto del mundo existe. ¿Podrás hacerlo, colombiano?

¡Por Satanás! ni en mil años podría haberme preparado para su reacción. Me apretó a él con una necesidad sobrehumana, haciendome gemir encima de su boca. Como explicar lo que sucedió después. Nuestros cuerpos. Nuestras manos y bocas supieron complacerse, lamerse, chuparse y tocarse como si lo hubieran practicado durante años.

Sabía que él me estaba dando la preparación que creía que necesitaba, pero llegados a este punto lo único que quería con un apetito insaciable era tenerlo dentro de mi. Sin pensarlo me deshago de los nudos en los extremos de mi tanga con movimientos desesperados y luego me apoderé de su pene apenas sacándolo de la tampa que era su bañador. Me permití unos segundos de goce encerrandolo en mi mano.

Era exageradamente grueso, me era imposible poder cerrar la mano entorno a esa bestia grande y venosa. Temía que su latente y deliciosa polla fuera más grande de lo que había imaginado. Joder no sabía si podría con todo aquello, después de todo si iba a ser cierto lo que dicen de los hombres de piel morena.

—¿Te intimida?— pregunta curioso con una pequeña pizca de diversión.

Mi respuesta fue un movimineto ritmico de mi mano deslizándose sobre él, logrando que se mordiera el labio para no soltar una maldición.

—Aun no nace la bestia que pueda intimidarme, darling.

Excitada, lo guío hacía mi entrada, rosando un par de veces la punta de su polla contra los mojados labios de mi vagina antes de descender, engullendo cada jodido centímetro en mi interior.

—¡Joder!— digo entre dientes.

Su gemido apagó cualquier tipo de palabra en mi boca porque al subir para volver descender subió sus caderas para encontrarme, y por primera vez creo que vi estrellitas tras mis parpados.

Sus manos fueron a mis caderas, para guiarme a su ritmo pero no nos engañemos, yo marco mi propio ritmo y esta posición me la daba en bandeja. Lo disfruté y me lo gocé una y otra, y otra vez. Centímetro a jodido centímetro.

—Me cago en la leche. Mami, creo que esto acabara muy rápido. Avemaria que es esto tan verraco. Me voy a venir

—¡Y una polla!— subo y bajo para volver a repetirlo varias veces más antes de balancear mis caderas en círculos creando una fricción que me terminó de matar— Ahora Manu ¡Me vengo!

Son las últimas palabras coherentes que mi cerebro logra crear antes de caer en convulciones. Enmanuel me tomaba tan fuerte de las caderas mientras se vaciaba en mi interior que me temía que sus manos me dejaran las marcas de sus dedos allí donde sostenía.

—Eso.. eso a estado...— ni siquera puede terminar de hablar, los dos permaneciamos en la misma posición, tratando de controlar nuestras respiraciones.

—No se que te ha parecido pero quiero repetirlo. —¿Podrás?— pregunto sugerente mirando hacia abajo sintiendo como se iba animando nuevamente. Joder esto no puede ser. Ya estaba listo.

—Siempre listo princess, tengo demasiadas ganas de ti y no es por presumir, pero soy insasiable.

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