XXXII
Dominic abrió los ojos asustado y vio el reloj, marcaba las cinco con cinco minutos. El dolor de cabeza había desaparecido, las náuseas y todo malestar ya no estaban en su cuerpo. Miro el cadáver de José y sintió una pequeña pulsada en el corazón. Se levanto y camino hasta él.
Apestaba, el olor entraba a las fosas nasales de Dominic y quemaba el interior, sin embargo, no le daba asco. Permaneció mirándolo por un tiempo que no midió. La sensación de culpa empezaba a crecer en su interior. Le dolían los ojos, percibió que las lágrimas salían causando un pequeño ardor. Estos habían sido días locos, su razón, su mente y su vida ahora estaban hechas añicos. Sabía que no podría vivir con el peso de las muertes en su espalda. La muerte de José resulto inútil a pesar de todo, las alucinaciones seguirían mientras la puerta estuviera abierta. Y él era la puerta.
Decidido a suicidarse, Dominic salió de su apartamento y tomo el ascensor. Subiría hasta el piso sexto piso. Y caminaría por la escalera de servicio hasta llegar a la azotea. Estando allí se aventaría sin pensarlo.
Es la única salida.
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