XVI
Aquel día la ciudad de Dorbent despertó con un clima extraño para esa temporada del año; no era común que lloviera todo el día, y menos desde temprano.
Dominic estaba postrado en una orilla de la cama, mirando al vacío. Su mente estaba ausente, sumida en pensamientos extraños, no sabía que hacer ahora que se le había despedido de la compañía, aunque no le era de gran importancia, sabía que era un buen bailarín y conseguiría algo en otro lado. Lo que ya no conseguiría era a Humberto, sin duda eso ya estaba perdido, gracias a José.
Maldito, pensó, te odio.
Levanto su mirada al techo y medito un poco la situación. No estaba del todo mal, ni había demasiado que pensar, todo se movería según quisiera moverse. Dejaría el apartamento en un mes, abandonaría la monotonía de José, buscaría un lugar en Dorbent para vivir, o tal vez buscaría a su tía Julia, vivía sola en Crownless, seguro lo aceptaría, siempre tuvo predilección por él. Incluso podría entrar a una compañía en aquel pueblo. Las cosas serían difíciles solo si su pensamiento así lo deseara.
Pero antes de todo eso, antes de todos los planes hablaría con Humberto, cerrarían bien las cosas..., como adultos.
Cuando salió de la recamara observo que José dormía en el sofá. Estaba desnudo, y tenía el cabello revuelto, signo oficial de que se acostó con el cabello aun mojado.
Luce fatal, se dijo mientras pasaba frente al cuerpo dormido de José. Tomo las llaves, una sudadera y un pequeño paraguas antes de salir. Se giro un momento para ver a José, no sabía cómo sentirse al respecto con su situación. Incluso podía sentir un poco de culpa por él, pero no la suficiente para arrepentirse. Dio un último vistazo, este con recelo, y salió del apartamento.
Se dirigiría a la compañía, directamente a la oficina de Humberto, entraría con rapidez, lo besaría y después hablarían, le diría que quiere terminar bien las cosas, que se iría para siempre de Dorbent, incluso dejaría a José... o alguna otra cosa.
Al llegar a la oficina se dio cuenta que no estaba cerrada, lo que significaba que Humberto había estado allí desde temprano, y probablemente estaría allí organizando papeles o tomando café como lo hacía normalmente. Dominic entro lentamente, pues un pequeño miedo y una sensación de que algo andaba mal lo embriago hasta los huesos.
—Humberto... Soy Dominic ¿Podemos hablar?
No obtuvo respuesta, así que entro sin más a la oficina.
Estaba todo en silencio, ordenado, como si Humberto no hubiera estado en toda la mañana, incluso en toda la noche. Dominic camino hasta el escritorio, observo que entre las carpetas estaba pegado una nota adhesiva color rosa. La leyó y entonces comprendió de donde venia aquella sensación.
Cogió la nota con furia y la metió dentro de la sudadera. Sin llamar la atención salió de la oficina, llamo a un taxi y espero tranquilo a que este llegara. No quería hacerse ideas absurdas, por lo que decidió ir hasta la casa de Humberto. Tranquilo, José no haría nada estúpido, pensó. Es solo una broma de muy mal gusto, pero no lo creyó del todo.
Dominic sentía dentro de sí mismo que algo se estaba moviendo. No solo en su estómago, ni en su corazón, sentía como si algo en su cerebro hiciera cortocircuito, de pronto deseaba tener el cuello de José en sus manos y estarlo apretando con tantas fuerzas que le causaba un placer irónico. ¿Cuándo había sido que los pensamientos así surgían en su mente? No lo sabía, pero el primero recordaba era aquel ocurrido en su infancia, después de matar a los perritos de su padrastro, deseo fuertemente que los perritos fueran su padrastro, así le podría aplastar la cabeza con un ladrillo como a ellos.
Llego a la casa Humberto y su familia tan solo diez minutos después de haber subido al taxi. Bajo del automóvil con más ansiedad que miedo y camino por la acera hasta llegar a la puerta de la casa. Esta no era una gran mansión, ni mucho menos, era una casa de una familia americana promedio, él no era rico y ella no ganaba mucho dando clases de literatura en la escuela para adultos.
Dominic toco el timbre dos veces antes de desesperarse. Toco una tercera vez, pero esta fue con la mano, dando golpes fuertemente en la madera de la puerta. No hubo sonido alguno procedente de adentro. Tranquilo, todo está bien, se dijo.
Puso su mano en el picaporte teniendo la absurda idea de que este estaría abierto. Lo giro con miedo y esperanza a que no girara, pero si lo hizo. Giro lentamente a la derecha y abrió la puerta que dio paso a una escena terrible.
Dominic abrió su boca en una O enorme, sus ojos se comenzaron a llenar de lágrimas y sintió como si de pronto todo fuera una fantasía, una espantosa y puta ilusión. Pero no era así.
La puerta daba directamente a la sala, lugar donde Dominic vio el cuerpo de Humberto tirado, como si estuviera viendo el techo. Tenía en su garganta una cortada profunda, todo el sillón que en un pasado fuera beige, estaba lleno de color rojo cobrizo; la alfombra igual estaba llena de sangre ahora seca. Dominic se acercó lentamente sin terminar de creer lo que veía.
Humberto, Humberto, no por favor, no...
Se contuvo de tocar el rostro pálido de Humberto, solamente lo miro y sintió que algo se rompía en lo profundo de su alma. Escucho en su mente su voz al leer la nota que estaba en la oficina, Ya no respira, decía, eso significaba. Dominic le había dicho que amaría a Humberto mientras este respirara, y ahora ya no lo hacía.
—Yo lo mate— dijo en voz baja—. Persuadí a José de hacerlo.
Un foco rojo se encendió en su mente cuando el pensamiento fugaz de la familia de Humberto entro como rayo en su sistema de memorias. Fue entonces que el miedo, de nuevo venció a la ansiedad y lo hizo ir a buscar a la familia de Humberto.
La casa era de una sola planta, por lo que detrás de la sala se hallaba la cocina, y atrás de esta estaban las tres recamaras, una frente a otra dejando al último la habitación principal, la que era de Humberto y su esposa. La primera habitación era la del más pequeño de los niños, estaba decorada con papel decorativo de dinosaurios, tenía un enorme juguetero, la mayoría didácticos. Dentro no había señales de que hubiese pasado algo, todo estaba en calma. Con un poco más de tranquilidad Dominic abrió la puerta del otro cuarto, este era un poco más grande y estaba pintado de color verde limón, tenía un poster de la guerra de las galaxias en la puerta. La puerta chocó con algo al abrirla, Dominic asomo la cabeza para ver que era y descubrió el cadáver de un niño pequeño, tenía un agujero en el cráneo y toda la parte de la pared donde reposaba su cuerpo estaba bañada en sangre. Dominic se arrodillo a un lado del cuerpo y lloró, lloró furiosamente y maldijo mil veces el nombre de José. Alzo la mirada buscando al otro niño, y vio la misma escena, en la cama yacía el cuerpo del más pequeño, también con un disparo en la cabeza.
Sabía que en el cuarto principal estaba el cuerpo de la mamá, José no la hubiera dejado viva, sería inútil. Sin embargo, Dominic hecho un vistazo. Confirmando sus pensamientos salió de la alcoba con lágrimas de furia en sus ojos. Sentía que esa sensación en su cabeza se había desbordado, finalmente tomaba el control de él. Se acerco a la cocina y giro las perillas de las ocho parrillas que tenía la estufa, acto seguido encendió el calentador de gas que se encontraba en el pasillo rumbo a las habitaciones.
Salió de la casa, cerrando la puerta con toda naturalidad posible. No sabía a donde ir, así que deambulo por todo Dorbent.
Lo matare, lo matare.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro